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En busca de seguridad¡Despertad! 2002 | 22 de enero
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En busca de seguridad
“El siglo XX no se ha llevado consigo ni el derramamiento de sangre ni la persecución que obligan a la gente a huir para salvar la vida. Decenas de millones de personas han comenzado el nuevo milenio en campos de refugiados y en otros lugares de acogida temporales por miedo a que las maten si regresan a su casa.”—Bill Frelick, Comité de los Estados Unidos para los Refugiados.
JACOB soñaba con un lugar en el que la gente viviera en paz, donde las bombas no mataran las cabras que poseía su familia y donde pudiera ir a la escuela.
Los del pueblo le contaron que ese sitio existía realmente, pero que estaba muy lejos. Su padre le dijo que el viaje era muy peligroso y que algunos habían muerto de hambre y sed durante el trayecto. Pero cuando una vecina, cuyo esposo había sido asesinado, partió con sus dos hijos, Jacob decidió marcharse solo.
No se llevó alimento ni ropa. El primer día no paró de correr. La carretera que le conduciría hacia un lugar seguro estaba sembrada de cadáveres. Al día siguiente se encontró con una mujer de su localidad, quien le dijo que podía viajar con ella y sus compañeros. Caminaron durante días pasando por pueblos desiertos. En una ocasión tuvieron que cruzar un campo minado, donde perdió la vida un componente del grupo. Durante ese tiempo se alimentaron de hojas.
Al cabo de diez días, algunos empezaron a morir de hambre y agotamiento. Poco después, sufrieron un ataque aéreo. Por fin, Jacob cruzó la frontera y llegó a un campo de refugiados. Ahora va a la escuela, y el sonido de los aviones ya no le asusta porque llevan comida en vez de bombas. No obstante, echa de menos a su familia y quisiera volver a casa.
Por todo el mundo hay millones de seres como Jacob, muchos de los cuales están traumatizados por la guerra y padecen hambre y sed. Solo unos cuantos saben lo que es tener una vida de familia normal, e infinidad de ellos nunca regresarán a su hogar. Son las personas más pobres del planeta.
El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados divide a estos nómadas empobrecidos en dos grupos. Por un lado están los refugiados, que huyen de su país por un temor justificado a la persecución o la violencia, y por otro, los desplazados internos, quienes también se ven obligados a abandonar su hogar a consecuencia de la guerra u otras graves amenazas, pero que aún residen en su propio país.a
Nadie sabe con exactitud cuántos refugiados y desplazados subsisten a duras penas en campos provisionales ni cuántos vagan inútilmente de un lugar a otro en busca de seguridad. Según algunas fuentes, la cifra total asciende a unos cuarenta millones, de los cuales la mitad son niños. ¿De dónde proceden?
Un problema de nuestro tiempo
El problema de los refugiados alcanzó nuevas dimensiones a finales de la primera guerra mundial. Después del conflicto se desintegraron imperios y se persiguió a las minorías étnicas. Como consecuencia, millones de europeos buscaron asilo en otros países. La segunda guerra mundial —aún más destructiva que su predecesora— obligó a huir de sus hogares a otros tantos millones. Desde 1945, las guerras han sido de carácter más localizado, pero igual de traumáticas para los civiles atrapados entre dos fuegos.
“Aunque la guerra siempre ha generado algunos refugiados, en el siglo XX, los enfrentamientos internacionales afectaron a poblaciones completas”, señala Gil Loescher en su libro Beyond Charity—International Cooperation and the Global Refugee Crisis (Más que caridad: la cooperación internacional y la crisis mundial de los refugiados), editado en 1993. La misma publicación añade: “Al desaparecer la distinción entre combatientes y no combatientes, se produjo un gran número de refugiados que trataban desesperadamente de escapar de los estragos ocasionados por la violencia indiscriminada”.
Además, muchas de las contiendas modernas son guerras civiles que no solo se cobran la vida de un gran número de hombres en edad militar, sino también de mujeres y niños. Puesto que estos conflictos se alimentan de diferencias étnicas y religiosas muy arraigadas, algunos de ellos parecen interminables. En un país africano, donde la fase actual de la guerra civil ya ha durado dieciocho años, existen 4.000.000 de desplazados internos, y cientos de miles de personas más han tenido que marcharse al extranjero.
Más que hartos de la lucha, los civiles solo tienen un modo de huir de la violencia: dejando su hogar. “Los refugiados abandonan su país y buscan ser admitidos en otro no por decisión propia o por razones de conveniencia personal, sino por imperiosa necesidad”, comenta el libro La situación de los refugiados en el mundo 1997-1998. No obstante, hoy día tal vez no sea tan sencillo conseguir el amparo de otro país.
En la década de 1990, la cantidad mundial de refugiados disminuyó de unos diecisiete millones a catorce millones. Sin embargo, esta mejoría era solo aparente. Se calcula que, durante esos mismos años, la cifra de desplazados internos ascendió a entre veinticinco y treinta millones. ¿Qué está sucediendo?
Por un lado, cada vez es más difícil obtener el reconocimiento oficial de la condición de refugiado. Esto se debe, entre otras razones, a la reticencia de algunas naciones a aceptar exiliados, ya sea porque no pueden hacer frente a una afluencia masiva de gente o porque temen que la entrada de un gran número de refugiados haga peligrar su estabilidad política y económica. Por otro lado, los aterrorizados civiles a veces ni siquiera tienen la resistencia, el alimento o el dinero que hacen falta para recorrer el largo camino que los separa de la frontera, de modo que su única opción es mudarse a una zona más segura de su propio país.
La creciente oleada de refugiados económicos
Además de los millones de refugiados políticos, existen millones de personas que tratan de salir de la miseria de la única forma que conocen: emigrando a otro país donde las condiciones de vida son mucho mejores.
El 17 de febrero de 2001, un carguero viejo y oxidado encalló en la costa francesa. Transportaba alrededor de mil hombres, mujeres y niños, quienes llevaban en el mar, sin comer, cerca de una semana. Habían pagado 2.000 dólares por persona para realizar el arriesgado viaje sin saber siquiera a qué país se dirigían. El capitán y la tripulación desaparecieron poco después de hacer encallar el barco. Afortunadamente, los aterrorizados pasajeros fueron rescatados, y el gobierno francés prometió dar atención a su petición de asilo. Al igual que los protagonistas de este suceso, millones de personas emprenden todos los años odiseas similares.
La mayoría de estos refugiados están dispuestos a afrontar grandes privaciones e incertidumbres. Puesto que en su tierra la situación es desesperada a causa de la pobreza, la violencia, la discriminación, los regímenes opresivos o la combinación de los cuatro factores, tratan de reunir como sea el dinero para el viaje.
Muchos mueren en el intento de hallar una vida mejor. En la última década, unos tres mil quinientos emigrantes ilegales se ahogaron o desaparecieron mientras trataban de cruzar el estrecho de Gibraltar, que separa África de España. En el año 2000, 58 emigrantes chinos fallecieron asfixiados en un camión que los llevaba ocultos de Bélgica a Inglaterra. Y son incontables los que mueren de sed en el Sahara cuando los camiones destartalados y sobrecargados en los que viajan se averían en medio del desierto.
A pesar de los riesgos que han de afrontar, el número de refugiados por razones económicas aumenta inexorablemente por todo el mundo. En Europa entran ilegalmente todos los años alrededor de medio millón de personas, y en Estados Unidos, 300.000. El Fondo de Población de las Naciones Unidas calculó en 1993 que había 100 millones de emigrantes en todo el mundo, de los cuales más de un tercio se había establecido en Europa y Estados Unidos. Desde entonces, seguro que la cifra se ha incrementado bastante.
Gran parte de estos emigrantes nunca encuentran la seguridad económica que buscan, y pocos refugiados hallan un hogar seguro y permanente. Con demasiada frecuencia, lo único que logran estos nómadas es sustituir unos problemas por otros. En el siguiente artículo se examinará con mayor detenimiento a qué dificultades se enfrentan y cuáles son las causas.
[Nota]
a En el grupo de los desplazados no incluimos a los que se han visto obligados a trasladarse —entre noventa y cien millones— debido a los programas de desarrollo, como son la construcción de represas, la minería, la explotación forestal o el sector agrario.
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En busca de un hogar¡Despertad! 2002 | 22 de enero
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En busca de un hogar
“Por humilde que sea, no hay lugar como el hogar.”—John Howard Payne.
PRIMERO estalló la guerra, una guerra interminable. A continuación azotó una incesante sequía y poco después, el hambre. La gente solo tenía una opción: dejar su tierra natal para buscar agua, comida y trabajo.
Llegaron por millares a la frontera. Pero como en los últimos años su país vecino ya había admitido a 1.000.000 de refugiados, no les permitió la entrada. La policía fronteriza, armada con porras, no dejó que nadie cruzara.
Un funcionario de inmigración dijo sin rodeos por qué habían cerrado el paso a la oleada de refugiados: “No pagan impuestos, arruinan los caminos, cortan los árboles y agotan los suministros de agua. No, no queremos más”.a
Tales escenas se están haciendo muy habituales. A los desplazados les resulta cada vez más difícil encontrar dónde establecerse. “Con el aumento del número de personas que buscan refugio, también han crecido las reticencias de los Estados a facilitar esta protección”, señaló un informe reciente de Amnistía Internacional.
Los afortunados que logran llegar a un campo de refugiados tal vez encuentren cierta seguridad, pero difícilmente se sentirán en casa. De hecho, las condiciones en los campos no son ni mucho menos ideales.
La vida en los campos de refugiados
“[En nuestra tierra] tal vez nos maten las balas, pero aquí [en el campo] nuestros hijos morirán de hambre”, se quejó un refugiado africano. Como este padre desesperado descubrió, en muchos campos escasean los alimentos y el agua, y las medidas higiénicas y el alojamiento son inadecuados. Las razones son sencillas. Es posible que los países en desarrollo que se ven inundados por miles de solicitantes de asilo ya tengan problemas para alimentar a sus ciudadanos. De ahí que no puedan ayudar mucho a las multitudes que se presentan a su puerta. Por otro lado, los países más ricos tal vez se muestren reacios a colaborar en la manutención de los muchos refugiados que habitan en otras naciones porque ya afrontan sus propias dificultades.
Cuando más de dos millones de personas huyeron de un país africano en 1994, los campos que se improvisaron carecían de agua y de servicios sanitarios adecuados. El resultado fue un brote de cólera que mató a miles antes de que por fin fuera controlado. Para empeorar la situación, algunos combatientes se mezclaron con los refugiados civiles y enseguida se apoderaron de la distribución de los suministros de socorro. Este problema no se dio solo allí. “La presencia de elementos armados entre las poblaciones de refugiados ha expuesto a los civiles a riesgos cada vez mayores. Los ha hecho vulnerables a la intimidación, al hostigamiento y al reclutamiento forzado”, indica un informe de la ONU.
La población nativa también puede sufrir por la gran afluencia de refugiados hambrientos. En la zona de los grandes lagos africanos, algunos funcionarios expresaron la siguiente queja: “[Los refugiados] han destruido nuestras reservas de alimentos, han destruido nuestros campos, nuestro ganado, nuestros parques naturales, han provocado la hambruna y propagan epidemias y [...] se benefician de la ayuda alimentaria mientras nosotros no obtenemos nada”.
Ahora bien, el problema más espinoso es que muchos campos provisionales de refugiados se convierten en asentamientos permanentes. Por ejemplo, en un país de Oriente Medio, alrededor de doscientos mil refugiados se hallan hacinados en un campo preparado originalmente para cobijar a una cuarta parte de esa cantidad. “No tenemos a dónde ir”, dijo con amargura uno de ellos. Estos exiliados, que llevan sufriendo tanto tiempo, se enfrentan en su país anfitrión a rigurosas restricciones laborales; se calcula que hasta el 95% están desempleados o subempleados. “La verdad es que no sé cómo salen adelante”, admitió un funcionario cuyo trabajo está relacionado con los refugiados.
Aunque las condiciones son malas en los campos, pueden ser incluso peores para los desplazados a los que no les es posible dejar su país.
El sufrimiento de los desplazados
Según la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Refugiados, “la dimensión y el alcance de este problema, el sufrimiento humano subyacente, así como su impacto sobre la seguridad y la paz internacionales, han hecho, y con razón, que el desplazamiento interno sea una cuestión que preocupa mucho en el plano internacional”. Por regla general, estas personas sin hogar son más vulnerables que los refugiados por diversas razones.
Ninguna organización internacional cuida del bienestar de los desplazados, y su desesperada situación no suele captar la atención de los medios informativos. A veces, su propio gobierno, sumido en un conflicto bélico de una clase u otra, no está dispuesto a protegerlos o es incapaz de hacerlo. Con frecuencia, las familias se ven separadas durante la huida de la zona de peligro. Obligados a menudo a viajar a pie, algunos ni siquiera sobreviven a la caminata que los llevaría a un lugar más seguro.
Muchas de estas personas desarraigadas buscan refugio en las ciudades, donde se ven forzadas a vivir precariamente en poblados de infraviviendas o edificios abandonados. Otras se reúnen en campos provisionales, que a veces son atacados por hombres armados. Normalmente, su índice de mortalidad es mayor que el de cualquier otro sector social del país.
Incluso las labores de socorro bienintencionadas cuyo objetivo es aliviar el sufrimiento de los desplazados pueden tener un efecto contrario. La situación de los refugiados en el mundo 2000 señala: “En la última década del siglo XX, las organizaciones humanitarias que operaron en países devastados por la guerra salvaron miles de vidas e hicieron mucho para mitigar el sufrimiento humano. Sin embargo, una de las lecciones fundamentales de la década fue que, en situaciones de conflicto, la acción humanitaria puede ser manipulada fácilmente por las partes en guerra, y puede tener la consecuencia no buscada de afianzar la posición de autoridades abusivas. Asimismo, los suministros de ayuda aportados por las organizaciones humanitarias pueden pasar a alimentar las economías de guerra, contribuyendo de ese modo a sostener y prolongar la guerra”.
En busca de una vida mejor
Además de los refugiados políticos y de los desplazados internos, existe una creciente oleada de refugiados o emigrantes económicos. Este fenómeno se debe a distintos factores. Por un lado, la brecha entre los países ricos y los pobres es cada vez mayor, y los programas televisivos alardean a diario de la prosperidad de ciertas naciones ante algunos de los ciudadanos más pobres del mundo. Además, ahora es más fácil viajar, y las fronteras son más franqueables. Por último, las guerras civiles, así como la discriminación étnica y religiosa, son una razón de peso para que la gente se mude a lugares más prósperos.
Mientras que algunos emigrantes —sobre todo aquellos que ya tienen parientes en los países industrializados— se trasladan sin ningún percance, otros se arruinan la vida. Los que caen en manos de los traficantes corren especial peligro (véanse los recuadros adjuntos). Por lo tanto, las familias harían bien en sopesar los riesgos antes de emigrar por razones económicas.
En 1996 se ahogaron 280 personas cuando el viejo bote en que viajaban volcó en el mar Mediterráneo. Las víctimas, procedentes de la India, Paquistán y Sri Lanka, habían pagado de 6.000 a 8.000 dólares por el pasaje a Europa. Cuando naufragaron, llevaban semanas padeciendo hambre, sed y maltrato físico. Su “viaje a la prosperidad” se convirtió en una pesadilla que culminó en tragedia.
Prácticamente todo refugiado, desplazado o emigrante ilegal tiene una historia terrible que contar. Sea que estas personas hayan sido arrancadas de su tierra debido a la guerra, la persecución, la pobreza o cualquier otra razón, su sufrimiento nos obliga a plantearnos algunas preguntas: ¿Se solucionará alguna vez este problema? ¿O seguirá aumentando el número de refugiados?
[Nota]
a Este suceso tuvo lugar en marzo de 2001 en Asia, pero se han dado casos similares en África.
[Ilustración y recuadro de la página 8]
La difícil situación de los emigrantes ilegales
Además de los refugiados y los desplazados, hay en el mundo entre quince y treinta millones de emigrantes ilegales. La mayoría de ellos son personas que abrigan la esperanza de librarse de la pobreza, y quizás también del prejuicio y la persecución, trasladándose a un país más rico.
Dado que las posibilidades de emigrar legalmente han disminuido en años recientes, ha surgido un nuevo tipo de tráfico ilegal, el de emigrantes, que se ha convertido en un lucrativo negocio de la mafia internacional. Algunos investigadores calculan que genera unos beneficios anuales de 12.000 millones de dólares, con muy pocos riesgos para los traficantes. Pino Arlacchi, subsecretario general de una de las oficinas de las Naciones Unidas, dijo que se trataba del “negocio ilegal de más rápido crecimiento del mundo”.
Los emigrantes clandestinos prácticamente carecen de protección legal. Además, los traficantes confiscan siempre sus pasaportes. Muchos de estos exiliados son explotados en las fábricas, el servicio doméstico, el sector pesquero o el agrario. Algunos terminan ejerciendo la prostitución. Si los atrapan las autoridades, lo más probable es que sean repatriados en la más absoluta miseria. Si se quejan de las condiciones en las que trabajan, son golpeados, violados o incluso amenazados con hacer daño a aquellos parientes suyos que aún permanecen en el país de origen.
Las bandas criminales a menudo atraen a la gente prometiéndole un empleo muy bien remunerado, lo que a veces impulsa a las familias pobres a hipotecar todas sus posesiones con tal de enviar a uno de sus miembros a Europa o Estados Unidos. Si el emigrante no logra sufragar los gastos ocasionados por el viaje, se le exige trabajar hasta pagar la deuda, que puede ascender a 40.000 dólares. La “nueva vida” prometida se convierte en una vida de esclavitud.
[Ilustración]
Emigrantes ilegales en España
[Ilustración y recuadro de la página 9]
Inocencia perdida
Siri vivía con su familia en las montañas del sudeste asiático, donde cultivaban arroz. Un día, una mujer dijo a sus padres que podía conseguir para Siri un trabajo bien pagado en la ciudad. La oferta de 2.000 dólares que les hizo —una pequeña fortuna para unos agricultores— era difícil de rechazar. En poco tiempo, sin embargo, Siri se vio cautiva en un burdel; contaba por aquel entonces 15 años. Sus propietarios le dijeron que para obtener la libertad tenía que pagarles 8.000 dólares.
Ella no podía saldar aquella deuda de ninguna manera. Con palizas y abusos sexuales la obligaron a cooperar. Mientras fuera útil, nunca recobraría la libertad. La triste realidad es que muchas de estas prostitutas salen finalmente libres, pero solo para morir de sida en sus aldeas.
En otras partes del mundo prolifera un comercio similar. Según un informe de 1999 sobre el tráfico de mujeres titulado International Trafficking in Women to the United States, todos los años son vendidas entre 700.000 y 2.000.000 de mujeres y niñas, muchas de ellas a casas de prostitución. A algunas se las engaña y a otras sencillamente se las secuestra, pero a todas se las obliga a trabajar en contra de su voluntad. Una adolescente de Europa oriental a la que se rescató de una red de prostitución dijo respecto a sus captores: “Nunca pensé que pudiera suceder algo así. Esta gente son como animales”.
Algunas de las desafortunadas víctimas proceden de los campos de refugiados, donde la oferta de un empleo y un buen sueldo en Europa o Estados Unidos puede resultar irresistible. Para incontables mujeres, la búsqueda de una vida mejor ha desembocado en esclavitud sexual.
[Ilustraciones y recuadro de la página 10]
Sopese los riesgos antes de emigrar por razones económicas
En vista de las redes de tráfico de emigrantes y de la dificultad de emigrar legalmente a países del mundo industrializado, los hombres casados y los que son padres deben analizar con cuidado las siguientes preguntas antes de tomar una decisión.
1. ¿Es nuestra situación económica tan desesperada que un miembro de la familia o todos debamos mudarnos a otro país donde los salarios son más altos?
2. ¿En qué deuda incurriremos para costear el viaje, y cuánto tardaremos en pagarla?
3. ¿Merece la pena separar a la familia por ventajas económicas que tal vez resulten poco realistas? Para muchos emigrantes ilegales es prácticamente imposible obtener un empleo estable en los países desarrollados.
4. ¿Debo creer las historias que se cuentan sobre los altos salarios y los beneficios sociales? La Biblia dice que “cualquiera que es inexperto pone fe en toda palabra, pero el sagaz considera sus pasos” (Proverbios 14:15).
5. ¿Qué garantía tengo de que no vamos a caer en manos de una organización criminal?
6. Si es una banda de ese tipo la que ha organizado el viaje, ¿soy consciente de que pudieran obligar a mi esposa —o a mi hija— a prostituirse?
7. ¿Reconozco que si entro en un país de forma ilegal probablemente no consiga un empleo seguro y pudiera ser repatriado, con lo que perdería todo el dinero invertido en el viaje?
8. ¿Deseo convertirme en un emigrante ilegal o recurrir a medios deshonestos para que me admitan en un país más rico? (Mateo 22:21; Hebreos 13:18.)
[Ilustraciones y mapa de las páginas 8 y 9]
(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)
Movimiento de refugiados y emigrantes
Zonas con un gran número de refugiados y desplazados
→ Principales movimientos de emigrantes
[Reconocimientos]
Fuentes: La situación de los refugiados en el mundo; The Global Migration Crisis, y World Refugee Survey 1999.
Mountain High Maps® Copyright © 1997 Digital Wisdom, Inc.
[Ilustración de la página 7]
Una refugiada espera su reasentamiento
[Reconocimiento]
UN PHOTO 186226/M. Grafman
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Un mundo de todos¡Despertad! 2002 | 22 de enero
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Un mundo de todos
“Dado que el problema de los refugiados es mundial, todos debemos buscar soluciones.”—Gil Loescher, profesor de Relaciones Internacionales.
LA JOVEN pareja partió al amparo de la noche con su hijo de tierna edad. Preocupado por la seguridad de su familia, el padre no lo pensó dos veces. Se había enterado de que el despiadado dictador de su país planeaba un ataque sanguinario contra la ciudad. Tras un difícil viaje de más de 150 kilómetros, por fin se pusieron a salvo al otro lado de la frontera.
Esta humilde familia de refugiados llegó a ser conocida mundialmente. El nombre del niño era Jesús, y sus padres eran María y José. En su caso, no abandonaron el país para obtener riquezas, sino para salvar a su hijo, que era el principal objetivo del ataque del dictador. Así pues, se trataba de una cuestión de vida o muerte.
Como muchos otros refugiados, con el tiempo, cuando la situación política mejoró, José y su familia regresaron a su país natal. Pero su oportuna huida contribuyó sin duda a la salvación del niño (Mateo 2:13-16). Egipto, el país que los acogió, tenía fama de aceptar refugiados tanto políticos como económicos. Muchos siglos antes, los antepasados de Jesús habían hallado refugio en Egipto cuando el hambre desoló la tierra de Canaán (Génesis 45:9-11).
A salvo, pero infelices
Algunos ejemplos bíblicos, así como de la actualidad, demuestran que huir a otro país puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Sin embargo, abandonar el hogar sigue siendo una experiencia traumática para cualquier familia. Por humilde que sea la casa, probablemente represente años de sacrificios. Tal vez se trate de una herencia familiar que los vincula a su cultura y a su tierra. Además, los refugiados pueden llevarse muy pocas pertenencias, si acaso alguna, por lo que siempre acaban sumidos en la pobreza sin importar cuáles fueran sus anteriores circunstancias.
El sentimiento inicial de alivio que los invade al llegar a un lugar seguro puede desvanecerse rápidamente si todo su futuro se reduce a vivir en un campo de refugiados. Y cuanto más tiempo llevan en esa situación, más insoportable se vuelve, sobre todo si no logran integrarse en la población local. Los refugiados, como todo el mundo, desean echar raíces en algún lugar, y un campo de refugiados no es ni mucho menos el sitio ideal para criar a una familia. ¿Llegará por fin el día en que todas las personas tengan su propio hogar?
¿Se resuelve el problema con la repatriación?
En la década de 1990, unos nueve millones de desarraigados regresaron a sus hogares. Para algunos fue una ocasión feliz, y procedieron a reconstruir su vida con entusiasmo. Sin embargo, otros lo hicieron con resignación, solo porque su situación era insostenible. Los problemas que les afligían en el exilio eran tan graves, que pensaron que estarían mejor en su lugar de origen pese a la inseguridad que sin duda les aguardaba.
Incluso en el mejor de los casos, la repatriación no es nada fácil, pues supone un segundo desarraigo. “Cada uno de estos reasentamientos va acompañado de la pérdida del medio de vida —tierras, puestos de trabajo, casas y ganado—, y cada uno marca el comienzo de un difícil proceso de readaptación”, señala La situación de los refugiados en el mundo 1997-1998. Un estudio sobre refugiados repatriados de África central observó lo siguiente: “Para los refugiados que habían recibido asistencia en el exilio [...,] el regreso podía convertirse en una experiencia más difícil que la del propio exilio”.
Sin embargo, aún es más penosa la situación de los millones de refugiados a los que se obliga a regresar a su país natal en contra de su voluntad. ¿Qué les espera? “Los retornados tienen que sobrevivir, en muchos casos, en medio de una situación en la que apenas existe el estado de derecho, en la que imperan el vandalismo y la delincuencia, en la que las tropas desmovilizadas saquean a la población civil y en la que la mayor parte de la población dispone de armas ligeras”, indica un informe de las Naciones Unidas. Es evidente que tales entornos hostiles no proporcionan siquiera un mínimo de seguridad a las personas desarraigadas.
Un mundo en el que todos estemos seguros
Las repatriaciones forzosas nunca resolverán los problemas de los refugiados si no se abordan las causas subyacentes. Sadako Ogata, quien fue la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Refugiados, dijo en 1999: “Lo acontecido en esta década y, desde luego, los sucesos del pasado año, dejan claro que no se puede hablar del tema de los refugiados sin tratar el de la seguridad”.
Y millones de personas de todo el mundo carecen por completo de seguridad. Kofi Annan, secretario general de las Naciones Unidas, comenta: “En algunas regiones, los conflictos internos y regionales han desmantelado estados que ahora son incapaces de asegurar de manera eficaz la protección de sus ciudadanos. En otros lugares, la seguridad humana se ve amenazada por los gobiernos que se niegan a actuar a favor del interés común, persiguen a sus opositores y castigan a los miembros inocentes que pertenecen a grupos minoritarios”.
Las guerras, la persecución y la violencia étnica —las principales causas de inseguridad mencionadas por Kofi Annan— normalmente nacen del odio, el prejuicio y la injusticia, males difíciles de erradicar. ¿Queremos decir con esto que el problema de los refugiados empeorará sin remedio?
Si este asunto se dejara en manos del hombre, no cabe duda de que así sucedería. No obstante, en la Biblia, Dios promete que hará “cesar las guerras hasta la extremidad de la tierra” (Salmo 46:9). También dice, mediante el profeta Isaías, que llegará el día en que las personas “ciertamente edificarán casas, y las ocuparán; y ciertamente plantarán viñas y comerán su fruto. [...] No se afanarán para nada, ni darán a luz para disturbio; porque son la prole que está compuesta de los benditos de Jehová, y sus descendientes con ellos” (Isaías 65:21-23). Con tales condiciones se eliminaría por completo el problema de los refugiados. ¿Es una perspectiva alcanzable?
El preámbulo de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) reza: “Puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz”. Nuestro Creador, por su parte, sabe muy bien que hace falta un cambio en la forma de pensar. El profeta antes mencionado indica por qué todos los habitantes de la Tierra morarán en seguridad: “No harán ningún daño ni causarán ninguna ruina en toda mi santa montaña; porque la tierra ciertamente estará llena del conocimiento de Jehová como las aguas cubren el mismísimo mar” (Isaías 11:9).
Los testigos de Jehová ya han comprobado que el conocimiento de Dios puede vencer el prejuicio y el odio. Mediante su obra internacional de predicación fomentan valores cristianos que inculcan amor en vez de odio, incluso en los países desgarrados por la guerra. También ofrecen toda la ayuda que pueden a los refugiados.
Por otro lado, saben que la solución definitiva al problema de los refugiados descansa en las manos del Rey nombrado por Dios, Jesucristo, quien es consciente de la facilidad con que el odio y la violencia destrozan la vida a la gente. La Biblia nos asegura que él juzgará a las personas humildes con justicia (Isaías 11:1-5). Bajo su gobierno celestial se hará la voluntad de Dios en la Tierra como se hace en el cielo (Mateo 6:9, 10). Cuando llegue ese día, nadie necesitará buscar refugio, y todo el mundo tendrá su propio hogar.
[Recuadro de la página 12]
¿Qué hace falta para resolver el problema de los refugiados?
“La satisfacción de las necesidades de las personas desplazadas del mundo —tanto los refugiados como los desplazados internos— es una actividad mucho más compleja que la simple provisión de seguridad y asistencia a corto plazo. Se trata ante todo de afrontar la persecución, la violencia y el conflicto que provoca el desplazamiento. Se trata de reconocer los derechos humanos de todos los hombres, mujeres y niños para que disfruten de la paz, la seguridad y la dignidad sin tener que huir de sus hogares.” (La situación de los refugiados en el mundo 2000.)
[Ilustraciones y recuadro de la página 13]
¿Qué solución ofrece el Reino de Dios?
“La rectitud y la justicia reinarán en todos los lugares del país. La justicia producirá paz, tranquilidad y confianza para siempre. [El] pueblo [de Dios] vivirá en un lugar pacífico, en habitaciones seguras, en residencias tranquilas.” (Isaías 32:16-18, Versión Popular.)
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