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Víctimas del infortunio¡Despertad! 1996 | 22 de agosto
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Víctimas del infortunio
¿QUÉ es un refugiado? Imagine que vive en paz, y súbitamente su mundo empieza a cambiar. De la noche a la mañana, los vecinos se convierten en sus enemigos. Una partida de soldados se dirige a su casa para saquearla y quemarla. Tiene diez minutos escasos para huir y salvar su vida. Solo puede llevar una pequeña bolsa, pues tendrá que cargarla por muchos kilómetros. ¿Qué pondrá en ella?
Escapa en medio del fragor de los tiroteos y de la artillería, y se une a otros que también huyen. Transcurren algunos días. Camina arrastrando los pies; está hambriento, sediento y totalmente exhausto. Para sobrevivir debe sobreponerse al agotamiento. Duerme en el suelo y busca en los campos algo que comer.
Frente a usted se extiende un país seguro, pero los guardias fronterizos le impiden el paso. Registran su bolsa y se quedan con todo lo valioso. Cuando cruza la frontera por otro punto de control, lo llevan a un campo de refugiados cercado con alambres de púas. Aunque le rodean muchos que comparten su calamidad, se siente solo y desconcertado.
Extraña a sus parientes y a sus amigos. Siente que depende totalmente de la ayuda ajena. No tiene trabajo ni nada que hacer. Lucha contra la desesperanza, el abatimiento y la ira. Lo embarga la incertidumbre, pues sabe que solo estará un tiempo en el campo de refugiados. Después de todo, este no fue concebido como hogar permanente de nadie; es parecido a una sala de espera, a un almacén de parias que nadie desea. Se pregunta si lo obligarán a volver al lugar de donde vino.
Hoy en día, millones de personas experimentan esta situación. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), 27 millones de personas de todo el mundo han abandonado su país debido a guerra o persecución. Otros 23 millones se hallan desplazados dentro de su propia nación. En total, 1 de cada 115 habitantes del planeta, principalmente mujeres y niños, se han visto obligados a dejar su hogar. Víctimas de la guerra y del infortunio, los refugiados quedan a merced de las circunstancias en medio de un mundo que no los desea, que los rechaza, no por sus defectos, sino por lo que son.
Su presencia es un recordatorio del terrible caos mundial. El ACNUR admite: “Los refugiados son el último síntoma de la desintegración social. Son el eslabón final e incuestionable de una cadena de causas y efectos que revelan la magnitud del colapso social y político de un país. Son, en conjunto, el barómetro de la situación en que se encuentra la civilización humana”.
Los expertos opinan que el problema ha adquirido dimensiones sin precedente y sigue creciendo sin que se vislumbre una solución. ¿Cómo se ha llegado a esta situación? ¿Existe algún remedio? Los siguientes artículos examinarán estas preguntas.
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Aumenta el número de refugiados¡Despertad! 1996 | 22 de agosto
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Aumenta el número de refugiados
LA MAYOR parte de la historia se ha caracterizado por horribles guerras, hambres y persecuciones. Por tanto, siempre ha habido personas que buscan refugio. En el pasado, tanto las naciones como la gente brindaban asilo a quienes lo necesitaban.
Las leyes de asilo eran muy respetadas, entre otros pueblos, por los antiguos asirios, aztecas, griegos, hebreos y musulmanes. El filósofo griego Platón escribió hace más de veintitrés siglos: “El extranjero, encontrándose lejos de sus parientes y de sus amigos, interesa más a los hombres y a los dioses [...]. Por esta razón, [...] el hombre [...] no debe omitir ningún cuidado para llegar al término de la vida sin tener que acusarse de ninguna falta contra los extranjeros”.
En este siglo XX, la cantidad de asilados se ha incrementado extraordinariamente. En 1951 se formó el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), con el fin de cuidar del millón y medio de refugiados que aún quedaban como consecuencia de la II Guerra Mundial. Partiendo de la premisa de que estos pronto se integrarían en las sociedades que los habían asilado, se pensaba que este organismo duraría unos tres años, después de lo cual podría disolverse.
Sin embargo, con el paso de los años la cantidad fue aumentando sin tregua. Para 1975 se había alcanzado la cifra de 2.400.000. En 1985 se llegó a 10.500.000. Y en 1995, el número de personas protegidas por el ACNUR era de 27.400.000.
Mucha gente creía que el fin de la Guerra Fría dejaría la vía libre para solucionar el problema mundial de los refugiados, pero no fue así. En vez de eso, las fracturas étnicas e históricas dividieron a las naciones en luchas intestinas. Conscientes de que sus gobiernos no podrían o no querrían protegerlos, muchos huyeron de la crepitación de la guerra. En 1991, por ejemplo, hubo un éxodo de casi dos millones de iraquíes hacia las naciones vecinas. Se calcula que desde entonces, 735.000 personas han abandonado la antigua Yugoslavia. En 1994, la guerra civil ruandesa obligó a más de la mitad de los 7.300.000 habitantes del país a dejar sus hogares. Unos 2.100.000 ruandeses buscaron refugio en los países cercanos de África.
¿Por qué empeora la situación?
Varios factores contribuyen al aumento de refugiados. En algunos lugares, como Afganistán y Somalia, los gobiernos se han derrumbado, y los asuntos han quedado en manos de milicias armadas que sin ninguna restricción saquean los campos, sembrando el pánico entre los habitantes y obligándolos a huir.
En otros países, el objetivo primordial que fomentan los inextricables odios étnicos y religiosos es que los combatientes acaben con enteras poblaciones civiles. Con relación al conflicto armado de la antigua Yugoslavia, a mediados de 1995 un representante de la ONU se lamentó diciendo: “Muchas personas no alcanzan a comprender los motivos de esta guerra: quiénes pelean y por qué lo hacen. Ocurre un éxodo en una de las partes en conflicto, y tres semanas después otro en el campo contrario. Es muy difícil encontrarle lógica, incluso para quienes están implicados en ella”.
Las armas modernas de enorme poder destructivo —lanzacohetes múltiples, misiles, artillería, etcétera— han aumentado la carnicería y extendido la zona del conflicto. ¿Las consecuencias? Más refugiados. En años recientes, el 80% de los refugiados de todo el mundo han huido de naciones subdesarrolladas a países vecinos que, por estar en la misma situación, no pueden encargarse de ellos.
En muchas guerras, la falta de alimento ha agravado la situación. Las personas que están hambrientas, como cuando se bloquea a los convoyes que les llevan ayuda, se ven obligadas a emigrar. El diario The New York Times comentó: “En algunos lugares, como en la península de Somalia y Etiopía, el binomio guerra-sequía ha dañado tan atrozmente la tierra que esta ya es incapaz de proveer el sustento. Es irrelevante saber si los centenares de miles que emigran huyen de la hambruna o de la guerra”.
Millones que nadie desea
Aunque hablan de respeto a las leyes de asilo, las naciones están consternadas por la enorme cantidad de refugiados. La situación es similar a la del antiguo Egipto. Cuando Jacob y los suyos quisieron refugiarse en aquel país para eludir los estragos de siete años de hambre, se les dio la bienvenida. El Faraón les cedió “lo mejor de la tierra” para que moraran allí. (Génesis 47:1-6.)
No obstante, con el transcurso del tiempo los israelitas se multiplicaron, “de modo que el país llegó a estar lleno de ellos”. Ante aquello, los egipcios reaccionaron con hostilidad, pero “cuanto más los oprimían [a los hebreos], tanto más se multiplicaban y tanto más seguían extendiéndose, de modo que los egipcios sintieron un pavor morboso como resultado de los hijos de Israel”. (Éxodo 1:7, 12.)
Del mismo modo, las naciones de nuestro tiempo sienten “un pavor morboso” por el aumento continuo de refugiados. Su preocupación primordial es de carácter económico. Resulta muy costoso alimentar, vestir, alojar y proteger a millones de refugiados. Entre 1984 y 1993, el presupuesto anual del ACNUR se elevó de 444 millones a 1.300 millones de dólares. La mayor parte de este dinero procede de las naciones más acaudaladas, algunas de las cuales se debaten en medio de sus propios problemas económicos. Los países donantes presentan la queja: ‘Se nos presiona mucho para que ayudemos a los desamparados de nuestras calles. ¿Cómo podemos responsabilizarnos de los desamparados de todo el planeta, sobre todo si lo más probable es que la situación empeore, no que mejore?’.
¿Qué complica los asuntos?
Quienes llegan a una nación próspera en busca de refugio a menudo encuentran que su situación se hace más crítica a causa de los millares que han emigrado al mismo país por motivos económicos. Estos últimos no son refugiados que huyen de la persecución o el hambre, sino que van en pos de una mejor vida, una vida libre de pobreza. Muchos fingen necesitar asilo, de modo que saturan con solicitudes falsas las organizaciones encargadas de realizar dichos trámites, lo que dificulta el trato justo a los verdaderos refugiados.a
Por muchos años, el flujo de refugiados e inmigrantes hacia los países ricos se asemejó a dos ríos paralelos. No obstante, el endurecimiento de las leyes de inmigración bloqueó el torrente de los que se desplazaban por motivos económicos y lo desvió al caudal de los refugiados, lo que causó un desbordamiento inundante.
Sabiendo que la respuesta a su petición de asilo podría tardar años, quienes emigran por cuestiones económicas concluyen que de cualquier modo saldrán ganando. Si se acepta su solicitud, salen ganando al permanecer en un entorno más saludable y próspero; si se rechaza, también salen ganando, pues habrán ahorrado dinero y aprendido destrezas que podrán usar en su país.
Al ver que la cantidad de refugiados, verdaderos y falsos, parece incontenible, muchas naciones están quitando la alfombrilla de “bienvenidos” y cerrando las puertas. Algunas hasta han reforzado sus fronteras. Otras han decretado tantas leyes y procedimientos que en la práctica es una negativa a la entrada de refugiados. Otras repatrian por la fuerza a los refugiados. El órgano informativo del ACNUR comentó: “El incontenible aumento de refugiados —tanto genuinos como falsos— ha sometido la tradición de dar asilo, de 3.500 años de antigüedad, a una tensión que está a punto de destruirla”.
Odio y temor
Al problema de los refugiados hay que añadir el espectro de la xenofobia: el temor y odio a los extranjeros. En muchos países hay quienes creen que estos representan una amenaza para su identidad nacional, su cultura y sus empleos, y en ocasiones manifiestan sus temores de forma violenta. La revista Refugiados afirma: “El continente europeo contempla un ataque racista cada 3 minutos, y los centros de acogida de solicitantes de asilo son demasiado a menudo objetivo de estos ataques”.
Un cartel difundido en Europa central revela una profunda aversión, una hostilidad de la que cada día más naciones se hacen eco. Su mensaje ponzoñoso, un ataque directo contra los extranjeros, dice: “Constituyen un absceso repugnante y doloroso en el cuerpo de nuestra nación. Un grupo étnico sin cultura, moral ni ideales religiosos, una turbamulta nómada que no sabe dedicarse a otra cosa que a la rapiña y al hurto. Zarrapastrosos, piojosos, viven en la calle y en las estaciones de ferrocarril. ¡A ver si empaquetan sus sucios andrajos y se largan de una vez!”.
A la mayoría de los refugiados, claro está, nada les gustaría más que ‘largarse de una vez’. Extrañan el hogar. Su corazón añora la vida pacífica y normal con la familia y los amigos, pero no tienen adónde ir.
[Nota]
a En 1993, los gobiernos de Europa occidental gastaron 11.600 millones de dólares en trámites de acogida y alojamiento de los peticionarios de asilo.
[Ilustración y recuadro de la página 6]
El sufrimiento de los refugiados
“¿Sabían ustedes que centenares de miles de niños refugiados se van a la cama hambrientos cada noche? ¿O que sólo un niño refugiado de cada ocho va al colegio? La mayoría de estos niños nunca ha ido al cine, ni al parque, ni mucho menos a un museo. Muchos de ellos crecen detrás de una alambrada, o en campos aislados. Nunca han visto una vaca o un perro. Demasiados niños refugiados creen que la hierba es para comer, y no para jugar o correr. Los niños refugiados son la parte más triste de mi trabajo.”—Sadako Ogata, Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Refugiados.
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