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Víctimas infantiles del terrorismo¡Despertad! 2006 | junio
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Víctimas infantiles del terrorismo
En el norte de Uganda, todos los días al atardecer puede verse a miles de niños caminando descalzos por los caminos y carreteras. Abandonan su aldea antes de que se ponga el Sol y se dirigen hacia poblaciones más grandes, como Gulu, Kitgum y Lira. Una vez allí, se dispersan por los edificios, paradas de autobús, parques y patios. Cuando amanece, se les ve nuevamente en las carreteras, emprendiendo el regreso a sus hogares. ¿Por qué hacen eso día tras día?
TAL vez pudiera pensarse que esos niños tienen algún trabajo nocturno en la ciudad. Pero no es el caso. La razón por la que dejan su casa todas las noches es que cuando oscurece, las zonas rurales donde viven se vuelven muy peligrosas.
Desde hace casi dos décadas, grupos de guerrilleros invaden las comunidades rurales y raptan menores. Todos los años arrancan a centenares de niños y niñas de sus hogares, generalmente durante la noche, y desaparecen con ellos en la espesura de la selva. Los rebeldes se abastecen así de nuevos soldados, porteadores y, en el caso de las muchachas, esclavas sexuales. Si los menores no colaboran, se arriesgan a que sus captores les corten la nariz o los labios, y si intentan fugarse y los atrapan, les espera una muerte de una crueldad indescriptible.
Pero hay otras víctimas jóvenes del terrorismo. Por ejemplo, los adolescentes mutilados de Sierra Leona, a quienes amputaron con machete las manos y los pies cuando tenían apenas un año o dos. O los niños de Afganistán que pierden dedos y ojos cuando explotan las minas de vivos colores y forma de mariposa con las que se ponen a jugar.
Otros niños que sufrieron las consecuencias del terrorismo no pueden contarlo. Por citar un caso, en 1995 se produjo un ataque terrorista en la ciudad estadounidense de Oklahoma, y entre las 168 víctimas mortales hubo 19 niños, algunos de ellos de apenas unos meses de edad. Como una ráfaga de viento que apaga la parpadeante llama de una vela, una bomba extinguió en un instante la vida de aquellas criaturitas. El atentado les arrebató el derecho de disfrutar su infancia, de jugar y reír, y de ser abrazados por sus padres.
Aunque los sucesos mencionados son relativamente recientes, la violencia terrorista lleva siglos afligiendo a la humanidad, como vamos a ver a continuación.
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La historia se tiñe de sangre¡Despertad! 2006 | junio
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La historia se tiñe de sangre
HACE unos años, parecía que el terrorismo solo afectaba a unas cuantas regiones aisladas del planeta, como Irlanda del Norte, el País Vasco (en el norte de España) y algunos puntos del Oriente Medio. Pero últimamente se ha extendido por todo el globo —en especial desde la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001—, afectando a lugares como la paradisíaca Bali, Madrid, Londres, Sri Lanka, Tailandia e incluso Nepal. Sin embargo, no se trata de un fenómeno nuevo. Empecemos por definir el término terrorismo.
Un diccionario lo define como “forma violenta de lucha política, mediante la cual se persigue la destrucción del orden establecido o la creación de un clima de terror e inseguridad susceptible de intimidar a los adversarios o a la población en general” (Diccionario de uso del español de América y España). Ahora bien, como indica la escritora Jessica Stern, “quienes estudian el tema del terrorismo se encuentran con cientos de definiciones [...]. Pero solo hay dos características esenciales que lo distinguen de otras formas de violencia”. ¿Cuáles son? “En primer lugar, el terrorismo va dirigido contra los no combatientes. [...] Y en segundo lugar, quienes cometen los atentados utilizan la violencia para causar un fuerte impacto en la población e infundirle miedo, y no tanto para provocar daños físicos. Esta creación deliberada de un clima de terror es lo que diferencia un acto terrorista de un asesinato o un ataque violento de otro tipo.”
Violencia de raíces antiguas
En la Judea del siglo primero había un grupo de judíos violentos denominados celotes cuyo objetivo era conseguir la independencia de su nación, entonces bajo dominio romano. Algunos de sus más ardientes adeptos recibieron el nombre de sicarios, literalmente “varones de puñal”, por el puñal que escondían bajo la ropa. Los sicarios se confundían entre las muchedumbres que acudían a las fiestas religiosas de Jerusalén y degollaban a sus enemigos o los apuñalaban por la espalda.a
En el año 66 de nuestra era, un grupo de celotes tomó la fortaleza de Masada, situada sobre una montaña cerca del mar Muerto. Tras masacrar a la guarnición romana que la ocupaba, la convirtieron en su base de operaciones y desde allí realizaron por años incursiones contra las fuerzas imperiales. En el año 73, la Décima Legión Romana —dirigida por el gobernador Flavio Silva— recuperó Masada, pero no logró subyugar a los celotes. Un historiador de la época indica que 960 de ellos —todos los habitantes de la fortaleza, excepto dos mujeres y cinco niños— prefirieron suicidarse antes que rendirse a Roma.
Hay quienes ven en la revuelta de los celotes el inicio del terrorismo tal como lo conocemos hoy. Sea verdad o no, ese tipo de violencia ha dejado huellas profundas en la historia de la humanidad.
Terrorismo perpetrado por la cristiandad
A partir del año 1095 y por los siguientes dos siglos, los ejércitos cruzados europeos marcharon varias veces sobre el Oriente Medio con el objetivo de obtener el control de Jerusalén. Las fuerzas opositoras estaban constituidas por musulmanes procedentes de Asia y el norte de África. En las muchas batallas que libraron, aquellos “guerreros santos” no solo se mataron salvajemente entre sí, sino que también utilizaron sus espadas y hachas contra gente inocente. Guillermo de Tiro, clérigo del siglo XII, describió así la entrada de los cruzados en Jerusalén en el año 1099:
“Recorrieron en tropel las calles con espadas y lanzas en mano matando sin piedad a todos aquellos con quienes se encontraban: hombres, mujeres y niños. [...] Tan grande fue la masacre que los cadáveres se amontonaban en las calles y no había más remedio que caminar sobre ellos. [...] Se derramó tanta sangre que los canales y alcantarillas se tiñeron de rojo y todas las calles de la ciudad quedaron cubiertas de hombres muertos.”b
En siglos posteriores, los terroristas empezaron a usar explosivos y armas de fuego, lo que ha tenido como consecuencia matanzas atroces.
Millones de muertos
La historia de Europa dio un viraje decisivo el 28 de junio de 1914, fecha en la que un joven al que algunos consideraron un héroe mató de un tiro al heredero al trono de Austria, el archiduque Francisco Fernando. Este acto terrorista desencadenó la I Guerra Mundial, que se cobró 20.000.000 de vidas.
El 28 de junio de 1914, el mundo se sumió en una guerra
A la I Guerra Mundial le siguió la II Guerra Mundial, caracterizada por los campos de concentración, la matanza de civiles en ataques aéreos y las represalias contra gente inocente. Tras el conflicto prosiguieron los asesinatos. Más de un millón de personas fallecieron en los campos de exterminio camboyanos en la década de 1970. Y en Ruanda, la población aún no se ha recuperado de la masacre de más de ochocientas mil personas en los años noventa.
Desde 1914, muchos países han sido objeto de la violencia terrorista. No obstante, hay quienes parecen no haber aprendido nada de la historia. Con frecuencia se producen atentados que matan a cientos de personas, mutilan a miles y privan a millones de su derecho a una vida tranquila y segura. Aunque se condene universalmente el terrorismo y se promulguen leyes para frenarlo, nada detiene sus crueles manifestaciones: bombas que explotan en mercados, pueblos arrasados por el fuego, mujeres violadas, niños secuestrados, y muerte y más muerte. ¿Hay alguna esperanza de ver el fin del terrorismo?
a En Hechos 21:38 se dice que un comandante militar romano acusó injustamente al apóstol Pablo de ser el dirigente de 4.000 “varones de puñal”.
b Jesús enseñó a sus discípulos a “ama[r] a sus enemigos”, no a odiarlos y matarlos (Mateo 5:43-45).
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¡Por fin paz en la Tierra!¡Despertad! 2006 | junio
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¡Por fin paz en la Tierra!
ALGUNAS personas consideran que la violencia es el único medio para conseguir libertad política y pureza espiritual, que solo con el uso de la fuerza puede acabarse con los dirigentes no deseados. Y también hay gobiernos que se valen del terror para mantener el orden y controlar a la población. Pero si el terrorismo fuera realmente un instrumento eficaz para gobernar y efectuar reformas sociales, produciría paz, prosperidad y estabilidad. Después de un tiempo, la violencia y el temor disminuirían. ¿Se han visto tales resultados?
Lo cierto es que el terrorismo socava el respeto por la vida y tiene como consecuencia actos crueles y derramamiento de sangre. En muchos casos las víctimas toman represalias. Esto lleva a más represión, que, a su vez, provoca más represalias.
La violencia no resuelve los problemas
Los seres humanos llevan miles de años tratando de resolver por sí mismos sus problemas políticos, religiosos y sociales, pero todos sus intentos han resultado fallidos. Como dijo un escritor bíblico: “Bien sé yo, oh Jehová, que al hombre terrestre no le pertenece su camino. No pertenece al hombre que está andando siquiera dirigir su paso” (Jeremías 10:23). Jesús indicó: “La sabiduría, cuando es auténtica, se hace evidente por los resultados que produce” (Mateo 11:19, El Código Real, de D. A. Hayyim). De estos principios bíblicos se desprende, por extensión, que el terrorismo no es la solución a los males mencionados. Sus frutos no han sido libertad y felicidad, sino, más bien, muerte, sufrimiento y destrucción, como se demostró sobradamente en el siglo XX y se está demostrando ya en el XXI. Para muchos, más que la solución, el terrorismo constituye uno de los problemas.
Una adolescente cuya tierra natal sufría los estragos de la violencia terrorista escribió: “Sólo espero cada día que no resulte muerto nadie de mi familia o mis amigos. [...] Tal vez necesitemos un milagro”. Como ella, muchos han llegado a la conclusión de que la solución a los problemas de la humanidad está más allá de la capacidad humana. Solo el Creador de la humanidad puede resolver las dificultades de la sociedad actual, lo que incluye el terrorismo. Pero ¿por qué deberíamos confiar en Dios?
¿Por qué merece Dios nuestra confianza?
Una razón es que, como Creador, nos dio la vida y desea que la disfrutemos en paz. Su profeta Isaías se sintió impulsado a escribir: “Ahora, oh Jehová, tú eres nuestro Padre. Nosotros somos el barro, y tú eres nuestro Alfarero; y todos somos la obra de tu mano” (Isaías 64:8). Jehová es el Padre de la humanidad, de modo que para él todos somos valiosos, sin importar nuestra nacionalidad. Las injusticias y el odio que conducen a los actos terroristas no son culpa suya. El sabio rey Salomón dijo en una ocasión: “El Dios verdadero hizo a la humanidad recta, pero ellos mismos han buscado muchos planes” (Eclesiastés 7:29). La raíz del terrorismo no es la incompetencia divina, sino la maldad humana y la influencia demoníaca (Efesios 6:11, 12).
Otra razón por la que podemos confiar en Jehová es que, como él nos creó, conoce mejor que nadie la causa de nuestros problemas y la manera de resolverlos. La Biblia recoge esta verdad en Proverbios 3:19: “Jehová mismo con sabiduría fundó la tierra. Afirmó sólidamente los cielos con discernimiento”. Un hombre del pasado que confiaba plenamente en Dios escribió: “¿De dónde vendrá mi ayuda? Mi ayuda viene de Jehová, el Hacedor del cielo y de la tierra” (Salmo 121:1, 2).
Hay una tercera razón por la que Dios merece nuestra confianza, y es que tiene el poder para acabar con el derramamiento de sangre. En los días de Noé, “la tierra se llenó de violencia” (Génesis 6:11). El consiguiente juicio divino fue repentino y total: “[Dios] no se contuvo de castigar a un mundo antiguo [...] cuando trajo un diluvio sobre un mundo de gente impía” (2 Pedro 2:5).
La Biblia nos señala la lección que debemos aprender del Diluvio de Noé: “Jehová sabe librar de la prueba a personas de devoción piadosa, pero reservar a personas injustas para el día del juicio para que sean cortadas de la existencia” (2 Pedro 2:9). Dios distingue a quienes desean sinceramente una vida mejor de quienes amargan la vida a los demás, y a estos últimos los ha reservado para el día de “la destrucción de los hombres impíos”. Para los que desean la paz, en cambio, está preparando una nueva tierra en la que la justicia “habrá de morar” (2 Pedro 3:7, 13).
¡Paz eterna en la Tierra!
Los escritores bíblicos utilizaron a menudo la palabra tierra para referirse a la humanidad. Por ejemplo, Génesis 11:1 menciona un tiempo en el que “toda la tierra” —es decir, todos los seres humanos— hablaba un mismo idioma. Ese fue el uso que el apóstol Pedro le dio a la palabra en la expresión “una nueva tierra”. Jehová Dios renovaría a la sociedad humana de tal forma que la justicia ‘moraría’, o reinaría, en ella de forma permanente, tras eliminar la violencia y el odio para siempre. En una profecía registrada en Miqueas 4:3, la Biblia nos dice: “Él ciertamente dictará el fallo entre muchos pueblos, y enderezará los asuntos respecto a poderosas naciones lejanas. Y tendrán que batir sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas. No alzarán espada, nación contra nación, ni aprenderán más la guerra”.
¿Cómo vivirá la gente cuando se cumpla esa profecía? Miqueas 4:4 indica: “Realmente se sentarán, cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá nadie que los haga temblar”. En ese paraíso terrestre nadie vivirá atemorizado, pendiente de cuándo ocurrirá el siguiente ataque terrorista. ¿Podemos confiar en esa promesa? Sí, “porque la boca misma de Jehová de los ejércitos lo ha hablado” (Miqueas 4:4).
Así pues, en estos tiempos en los que aumentan las amenazas terroristas y la violencia sacude a las naciones, la solución para los amantes de la paz es confiar en Jehová. No hay problema que él no pueda resolver. De hecho, se ha propuesto eliminar todo daño y sufrimiento e incluso la muerte. La Biblia afirma: “Él realmente se tragará a la muerte para siempre, y el Señor Soberano Jehová ciertamente limpiará las lágrimas de todo rostro” (Isaías 25:8). Pronto, muchos lugares hermosos que ahora se ven plagados de dolor y temor por causa del terrorismo rebosarán de paz. Tal paz, prometida por el Dios “que no puede mentir”, es lo que la humanidad necesita desesperadamente (Tito 1:2; Hebreos 6:17, 18).
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