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  • Exequias para un ex dios
    ¡Despertad! 1989 | 22 de diciembre
    • “AL EMPERADOR HIROHITO se le consideró un dios viviente”, comentó el Japan Quarterly a principios de este año. La Kodansha Encyclopedia of Japan lo alista como el descendiente humano número 124 de la diosa del Sol, Amaterasu Omikami, quien a su vez es la “diosa principal del panteón sintoísta”.

      Por eso, cuando se pidió a los soldados japoneses que sacrificaran sus vidas a este “dios viviente”, lo hicieron con un fervor asombroso. En la segunda guerra mundial no hubo combatientes más feroces que los devotos japoneses que luchaban por su dios, el emperador.

      Sin embargo, Japón perdió la guerra al ser aplastado por fuerzas militares que le excedían en número. Menos de cinco meses después, el 1 de enero de 1946, Hirohito rechazaba mediante unas declaraciones históricas ante la nación el “concepto erróneo de que el emperador es de naturaleza divina”. Declaró que los responsables de esta creencia habían sido meras “leyendas y mitos”.

      ¡Qué sacudida! Millones de japoneses se sintieron profundamente conmocionados. Durante más de dos mil seiscientos años se había pensado que el emperador era un dios,a ¿y ahora resulta que no lo es? Este hombre al que antes se había ensalzado hasta tal grado que ni siquiera la gente alzaba la vista para mirarlo, ¿no es un dios? No fue fácil abandonar esta creencia tan arraigada. De hecho, varios japoneses que habían servido como soldados imperiales se suicidaron al enterarse de la muerte de Hirohito, siguiendo un ritual ancestral.

  • Exequias para un ex dios
    ¡Despertad! 1989 | 22 de diciembre
    • Cuando se confía en un engaño

      Se puede decir que millones de japoneses ofrecieron sus vidas ante el altar de esta deidad sintoísta, y eso sin contar los millones de vidas humanas de otros países que el ejército del emperador ofreció ante el mismo altar. A los japoneses creyentes se les introdujo en un laberinto militarista en el nombre de su dios, tan solo para más tarde enterarse de que, después de todo, este no era un dios. Como lo expresó el periódico Asashi Evening News: “Se ha sacrificado a millones por este malentendido”.

      ¿Cómo reaccionaron las personas creyentes cuando su dios renunció a la divinidad en 1946? Un japonés que había luchado por el emperador dijo que se sentía como “un barco en altamar que hubiera perdido su timón”. Esta fue una reacción típica. Los que sobrevivieron a la guerra “de repente experimentaron una profunda sensación de vacío”, lamenta el poeta japonés Sakon Sou. ¿Cómo podrían llenar ese vacío?

      “Había sido engañado por completo. Luché, no por Dios, sino por un hombre como otro cualquiera —dice Kiyoshi Tamura—. ¿En qué podía creer después de eso?” Kiyoshi trabajó sin descanso para adquirir riquezas, pero no le fueron de ningún consuelo. Cuando nuestras creencias se hacen añicos, puede que los valores superficiales se apresuren a llenar el vacío.

      Al reflexionar sobre el emperador Showa y su funeral, podemos aprender una lección: adorar “lo que no se conoce” resulta desastroso. (Juan 4:22.)

  • ¿Por qué dar devoción a un hombre-dios?
    ¡Despertad! 1989 | 22 de diciembre
    • ¿Por qué dar devoción a un hombre-dios?

      PUEDE que a muchos les resulte difícil comprender la profunda devoción que se profesaba al emperador antes y durante la segunda guerra mundial. “En la escuela, la fotografía de Hirohito estaba en un altar especial —recuerda Mitsuko Takahashi—, ante el cual cada mañana los alumnos teníamos que pararnos y hacer una reverencia.”

      “Cuando pasaba el emperador —recuerda Masato Sakamoto— teníamos que agachar mucho la cabeza, pues se nos hizo creer que era demasiado excelso para que meros humanos lo miraran directamente.” De hecho, se decía a los niños que se quedarían ciegos si le miraban al rostro.

      Los dirigentes políticos y militares de Japón usaron el sistema educativo para inculcar devoción al emperador. Kazuo Matsumoto, maestro durante cincuenta años, incluso los de la guerra, dijo: “Enseñé a los jóvenes a estar dispuestos a morir de buena gana. Envié a muchos al campo de batalla. Soy incapaz de borrar este pasado reprochable”.

      Se decía a los jóvenes japoneses que los súbditos del emperador eran aohitogusa o “maleza humana que crece” y que tenían que servir de escudo protector para el emperador. Toshio Mashiko, sobreviviente que participó en varios ataques suicidas en las Filipinas, explica: “Se nos había enseñado que morir por el emperador era el mayor honor que podían tener sus súbditos”.

      Muchos realmente creían en el poder de salvación del emperador, por lo que se lanzaron a la batalla con una entrega temeraria. Shunichi Ishiguro, por ejemplo, pensó que las balas rebotarían en su cuerpo porque era un soldado que luchaba a favor de lo que, según se había enseñado, era “la nación divina”.

      Cuando el curso de la guerra se había vuelto definitivamente en contra de Japón, un joven llamado Isamu expresó sus inquietudes a su madre, una sintoísta: “No te preocupes —le dijo, y le repitió el punto de vista entonces aceptado—, nunca perderemos la guerra porque el kamikazea (viento divino) barrerá a nuestros enemigos”.

      Un dios, pero en raras ocasiones un gobernante

      La adoración al emperador tiene una larga historia en Japón y formó parte de la vida de las personas por más de mil años. Además, la tradición religiosa es difícil de desarraigar. Por ejemplo, incluso en la cristiandad, las personas dicen: “Si mi religión fue lo bastante buena para mis padres, también lo es para mí”. También dicen: “Todo el mundo lo cree, no pueden estar todos equivocados”. Pero durante siglos, cientos de millones de personas han estado equivocadas al creer que sus dirigentes eran dioses. Consideremos brevemente la historia del emperador en Japón.

      Su cometido ha variado de manera considerable a través de los siglos. “Se pensaba que el emperador poseía poderes mágicos para aplacar e interceder ante los dioses —explica la Kodansha Encyclopedia of Japan—, pero debido a la aureola que rodeaba a su persona, también se consideraba inapropiado que el emperador se mezclara en asuntos seglares del gobierno. Este cometido, que incluía tanto la elaboración como la ejecución de decisiones políticas, correspondía a los ministros que estaban al servicio del emperador.”

      De esta manera, el emperador desempeñaba una función principalmente sacerdotal, no política. “El único período extenso en la historia de Japón durante el que el emperador combinó ambas funciones en la práctica —observa la enciclopedia supracitada— fue desde el reinado de TENJI en la última mitad del siglo VII hasta el reinado de KAMMU a finales del siglo VIII y principios del IX.”

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