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MicronesiaAnuario de los testigos de Jehová 1997
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Al año siguiente de haber empezado los graduados de Galaad su servicio en Belau, Jack y Aurelia Watson llegaron a Yap, y al otro año llegaron dos misioneros más.
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Aunque Merle Lowmaster había dado algún testimonio en Yap en 1964, Jack y Aurelia Watson llegaron con la esperanza de establecerse. Mas no les fue fácil aprender el idioma. Las únicas obras escritas que existían eran unos folletos con ordenanzas del gobierno y un catecismo católico. Los Watson escuchaban a la gente y trataban de imitar lo que oían. Al año siguiente, un joven nativo que mostró interés en la verdad se ofreció gustoso a darles clases de idioma. Los misioneros pasaron el primer mes tratando de enseñarle inglés para que él, a su vez, pudiera enseñarles el idioma de Yap.
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El sacerdote se valió igualmente de su influencia para que desahuciaran a los misioneros, y encontrar un nuevo hogar parecía imposible. El sacerdote ya había advertido a los propietarios de casas que no se las arrendaran a los misioneros, así que los hermanos mudaron temporalmente a sus esposas al hotel, mientras que ellos se quedaron en una choza de 3,5 x 4 metros [12 x 14 pies] a la que se le había hundido el piso.
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Y los hermanos le encontraron otro uso valioso. Cuando perdieron el hogar misional, celebraron temporalmente las reuniones a la sombra de un corpulento árbol donde había unas piedras moneda expuestas. Por su posición vertical, las piedras moneda de este “banco” de la aldea resultaron muy prácticas como espaldares para el auditorio, y un bidón de unos 190 litros [unos 50 galones] hizo las veces de atril.
Pero aún seguían sin hallar vivienda. “Parecía como si la obra hubiera llegado a su fin —comenta Watson—. Sin embargo, Jehová acudió en nuestro auxilio.” La noche antes de que los misioneros partieran para una asamblea en Guam, un hombre les preguntó si querían alquilar una casa. Era, quizás, el mejor edificio de Yap: hecho de hormigón, a prueba de tifones y con suficiente espacio tanto para las reuniones como para vivienda.
Evidencian su fe
En 1970 arribaron otros dos misioneros procedentes de Hawai, a saber, Placido y Marsha Ballesteros. El progreso era lento. “En muchas ocasiones, los únicos presentes en las reuniones, que tenían lugar en la sala de la casa, fuimos nosotros, los cuatro misioneros”, recuerda Placido.
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“Desde el punto de vista humano, Yap no es más que un puntito de tierra en el globo, y sus pocos millares de habitantes son insignificantes en comparación con los miles de millones de seres humanos que pueblan la Tierra —dijo en una ocasión Placido Ballesteros—. Aun así, Jehová tiene presentes a todas estas personas. Al principio, cuando llegué, no pensé ni en sueños que un día se publicaría mensualmente La Atalaya y distribuiríamos libros de casa en casa en el idioma de Yap.”
Una graciosa experiencia ilustra lo bien que se está dando a conocer el nombre de Jehová. Cierto día, Placido encontró a un turista sentado a la orilla de un río, a varios kilómetros de los lugares turísticos más cercanos, incluso bastante lejos del final de la carretera. Cuando le preguntó si estaba perdido, el hombre respondió: “No. Solo quería alejarme lo más posible para encontrar un lugar tranquilo donde pensar”. Cuando el turista le preguntó a Placido qué hacía él allí, este le explicó que era misionero de los testigos de Jehová. “¡Oh, no! —exclamó el turista—. Vengo de Brooklyn, no muy lejos de su sede. ¡No puedo librarme de ustedes!”
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