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  • La escuela y el empleo
    Lo que los jóvenes preguntan. Respuestas prácticas
    • Sección 5: La escuela y el empleo

      La escuela —sea que te guste o no— es donde probablemente pasarás unos 12 años de tu vida. Estos pueden ser años de labor monótona o años en que aprendas mucho. Eso depende en gran manera de lo que hagas allí durante ese tiempo. Por eso, en esta sección consideraremos a fondo asuntos relacionados con la escuela, las tareas escolares, las calificaciones y los maestros. Y para beneficio de los que ya han terminado su educación escolar, presentaremos buenas sugerencias que pueden ayudarles a conseguir empleo.

  • ¿Debería dejar la escuela?
    Lo que los jóvenes preguntan. Respuestas prácticas
    • Capítulo 17

      ¿Debería dejar la escuela?

      POR más de 25 años Jack ha atendido problemas de asistencia a la escuela. Por eso, es muy difícil que un joven que falta a clases le presente a Jack una excusa que él no haya oído. “Me han dado muchísimas excusas —dice él—, como: ‘Me parecía que me iba a sentir mal hoy’ [...] ‘Murió mi abuelo, en Alaska’.” ¿Cuál es la excusa “favorita” de Jack? La de tres muchachos que alegaron que ‘no pudieron dar con la escuela porque había demasiada neblina’.

      Estas excusas flojas muestran lo poco que les gusta a muchos jóvenes la escuela; sus sentimientos varían desde la indiferencia (“Supongo que está bien”) hasta la hostilidad franca (“¡Aborrezco la escuela! ¡La odio!”). Por ejemplo, tan pronto como Gary se levantaba para ir a la escuela se sentía enfermo. Dijo: “Al acercarme a la escuela empezaba a sudar y a ponerme nervioso [...] tenía que volver a casa”. Como él, muchos jóvenes le tienen terror a la escuela... lo que los médicos llaman fobia escolar. Muchas veces la causa de este temor es la violencia en la escuela, la crueldad de otros jóvenes y la presión envuelta en obtener buenas calificaciones. Puede que estos jóvenes asistan a la escuela (con alguna persuasión por los padres), pero siempre con perturbación emocional y hasta agotamiento físico.

      Por eso, ¡no extraña el que muchos jóvenes decidan que lo mejor es no ir a la escuela! Tan solo en los Estados Unidos, ¡unos dos millones y medio de estudiantes de escuelas primarias y secundarias faltan a clase cada día! Un artículo del periódico The New York Times añadió que son tantos los estudiantes (casi una tercera parte) que “acostumbran faltar a clases” en las escuelas secundarias de la ciudad de Nueva York “que es casi imposible enseñarles”.

      Otros jóvenes van más allá. “La escuela era aburrida, demasiado estricta”, dijo un joven llamado Walter. Decidió no volver a la escuela secundaria. Una joven llamada Antonia hizo lo mismo. Encontraba difícil cumplir con sus tareas escolares. “¿Cómo podía hacerlas si no entendía lo que leía?”, preguntó. Añadió: “Yo estaba sentada allí sin aprender nada, así que me fui”.

      Es cierto que hay problemas serios en los sistemas escolares de toda la Tierra. Pero ¿es eso razón para perder todo interés en la escuela, y dejarla? ¿Qué efectos pudiera tener en tu vida el abandonar la escuela? ¿Hay buenas razones para que permanezcas en ella hasta graduarte?

      La educación es valiosa

      Michael regresó a la escuela para conseguir un diploma equivalente al de la escuela secundaria. Cuando se le preguntó por qué, dijo: “Me di cuenta de que necesitaba una educación”. Pero ¿qué es una “educación”? ¿Es poder recitar una impresionante serie de hechos? Eso no es educación, tal como un amontonamiento de ladrillos no forma una casa.

      La educación debe prepararte para tener éxito en la vida adulta. Allen Austill, administrador escolar por 18 años, habló sobre “la educación que te enseña a pensar, a resolver problemas, a ver qué es razonable y qué no lo es, a adquirir la capacidad fundamental de pensar con claridad, a conocer los hechos y entender cómo se relacionan unos con otros. Que te enseña a tomar esas decisiones y hacer esas distinciones, que te enseña a aprender”.

      Y ¿qué tiene que ver la escuela con esto? Siglos atrás el rey Salomón escribió proverbios “para dar sagacidad a los inexpertos, conocimiento y capacidad de pensar al joven”. (Proverbios 1:1-4.) Sí, a los jóvenes les falta experiencia. Pero la escuela puede ayudarte a aumentar y cultivar la capacidad de pensar. Esta no es capacidad para simplemente recitar hechos, sino para analizarlos y usarlos en formar ideas productivas. Aunque muchas personas han criticado los métodos de enseñar de algunas escuelas, la escuela sí te obliga a pensar. Es cierto que el resolver problemas de geometría o el memorizar una lista de fechas históricas quizás no te parezca que importe en tu vida por el momento. Pero nota lo que escribió Barbara Mayer en The High School Survival Guide (La guía para sobrevivir en la escuela secundaria): “Muchos estudiantes no van a recordar cuanto hecho y dato los maestros quieren poner en los exámenes, pero nunca olvidarán las capacidades que han desarrollado de aprender a estudiar y planear”.

      Tres profesores universitarios que estudiaron los efectos a largo plazo de la educación concordaron en que “las personas mejor educadas conocen de modo más amplio y profundo, no solo hechos que han leído, sino al mundo actual, y tienen mayor probabilidad de esforzarse por aprender y por estar al día con las fuentes de información. [...] Se ha visto que esas diferencias han perdurado a pesar de la vejez y de pasar muchos años fuera de la escuela” (The Enduring Effects of Education [Los efectos duraderos de la educación]).

      Lo más importante es que la educación puede equiparte para cumplir con tus responsabilidades cristianas. Si has adquirido buenos hábitos de estudio y has aprendido a leer bien, podrás estudiar con mayor facilidad la Palabra de Dios. (Salmo 1:2.) Si en la escuela has aprendido a expresarte, se te hará más fácil enseñar las verdades bíblicas a otros. También es útil que sepas de historia, ciencia, geografía y matemáticas, puesto que ese conocimiento te ayudará a tratar con personas de diversos antecedentes, intereses y creencias.

      La escuela y el empleo

      La escuela también afecta vitalmente tus posibilidades de conseguir empleo en el futuro. ¿Cómo?

      El sabio rey Salomón dijo sobre el trabajador hábil: “Delante de reyes es donde él se apostará; no se apostará delante de hombres comunes”. (Proverbios 22:29.) Eso todavía es cierto. “Sin aptitudes, mucho es lo que no podrás sacar de la vida”, dijo Ernest Green, del Ministerio de Trabajo de los Estados Unidos.

      Está claro, pues, que los que dejan la escuela no tienen buenas perspectivas de hallar empleo. Walter (ya mencionado) aprendió esto de la manera penosa. “He llenado muchísimas solicitudes de empleo, pero no he podido conseguir trabajo por no tener diploma.” También confesó: “A veces la gente usa palabras que no entiendo, y me parece que soy un estúpido”.

      El desempleo entre los jóvenes de 16 a 24 años que han dejado la escuela secundaria “es casi el doble del de sus compañeros que se graduaron, y casi tres veces mayor que el índice general de desempleo” (The New York Times). El escritor F. Phillip Rice, en su libro The Adolescent, añade: “Los que no siguen en la escuela cierran para sí las puertas de la oportunidad”. El que ha dejado la escuela quizás no haya dominado aptitudes básicas y por eso no pueda efectuar ni los trabajos más sencillos.

      En su libro The Literacy Hoax (Falsa alfabetización) Paul Copperman escribió: “Un estudio reciente indica que se requiere más o menos un nivel de lectura de séptimo año escolar para trabajar como cocinero, un nivel de octavo año para ser mecánico y un nivel de noveno o décimo año para servir como encargado de suministros”. Sigue: “Creo que es razonable concluir que un empleo como el de maestro, enfermera, contable o ingeniero exigiría un nivel mínimo de lectura superior a esos”.

      Es obvio, pues, que los estudiantes que en verdad procuran adquirir aptitudes básicas, como la de leer, tendrán, por mucho, las mejores oportunidades de conseguir empleo. Pero ¿de qué otra manera puede beneficiarte la escuela para el resto de la vida?

      Serás mejor persona

      Ese beneficio para toda la vida es que llegues a conocer tus puntos fuertes y tus debilidades. Michelle, quien hace poco empezó a trabajar en el campo de los ordenadores, dijo: “En la escuela aprendí a trabajar bajo presión, a tomar exámenes y a expresarme”.

      Otra joven dice: ‘La escuela me enseñó a enfrentarme a los fracasos’. Ella tendía a culpar a otros, y no a sí misma, por sus fracasos. Otros se han beneficiado de la disciplina que encierra la rutina escolar. Muchos se expresan contra las escuelas por esto y alegan que eso impide el desarrollo de la mente joven. Pero Salomón animó a los jóvenes a ‘conocer sabiduría y disciplina’. (Proverbios 1:2.) Las escuelas donde hay disciplina verdaderamente han producido muchas mentes disciplinadas y a la vez creativas.

      Por lo tanto, tiene sentido el que aproveches de lleno tus años escolares. ¿Cómo puedes hacerlo? Hablemos primero de tus tareas escolares.

      Preguntas para consideración Capítulo 17

      ◻ ¿Qué hace que tantos jóvenes vean con disgusto la escuela? ¿Qué opinas sobre eso?

      ◻ ¿Cómo ayuda la escuela a desarrollar la capacidad de pensar?

      ◻ Si dejaras la escuela, ¿qué efecto podría tener esto en tu esfuerzo por conseguir empleo en el futuro, y por qué?

      ◻ ¿Qué otros beneficios personales pudieras derivar de seguir en la escuela?

      [Comentario en la página 135]

      “Yo estaba sentada allí sin aprender nada, así que me fui”

      [Comentario en la página 138]

      “Un estudio reciente indica que se requiere más o menos un nivel de lectura de séptimo año escolar para trabajar como cocinero, un nivel de octavo año para ser mecánico y un nivel de noveno o décimo año para servir como encargado de suministros”

      [Fotografías en la página 136]

      La disciplina que aprendes en la escuela puede beneficiarte por el resto de la vida

      [Fotografía en la página 137]

      Los que no han dominado las destrezas básicas que se enseñan en la escuela no tienen buenas perspectivas de hallar empleo

  • ¿Cómo puedo mejorar de calificaciones?
    Lo que los jóvenes preguntan. Respuestas prácticas
    • Capítulo 18

      ¿Cómo puedo mejorar de calificaciones?

      CUANDO a un grupo de estudiantes de escuela primaria se le preguntó: ‘¿Qué es lo que más les preocupa?’, el 51% contestó: “¡Las calificaciones!”.

      No es de extrañar que las calificaciones escolares sean una fuente principal de inquietud entre los jóvenes. De estas depende el que uno se gradúe o tenga que repetir el curso, que consiga un trabajo de buena paga o uno que pague el salario mínimo, que reciba alabanza de sus padres o sea objeto de su ira. Es cierto que las calificaciones y los exámenes tienen su lugar. Hasta Jesucristo solía poner a prueba a sus discípulos para ver si entendían algunos asuntos. (Lucas 9:18.) Y como dice el libro Measurement and Evaluation in the Schools (Medición y evaluación en las escuelas): “Los resultados de los exámenes pueden revelar los puntos fuertes y los débiles de cada estudiante y obrar como instrumentos que muevan a estudiar en el futuro”. Tus calificaciones también sirven para dar a tus padres una idea de tu progreso en la escuela... para tu bien o para tu mal.

      Busca el equilibrio

      Sin embargo, el que los jóvenes se preocupen demasiado por las calificaciones puede crear tensiones paralizantes y encender fiera competencia. Un libro sobre la adolescencia dice que especialmente los estudiantes que piensan ingresar en la universidad pueden “enredarse en una competencia en que se dé mayor énfasis a las calificaciones y a la categoría en la clase que a aprender”. Como resultado, para citar al Dr. William Glasser, “temprano en sus años escolares [los estudiantes] aprenden a preguntar qué abarcará el examen, y a [...] solo estudiar esa información”.

      El rey Salomón advirtió: “Yo mismo he visto todo el duro trabajo y toda la pericia sobresaliente en el trabajo, que significa la rivalidad de uno para con otro; esto también es vanidad y un esforzarse tras el viento”. (Eclesiastés 4:4.) La competencia feroz, sea para obtener riquezas materiales o aprobación académica, es vanidad. Los jóvenes que temen a Dios comprenden que es necesario aplicarse en la escuela. Pero en vez de hacer de la educación el aspecto más importante de la vida, van en pos de los intereses espirituales y confían en que Dios satisfará sus necesidades materiales. (Mateo 6:33; ve el capítulo 22, que trata el asunto de escoger carreras.)

      Además, la educación implica más que solo acumular puntos en los exámenes. Significa desarrollar lo que Salomón llamó “capacidad de pensar”, poder sacar conclusiones razonadas y prácticas de simples datos. (Proverbios 1:4.) El joven que se las arregla para obtener calificaciones de aprobación mediante adivinar, estudiar a última hora o hasta usar medios poco honrados, nunca aprende a pensar. ¿Y de qué vale obtener una calificación excelente en matemáticas si después no puedes cuadrar la chequera?

      Por eso, es importante que no veas las calificaciones como un fin en sí mismas, sino como un medio que te permite determinar si vas progresando. Pero ¿cómo puedes obtener calificaciones que reflejen tu aptitud?

      ¡Acepta tu responsabilidad de aprender!

      Según la maestra Linda Nielsen, los estudiantes flojos tienden a “culpar a factores que están fuera de su control cuando no hacen buen trabajo [en la escuela]: preguntas injustas en el examen, una maestra que tiene prejuicios, la mala suerte, el destino, el tiempo”. Sin embargo, la Biblia dice: “El perezoso se muestra deseoso, pero su alma nada tiene”. (Proverbios 13:4.) Sí, a menudo la verdadera razón de las calificaciones bajas es la pereza.

      Pero los buenos estudiantes aceptan la responsabilidad de aprender. En cierta ocasión la revista ‘Teen hizo una encuesta entre estudiantes de escuela secundaria que obtenían calificaciones sobresalientes. ¿Cuál era su secreto? “La motivación personal ayuda a seguir adelante”, dijo uno. “El seguir un horario y organizar uno su tiempo”, dijo un segundo estudiante. “Uno tiene que fijarse metas”, dijo un tercero. Sí, en la mayoría de los casos tus calificaciones no dependen de factores que estén fuera de tu control, sino de TI... de cuánto estés dispuesto a estudiar y a aplicarte en la escuela.

      ‘Pero yo sí estudio’

      Eso es lo que quizás afirmen algunos jóvenes. Sinceramente opinan que ya están trabajando hasta más no poder, pero no obtienen buenos resultados. Sin embargo, unos años atrás ciertos investigadores de la Universidad de Stanford (E.U.A.) entrevistaron a unos 770 estudiantes y les preguntaron cuánto esfuerzo creían ellos que estaban haciendo para cumplir con sus tareas escolares. Aunque parezca extraño, ¡los estudiantes de calificaciones bajas opinaban que habían trabajado tanto como los demás! Pero cuando se examinaron sus hábitos de estudio se vio que en verdad estudiaban mucho menos que sus compañeros de clase que tenían buenas calificaciones.

      ¿Qué indica esto? Que quizás no estés estudiando con la intensidad que crees, y sería apropiado que hicieras algunos cambios. Un artículo de la revista Journal of Educational Psychology indicó que el simplemente “aumentar la cantidad de tiempo que se dedica a las tareas escolares ayuda a mejorar las calificaciones de los estudiantes de escuela secundaria”. De hecho, “con dedicar de 1 a 3 horas a la semana a hacer las tareas escolares, el estudiante promedio de poca habilidad podría obtener las mismas calificaciones del estudiante promedio hábil que no haga sus tareas”.

      Hablando figurativamente, el apóstol Pablo dijo que ‘aporreaba su cuerpo’ para alcanzar sus metas. (1 Corintios 9:27.) De igual manera, quizás tú tengas que aplicarte la norma de ser más estricto contigo mismo, especialmente si la televisión u otras distracciones rompen fácilmente tu concentración en el estudio. Quizás hasta pudieras poner en la televisión un letrero que diga: “¡No mirar TV sino hasta terminar las tareas!”.

      El ambiente en que estudias

      La mayoría de nosotros nos beneficiaríamos de tener un lugar tranquilo en el cual estudiar. Si compartes una habitación, o en tu casa el espacio es limitado, ¡improvisa! Quizás puedas indicar que la cocina, o el dormitorio de alguien, será tu área de estudio por más o menos una hora cada noche. O, como último recurso, determina si puedes estudiar en una biblioteca pública o en casa de un amigo.

      Si es posible, usa un escritorio (o una mesa) con suficiente espacio para esparcir tu trabajo sobre él. Ten a mano lo que necesites, como lápices y papel, para que no tengas que estar levantándote constantemente. Y, lamentamos decirlo, pero el tener encendida la TV o la radio generalmente impide la concentración, y lo mismo sucede con las llamadas telefónicas o las visitas.

      Asegúrate también de que tengas iluminación adecuada, que no sea demasiado brillante. La buena luz reduce el cansancio que produce el estudiar, y protege la vista. Y si es posible, examina la ventilación y la temperatura de la habitación. Una habitación fresca proporciona un ambiente de estudio más estimulador que un cuarto caluroso.

      ¿Qué hay si simplemente no estás de humor para estudiar? La vida rara vez nos permite hacer lo que queremos. Si tuvieras un empleo, tendrías que trabajar todos los días... fuera que estuvieras de humor para ello o no. De modo que ve los deberes escolares como un ejercicio de autodisciplina, un ensayo para tu experiencia futura de trabajar. Sé serio y metódico en ello. Un educador sugiere: “De ser posible, se debe estudiar en el mismo lugar y a la misma hora cada día. Así, el estudio regular se convierte en un hábito, y [...] uno se resiste menos a estudiar”.

      Tu rutina de estudio

      En Filipenses 3:16 Pablo animó a los cristianos a ‘seguir andando ordenadamente en la misma rutina’. Pablo se refería al derrotero de la vida del cristiano. Sin embargo, una rutina —o manera ordenada habitual de hacer las cosas— es también útil en tu método de estudiar. Por ejemplo, trata de organizar tu estudio. No estudies dos asignaturas similares (como dos idiomas extranjeros diferentes) una tras otra. Toma descansos breves entre una asignatura y otra, especialmente si tienes muchas tareas escolares.

      Si tu tarea escolar requiere que leas mucho, pudieras probar el siguiente método. Primero, EXAMINA la información que vas a estudiar. Da un vistazo al material asignado y nota los subtítulos, las tablas, y así por el estilo, para obtener una idea general de la información. Luego, hazte PREGUNTAS que se basen en los títulos de los capítulos o en las oraciones temáticas. (Así te concentras en lo que lees.) Ahora LEE, buscando las contestaciones a las preguntas. Al terminar cada párrafo o sección, RELATA o repite de memoria lo que has leído, sin buscarlo de nuevo en el libro. Y cuando hayas terminado toda la tarea, haz un REPASO mediante mirar los encabezamientos y determinar qué recuerdas de cada sección. ¡Hay quienes afirman que este método ha ayudado a los estudiantes a retener hasta el 80% de lo que leen!

      Un educador dice, además: “Es importante hacer que el estudiante comprenda que ningún hecho existe por sí solo; siempre está relacionado con otra información”. Por lo tanto, trata de hallar una relación entre lo que estudias y lo que ya sabes y has experimentado. Busca el valor práctico de lo que estés aprendiendo.

      Es interesante notar que el joven que teme a Dios tiene una ventaja al respecto. Pues la Biblia dice: “El temor de Jehová es el principio del conocimiento”. (Proverbios 1:7.) Por ejemplo, el aprender las leyes de la física pudiera parecer una tarea desagradable. Pero el saber que “las cualidades invisibles de [Dios] se ven claramente” mediante la creación da mayor significado a lo que aprendes. (Romanos 1:20.) La historia también a menudo tiene datos relacionados con el desarrollo de los propósitos de Jehová. ¡La Biblia hasta habla de siete potencias mundiales (incluso la actual combinación de los Estados Unidos y la Gran Bretaña)! (Revelación 17:10; Daniel, capítulo 7.)

      Al relacionar lo que aprendes con lo que sabes o con tu fe cristiana, los hechos comienzan a tener significado para ti; el conocimiento se convierte en entendimiento. Y como observó Salomón: “Para el entendido el conocimiento es cosa fácil”. (Proverbios 14:6.)

      ‘Habrá un examen la semana que viene’

      Esas palabras no tienen que causarte pánico. En primer lugar, trata de discernir, por los comentarios de tu maestro, el tipo de prueba que será: si tendrá la forma de un ensayo o habrá que escoger la respuesta correcta. Además, los días antes del examen, por lo que el maestro diga, trata de determinar qué aparecerá en el examen. (“El punto siguiente es muy importante”, o: “Asegúrense de recordar que...”, son pistas típicas, dice la revista Senior Scholastic.) Después repasa tus apuntes, lo que digan los libros de texto y las tareas escolares que hayas hecho.

      “Con hierro, el hierro mismo se aguza. Así un hombre aguza el rostro de otro”, nos recuerda Salomón. (Proverbios 27:17.) Quizás un amigo o uno de tus padres estaría dispuesto a repasar contigo la información por medio de hacerte preguntas o escucharte mientras relatas lo que se haya considerado en clase. Y entonces, la noche antes del examen, descansa y asegúrate de dormir lo suficiente. “¿Quién de ustedes, por medio de inquietarse, puede añadir un codo a la duración de su vida?”, preguntó Jesús. (Mateo 6:27.)

      El fracaso

      El fracasar en un examen —especialmente después de tu duro esfuerzo por aprobarlo— puede ser aplastador para ti. Pero el educador Max Rafferty nos recuerda esto: “Mientras vivamos, se nos califica de acuerdo con lo que sepamos y lo hábiles que seamos en conseguir resultados [...] La escuela que engaña a los niños haciéndoles creer que la vida siempre será un tiempo de felicidad no es escuela. Es una fábrica de sueños”. La humillación de fracasar en un examen pudiera valer la pena si ello te impulsa a aprender de tus errores y a mejorar.

      Pero ¿qué hacer en cuanto a encararte con malas calificaciones a tus desilusionados padres? El temor a ello a veces ha dado lugar a tácticas elaboradas de evasión. “Yo ponía mi libreta de calificaciones sobre la mesa de la cocina, subía al cuarto y trataba de dormir hasta el día siguiente”, recuerda un joven. “Lo que yo hacía —dice otro— era esperar hasta el último minuto para mostrar las calificaciones a mi madre. Se las enseñaba por la mañana cuando ella estaba para salir hacia su empleo, y le decía: ‘Tienes que firmar esto’. Ella no tenía tiempo para decirme nada”... al menos no en aquel momento. ¡Algunos jóvenes hasta han falsificado las calificaciones en sus libretas!

      Sin embargo, tus padres tienen derecho a saber cómo te va en la escuela. Naturalmente, ellos esperan que tus calificaciones sean un reflejo de lo que puedes hacer, y si no están a la altura de lo que puedes dar, sería de esperarse que recibieras bien merecida disciplina. Por eso, sé honrado con tus padres. “Escucha [...] la disciplina de tu padre, y no abandones la ley de tu madre.” (Proverbios 1:8.) Si crees que esperan demasiado de ti, habla sobre eso con ellos. (Ve la sección “¿Cómo puedo decírselo a mis padres?”, en el capítulo 2.)

      Aunque las calificaciones son importantes, no son lo que finalmente determina cuánto vales como persona. Con todo, aprovecha el tiempo que pases en la escuela y aprende cuanto puedas. Generalmente ese esfuerzo se reflejará en calificaciones que harán que tanto tú como tus padres se sientan felices y satisfechos.

      Preguntas para consideración Capítulo 18

      ◻ ¿Qué propósito tienen las calificaciones, y por qué es importante verlas con un punto de vista equilibrado?

      ◻ ¿Por qué es importante que aceptes tu responsabilidad de aprender?

      ◻ ¿Qué cosas debes considerar sobre las actividades extracurriculares?

      ◻ ¿De qué maneras puedes mejorar tus calificaciones?

      ◻ ¿Cómo puedes prepararte para los exámenes?

      ◻ ¿Cómo deberías ver un fracaso? ¿Deberías ocultarlo de tus padres?

      [Comentario en la página 141]

      El joven que se las arregla para obtener calificaciones de aprobación mediante adivinar, estudiar a última hora o hasta usar medios poco honrados, nunca aprende a pensar

      [Recuadro/Fotografía en las páginas 144 y 145]

      ¿Qué hay de las actividades después de las clases?

      A muchos jóvenes el participar en ciertas actividades después de las clases les da un sentido de logro. “Yo era de casi todo club que había —recuerda un joven de Baltimore, Maryland (E.U.A.)—. Me sentía bien manejando cosas que me agradaban. Estaba en un club de automovilismo porque me gustaba trabajar con autos. Me atraen los ordenadores, de modo que me uní a aquel club. Me interesa el audio, así que me hice miembro de aquel club.” Especialmente a los estudiantes que piensan ingresar en la universidad se les estimula a participar en actividades extracurriculares de ese tipo.

      Sin embargo, un ex maestro, ahora funcionario del gobierno federal estadounidense, dijo a ¡Despertad!: “Puede que los estudiantes dediquen más tiempo a las actividades extracurriculares que a su trabajo escolar, y esto les impide mantener buenas calificaciones”. Así es; no es fácil mantener el equilibrio cuando se trata de actividades después de las clases. Una joven llamada Cathy, quien jugaba en un equipo de béisbol de su escuela, dice: “Después de las prácticas estaba demasiado cansada para todo lo demás. Esto perjudicaba mi trabajo escolar. Por eso, este año no me uní al equipo”.

      También hay peligros espirituales. Un cristiano que recuerda sus años de adolescencia dice: “Creía que podía equilibrar tres actividades: las tareas escolares, las prácticas con el equipo de pista y campo, y las actividades espirituales. Pero cuando había un conflicto entre las tres, lo que sacrificaba era el aspecto espiritual”.

      El joven Themon, que pertenecía a dos equipos deportivos de la escuela, concuerda: “No podía ir a las reuniones del Salón [del Reino para recibir instrucción espiritual] porque los martes estábamos de viaje, los jueves estábamos de viaje, los sábados estábamos de viaje, y no regresábamos sino hasta las dos de la mañana”. Aunque “el entrenamiento corporal es provechoso para poco”, es vital recordar que “la devoción piadosa es provechosa para todas las cosas”. (1 Timoteo 4:8.)

      Piensa, además, en los peligros que presentan ciertas actividades a la moralidad. ¿Estarías asociándote con buenos amigos que ejercieran sana influencia moral en ti? ¿De qué hablarían? ¿Podría la influencia de tus compañeros de equipo o de los miembros de un club tener mal efecto en ti? “Las malas compañías echan a perder los hábitos útiles”, dice 1 Corintios 15:33.

      Es interesante que muchos jóvenes testigos de Jehová han escogido usar el tiempo de que disponen después de clases para algo mucho más provechoso que los deportes: ayudar a otros a conocer al Creador. Colosenses 4:5 aconseja: “Sigan andando en sabiduría para con los de afuera, comprándose todo el tiempo oportuno que queda”.

      [Fotografías en la página 143]

      Los estudiantes suelen pagar las consecuencias de sus malos hábitos de estudio... con el fracaso

      [Fotografías en la página 146]

      No es fácil equilibrar las actividades extracurriculares con tus deberes escolares

      [Fotografía en la página 148]

      Tus padres de seguro se enojarán contigo si obtienes malas calificaciones. Pero si crees que esperan demasiado de ti, habla con ellos sobre eso

  • ¿Por qué no me dejan tranquilo los muchachos?
    Lo que los jóvenes preguntan. Respuestas prácticas
    • Capítulo 19

      ¿Por qué no me dejan tranquilo los muchachos?

      Algo en el caminar del muchacho lo delata. Está tenso e inseguro, obviamente desorientado por los nuevos alrededores. Los otros estudiantes notan enseguida que es nuevo en la escuela. ¡En minutos lo rodean jóvenes que empiezan a gritarle obscenidades! Muy avergonzado, huye al refugio más cercano... el baño. Resuenan carcajadas.

      EL HOSTIGAR, gastar bromas e insultar a otros son crueles pasatiempos de muchos jóvenes. Aun en tiempos bíblicos, algunos niños manifestaron una actitud muy mala. Por ejemplo, en cierta ocasión unos niños se burlaron del profeta Eliseo. En desprecio a su puesto de profeta, con falta de respeto le gritaron: “¡Sube, calvo! ¡Sube, calvo!”. (2 Reyes 2:23-25.) Hoy también muchos jóvenes tienden a insultar y a decir cosas que hieren a otros.

      “Yo era el enano de mi clase de noveno año —recuerda uno de los escritores del libro Growing Pains in the Classroom (Dolores de crecimiento en la escuela)—. El ser el niño más inteligente y también el de más baja estatura de la clase era una combinación desastrosa para la escuela secundaria inferior: los que no me golpeaban por ser bajito, me golpeaban por ser inteligente. Además de llamarme ‘cuatro ojos’, me llamaban ‘diccionario ambulante’, y me aplicaban otros 800 epítetos [palabras insultantes].” El autor del libro The Loneliness of Children (La soledad de los niños) añade: “Los niños que tienen limitaciones físicas o dificultades al hablar, o que manifiestan obvias rarezas físicas o de comportamiento, son el blanco de la burla de otros niños”.

      A veces los jóvenes se defienden entrando con los demás en una cruel competencia: unos a otros se gritan insultos cada vez más hirientes (esto incluye a menudo la mención de los padres). Pero muchos jóvenes están sin defensa ante la molestia constante de otros. Un joven recuerda que ciertos días, por las bromas y las molestias de sus compañeros, estaba tan temeroso y se sentía tan infeliz que ‘le daban náuseas’. No podía concentrarse en sus estudios al pensar en lo que los demás estudiantes le harían.

      No es cosa de risa

      ¿Has sido víctima de las bromas pesadas de otros jóvenes? Entonces quizás te consuele saber que Dios no ve esa conducta como cosa de risa. Considera el relato bíblico de una fiesta que se hizo para celebrar el destete de Isaac, hijo de Abrahán. Parece que por envidia, debido a la herencia que Isaac recibiría, Ismael, hijo mayor de Abrahán, empezó ‘a burlarse’ de Isaac. Sin embargo, lejos de ser una diversión inofensiva, aquella burla en verdad era ‘persecución’. (Gálatas 4:29.) Sara, la madre de Isaac, se dio cuenta de que tras aquel bromear había hostilidad. Lo consideró un insulto al propósito de Jehová de producir una “descendencia”, o Mesías, mediante su hijo Isaac. A petición de Sara, tanto Ismael como su madre fueron despedidos de la casa de Abrahán. (Génesis 21:8-14.)

      De manera similar, no es cosa de risa el que unos jóvenes te causen angustia con su mal comportamiento... especialmente cuando lo hacen porque te esfuerzas por vivir según las normas bíblicas. Por ejemplo, a los jóvenes cristianos se les conoce porque comparten con otras personas su fe. Pero, como dijo un grupo de jóvenes testigos de Jehová: “Los muchachos de la escuela se burlan de nosotros porque predicamos de casa en casa, y nos insultan por ello”. Sí; como en el caso de los siervos fieles de Dios de la antigüedad, muchos jóvenes cristianos experimentan “prueba por mofas”. (Hebreos 11:36.) ¡Estos jóvenes merecen encomio por su valor al aguantar esos insultos!

      Por qué lo hacen

      Pero tú quizás te preguntes qué hacer para que los que te atormentan te dejen tranquilo. En primer lugar, piensa en por qué se burlan de ti. “Aun en la risa el corazón puede estar con dolor”, dice la Biblia en Proverbios 14:13. Hay risa entre los jóvenes que se burlan de otros, pero ellos no están ‘clamando gozosamente a causa de la buena condición de corazón’. (Isaías 65:14.) Muchas veces la risa es un medio de ocultar angustia interna. Tras su dureza, puede que los que te causan molestia se estén diciendo: ‘No estamos contentos con lo que somos, pero al humillar a otros nos sentimos mejor’.

      También la envidia lleva a los ataques. Recuerda el relato bíblico del adolescente José, cuyos hermanos se volvieron contra él porque era el favorito de su padre. La intensa envidia que los dominó no solo hizo que hablaran mal de él, ¡sino hasta que pensaran en asesinarlo! (Génesis 37:4, 11, 20.) Hoy también el que un estudiante sea muy inteligente o disfrute del aprecio de los maestros pudiera despertar envidia en sus compañeros de clase. Creen que con los insultos pueden bajarlo de nivel.

      Como se ve, la inseguridad, la envidia y la poca estima que tienen de sí mismos los que se burlan son las causas de sus actos. Entonces, ¿por qué deberías perder tu estima de ti mismo porque algún joven inseguro haya perdido la estima suya?

      Cómo poner fin a la burla

      “Feliz es el hombre que [...] en el asiento de los burladores no se ha sentado”, dice el salmista. (Salmo 1:1.) Lo único que logra el imitar a los burladores para desviar de ti la atención es alimentar el ciclo de insultos. “No devuelvan mal por mal a nadie. [...] Sigue venciendo el mal con el bien”, es el consejo de Dios. (Romanos 12:17-21.)

      Eclesiastés 7:9 añade: “No te des prisa en tu espíritu a sentirte ofendido, porque el ofenderse es lo que descansa en el seno de los estúpidos”. Sí, ¿por qué tomar tan en serio las bromas? Es cierto que duele el que alguien se burle de tu apariencia física o vea razón para chiste en tus defectos faciales. Pero esas expresiones, por faltas de buen gusto que sean, no se hacen necesariamente con mala intención. Por eso, si alguien en su inocencia —o tal vez no tan inocentemente— te hiere donde ya te duele, ¿por qué deprimirte? Si lo que se te dice no es obsceno ni irrespetuoso, trata de ver si hay algo gracioso en ello. Hay “tiempo de reír”, y el ofenderse uno por bromas hechas de juego pudiera ser una reacción exagerada. (Eclesiastés 3:4.)

      Pero ¿qué hay si el bromear es cruel o hasta violento? Recuerda que el que se burla quiere divertirse con tu reacción, gozar por tu angustia. El desquitarte, ponerte a la defensiva o echarte a llorar pudiera animarlo a seguir causándote molestia. ¿Por qué darle la satisfacción de verte enojado? Muchas veces, la mejor manera de encararse a los insultos es no haciéndoles caso.

      El rey Salomón también dijo: “Además, no des tu corazón a todas las palabras que hable la gente [“No hagas caso de todo lo que se dice”, Versión Popular], para que no oigas a tu siervo invocar el mal contra ti. Porque tu propio corazón sabe bien, aun muchas veces, que tú, hasta tú, has invocado el mal contra otros”. (Eclesiastés 7:21, 22.) El ‘dar tu corazón’ a los dichos hirientes de los burladores significaría que das demasiada importancia a cómo te juzgan. ¿Tienen razón en lo que dicen? Al apóstol Pablo lo atacaron injustamente unos judíos que le tenían envidia, pero él contestó: “Pues para mí es asunto de ínfima importancia el que yo sea examinado por ustedes o por un tribunal humano. [...] El que me examina es Jehová”. (1 Corintios 4:3, 4.) La relación que Pablo tenía con Dios era tan fuerte que podía, con confianza y fortaleza interna, resistir ataques injustos.

      Deja resplandecer tu luz

      A veces puede que otros se burlen de ti por tu modo de vivir cristiano. Jesucristo mismo tuvo que aguantar tal “habla contraria”. (Hebreos 12:3.) Jeremías también ‘vino a ser objeto de risa todo el día’ porque proclamaba con valor el mensaje de Jehová. Tan persistente fue la burla que Jeremías perdió temporalmente el deseo de seguir testificando. “No voy a hacer mención de él [Jehová], y no hablaré más en su nombre”, decidió. Pero su amor a Dios y a la verdad finalmente lo impulsaron a vencer su temor. (Jeremías 20:7-9.)

      Hoy día, algunos jóvenes cristianos también se han desanimado. Deseosos de que las bromas cesen, algunos han tratado de ocultar que son cristianos. ¡Pero muchas veces sucede que al fin el amor a Dios los mueve a vencer su temor y a ‘dejar resplandecer su luz’! (Mateo 5:16.) Por ejemplo, un adolescente dijo: “Cambié de actitud. Dejé de ver como una carga el ser cristiano y empecé a verlo como algo de lo cual debería estar orgulloso”. Tú también puedes ‘jactarte’ por tener el privilegio de conocer a Dios y de ser un instrumento de él para ayudar a otros. (1 Corintios 1:31.)

      Sin embargo, no te ganes la hostilidad de otros por criticarlos constantemente, ni darles la impresión de que te crees superior a ellos. Al surgir oportunidades de compartir tu fe, hazlo, pero con “genio apacible y profundo respeto”. (1 Pedro 3:15.) Tu reputación de conducta excelente podría llegar a ser tu mayor protección en la escuela. Aunque a otros quizás no les agrade tu posición valerosa y firme, en muchos casos te respetarán por ella aunque sea a regañadientes.

      Un grupo de niñas acostumbraba golpear, empujar y arrebatarle libros de las manos a una joven llamada Vanessa, todo para provocarla a pelear. Hasta le derramaron un batido de chocolate sobre la cabeza y su limpio traje blanco. Pero ella no cedió a la provocación. Algún tiempo después, ¡Vanessa se encontró con la líder de aquel grupo en una asamblea de los testigos de Jehová! “Te odiaba... —le dijo aquella joven—. Quería verte perder la calma aunque fuera una sola vez.” Sin embargo, su curiosidad por saber cómo Vanessa podía mantener la compostura la movió a aceptar un estudio bíblico con los testigos de Jehová. “Me encariñé con lo que aprendí —dijo—, y mañana voy a bautizarme.”

      Por eso, no dejes que el “habla contraria” de otros jóvenes quebrante tu espíritu. Cuando sea apropiado, muestra un buen sentido del humor. Paga con bien el mal. No alimentes las llamas de la riña, y puede que con el tiempo los que te molestan no hallen tanto placer en tenerte como blanco de su burla, pues “donde no hay leña, se apaga el fuego”. (Proverbios 26:20.)

      Preguntas para consideración Capítulo 19

      ◻ ¿Cómo ve Dios a los que se burlan cruelmente de otras personas?

      ◻ ¿Qué hay a menudo tras la burla constante de los jóvenes?

      ◻ ¿Cómo puedes restar fuerza a la burla, o hasta detenerla?

      ◻ ¿Por qué es importante que ‘dejes resplandecer tu luz’ en la escuela, aunque otros se burlen de ti?

      ◻ ¿Qué medidas puedes tomar para protegerte de la violencia en la escuela?

      [Comentario en la página 155]

      Tras su dureza, puede que los que se burlan estén diciendo: ‘No estamos contentos con lo que somos, pero al humillar a otros nos sentimos mejor’

      [Recuadro en la página 152]

      ¿Cómo evitar que me golpeen?

      ‘Uno se juega la vida cuando va a la escuela.’ Eso dicen muchos estudiantes. Pero el portar un arma no es sabio, y es buscarse problemas. (Proverbios 11:27.) Entonces, ¿cómo puedes protegerte?

      Averigua cuáles son los lugares peligrosos, y evítalos. Los pasillos, las escaleras y los vestuarios son lugares peligrosos en algunas escuelas. Y tan mala reputación tienen los baños o lavabos como centros de reunión para peleas y el uso de drogas que muchos jóvenes prefieren sufrir incomodidad a usarlos.

      Cuidado con tu compañía. Puede que un joven se halle en medio de una pelea sólo por asociarse con quienes no debe hacerlo. (Lee Proverbios 22:24, 25.) Por supuesto, el volver la espalda a tus condiscípulos pudiera alejarlos de ti o convertirlos en tus enemigos. Si eres amigable y cortés con ellos, quizás se sientan más inclinados a dejarte tranquilo.

      Evade las peleas. Evita el ‘forzar a una confrontación’. (Gálatas 5:26, nota al pie de la página.) Aunque venzas en una pelea, el vencido pudiera simplemente esperar el momento oportuno para desquitarse. Así que primero trata de razonar con la otra persona para ver si puedes evitar una pelea. (Proverbios 15:1.) Si el hablar no surte efecto, aléjate andando —o hasta corriendo— de una confrontación violenta. Recuerda: “Un perro vivo está en mejor situación que un león muerto”. (Eclesiastés 9:4.) Como último recurso, toma cualesquier medidas razonables que sean necesarias para protegerte y defenderte. (Romanos 12:18.)

      Habla con tus padres. Los jóvenes “rara vez hablan a sus padres sobre las situaciones aterradoras que afrontan en la escuela, por temor de que los padres crean que son cobardes o de que los regañen por no hacer frente a los peleones” (The Loneliness of Children [La soledad de los niños]). Pero la intervención de un padre pudiera ser la única manera de resolver el problema.

      Órale a Dios. Dios no garantiza que no recibirás daño físico. Pero puede darte el valor que precisas para encararte a las confrontaciones y la sabiduría necesaria para calmar los ánimos y aliviar la situación. (Santiago 1:5.)

      [Fotografía en la página 151]

      Muchos jóvenes son objeto de la burla de otros

      [Fotografía en la página 154]

      El que se burla quiere gozar por tu angustia. Si te desquitas o te echas a llorar, pudieras animarlo en su proceder

      [Fotografía en la página 156]

      Trata de mostrar buen sentido del humor cuando bromeen contigo

  • ¿Cómo puedo llevarme bien con mi maestro?
    Lo que los jóvenes preguntan. Respuestas prácticas
    • Capítulo 20

      ¿Cómo puedo llevarme bien con mi maestro?

      UNA jovencita llamada Vicky dice: “No puedo aguantar a un maestro injusto”. Puede que tú pienses como ella. Sin embargo, en una encuesta de unos 160.000 jóvenes estadounidenses hecha en 1981, ¡el 76% de ellos acusó a sus maestros de alguna forma de favoritismo!

      A los jóvenes no les gusta recibir una calificación baja por un trabajo que consideren bueno. Se resienten cuando la disciplina parece excesiva o inmerecida, o si parece que se debe a prejuicio racial. También se enojan cuando el maestro da atención especial o trato preferente a su alumno favorito.

      Hay que reconocerlo: los maestros no son infalibles. Tienen sus particularidades, problemas y, sí, prejuicios. Con todo, la Biblia advierte: “No te des prisa en tu espíritu a sentirte ofendido”. (Eclesiastés 7:9.) Hasta los maestros ‘tropiezan muchas veces. Si alguno no tropieza en palabra, es un varón perfecto, que puede refrenar también su cuerpo entero’. (Santiago 3:2.) Por lo tanto, ¿puedes dar a tu maestro el beneficio de la duda?

      Un joven llamado Freddy notó que su maestro “contestaba con brusquedad” a todo el que le hablaba. Freddy abordó prudentemente al maestro y descubrió por qué estaba de mal humor. “Es que tuve un problema con el auto esta mañana —explicó el maestro—. Se recalentó de camino a la escuela y llegué tarde al trabajo.”

      Los maestros y sus alumnos favoritos

      ¿Qué hay del trato especial de los maestros a sus alumnos favoritos? Recuerda que un maestro afronta exigencias y presiones singulares. El libro Being Adolescent (En la adolescencia) dice que los maestros son personas que se encaran a una “situación difícil”, pues tienen que atraerse la atención de un grupo de jóvenes “que por lo general tienen la mente puesta en otros asuntos [...] Tienen ante sí a un grupo de adolescentes muy caprichosos, jóvenes que se distraen fácilmente y que por lo general no están acostumbrados a concentrar la atención en nada que dure más de 15 minutos”.

      ¿Debería ser raro, pues, que el maestro diera atención especial a un alumno que estudia mucho, que presta atención, o que lo trata con respeto? Es cierto que quizás te moleste que a los supuestos aduladores se les conceda más atención que a ti. Pero ¿por qué sentirte molesto o celoso porque algún estudiante diligente sea el favorito del maestro, con tal que no se pasen por alto tus necesidades educativas? Además, no sería mala idea que tú mismo fueras un poco más diligente en los estudios.

      Guerra en la sala de clases

      Un estudiante dijo esto de su maestro: “Creía que le habíamos declarado la guerra, y decidió atacarnos primero. Era un paranoico”. Sin embargo, muchos maestros opinan que tienen razones para ser un poco “paranoicos”. Como lo predice la Biblia, estos son “tiempos críticos, difíciles de manejar”, y a menudo los estudiantes ‘no tienen autodominio, y son feroces y sin amor del bien’. (2 Timoteo 3:1-3.) Así, la revista U.S.News & World Report dijo: “El temor a la violencia domina la vida de los maestros de muchos distritos escolares urbanos”.

      Roland Betts, quien fue maestro, dice respecto a los maestros: “Los niños creen que la responsabilidad inherente a ellos es [...] empujar y aguijonear [figurativamente] a los maestros para ver cuánto aguantan antes de que finalmente pierdan la razón [...] Cuando les parece que han llevado a un maestro nuevo hasta la desesperación, entonces empujan un poco más”. ¿Has participado tú —o tus condiscípulos— en hostigar así a tu maestro? Entonces no te sorprendas por su reacción.

      La Biblia dice: “La mera opresión puede hacer que un sabio se porte como loco”. (Eclesiastés 7:7.) En el ambiente de temor y falta de respeto que reina en algunas escuelas, es de esperar que algunos maestros reaccionen de modo extremo y apliquen la disciplina con rigor. El libro The Family Handbook of Adolescence (Manual de la adolescencia para la familia) comenta: “Por lo general los estudiantes que [...] por su comportamiento dan a entender que menosprecian las creencias de sus maestros son a su vez menospreciados por estos”. Sí, ¡muchas veces son los estudiantes quienes crían hostilidad en el maestro!

      Además, considera los efectos de las bromas pesadas en la sala de clases. Una joven llamada Valerie no exagera cuando habla de “la tortura, el tormento” que tienen que aguantar los maestros suplentes. Roland Betts añade: “Los alumnos acosan sin piedad a los maestros suplentes; a menudo hasta los llevan a la depresión nerviosa”. Seguros de que se saldrán con la suya, los estudiantes se deleitan en tener ataques repentinos de torpeza... dejando caer a la misma vez los libros o los lápices. O quizás traten de frustrar al maestro ‘haciéndose los tontos’, fingiendo que no entienden nada de lo que él dice. “Saboteamos por diversión”, explica el joven Bobby.

      Sin embargo, si siembras crueldad en la sala de clases, no te sorprendas de que el resultado sea un maestro hostil y malo. (Compara con Gálatas 6:7.) Recuerda la regla áurea: “Por lo tanto, todas las cosas que quieren que los hombres les hagan, también ustedes de igual manera tienen que hacérselas a ellos”. (Mateo 7:12.) No participes en las bromas pesadas de los alumnos en la clase. Presta atención a lo que dice el maestro. Coopera. Con el tiempo, puede que su actitud sea menos hostil... al menos en lo que toca a ti.

      ‘No le caigo bien a mi maestro’

      A veces un choque de personalidades o algún malentendido resulta en que tu maestro se enoje contigo; la curiosidad pudiera confundirse con rebelión, y un leve capricho con tontedad. Y si un maestro te mira con antipatía, puede que se sienta inclinado a avergonzarte o humillarte. Puede desarrollarse animosidad entre ustedes.

      La Biblia dice: “No devuelvan mal por mal a nadie. [...] Si es posible, en cuanto dependa de ustedes, sean pacíficos con todos los hombres”. (Romanos 12:17, 18.) Trata de no contrariar a tu maestro. Evita las confrontaciones innecesarias. No le des causa legítima de queja. De hecho, trata de ser amigable. ‘¿Amigable? ¿Con él?’, puede que te preguntes. Sí; despliega buenos modales saludándolo respetuosamente cuando llegues a la sala de clases. Si persistes en tratarlo con cortesía, y de vez en cuando sonríes, bien pudiera ser que él cambiara de opinión respecto a ti. (Compara con Romanos 12:20, 21.)

      Es cierto que una sonrisa no siempre te va a sacar de una situación difícil. Pero Eclesiastés 10:4 aconseja: “Si el espíritu de un gobernante [o de una persona en autoridad] se levantara contra ti [mediante castigarte], no dejes tu propio lugar, porque la calma misma templa grandes pecados”. Recuerda, además, que “la respuesta, cuando es apacible, aparta la furia”. (Proverbios 15:1.)

      ‘Merecía mejor calificación’

      Esa es una queja común. Trata de considerar a fondo el problema con tu maestro. La Biblia nos cuenta cómo Natán se encargó de la difícil tarea de poner al descubierto una falta grave que el rey David había cometido. Natán no entró en el palacio lanzando acusaciones, sino que habló a David con prudencia. (2 Samuel 12:1-7.)

      Tú también pudieras abordar humilde y apaciblemente a tu maestro. Bruce Weber, ex maestro, nos recuerda: “La rebelión del alumno provoca obstinación en el maestro. No conseguirás nada con vociferar, encolerizarte ni alegar que se ha cometido una injusticia crasa y jurar venganza”. Trata de abordar la situación como lo haría un adulto. Pudieras empezar por pedir a tu maestro que te ayude a entender el sistema que usa para calificar. Luego, dice Weber, puedes “tratar de probar que has sido víctima de un descuido o una equivocación, y no de falta de buen juicio. Usa el mismo sistema de calificar de tu maestro; muéstrale dónde te parece que se ha cometido un error al calificarte”. Aunque esto no resulte en que se cambie tu calificación, la madurez que muestres pudiera dejar una impresión positiva en tu maestro.

      Informa del asunto a tus padres

      Pero puede que a veces no baste con hablar. Considera la experiencia de Susan. Ella era una estudiante sobresaliente, y le chocó que una de sus maestras empezara a darle malas calificaciones. ¿Qué pasaba? Susan era testigo de Jehová, y su maestra casi confesó que por eso le tenía antipatía. “Me sentía frustrada —dice Susan—, y no sabía qué hacer.”

      Susan recuerda: “Me armé de valor y hablé con mi madre [no hay padre en su casa] sobre esta maestra. Ella dijo: ‘Bueno, quizás yo pueda hablar con tu maestra’. Y durante una reunión de padres y maestros abordó a mi maestra y le preguntó qué problema existía. Yo creía que mi madre se iba a enfadar mucho, pero no fue así. Fue y le habló con calma”. La maestra hizo arreglos para que Susan pasara a estar bajo otra maestra.

      Hay que reconocer que no todas las situaciones enredadas tienen un desenlace feliz, y a veces uno simplemente tiene que aguantar. Pero si puedes coexistir pacíficamente con tu maestro durante este período académico, puedes estar a la espera del año próximo, cuando tendrás un nuevo comienzo, quizás otros condiscípulos... y quizás hasta otro maestro con el cual aprender a llevarte bien.

      Preguntas para consideración Capítulo 20

      ◻ ¿Qué puntos pudieras tener presentes sobre un maestro que no fuera justo contigo?

      ◻ Muchas veces, ¿qué lleva a los maestros a dar tanta atención a los llamados alumnos favoritos?

      ◻ ¿Cómo puedes aprender de un maestro que parece aburrido?

      ◻ ¿Por qué dan algunos maestros una impresión de hostilidad contra los estudiantes?

      ◻ ¿Cómo puedes aplicar la regla áurea en la sala de clases?

      ◻ ¿Qué puedes hacer si te parece que has recibido una calificación injusta o trato injusto?

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