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  • “Su hija tiene diabetes”
  • ¡Despertad! 1999
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¡Despertad! 1999
g99 22/9 págs. 20-23

“Su hija tiene diabetes”

NO OLVIDARÉ fácilmente el efecto que me produjeron aquellas palabras del doctor. Mi hija Sonya contaba diez años en aquella época, y había sido la viva imagen de la salud, llena de energía, a veces hasta en exceso. No había recibido tratamiento facultativo desde los cinco años.

Sin embargo, los días anteriores a esta visita al médico resultaron difíciles. Sonya no se encontraba bien. Tenía mucha sed, y cuando bebía, apenas podía esperar para ir al baño, a veces cada quince minutos. De noche se levantaba no menos de tres veces. Al principio, traté de justificar los síntomas: pensé que era simplemente una infección urinaria y que pronto se recuperaría. Pero al cabo de unos días, me pareció que le haría falta un antibiótico para superar la infección.

Fue entonces cuando la llevé al médico y le expliqué lo que creía que podía ser. Él nos pidió una muestra de orina. Tanto la enfermera como yo nos dimos cuenta de que la orina del recipiente estaba llena de corpúsculos, casi del tamaño de pequeños copos de nieve. Se confirmaron las sospechas con un simple análisis de sangre. Tenía diabetes de tipo 1.

Sonya entendió lo que eso significaba. Aunque solo tenía diez años, había aprendido algo de esta enfermedad en la escuela. Su rostro descompuesto y temeroso reflejó el mío. El doctor me recomendó ingresarla en el hospital lo antes posible a fin de evitar daños mayores. Él mismo tramitó su admisión en la unidad de cuidados intensivos de un hospital de Portland (Oregón, E.U.A.). Sonya estaba sumamente enfadada por lo que le pasaba; no quería tener que inyectarse toda la vida; lloraba y no dejaba de preguntarse por qué. Traté de esconder mi pena, hasta que no pude más. Así que, allí estábamos las dos, sentadas en la sala de espera, apoyadas la una en la otra, rogándole a Jehová entre sollozos que nos ayudara a sobrellevar la situación.

La terrible experiencia del hospital

El médico me dio permiso para llevar a Sonya a casa, tomar algunas cosas, llamar a Phil, mi esposo, y pedir a alguien que recogiera a nuestro hijo Austin en la escuela. Al cabo de una hora, mi marido y yo estábamos rellenando los formularios de ingreso de Sonya en el hospital. Empezaron inmediatamente administrándole fluidos por vía intravenosa para eliminar el exceso en glucosa y cetonas de la sangre.a Fue una experiencia terrible. La niña había perdido unos tres kilogramos de peso debido a la deshidratación. Sus disminuidas venas no resultaban fáciles de encontrar. Por fin, la enfermera dio con ellas y el nerviosismo se calmó, de momento. Nos entregaron un libro grande y muchos otros papeles que teníamos que leer y entender antes de que pudiéramos llevarnos a Sonya a casa.

Nos entrevistamos con una multitud de médicos, enfermeras y dietistas. Se nos enseñó a usar la jeringuilla para administrar a nuestra hija las dos inyecciones diarias de insulina que necesitaría a partir de aquel día. Aprendimos a efectuar el análisis sanguíneo, que Sonya tendría que hacerse cuatro veces al día a fin de controlar los niveles de glucosa. ¡Era tanta la información que teníamos que asimilar! También nos dijeron qué clase de alimentación era más conveniente para ella. No podía tomar alimentos con alto contenido de azúcares; además de ser comidas especialmente equilibradas para su cuerpo en desarrollo, tenían que tener la cantidad exacta de hidratos de carbono.

Salió del hospital a los tres días. Me permitía que le pusiera las inyecciones, pero ella misma se hacía los análisis de sangre. No había pasado un mes, cuando empezó a administrarse las dosis de insulina, y lo ha venido haciendo desde entonces. Es increíble ver cómo ha aceptado la enfermedad y ha aprendido a vivir con ella. Pasó de desear morir y resucitar en el Paraíso a estar al tanto de los síntomas y sensaciones de su cuerpo, de sus limitaciones, y a ser capaz de pedir ayuda cuando la necesita.

Un período de adaptación

Los primeros meses fueron muy duros. Todos en la familia tuvimos que afrontar muchas y diferentes emociones. Yo intentaba hacer tanto que llegó el momento en que estuve a punto de explotar. El horario estricto era lo más difícil de seguir, especialmente cuando coincidía con las reuniones cristianas o la predicación, sin contar con el programa escolar y las vacaciones. Pero con mucha oración, tanto mi esposo como yo aprendimos a no inquietarnos acerca del día siguiente y empezamos a asumir nuestros nuevos deberes.

Hemos encontrado un endocrinólogo maravilloso que siempre está dispuesto a resolver nuestras dudas, hasta por correo electrónico. Lo visitamos en su consulta regularmente. Someter a Sonya a estas revisiones periódicas no solo sirve para averiguar la evolución de su enfermedad, sino que nos convence de que estamos haciendo por ella todo lo que está en nuestras manos.

Como cabía esperar, fue una temporada muy difícil para nuestro hijo, pues tuvo que aceptar toda la atención que dispensábamos a su hermana. Algunos miembros de la congregación, al igual que su maestra, se dieron cuenta de ello y le ayudaron a mantenerse ocupado y a ver que tenía que hacer cambios. En la actualidad, colabora mucho en el cuidado de su hermana. En ocasiones hemos manifestado una actitud paternal demasiado protectora y hemos exagerado nuestros temores acerca de su bienestar. La experiencia nos ha demostrado que la mejor manera de evitar estos temores es informarse bien sobre la enfermedad y saber cuáles son los efectos que puede producir en el cuerpo.

Cómo nos sentimos ahora

A menudo hablamos de las promesas de Jehová y de cuando las enfermedades sean solo un recuerdo distante (Isaías 33:24). Mientras tanto, el objetivo de la familia es seguir sirviendo a Jehová y dedicar la mayor cantidad de tiempo posible a hablar a otras personas de las bendiciones del Reino de Dios. También nos esforzamos por asistir a las reuniones de la congregación con regularidad.

Hace unos años le ofrecieron a mi marido un puesto de trabajo temporal en Israel. Sopesamos las ventajas y los inconvenientes de la mudanza en vista de la salud de nuestra hija, y oramos acerca del asunto. Decidimos que con la preparación oportuna, sin olvidar una alimentación apropiada para Sonya, el cambio podría incluso aportarnos beneficios espirituales. Resultó ser un privilegio formar parte de la congregación de habla inglesa de Tel Aviv durante año y medio. Disfrutamos de una forma de predicación totalmente diferente, lo que fue una experiencia maravillosa y enriquecedora para la familia.

Aquellas pocas palabras, “Su hija tiene diabetes”, cambiaron por completo nuestra vida; pero en lugar de ceder a la desesperación, convertimos el bienestar físico de nuestra hija en un proyecto de familia, lo que todavía nos ha unido más. Jehová, “el Dios de todo consuelo”, nos ha sostenido en las pruebas (2 Corintios 1:3).—Relatado por Cindy Herd.

[Nota]

a “Si la diabetes no se trata, resulta en cetosis, que es la acumulación en la sangre de cuerpos cetónicos o productos provenientes de la degradación de las grasas en los tejidos; le sigue la acidosis (presencia excesiva de ácido en la sangre), acompañada de náuseas y vómitos. Si la acumulación de los agentes tóxicos originados por la alteración del metabolismo de los carbohidratos continúa, conduce al llamado coma diabético.” (Encyclopædia Britannica.)

[Recuadros de la página 21]

En qué consiste la diabetes

El cuerpo convierte el alimento en energía, función tan vital como la respiración. En el estómago y los intestinos, los alimentos se metabolizan en elementos más simples, entre ellos un tipo de azúcar, la glucosa. El páncreas reacciona ante los carbohidratos (azúcares) produciendo insulina, la cual facilita que las células los asimilen para transformarlos en energía.

La diabetes se debe a una de estas dos causas: o el páncreas no produce suficiente insulina, o el cuerpo no la absorbe bien. Por consiguiente, los azúcares del torrente sanguíneo no acceden a las células para su asimilación. El libro Understanding Insulin Dependent Diabetes explica: “Los niveles sanguíneos de azúcares se elevan por encima de los límites normales y pasan mediante los riñones a la orina”. La diabetes no tratada se caracteriza por la eliminación excesiva de orina y otros trastornos generales.

[Recuadro]

Diabetes de tipo 1

Esta forma de diabetes se conocía con anterioridad como diabetes juvenil, puesto que es la que más afecta a niños y adolescentes, aunque puede aparecer a cualquier edad. Pese a que no se ha establecido su causa, existen algunos factores que, según se cree, están vinculados a la diabetes de tipo 1:

1. Herencia (genética)

2. Autoinmunidad (el organismo desarrolla una alergia a uno de sus tejidos o clases de células: en este caso, las del páncreas)

3. Ambiental (vírica o química)

Es posible que las infecciones víricas y otros factores dañen las células de los islotes de Langerhans (agrupaciones de células en el páncreas que producen insulina). Cuantos más islotes se destruyan, mayor la probabilidad de que se precipite la enfermedad.

Los diabéticos presentan los siguientes síntomas:

1. Eliminación excesiva de orina

2. Sed intensa

3. Sensación frecuente de hambre, debida a que el cuerpo no consigue la energía que necesita

4. Pérdida de peso. Cuando el organismo no puede introducir la glucosa en sus células, quema la grasa y las proteínas para obtener energía, lo que lleva a una pérdida de peso

5. Irritabilidad. Al levantarse de manera frecuente para orinar, el diabético no duerme profundamente. Pueden producirse cambios de conducta

En la diabetes de tipo 1, el páncreas produce poca insulina o ninguna. El paciente tiene que inyectársela a diario (la insulina se destruye en el estómago si se administra en píldoras).

[Recuadro]

Diabetes de tipo 2

Esta no debe confundirse con la de tipo 1. La de tipo 2 se debe a una deficiencia en la producción o utilización de la insulina. Es la variedad más común en personas mayores de 40 años, y resulta más gradual en sus fases iniciales. Existe un factor genético desencadenante de esta afección, empeorado con frecuencia por una dieta desequilibrada o por la obesidad. Se recetan píldoras que no contienen insulina, por lo menos en un principio, a fin de estimular su elaboración en el páncreas.

[Recuadros de la página 22]

Los peligros de la diabetes

El cuerpo necesita energía. Si no puede hacer uso de la glucosa, recurre a las grasas y proteínas almacenadas, que al ser consumidas, generan desechos llamados cetonas. Estas se acumulan en la sangre y se vierten en la orina. Como las cetonas son más ácidas que los tejidos sanos del organismo, su alto nivel en la sangre puede provocar un estado grave llamado cetoacidosis.

Otro riesgo para el diabético es que el grado de azúcar en la sangre descienda por debajo de los valores normales (hipoglucemia). El enfermo sufre algunos síntomas molestos como: temblor, sudor, cansancio, sensación de hambre, irritabilidad, confusión, palpitaciones, visión borrosa, cefaleas, entumecimiento u hormigueo alrededor de labios y boca, incluso convulsiones y pérdida de conciencia, o coma. Una dieta apropiada y un horario de comidas equilibrado suelen impedir que se produzcan estos efectos.

Si aparecen dichos síntomas, ingerir azúcares simples, como jugo de frutas o comprimidos de glucosa, hará que el azúcar de la sangre se eleve a un nivel seguro hasta que se pueda comer algo. En casos graves, debe inyectarse glucagón, hormona que estimula el desprendimiento de la glucosa almacenada en el hígado, lo que incrementa su presencia en la sangre. Conviene que los padres informen del estado de salud del niño diabético al conductor del autobús escolar y a la guardería infantil.

[Recuadro]

Complicaciones a largo plazo

El afectado puede sufrir otras complicaciones, entre ellas: infarto, derrame cerebral, problemas oculares y renales, así como en pies y piernas, además de infecciones constantes. Todas provocadas por lesiones en los vasos sanguíneos, neuropatías y menor resistencia a las infecciones. No todos los diabéticos padecen estas complicaciones.

Mantener los niveles normales de glucosa en la sangre puede postergar o reducir los efectos dañinos de estas complicaciones. Para evitar riesgos, también es muy útil estabilizar el peso y la presión sanguínea a unos niveles aceptables, y no fumar. El diabético debe hacer mucho ejercicio, llevar una dieta adecuada y seguir el tratamiento prescrito.

[Ilustración de la página 23]

La familia Herd

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