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República Democrática del CongoAnuario de los testigos de Jehová 2004
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Llegan más misioneros
Durante la década de 1960, la organización aprovechó la oportunidad de enviar misioneros al Congo, y se estableció un pequeño hogar misional en Kinshasa. En marzo de 1964 llegaron Julian y Madeleine Kissel, una pareja de misioneros canadienses que todavía hoy —cuarenta años después— siguen sirviendo fielmente con la familia Betel de Kinshasa.
Algunos misioneros que llegaron a finales de los años sesenta residen ahora en otros países. En 1965, Stanley y Bertha Boggus fueron asignados al Congo tras su servicio en Haití. El hermano Boggus, que era superintendente viajante, regresó a Estados Unidos en 1971 por problemas de salud. Hacia finales de 1965, Michael y Barbara Pottage se sumaron a las filas de los misioneros del país. En la actualidad forman parte de la familia Betel de Gran Bretaña. William y Ann Smith llegaron al Congo en 1966 y predicaron mayormente en Katanga hasta que, debido a la proscripción, fueron reasignados a Kenia en 1986. Un hermano de Alemania, Manfred Tonak, graduado de la clase 44 de Galaad, sirvió en calidad de superintendente viajante en el Congo. Cuando se proscribió la obra, se le envió a Kenia. Ahora es el coordinador del Comité de Sucursal de Etiopía. En 1969, Dayrell y Susanne Sharp llegaron al país tras graduarse de la clase 47 de Galaad. Cuando se les expulsó del país, los invitaron al Betel de Lusaka (Zambia), donde continúan sirviendo hasta el día de hoy. Hubo varios misioneros a los que se reasignó a otros países de África occidental, como por ejemplo, Reinhardt y Heidi Sperlich, quienes fallecieron en un trágico accidente aéreo que consternó a cuantos los conocían.
El primer hogar misional fuera de Kinshasa se abrió en 1966, en Lubumbashi, al sudeste del país. Más tarde, se abrieron otros en Kolwezi, al noroeste de Lubumbashi, y en Kananga (antigua Luluabourg), en la provincia de Kasai. La presencia de los misioneros fue un factor estabilizador que ayudó a los hermanos a conformar su vida a la verdad. En Kasai, por ejemplo, todavía existía rivalidad tribal en la congregación. En vista de que los misioneros no pertenecían a ninguna tribu, estaban en una buena posición para mediar en los problemas y ser imparciales en los casos judiciales.
Entre 1968 y 1986, más de sesenta misioneros sirvieron en diferentes partes del país. Algunos habían asistido a la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower, y otros, a la extensión de dicha escuela en Alemania. Además, llegaron al Congo varios precursores de habla francesa que habían sido nombrados misioneros directamente. Muchos de ellos aprendieron los idiomas nativos, y todos trabajaron arduamente para consolar a las personas con las buenas nuevas del Reino.
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Veamos la descripción que hizo un misionero de los lugares de reunión de finales de los años sesenta:
“Para llegar a un Salón del Reino de Léopoldville hay que atravesar un pasillo entre casas de cemento. Nos siguen un montón de niños hasta la entrada de un patio rodeado de un muro de hormigón. Detrás de la casa de unos hermanos se encuentra el salón, que no tiene paredes laterales. Hay algunos publicadores practicando cánticos del Reino con gran entusiasmo. ¡Escucharlos es un verdadero placer! Afortunadamente, unos árboles proporcionan sombra al auditorio de doscientos asientos. La plataforma es de cemento y tiene un techo de chapa de cinc. Si el orador es alto, tendrá que encorvarse un poco. Hay una mesa para las publicaciones y un tablero de anuncios donde se fijan las cartas de la sucursal y las asignaciones de la congregación. Los hermanos han colocado plantas al lado de la plataforma. También tienen lámparas de queroseno para celebrar reuniones de noche. Al marcharnos, los niños, que nos han esperado fuera, nos escoltan hasta la calle principal.
”Nos dirigimos al corazón del país. Al llegar a una aldea de cabañas de paja nos llama la atención el Salón del Reino. Es un local levantado sobre nueve postes y con un grueso techo de hojas. Observamos pequeñas zanjas en el suelo que van de un lado al otro de la sala. Nos sentamos en el suelo, metemos los pies en las zanjas y, para sorpresa nuestra, no resulta nada incómodo. Sobre el hermano que dirige la reunión cuelga un letrero escrito a mano en el dialecto local que dice ‘Salón del Reino’. La asistencia es de unas treinta personas, de las cuales quizá solo la mitad sean publicadores. Saben algunos cánticos del Reino, y lo que les falta de técnica musical, lo tienen de entusiasmo. Cantamos con toda el alma.
”Ahora viajamos hacia el norte. Detenemos el Land Rover cerca de una aldea y vemos un grupo de chozas de paja y, un poco más lejos, una construcción que se destaca del resto. Está hecha con gruesos postes de bambú bien atados entre sí, y el techo es de paja. La puerta y las ventanas son aberturas practicadas en las paredes. Delante de la construcción hay un sendero y una extensión de césped bien cuidado sobre la que descansa un letrero con el nombre ‘Testigos de Jehová’. Al llegar al salón, los hermanos nos reciben efusivamente. Una vez dentro, observamos que los bancos están hechos de cañas de bambú apoyadas sobre estacas verticales también de bambú. ¡Menos mal que el techo es impermeable! Si el bambú se mojara, echaría raíces y crecería rápidamente, de modo que la altura de los bancos sería mucho mayor que los 30 centímetros actuales. También hay un tablero de anuncios con la programación de las reuniones y las cartas de la sucursal. Los hermanos toman publicaciones de una mesa hecha con bambú partido por la mitad y unido con juncos.
”Salimos en dirección sur y llegamos a Katanga coincidiendo con la puesta de sol. El tiempo, mucho más fresco, nos obliga a abrigarnos un poco más. Al acercarnos al salón de otro poblado, escuchamos a los hermanos cantando. Los publicadores de las aldeas no suelen tener relojes, de modo que se fijan en el Sol para calcular la hora de la reunión. Los primeros en llegar comienzan a cantar hasta que la mayoría está presente y comienza la reunión. A la hora de sentarnos nos apiñamos en un tronco partido por la mitad que está sostenido en dos apoyos. Las publicaciones se guardan en un viejo armario, pero no por mucho tiempo, pues las cucarachas y las termitas acabarían con el papel. Al terminar la reunión, los hermanos nos enseñan el salón. Las paredes están hechas de pequeñas ramas atadas con juncos y cubiertas de arcilla. El techo, confeccionado con paja entretejida, es impermeable.”
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[Ilustración y recuadro de las páginas 200 a 202]
Entrevista con Michael Pottage
Año de nacimiento: 1939
Año de bautismo: 1956
Otros datos: Michael y su esposa, Barbara, sirvieron de misioneros en el Congo durante veintinueve años. En la actualidad están en el Betel de Gran Bretaña. Michael es anciano de una congregación de habla lingala de Londres.
Nuestro principal obstáculo fueron las barreras lingüísticas. Primero tuvimos que aprender francés, el idioma oficial del Congo. Pero además, en Katanga tuvimos que aprender swahili; en Kananga, el tshiluba, y cuando nos enviaron a Kinshasa, el lingala.
Aprender tantos idiomas redundó en muchos beneficios. En primer lugar, los hermanos enseguida simpatizaban con nosotros, pues veían nuestros esfuerzos por comunicarnos con ellos en su lengua como una muestra de amor verdadero e interés sincero por ellos. En segundo lugar, logramos un ministerio más productivo. Nos ganábamos el respeto del amo de casa, quien al oírnos hablar en su idioma, se quedaba asombrado y, complacido, se mostraba deseoso de escuchar lo que teníamos que decirle.
Hablar los idiomas nativos nos libró de situaciones peligrosas mientras viajábamos en la obra de distrito. En tiempos de crisis, las fuerzas militares y políticas solían establecer controles de carretera que eran utilizados además para extorsionar a quienes pasaran por allí, sobre todo si eran extranjeros, considerados objetivos fáciles y lucrativos. Cuando nos daban la voz de alto, saludábamos a los soldados en su idioma. Eso los dejaba sorprendidos, y nos preguntaban quiénes éramos. Cuando sabíamos más que un simple saludo y podíamos darles una explicación exacta de nuestra labor, su reacción solía ser favorable: nos pedían publicaciones y nos deseaban un buen viaje con la bendición de Dios.
El amor abnegado de nuestros hermanos africanos nos conmovía profundamente. Durante muchos años, el Congo fue un Estado con un único partido político, que se oponía enérgicamente y en ocasiones hasta con violencia a quienes permanecían neutrales, como los testigos de Jehová. Con este ambiente, viajamos en vehículos todoterreno en la obra de distrito sirviendo a los hermanos en las asambleas.
Recuerdo bien lo que ocurrió en cierta asamblea. Durante la sesión de la tarde del último día, el jefe del partido local se presentó detrás de la plataforma. Estaba borracho y empezó a decir groserías mientras insistía en que lo dejáramos salir para ordenarles a todos que compraran la tarjeta del partido. Cuando no se lo permitimos, se enfureció, nos insultó y dijo que los testigos de Jehová se oponían al gobierno y que deberían ser encarcelados. Algunos hermanos lograron persuadirlo para que se fuera. Se marchó amenazándonos a gritos con denunciarnos al administrador y con volver y quemar nuestro vehículo así como la casa de paja en la que nos alojábamos. Sabíamos que hablaba muy en serio.
Los hermanos se portaron de forma increíble. En vez de huir aterrorizados, nos rodearon y nos animaron a confiar en Jehová y dejar los asuntos en Sus manos. Luego se turnaron para vigilar la casa y el vehículo durante toda la noche. Lo que hicieron por nosotros nos llegó al corazón. No solo arriesgaron la vida para protegernos, sino que estuvieron dispuestos a afrontar el trato brutal que tal vez les esperaba tras nuestra marcha por no haber apoyado al partido. Jamás olvidaremos esta demostración de abnegado amor cristiano, junto con tantas otras expresiones conmovedoras de cariño que vivimos durante aquellos años.
[Ilustración y recuadro de las páginas 211 a 213]
Entrevista con Terence Latham
Año de nacimiento: 1945
Año de bautismo: 1964
Otros datos: Fue misionero durante doce años. Aprendió francés, lingala y swahili. En la actualidad sirve en España junto con su esposa y dos hijos.
En 1969, Raymond Knowles y yo llegamos a Kisangani en avión. La ciudad tenía entonces 230.000 habitantes y era la capital de la provincia nororiental del Congo.
El puñado de publicadores y personas interesadas que había en la zona nos dieron una afectuosa bienvenida. Nos entregaron multitud de regalos: papayas, piñas, bananas y otras frutas tropicales que jamás habíamos visto. Hasta nos dieron tortugas y pollos vivos. Samuel Tshikaka tuvo la bondad de alojarnos en su casa, aunque enseguida alquilamos un bungaló al que se vinieron a vivir Nicholas y Mary Fone, así como Paul y Marilyn Evans. ¡Qué tiempos aquellos! Juntos restauramos y pintamos aquel hogar misional, el primero de Kisangani. Había enredaderas y hierba alta por todas partes. Al hacer la limpieza, desalojamos a dos civetas del desván. Posteriormente, llegaron Peter y Ann Barnes, además de Ann Harkness, quien había llegado a ser mi esposa.
En los primeros cuatro años de predicación en Kisangani aprendimos lingala y swahili, y conocimos mejor a los hospitalarios y simpáticos habitantes de la región. Dirigíamos tantos estudios bíblicos que para atenderlos a todos teníamos que trabajar desde primera hora de la mañana hasta última hora de la noche. Durante el tiempo que pasamos en Kisangani, el grupito de publicadores creció hasta convertirse en ocho congregaciones.
En cierta ocasión, mientras viajábamos en automóvil por el camino del Ituri, vimos una aldea de pigmeos, a los que estábamos deseosos de predicar. Según algunos especialistas, los pigmeos aluden al bosque como su madre o padre porque de él obtienen alimento, ropa y protección. Para ellos se trata de un lugar sagrado con el que creen entrar en comunión mediante una ceremonia llamada molimo, en la que danzan y cantan alrededor del fuego. Se acompañan en el baile con la trompeta molimo, un largo tubo de madera con el que los hombres producen música y sonidos de animales.
Nos impresionó el campamento de este pueblo nómada, que suele permanecer en un mismo lugar solo durante un mes, aproximadamente. El poblado estaba compuesto de chozas de forma cónica construidas con hojas y árboles jóvenes. Estos refugios, que no tienen más que una abertura, pueden levantarse en menos de dos horas y albergan a unas cuantas personas acurrucadas en el suelo. Algunos niños se acercaron a tocarnos la piel y el pelo, pues jamás habían visto a nadie de raza blanca. Fue un verdadero privilegio conocer a estos amigables habitantes de la selva y poderles predicar. Nos dijeron que ya los habían visitado otros Testigos de poblaciones próximas a su campamento.
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