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  • República Democrática del Congo
    Anuario de los testigos de Jehová 2004
    • Enfrentamiento con el Kitawala

      En 1960, Pontien Mukanga, hermano de complexión menuda y de genio apacible, se convirtió en el primer superintendente de circuito en el país. Tras recibir preparación en la República del Congo, visitó las congregaciones de Léopoldville y algunos grupos aislados de las cercanías. Sin embargo, aún le esperaba una asignación más difícil: el Kitawala.

      Uno de sus primeros destinos fue Kisangani (antigua Stanleyville), a más de 1.600 kilómetros de la capital. ¿Por qué allí? Un europeo que encontró el hermano Heuse en el servicio del campo le mostró una fotografía tomada en Stanleyville justo después de la independencia. En ella se veía un gran rótulo frente a la estación del ferrocarril con una Biblia abierta y la siguiente inscripción: “Watch Tower Bible and Tract Society. International Bible Students Association. Religión Kitawala congoleña. Viva Patrice E. Lumumba. Viva Antoine Gizenga. Viva el gobierno del M.N.C.”. Era evidente que el Kitawala de Kisangani utilizaba ilegítimamente los nombres de las corporaciones legales de los testigos de Jehová.

      ¿Había Testigos verdaderos en ese lugar? Se envió al hermano Mukanga a fin de averiguarlo. El único nombre con que contaba la sucursal era Samuel Tshikaka, quien tras escuchar la verdad en Bumba había regresado a Kisangani en 1957. Él no tenía ninguna relación con los grupos Kitawala y ayudó con gusto al hermano Mukanga, quien escribió: “Fui con Samuel a investigar a los que utilizaban el nombre Watch Tower. Visitamos a su pastor, quien nos habló de su grupo. Descubrimos que aunque usaban la Biblia, todos creían en la inmortalidad del alma y enseñaban a amarse mediante el intercambio de esposas.

      ”Poco después de mi llegada, la policía intentó arrestar a los miembros del Kitawala de la ciudad, pero estos ofrecieron resistencia. La policía envió soldados y más refuerzos. Murieron muchos del grupo Kitawala. Al día siguiente llegó por el río una barca con cadáveres y heridos en la que estaba el secretario del pastor, quien recordó mi visita dos días atrás. Me acusó falsamente de traicionarlos a las autoridades y me hizo responsable de las muertes. Ordenó a sus amigos que no me dejaran escapar, pero pude huir antes de que me mataran.”

      Los periódicos de Bélgica informaron de este incidente con el titular: “Lucha entre los testigos de Jehová y la policía”. No obstante, las autoridades congoleñas, que conocían la diferencia entre el Kitawala y los Testigos, dieron un informe exacto. Ni un solo rotativo del Congo acusó a los Testigos de participar en el incidente.

      ¿Y qué fue de Samuel? Todavía sigue en la verdad. En la actualidad es anciano de la Congregación Tshopo-Est, de Kisangani, ciudad que cuenta con 1.536 publicadores distribuidos en veintidós congregaciones. Su hijo, Lotomo, sirve de superintendente de circuito, al igual que lo hacía Pontien Mukanga unos cuarenta años atrás.

      Un superintendente de circuito que corrigió los asuntos

      François Danda fue otro superintendente de circuito que se esforzó por establecer la diferencia entre los Testigos y el Kitawala. “Fueron tiempos difíciles —explica—, pues había mucha confusión. El grupo Kitawala siempre colocaba letreros con el nombre ‘Watch Tower’ en sus lugares de reunión. Claro, en la página de los editores de todas nuestras publicaciones aparecía el nombre ‘Watch Tower’. Supongamos que un lector de nuestras publicaciones que buscara al pueblo de Dios se encontrara con un lugar de reunión con el rótulo ‘Salón del Reino de los Testigos de Jehová’ en el idioma local y otro con el letrero ‘Watch Tower’. ¿En cuál de ellos entraría? Es fácil ver la gran confusión que había.

      ”A numerosos hermanos les faltaba conocimiento exacto, y no había muchas publicaciones. Las congregaciones solían mezclar la verdad con las enseñanzas del Kitawala, sobre todo en lo relativo a la santidad del matrimonio. En una ciudad pensaban que 1 Pedro 2:17, que exhorta a tener ‘amor a toda la asociación de hermanos’, significaba que los hermanos podían tener relaciones sexuales con cualquier hermana. Si una hermana se quedaba embarazada de un hermano en la fe, el esposo aceptaba el hijo como propio. Al igual que en el siglo primero, ‘los indoctos e inconstantes’ torcían las Escrituras (2 Ped. 3:16).

      ”Pronuncié varios discursos bíblicos muy directos sobre las normas de Jehová, entre ellas las relacionadas con el matrimonio. Dije que ciertos asuntos debían corregirse con paciencia, poco a poco, pero en lo que concernía al intercambio de esposas, esto tenía que cambiar de inmediato. Felizmente, los hermanos entendieron el punto de vista bíblico y lo aceptaron. En aquella ciudad, incluso algunos miembros del Kitawala abrazaron la verdad.”

      Los esfuerzos de los hermanos Mukanga y Danda, y de muchos como ellos, dejaron claro a la gente que los Testigos eran diferentes del Kitawala.

  • República Democrática del Congo
    Anuario de los testigos de Jehová 2004
    • Por todo el país, superintendentes de circuito y precursores animosos hicieron una gran labor fortaleciendo y capacitando a los hermanos. En aquel tiempo, varios superintendentes de circuito y precursores especiales que habían recibido preparación en Zambia entraron a Katanga y al sur de Kasai, regiones que habían vivido una guerra civil.

  • República Democrática del Congo
    Anuario de los testigos de Jehová 2004
    • [Ilustración y recuadro de las páginas 191 a 193]

      Entrevista con Pontien Mukanga

      Año de nacimiento: 1929

      Año de bautismo: 1955

      Otros datos: Fue el primer superintendente de circuito del país.

      En 1955, un dolor de muelas me llevó al hospital. El dentista que me atendió, Albert Luyinu, me leyó Revelación 21:3, 4, que habla del tiempo en que el dolor será cosa del pasado. Le di mi dirección, y me visitó aquella noche. Progresé rápidamente en sentido espiritual y me bauticé aquel mismo año.

      En 1960 me nombraron superintendente de circuito para todo el país. Mi asignación no era fácil, pues durante días o incluso semanas tenía que viajar entre la abundante carga que había en la parte trasera de los camiones que recorrían las pésimas carreteras bajo un sol ardiente. Por la noche, los mosquitos eran un suplicio. De vez en cuando se averiaba el camión, y tenía que esperar hasta que lo repararan. A veces caminaba a solas por senderos que no tenían ningún tipo de señalización, y me perdí en más de una ocasión.

      Cierto día visité un pueblo del norte junto con Leon Anzapa. De allí salimos en bicicleta hacia otra población, a 120 kilómetros de distancia. Nos perdimos y tuvimos que pasar la noche en un pequeño gallinero cerrado. Nos empezaron a picar los insectos que tenían las gallinas, así que el dueño del corral encendió una pequeña fogata en el centro aunque no había ninguna ventana.

      Aquella noche estalló una lucha entre el hijo del dueño y los demás aldeanos. El padre no tardó en unirse a la pelea. Sabíamos que si perdía, nos veríamos en problemas. Lo cierto es que entre los insectos, el humo y la pelea, no dormimos nada.

      Antes del amanecer nos fuimos sigilosamente en nuestras bicicletas, pero a los pocos kilómetros estábamos perdidos de nuevo. Recorrimos todo el día un camino abandonado. Al final de la jornada, hambriento y exhausto, Leon se cayó de la bicicleta y se partió el labio superior al golpearse con una piedra. Sangraba mucho, pero seguimos hasta llegar a un pueblo. Al verlo, los vecinos preguntaron quién lo había lastimado. Les explicamos que se había caído de la bicicleta, pero no nos creyeron y me acusaron de golpearlo. Aquella noche tampoco pudimos dormir; Leon estaba muy dolorido, y como castigo, los aldeanos querían hacer algo para lastimarme. A la mañana siguiente reanudamos la marcha hasta llegar a un pueblo donde había algunas medicinas. Allí le pusieron un desinfectante en el labio y le cosieron la herida con seis grapas. Luego viajamos 80 kilómetros más hasta llegar a Gemena, donde dejé a Leon en un pequeño hospital. Continué mi viaje en solitario hasta reunirme con mi esposa. Juntos, seguimos río abajo, hasta llegar a Kinshasa.

      La esposa de Pontien, Marie, que solía acompañarlo, murió en 1963. Pontien se volvió a casar en 1966 y siguió en la obra de circuito hasta 1969. En la actualidad continúa sirviendo a tiempo completo, como precursor regular.

      [Ilustración y recuadro de las páginas 195 y 196]

      Entrevista con François Danda

      Año de nacimiento: 1935

      Año de bautismo: 1959

      Otros datos: Fue superintendente viajante de 1963 a 1986. Estuvo en Betel de 1986 a 1996. Ahora sirve de anciano y precursor especial.

      Durante la visita que realicé en 1974 a la congregación de Kenge (provincia de Bandundu), unos militantes del partido del gobierno me arrestaron a mí y a seis hermanos más. La principal acusación que presentaron contra nosotros fue nuestra negativa a participar en ceremonias políticas en honor al jefe de Estado. Nos metieron en una celda sin ventanas de dos metros de ancho por dos de largo. Nadie se podía sentar ni acostar; solo podíamos apoyarnos unos contra otros. Únicamente nos dejaban salir dos veces al día. Aquella situación duró cuarenta y cinco días. Cuando mi esposa, Henriette, se enteró de lo sucedido, recorrió 290 kilómetros (desde Kinshasa) para visitarme. No obstante, solo la dejaban verme una vez por semana.

      Cierto día llegó a la prisión el fiscal del estado y prepararon una ceremonia política en su honor. Nosotros fuimos los únicos que no entonamos canciones políticas ni repetimos eslóganes del partido. El fiscal se puso furioso y me ordenó que obligara a los demás hermanos a cantar. Yo le respondí que no tenía autoridad sobre ellos y que esa era su decisión. Me dieron una paliza.

      Posteriormente nos hicieron subir en la parte trasera de un todoterreno. Dos soldados nos custodiaban, y el fiscal se sentó delante con el conductor. Íbamos a gran velocidad rumbo a la ciudad de Bandundu, capital de la provincia del mismo nombre. Les dije a los hermanos que se sujetaran y comencé a orar. Justo cuando terminaba la oración, el vehículo tomó una curva demasiado rápido y volcó. Fue una sorpresa comprobar que nadie había muerto, ni siquiera había resultado herido. Percibimos la protección de Jehová. Cuando levantamos el vehículo, el fiscal ordenó a los dos soldados que nos acompañaran a pie a la prisión, mientras ellos seguían adelante.

      Al llegar a la cárcel, los soldados les contaron el incidente a los responsables y les suplicaron que nos dejaran libres. El director de la prisión quedó sumamente impresionado, pues, al igual que nosotros, creía que Dios nos había protegido. Los siguientes días los pasamos en una celda normal y nos permitieron pasear por el patio con los demás prisioneros. Al poco tiempo nos liberaron.

      Tras veinticuatro años en la obra de circuito, a François y Henriette los invitaron a Betel. Diez años después los nombraron precursores especiales. Henriette falleció el 16 de agosto de 1998.

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