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    Anuario de los testigos de Jehová 2006
    • Los superintendentes viajantes

      Los ministros de Dios necesitan aguante (Col. 1:24, 25). A este respecto, los superintendentes viajantes son ejemplares, pues se desviven por fomentar los intereses del Reino. Su afectuosa labor como pastores fortalece a las congregaciones y demuestra que son “dádivas en hombres” (Efe. 4:8; 1 Tes. 1:3).

      A fines de la década de 1930 se preparó a hermanos capacitados para ser siervos de zona y siervos regionales (actuales superintendentes de circuito y distrito). “No era nada fácil viajar de una congregación a otra —comenta James Mwango—. Teníamos unas bicicletas, pero los hermanos nos acompañaban a pie para ayudarnos a llevar el equipaje, así que tardábamos varios días en llegar a nuestro destino. Pasábamos dos semanas con cada congregación.”

      “Se desmayó al instante”

      En aquel entonces, como ahora, viajar por zonas rurales era todo un reto. Robinson Shamuluma, que ahora tiene más de ochenta años, sirvió de superintendente viajante acompañado de su esposa, Juliana. Robinson recuerda que una vez los sorprendió un aguacero especialmente fuerte durante la temporada de lluvias. Una vez que cesó la tormenta, había tanto lodo en el camino que las bicicletas se hundían hasta la altura de los sillines. Cuando llegaron a la siguiente congregación, Juliana estaba tan cansada que apenas tuvo fuerzas para beberse un vaso de agua.

      Enock Chirwa, que fue superintendente de circuito y distrito en las décadas de 1960 y 1970, explica: “Los lunes eran agotadores porque teníamos que viajar. Pero cuando llegábamos a las congregaciones, nos olvidábamos del viaje. Nos sentíamos felices de estar con los hermanos”.

      La distancia y los rigores del viaje no eran los únicos obstáculos. De camino a una congregación en el norte del país, Lamp Chisenga y dos hermanos vieron en una carretera polvorienta la figura de un animal a lo lejos. “Los hermanos no distinguían qué era —contó el hermano Chisenga—. Estaba sentado como si fuera un perro. ‘¿Lo ven?’, les pregunté. Entonces uno de ellos reconoció la figura de un león, dio un grito y se desmayó al instante. Decidimos esperar hasta que el león se internara en el bosque.”

      John Jason y su esposa, Kay, que dedicaron parte de los veintiséis años que estuvieron en Zambia a la obra de distrito, aprendieron a tener paciencia ante los problemas mecánicos. John relata: “Recuerdo haber recorrido más de 150 kilómetros [100 millas] con los muelles de la suspensión rotos, ya que no teníamos ni los repuestos ni un lugar al que acudir por ayuda. En cierto punto, el vehículo se sobrecalentó y tuvimos que detenernos, así que, parados junto a la carretera, no pudimos hacer nada más que emplear toda el agua que nos quedaba para refrigerar el motor y prepararnos una última taza de té. En medio de la nada, exhaustos y acalorados, nos sentamos en el automóvil y le pedimos ayuda a Jehová. A las tres de la tarde, un camión de reparación de carreteras pasó por allí, el primer vehículo del día. Al ver nuestra situación, los trabajadores se ofrecieron a remolcarnos, de modo que llegamos a la congregación justo antes del anochecer”.

      Aprenden a confiar

      En tales circunstancias, los superintendentes viajantes aprendían rápido a no confiar en sus propias capacidades o recursos, sino en fuentes más fiables: Jehová Dios y la hermandad cristiana (Heb. 13:5, 6). Geoffrey Wheeler cuenta: “Nos enfrentamos a un serio problema a las tres semanas de empezar la obra de distrito. Estábamos en el lugar de la asamblea, listos para el programa del fin de semana. Me habían dado una hornilla de queroseno que no funcionaba bien. Hacía calor y corría el viento, así que, al prender la hornilla, se levantó una llamarada. En cuestión de minutos, el fuego se descontroló. La rueda que nuestro Land Rover llevaba al frente se incendió y, casi al instante, las llamas se propagaron por todo el vehículo”.

      Si perder su medio de transporte ya fue malo de por sí, aún habían de enfrentarse a algo más. Geoffrey relata: “Guardábamos nuestra ropa en una maleta negra de metal dentro del Land Rover. ¡La ropa no ardió: se quedó totalmente apelmazada e inservible! Con todo, los hermanos pudieron rescatar nuestra cama, una camisa y mi máquina de escribir, que estaban al otro lado del vehículo. Agradecimos muchísimo que tuvieran tan buenos reflejos”. ¿Cómo se las arreglarían el superintendente de distrito y su esposa si habían perdido sus cosas y no iban a volver a la ciudad hasta después de dos meses? Geoffrey dice: “Un hermano me prestó una corbata, y tuve que pronunciar el discurso público calzado con unos zapatos de goma. Superamos aquello, y los hermanos hicieron cuanto pudieron para consolar a su inexperto superintendente de distrito”.

      Una cama a prueba de serpientes

      El amor e interés que muestran las congregaciones que siguen “la senda de la hospitalidad” anima a los superintendentes viajantes y a sus esposas a continuar en su abnegada labor. Hay un sinfín de relatos que muestran cómo las congregaciones, pese a sus carencias materiales, satisfacen con amor las necesidades de tales hermanos, quienes lo agradecen muchísimo (Rom. 12:13; Pro. 15:17).

      Los alojamientos para los superintendentes viajantes suelen ser modestos, pero siempre se ofrecen con amor. Fred Kashimoto, que fue superintendente de circuito a principios de la década de 1980, recuerda que una vez llegó de noche a un pueblo de la provincia Septentrional, donde los hermanos le dieron una afectuosa bienvenida. Cuando todos habían entrado en la pequeña vivienda, pusieron las maletas sobre una gran mesa de un metro y medio [5 pies] de altura. Al hacerse tarde, el hermano Kashimoto preguntó: “¿Dónde voy a dormir?”.

      Señalando a la mesa, los hermanos respondieron: “Esa es la cama”. Parece que, debido a la abundancia de serpientes, los hermanos habían ideado un método más seguro que el habitual. De modo que extendieron unos haces de paja sobre la mesa, y el hermano pasó allí la noche.

      En las zonas rurales, los hermanos suelen regalar productos agrícolas. “Una vez nos dieron un pollo —relata sonriente Geoffrey Wheeler—. Antes de anochecer, lo colocamos sobre un palo que había en la letrina, pero el muy bobo saltó y se cayó en el pozo. Logramos sacarlo vivo con una azada, y mi esposa lo lavó con agua caliente, jabón y mucho desinfectante. Lo cocinamos al final de la semana, y estaba muy rico.”

      Los Jason también fueron objeto de una hospitalidad semejante. “A menudo los hermanos nos regalaban un pollo vivo —contó John—. Teníamos una cestita en la que llevábamos una gallina durante nuestros viajes en el distrito. Ponía un huevo todas las mañanas, así que nunca pensamos en comérnosla. Cuando hacíamos el equipaje, la gallina mostraba a las claras que no deseaba que la dejáramos.”

      Películas motivadoras

      A partir de 1954 se empleó La Sociedad del Nuevo Mundo en acción, junto con otras películas, en una animadora campaña docente. “Impulsó a muchos hermanos a esforzarse en el ministerio y en la congregación”, señalaba un informe de aquel tiempo de la sucursal. Hubo quienes adoptaron un lema para cuando desmantelaban el lugar de la asamblea después de ver la película; decían: “Hagámoslo al estilo ‘La Sociedad del Nuevo Mundo en acción’”, es decir, “con vigor”. Durante el primer año vieron la película más de cuarenta y dos mil personas, entre ellas funcionarios del gobierno y del sistema educativo, quienes se llevaron una muy buena impresión. Con el tiempo, más de un millón de personas en Zambia llegaron a oír de los testigos de Jehová y de su organización cristiana.

      Wayne Johnson recuerda el efecto que tuvo esta campaña: “Las películas atraían a personas que vivían en varias millas a la redonda y contribuyeron mucho a que conocieran la organización de Jehová. En el transcurso del programa era frecuente escuchar entusiásticos y prolongados aplausos”.

      Durante algún tiempo, en la sesión del sábado por la tarde de las asambleas de circuito se presentaba una de estas películas. En las zonas rurales, aquello era todo un acontecimiento. La campaña tuvo un efecto importante, aunque hubo quienes malentendieron ciertas escenas por no conocer otros estilos de vida. Por ejemplo, una de las películas mostraba a un río de gente saliendo de la estación del metro de Nueva York, y algunos pensaron que esas imágenes representaban la resurrección. Con todo, tales filmaciones ayudaron a la gente a conocer mejor a los testigos de Jehová. Por otra parte, soplaban vientos de cambio, y el deseo cada vez más intenso de independencia nacional haría que muchos zambianos se volvieran contra los hermanos. Tanto las congregaciones como los superintendentes viajantes iban a enfrentarse a situaciones que exigirían de ellos aún más aguante.

      Intromisión política

      El 24 de octubre de 1964, Rhodesia del Norte obtuvo la independencia de Gran Bretaña y llegó a ser la República de Zambia. Fue un tiempo de grandes tensiones políticas. La neutralidad de los testigos de Jehová se malinterpretó como un apoyo tácito a la continuación del dominio colonial.

      Lamp Chisenga no olvida un viaje que efectuó a la zona del lago Bangweulu en aquella época. Tenía la intención de abordar un bote y visitar a algunos hermanos que eran pescadores. La primera etapa del trayecto la hizo en un autobús que lo llevó hasta la orilla del lago. Cuando se bajó, le pidieron que enseñara la tarjeta de cierto partido político. Por supuesto, no la tenía, y los hombres le arrebataron el maletín. Uno de ellos, al ver una caja marcada con la palabra Watchtower, hizo sonar su silbato con fuerza y se puso a gritar: “¡Watchtower!, ¡Watchtower!”.

      Temiendo que se produjera un disturbio, un agente empujó a Lamp y sus paquetes de vuelta al autobús. Una gran multitud se había arremolinado ante el vehículo y empezó a lanzar piedras contra las puertas, las ruedas y los cristales. El conductor arrancó a toda velocidad y no paró hasta llegar a Samfya, a unos 90 kilómetros [55 millas] de allí. Durante la noche, la situación se calmó. Sin perturbarse, el hermano Lamp se embarcó a la mañana siguiente a fin de visitar las pequeñas congregaciones que había en torno al lago.

      “Por el aguante de mucho”, los superintendentes viajantes siguen recomendándose como ministros de Dios (2 Cor. 6:4). Fanwell Chisenga, cuyo circuito abarcaba un territorio a lo largo del río Zambeze, señala: “Para ser superintendente de circuito, hace falta devoción completa y abnegación”. En esta zona, para trasladarse de una congregación a otra hay que hacer largos viajes en canoas viejas y agujereadas, por ríos en los que un hipopótamo furioso puede partir la embarcación como si fuera una ramita. ¿Qué ayudó a Fanwell a aferrarse a su asignación? Sonriendo al observar una fotografía de los miembros de una congregación que lo acompañaron hasta la orilla de un río, reconoce una fuente de motivación: los hermanos. Con añoranza pregunta: “¿En qué otro lugar se pueden encontrar rostros tan felices en un mundo lleno de ira?”.

  • Zambia
    Anuario de los testigos de Jehová 2006
    • [Ilustración y recuadro de la página 221]

      Delgado como un fideo

      Michael Mukanu

      Año de nacimiento: 1928

      Año de bautismo: 1954

      Otros datos: Fue superintendente viajante y ahora sirve en Betel de Zambia.

      Mi circuito incluía un valle al otro lado de un monte escarpado. Las moscas tsetsé me resultaban muy molestas, así que para evitar los insectos y el calor del día, me levantaba a la una de la mañana y me ponía en marcha, subiendo colinas y montañas para llegar a la siguiente congregación. Como caminaba tanto, llevaba poco equipaje. No tenía mucho que comer, de modo que estaba delgado como un fideo. Los hermanos querían escribir a la sucursal para solicitar que me cambiaran de asignación, pues opinaban que tarde o temprano iba a morir. Cuando me lo contaron, les dije: “Es muy amable de su parte, pero deben recordar que mi asignación viene de Jehová, y él puede cambiarla. Si muero, no seré el primero que entierren por aquí, ¿verdad? Déjenme seguir; si muero, entonces notifíquenlo a la sucursal”.

      Tres semanas después recibí un cambio de asignación. Es cierto que servir a Jehová puede suponer un reto, pero hay que perseverar. Jehová es el Dios feliz, y si sus siervos no están felices, él puede manejar los asuntos para que sigan contentos en su servicio.

      [Ilustración y recuadro de las páginas 223 y 224]

      No somos supersticiosos

      Harkins Mukinga

      Año de nacimiento: 1954

      Año de bautismo: 1970

      Otros datos: Sirvió de superintendente viajante junto con su esposa, y ahora están en Betel de Zambia.

      Nuestro único hijo de dos años de edad nos acompañaba a mi esposa, Idah, y a mí en nuestras visitas. Al llegar a cierta congregación, los hermanos nos recibieron afectuosamente. El jueves por la mañana, el niño comenzó a llorar sin parar. A las ocho me fui a la reunión para el servicio del campo y lo dejé en las buenas manos de Idah. Una hora después, mientras conducía un estudio bíblico, me enteré de que nuestro hijo había muerto. Algo que aumentó nuestra angustia fue oír que varios hermanos creían que el niño había sido víctima de un hechizo, un temor común entre la gente. Tratamos de hacer razonar a los hermanos que no era así, pero las noticias corrieron como la pólvora por todo el territorio. Les expliqué que si bien Satanás es poderoso, no puede vencer a Jehová y a sus siervos leales. La Biblia dice que “el tiempo y el suceso imprevisto les acaecen a todos”, por eso no debemos precipitarnos a sacar conclusiones movidos por el miedo (Ecl. 9:11).

      Enterramos a nuestro hijo al día siguiente, tras lo cual celebramos la reunión. Los hermanos aprendieron varias lecciones: ni tememos a los espíritus malvados ni somos supersticiosos. Aunque nos apenó profundamente la pérdida, seguimos con la actividad especial de la visita y partimos para otra congregación. En vez de recibir consuelo de las congregaciones, tuvimos que consolarlas y animarlas con la esperanza de que en el futuro cercano la muerte será algo del pasado.

      [Ilustración y recuadro de las páginas 228 y 229]

      Nos armamos de valor

      Lennard Musonda

      Año de nacimiento: 1955

      Año de bautismo: 1974

      Otros datos: Emprendió el servicio de tiempo completo en 1976. Fue superintendente viajante por seis años y ahora sirve en Betel de Zambia.

      Recuerdo que allá por 1985 visité algunas congregaciones en el extremo norte del país, donde la oposición política había sido intensa en años anteriores. Recién nombrado superintendente de circuito, se me presentó una oportunidad para demostrar fe y valor. Cierto día, al terminar la reunión para el servicio del campo y cuando nos disponíamos a ir a una aldea cercana, un hermano comentó que había oído decir que si los testigos de Jehová se atrevían a predicar allí, se arriesgaban a que los vecinos les dieran una paliza. Pese a que se habían producido ataques de turbas violentas a finales de la década de 1960 y principios de la de 1970, no podía concebir que a estas alturas pudiéramos ser agredidos por toda una comunidad.

      No obstante, al oír esto, algunos publicadores se atemorizaron y se echaron atrás. Bastantes de nosotros, en cambio, nos armamos de valor y partimos hacia la aldea. Lo que sucedió nos dejó perplejos. Entablamos conversaciones agradables con las personas que encontramos, y muchas aceptaron las revistas. Sin embargo, hubo algunas que nos vieron llegar y huyeron, dejando ollas en el fuego y casas vacías con las puertas abiertas. De modo que, en vez de una confrontación, fuimos testigos de una retirada.

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