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ZambiaAnuario de los testigos de Jehová 2006
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Neutralidad
El apóstol Pablo escribió: “Nadie puede ser soldado y al mismo tiempo enredarse en asuntos de este mundo si ha de agradar al que lo tomó por soldado” (2 Tim. 2:4, La Escritura Santa). Permanecer a la entera disposición de su Caudillo, Jesucristo, exige de los cristianos verdaderos que no se involucren en los sistemas políticos y religiosos de este mundo, y su neutralidad a este respecto les ha acarreado dificultades y “tribulaciones” (Juan 15:19).
Durante la II Guerra Mundial, muchos cristianos fueron cruelmente maltratados por no ser “patriotas”. “Vimos cómo echaban a hermanos de mayor edad en camiones como si fueran sacos de maíz por negarse a efectuar el servicio militar —recuerda Benson Judge, quien llegó a ser un celoso superintendente de circuito—. Los oíamos decir: ‘Tidzafera za Mulungu’ (Moriremos por Dios).”
Aunque aún no se había bautizado, Mukosiku Sinaali recuerda bien que, durante la guerra, la cuestión de la neutralidad surgía de continuo: “Todo el mundo estaba obligado a cavar y recoger las raíces de una enredadera llamada mambongo, que produce un preciado látex. Las raíces se cortaban en tiras y se machacaban para formar bandas que se ataban en haces, de las que luego se extraía una especie de goma utilizada en la fabricación de botas militares. Los Testigos se negaban a efectuar esta labor debido a la relación que tenía con el esfuerzo bélico. Como consecuencia, los hermanos fueron castigados. Se convirtieron en ‘elementos indeseables’”.
Joseph Mulemwa era uno de esos “indeseables”. Oriundo de Rhodesia del Sur, había llegado a la provincia Occidental de Rhodesia del Norte en 1932. Se decía que animaba a la gente a dejar de cultivar los campos porque ‘el Reino estaba a las puertas’, acusación falsa que promovió un sacerdote de la misión de Mavumbo que despreciaba a Joseph. Cierto día, este fue detenido, esposado y llevado ante un hombre que sufría trastornos mentales. Algunos deseaban que esta persona lo atacara, pero Joseph logró tranquilizarla. Cuando lo dejaron libre, continuó predicando y visitando las congregaciones. El hermano fue fiel hasta su muerte, acaecida a mediados de los años ochenta.
Fortalecidos para afrontar las pruebas
El espíritu nacionalista y las tensiones entre comunidades hicieron que se amenazara a aquellos que por razones de conciencia no participaban en el proceso político. Pese a la tensión que reinaba en el país, la asamblea de distrito “Ministros valerosos”, celebrada en 1963, dio testimonio de la paz y la unidad existentes entre los testigos de Jehová. El programa se presentó en cuatro idiomas para beneficio de los casi veinticinco mil asistentes, algunos de los cuales llevaron sus tiendas de campaña y sus remolques para alojarse los cinco días que duró la asamblea. Fue muy importante un discurso que pronunció Milton Henschel sobre la relación del cristiano con el Estado. Frank Lewis relata: “Recuerdo que nos pidió que ayudáramos a los hermanos a entender la cuestión de la neutralidad cristiana. Nos alegramos mucho de recibir tan oportunos consejos, pues la mayoría de los hermanos de Zambia afrontaron serias pruebas y permanecieron fieles a Jehová”.
Durante la década de 1960, los testigos de Jehová no solo sufrieron persecución violenta, sino la destrucción de sus propiedades. Se arrasaron hogares de hermanos y Salones del Reino. Cabe mencionar, no obstante, que el gobierno intervino y encarceló a muchos de los culpables. Cuando Rhodesia del Norte se convirtió en la República de Zambia, los testigos de Jehová mostraron especial interés en un apartado de la nueva Constitución que amparaba los derechos humanos fundamentales. Pero una oleada de patriotismo no tardaría en arremeter contra un objetivo insospechado.
Símbolos nacionales
En la época colonial, a los hijos de los testigos de Jehová se les castigaba cuando por razones religiosas no le rendían homenaje a la bandera, que en ese entonces era la del Reino Unido. También eran objeto de represalias por negarse a entonar el himno nacional. Tras exponer las razones a las autoridades escolares, el Departamento de Educación suavizó su postura y escribió: “Los puntos de vista [de su grupo] sobre el saludo a la bandera son conocidos y respetados, y ningún niño debe sufrir castigo alguno por negarse a saludarla”. La nueva Constitución republicana alimentó la esperanza de que se reforzaran las libertades fundamentales, como la libertad de conciencia, de pensamiento y de religión. Pero otra bandera y otro himno hicieron resurgir el patriotismo. Las ceremonias diarias en las que los alumnos saludaban la bandera y cantaban el himno se restablecieron con gran entusiasmo. Y aunque a algunos Testigos se les concedieron exenciones, muchos otros recibieron palizas y hasta fueron expulsados de las escuelas.
Una nueva ley de Educación aprobada en 1966 abrió las puertas a la esperanza, pues una de sus cláusulas permitía a un padre o tutor solicitar que el niño quedara exento de participar en los oficios religiosos y sus rituales. En consecuencia, muchos alumnos que habían sido expulsados fueron readmitidos. Sin embargo, poco después y con cierto secretismo se agregaron a la ley otras cláusulas, las cuales definían las banderas y los himnos como símbolos civiles que promovían la conciencia nacional. Pese a las conversaciones que sostuvieron los hermanos con las autoridades, a finales de 1966 ya habían sido expulsados más de tres mil niños por haber adoptado una postura neutral.
Feliya se queda sin escuela
Llegó el momento de cuestionar la legalidad de tales acciones, y para ello se escogió el caso de Feliya Kachasu, quien asistía regularmente a la escuela de Buyantanshi, en la provincia de Copperbelt. Aunque todos sabían que era una estudiante modélica, la habían expulsado de la escuela. Frank Lewis recuerda cómo se llevó el asunto ante los tribunales: “El señor Richmond Smith nos defendió, lo cual no era fácil pues el litigio era contra el gobierno. Oír a Feliya explicar por qué no saludaba la bandera lo convenció de aceptar el caso”.
Dailes Musonda, una escolar de Lusaka en aquel entonces, dice: “Cuando el caso de Feliya se llevó a los tribunales, aguardábamos con expectación un fallo favorable. Hubo hermanos que viajaron desde Mufulira para asistir a las vistas. Mi hermana y yo fuimos invitadas. Recuerdo que Feliya llevaba un sombrero blanco y un vestido claro. El proceso duró tres días. Aún quedaban algunos misioneros en el país, y los hermanos Phillips y Fergusson también acudieron al juicio. Creíamos que su presencia podría ayudar”.
El presidente del tribunal llegó a la siguiente conclusión: “Nada indica en este caso que los testigos de Jehová hayan intentado faltar al respeto al himno o a la bandera nacionales”. No obstante, dictaminó que las ceremonias tenían un carácter civil y que, a pesar de las sinceras creencias de Feliya, no podía solicitar la exención acogiéndose a la ley de Educación. Su opinión era que tales ceremonias eran necesarias para la seguridad nacional. Pero lo cierto es que en ningún momento se explicó cómo servía a los intereses del pueblo el que se impusiera a una menor una obligación de ese tipo. ¡Feliya no podría ir a la escuela mientras se aferrara a sus creencias cristianas!
Dailes relata: “Sentíamos una profunda decepción, pero dejamos todo en manos de Jehová”. Dailes y su hermana dejaron la escuela en 1967, cuando las presiones se intensificaron. A finales de 1968, casi seis mil hijos de testigos de Jehová habían sido expulsados de las escuelas.
Se restringen las reuniones públicas
La ley de Orden Público de 1966 exigía que todas las reuniones públicas se comenzaran entonando el himno nacional, lo cual impedía celebrar asambleas abiertas al público. Los hermanos obedecían las exigencias del gobierno celebrando las reuniones más grandes en zonas privadas, frecuentemente alrededor de los Salones del Reino, que tenían cercas de hierba. Multitud de personas se acercaban a averiguar qué pasaba, así que la asistencia a estas reuniones fue aumentando de modo constante, tanto que en la Conmemoración de la muerte de Cristo de 1967 hubo 120.025 presentes.
“En esa época hubo brotes de oposición violenta —indica Lamp Chisenga—. En la zona de Samfya, una turba atacó y dio muerte al hermano Mabo, de la congregación de Katansha. A veces se agredía a los hermanos en las reuniones, y muchos Salones del Reino quedaron reducidos a cenizas. Con todo, las autoridades siguieron respetando a los Testigos, y algunos opositores fueron detenidos y castigados.”
¡Tienen su propia fuerza aérea!
Los enemigos de los testigos de Jehová siguieron lanzando acusaciones falsas contra ellos, como que eran inmensamente ricos y que iban a formar el nuevo gobierno. Cierto día, el secretario del partido en el poder llegó a la sucursal de Kitwe sin previo aviso. El primer indicio que tuvieron los hermanos de su visita fue la fila de policías entrando por la puerta principal. En una reunión con los representantes de la sucursal, el secretario se exaltó y dijo alzando la voz: “Les dimos permiso para construir estos edificios. ¿Para qué los utilizan? ¿Son la sede de su gobierno?”.
Algunos dirigentes siguieron dando crédito a rumores falsos. En la provincia Noroccidental, la policía empleó gases lacrimógenos para disolver una asamblea, y los hermanos lograron enviar un telegrama urgente a la sucursal. Un granjero extranjero que poseía una avioneta llevó a otros representantes de la sucursal a Kabompo a fin de apaciguar la situación y aclarar cualquier malentendido. Lamentablemente, aquello no sirvió para disipar la desconfianza de algunas personas, que ahora afirmaban que los Testigos tenían su propia fuerza aérea.
Los hermanos recogieron con cuidado los botes de gas lacrimógeno que se habían lanzado, y cuando los representantes de la sucursal se entrevistaron con los funcionarios del gobierno para manifestarles su preocupación, presentaron los botes como prueba del uso innecesario de la fuerza bruta. Aquel incidente recibió amplia publicidad, en la que se destacó la reacción pacífica de los Testigos.
Explicamos nuestra postura
Las gestiones para declarar ilegal la obra de los testigos de Jehová avanzaban a ritmo acelerado. La sucursal quería explicar al gobierno nuestra postura neutral, de modo que se seleccionó a Smart Phiri y a Jonas Manjoni para exponer nuestras ideas ante un buen número de ministros del gobierno. Durante la exposición, un ministro arremetió contra los hermanos, diciendo: “¡Me encantaría sacarlos fuera y darles una paliza! ¿Se dan cuenta de lo que han hecho? Se han llevado a nuestros mejores ciudadanos, ¿y qué nos han dejado? ¡A los asesinos, los adúlteros y los ladrones!”.
Los hermanos le respondieron enseguida: “¡Pero es que eso es lo que algunos de ellos eran! Eran ladrones, adúlteros, asesinos, pero gracias al poder de la Biblia, han hecho cambios en su vida y se han convertido en los mejores ciudadanos de Zambia. Por eso les pedimos que nos dejen predicar en libertad” (1 Cor. 6:9-11).
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[Ilustración y recuadro de las páginas 232 y 233]
Tuve que salir huyendo
Darlington Sefuka
Año de nacimiento: 1945
Año de bautismo: 1963
Otros datos: Sirvió de precursor especial, superintendente viajante y voluntario en Betel de Zambia.
Corría el año 1963, y eran tiempos turbulentos. Muchas veces, cuando íbamos al ministerio del campo, se nos adelantaban pandillas de jóvenes vinculados a partidos políticos que amenazaban a los lugareños diciéndoles que si nos escuchaban, alguien iría a su casa y les rompería las puertas y las ventanas.
Una tarde, solo dos días después de mi bautismo, quince jóvenes me dieron tal paliza que sangraba por la nariz y la boca. Otra tarde, un hermano y yo fuimos agredidos por un grupo de unos cuarenta individuos que nos había seguido hasta donde yo vivía. Recordar las experiencias por las que pasó Jesucristo me fortaleció. El discurso que pronunció John Jason cuando me bauticé dejó claro que la vida del cristiano no iba a estar exenta de dificultades; por eso, estas cosas no me sorprendieron, sino que me animaron.
En aquellas fechas, los políticos buscaban apoyo en su lucha por la independencia, y nuestra postura neutral les hacía pensar que estábamos de parte de los europeos y los estadounidenses. Los líderes religiosos que respaldaban a los grupos políticos se encargaban de fomentar cuentos falsos sobre nosotros. La situación era complicada antes de la independencia y siguió igual después. Muchos hermanos perdieron sus negocios porque no obtuvieron las tarjetas de afiliación; algunos abandonaron las ciudades y volvieron a sus aldeas donde aceptaron trabajos mal pagados con tal de evitar que se les pidiera apoyo económico para actividades políticas.
Un primo mío que no era Testigo se encargó de mí durante mi adolescencia. Debido a la postura neutral que yo mantenía, su familia recibió amenazas e intimidaciones, lo que los atemorizó. Cierto día, antes de irse a trabajar, él me dijo: “No quiero verte aquí cuando vuelva esta noche”. Al principio pensé que bromeaba, pues yo no tenía ningún familiar en la ciudad ni un lugar adonde ir, pero no tardé en comprobar que hablaba en serio. Cuando regresó a casa y me vio allí, se enfureció. Recogió piedras y se puso a perseguirme gritando: “¡Vete con tus malditos amigos!”. Tuve que salir huyendo.
Mi padre se enteró y envió este mensaje: “Si no cambias de opinión, no vuelvas a poner un pie en mi casa”. Aquello fue muy duro; apenas tenía dieciocho años. ¿Quién me acogería? La congregación. Cuántas veces he meditado en las palabras que dijo David: “En caso de que mi propio padre y mi propia madre de veras me dejaran, aun Jehová mismo me acogería” (Sal. 27:10). He comprobado que Jehová es fiel a su promesa.
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[Ilustración y recuadro de las páginas 236 y 237]
Mi conducta se ganó el respeto de muchos maestros
Jackson Kapobe
Año de nacimiento: 1957
Año de bautismo: 1971
Otros datos: Sirve de anciano en una congregación.
En 1964 se produjeron las primeras expulsiones en las escuelas. La sucursal ayudó a ver a los padres que tenían que preparar a sus hijos. Recuerdo que mi papá se sentaba conmigo cuando yo llegaba de la escuela y comentábamos Éxodo 20:4, 5.
En las asambleas escolares me quedaba de pie en la parte de atrás para evitar confrontaciones. A quienes no entonaban el himno nacional se les colocaba al frente. Cuando el director me preguntó porqué no cantaba, le contesté citando de la Biblia. “¡Lees, pero no cantas!” exclamó, y argumentó que le debía lealtad al gobierno por la escuela en la que había aprendido a leer.
Terminaron expulsándome en febrero de 1967. Me sentí desilusionado porque me gustaba aprender, y era buen estudiante. Pese a la presión que ejercieron sobre mi padre sus compañeros de trabajo y familiares no creyentes, me tranquilizó asegurándome que estaba haciendo lo correcto. Mi madre también soportó presión. Cuando la acompañaba a trabajar en los campos, otras mujeres nos ridiculizaban diciendo: “¿Por qué no está este en la escuela?”.
Sin embargo, mi formación no acabó allí. En 1972, las clases de alfabetización recibieron mayor énfasis en la congregación. Con el tiempo disminuyó la tensión en las escuelas. La mía estaba frente a nuestra casa, al otro lado de la calle, y el director a menudo venía a pedirnos agua fría para beber o que le prestáramos escobas para barrer las aulas. Una vez hasta nos pidió dinero prestado. Los actos de bondad de mi familia debieron de conmoverlo, pues un día preguntó si yo quería volver a la escuela. Mi padre le recordó que yo aún era testigo de Jehová. “No se preocupe”, respondió el director. “¿En qué curso quieres empezar?”, me preguntó. Elegí sexto grado. Todo era igual: la misma escuela, el mismo director y los mismos compañeros de clase, excepto que yo leía mejor que la mayoría de los alumnos, gracias a las clases de alfabetización que se daban en el Salón del Reino.
Mi arduo trabajo y buena conducta se ganaron el respeto de muchos profesores, y eso me facilitó la vida en la escuela. Estudié mucho y pasé varios exámenes, lo que me permitió aceptar un puesto de responsabilidad en las minas y más adelante mantener a una familia. Me alegro de no haber cantado el himno nacional, pues hubiera sido un acto de deslealtad.
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