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Una carrera maravillosa: 57 años de vida misionalLa Atalaya 1989 | 1 de abril
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Entonces pasamos al norte a nuestras asignaciones: Ian a Niasalandia (ahora Malawi), Harry a Rodesia del Norte (ahora Zambia), y yo a Rodesia del Sur (Zimbabue). Con el tiempo la Sociedad estableció una sucursal, y fui nombrado su superintendente. Teníamos 117 congregaciones, y había 3.500 publicadores en el país.
Poco después llegaron cuatro nuevos misioneros. Esperaban ver en su asignación casuchas de barro, oír el rugido de los leones por las noches, ver las culebras meterse bajo la cama, y vivir en condiciones primitivas. En vez de eso, al ver árboles en flor bordeando las avenidas de Bulawayo, disfrutar de comodidades modernas y encontrar personas que estaban dispuestas a escuchar el mensaje del Reino, dijeron que su asignación era el paraíso del precursor.
Dos ajustes personales
En 1930, cuando me bauticé, no se entendía claramente que algunas personas vivirían para siempre en la Tierra. Por eso, John y yo participábamos de los emblemas al tiempo de la Conmemoración, como todos lo hacían entonces. Hasta en 1935, cuando se indicó que la “gran muchedumbre” del capítulo 7 de Revelación era una clase terrestre de “ovejas”, no dejamos de pensar como ya estábamos acostumbrados a hacerlo. (Revelación 7:9; Juan 10:16.) Después, en 1952, la edición en inglés de La Atalaya publicó en la página 63 una aclaración de la diferencia que había entre la esperanza terrestre y la esperanza celestial. Nosotros nos dimos cuenta de que no teníamos la esperanza de vida celestial, sino que esperábamos vivir en una Tierra paradisíaca. (Isaías 11:6-9; Mateo 5:5; Revelación 21:3, 4.)
¿El otro ajuste? Me estaba encariñando mucho con Myrtle Taylor, quien había trabajado con nosotros por tres años. Cuando quedó claro que ella correspondía a mis sentimientos y que ambos apreciábamos profundamente el servicio misional, nos comprometimos, y nos casamos en julio de 1955. Myrtle ha resultado ser una esposa que sabe apoyar bien a su esposo.
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Una carrera maravillosa: 57 años de vida misionalLa Atalaya 1989 | 1 de abril
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Me estaba encariñando mucho con Myrtle Taylor, quien había trabajado con nosotros por tres años. Cuando quedó claro que ella correspondía a mis sentimientos y que ambos apreciábamos profundamente el servicio misional, nos comprometimos, y nos casamos en julio de 1955. Myrtle ha resultado ser una esposa que sabe apoyar bien a su esposo.
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