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Criamos a nuestros hijos en África en tiempos difíciles¡Despertad! 1999 | 22 de octubre
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El peligroso camino de regreso
Al llegar a Mombasa, recogimos nuestro vehículo y nos dirigimos hacia el sur por la arenosa carretera que bordeaba la costa. Cuando llegamos a Tanga, el motor de nuestro auto se detuvo. Casi no teníamos dinero, pero un familiar y un Testigo nos echaron una mano. Mientras estuvimos en Mombasa, un hermano nos dijo que si íbamos a predicar a Somalia, al norte, él cubriría todos los gastos. Pero yo no me sentía bien, por lo que solo queríamos regresar a Rhodesia del Sur, nuestro hogar.
Pasamos de Tanganica a Nyasalandia y bajamos por el lado occidental del lago Nyasa (conocido hoy como el lago Malaui). Entonces me puse tan enferma que llegué a pedirle a Bertie que me dejara en un lado de la carretera para morir. Estábamos cerca de la ciudad de Lilongwe, así que me llevó a un hospital. Las inyecciones de morfina me aliviaron un poco. Puesto que no podía continuar el viaje en automóvil, Bertie y los niños siguieron sin mí hasta Blantyre, a unos cuatrocientos kilómetros de distancia, mientras un familiar hacía las diligencias necesarias para que yo volara hasta allí unos días más tarde a fin de reunirme con ellos. Desde Blantyre volé de regreso a Salisbury, mientras que Bertie y los niños hicieron el resto del viaje hasta casa en automóvil.
¡Qué alivio supuso para todos llegar a Salisbury a casa de nuestra hija Pauline y su esposo! En 1963 nació nuestro último hijo, Andrew. Tuvo un colapso pulmonar y no se esperaba que sobreviviera, pero afortunadamente salió adelante.
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Criamos a nuestros hijos en África en tiempos difíciles¡Despertad! 1999 | 22 de octubre
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Criamos a nuestros hijos en África en tiempos difíciles
Relatado por Carmen McLuckie
En el año 1941, cuando se libraba la cruenta II Guerra Mundial, mi hija de cinco meses y yo, una australiana de veintitrés años, nos hallábamos presas en Gwelo (Rhodesia del Sur; actualmente Gweru, Zimbabue). Mi esposo estaba recluido en Salisbury (lo que es hoy Harare). Mis dos hijastros adolescentes estaban cuidando de nuestros otros hijos, de dos y tres años. Permítame contarle cómo llegué a estar en semejante situación.
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Criamos a nuestros hijos en África en tiempos difíciles¡Despertad! 1999 | 22 de octubre
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Nos mudamos a Rhodesia del Sur
Con el tiempo, el hermano de Bertie, Jack, nos invitó a participar con él en la explotación de una mina de oro cerca de Filabusi (Rhodesia del Sur). Bertie y yo nos fuimos para allá con Peter, que entonces tenía un año, mientras mi madre cuidaba temporalmente de Lyall y Donovan. Cuando llegamos al río Mzingwani, su caudal estaba crecido. Tuvimos que atravesarlo en una caja colgada de un cable que se extendía de una orilla a otra. Embarazada de seis meses de Pauline, estrechaba a Peter fuertemente contra mi pecho. Pasamos mucho miedo, sobre todo cuando el cable casi tocó el agua en medio del río. Por si fuera poco, era media noche y estaba diluviando. Una vez en el otro lado, tuvimos que caminar unos dos kilómetros para llegar a la casa de un familiar.
Más tarde alquilamos una casa vieja que estaba comida por las termitas. Teníamos muy pocos muebles, algunos estaban hechos con las cajas que se utilizaban para la dinamita y las mechas. Pauline enfermaba con frecuencia de difteria y no podíamos pagar sus medicinas. Me hallaba desconsolada, pero gracias a Dios, Pauline siempre sobrevivía.
Bertie y yo en prisión
Una vez al mes íbamos a la ciudad de Bulawayo, a unos ochenta kilómetros de distancia, para venderle al banco el oro que extraíamos. También íbamos a Gwanda, una pequeña localidad más cercana a Filabusi, a fin de conseguir provisiones y participar en el ministerio. En 1940, un año después del inicio de la segunda guerra mundial, se proscribió nuestra predicación en Rhodesia del Sur.
No tardaron mucho en arrestarme mientras predicaba en Gwanda. Por aquel entonces estaba encinta de mi tercer hijo, una niña a la que llamaríamos Estrella. Mientras estudiaban mi apelación, arrestaron a Bertie por predicar y lo encarcelaron en Salisbury, a más de trescientos kilómetros de donde vivíamos.
Esta era nuestra situación en ese momento: Peter estaba en un hospital de Bulawayo con difteria y no sabíamos si sobreviviría. Yo acababa de dar a luz a Estrella, y un amigo me había llevado desde el hospital a la prisión donde se encontraba Bertie para mostrarle a su hija recién nacida. Cuando posteriormente rechazaron mi apelación, un acaudalado comerciante indio tuvo la amabilidad de pagar mi fianza. Tiempo después, tres agentes de policía fueron a la mina para arrestarme. Me dieron dos opciones: podía llevarme a mi pequeña de cinco meses a la prisión o dejarla al cuidado de nuestros hijos adolescentes, Lyall y Donovan. Decidí llevármela.
Me asignaron el trabajo de remendar ropa y el de limpiar. También me proporcionaron una niñera para que me ayudara a cuidar de Estrella. Era una joven reclusa llamada Matossi, que estaba condenada a cadena perpetua por matar a su esposo. El día que me pusieron en libertad Matossi lloraba porque ya no podría cuidar más de Estrella. La carcelera me llevó a su casa a almorzar y después me dejó en el tren para que visitara a Bertie en la prisión de Salisbury.
Mientras Bertie y yo estuvimos encarcelados, Lyall y Donovan cuidaron de nuestros pequeños Peter y Pauline. Aunque Donovan solo tenía dieciséis años, continuó con nuestra empresa minera. Dado que la mina no iba bien, cuando pusieron en libertad a Bertie decidimos mudarnos a Bulawayo. Él consiguió trabajo en el ferrocarril y yo complementaba nuestros ingresos valiéndome de mis nuevas habilidades como costurera.
El trabajo de remachador que desempeñaba Bertie para el ferrocarril se consideraba indispensable, por lo que se le eximió del servicio militar. Durante aquellos años de la guerra, los aproximadamente doce Testigos blancos de Bulawayo celebrábamos las reuniones en nuestra diminuta casa de un dormitorio, y unos cuantos de nuestros hermanos negros se reunían en otro lugar de la ciudad. Sin embargo, ahora hay en Bulawayo más de cuarenta y seis congregaciones de testigos de Jehová, integradas por negros y blancos.
Nuestro ministerio después de la guerra
Cuando terminó el conflicto, Bertie solicitó a la empresa ferroviaria el traslado a Umtali (hoy Mutare), una bonita localidad junto a la frontera de Mozambique. Queríamos servir donde hubiese mayor necesidad de predicadores del Reino, y Umtali parecía el lugar perfecto puesto que no había ningún Testigo en la ciudad. Durante nuestra breve estadía, el matrimonio Holtshauzen y sus cinco hijos varones se hicieron Testigos. En la actualidad hay trece congregaciones en esa ciudad.
En 1947 analizamos en familia la posibilidad de que Bertie reanudara el precursorado. Lyall, que había regresado a casa tras haber servido de precursora en Sudáfrica, secundaba esta idea. En aquel momento, Donovan era precursor en Sudáfrica. Pues bien, cuando la sucursal de Ciudad del Cabo se enteró de que Bertie quería reemprender el precursorado, le pidieron que en vez de eso abriera un almacén de publicaciones en Bulawayo. De modo que renunció a su puesto en el ferrocarril y nos mudamos allí de nuevo. Poco después llegaron a Bulawayo los primeros misioneros que se enviaban a Rhodesia del Sur, entre ellos Eric Cooke, George y Ruby Bradley, Phyllis Kite y Myrtle Taylor.
Nathan H. Knorr, el tercer presidente de la Sociedad Watch Tower, junto con su secretario, Milton G. Henschel, visitó Bulawayo en 1948 y dispuso que el almacén se convirtiera en una sucursal, con el hermano Cooke de superintendente. Al año siguiente nació nuestra hija Lindsay. En 1950 se trasladó la sucursal a Salisbury, la capital de Rhodesia del Sur, y nosotros con ella. Compramos una casa grande en la que vivimos muchos años. Siempre teníamos precursores y visitantes con nosotros, por lo que llegó a conocerse nuestro hogar como el hotel McLuckie.
En 1953, Bertie y yo asistimos a la asamblea internacional de los testigos de Jehová que se celebró en el Estadio Yankee de Nueva York (E.U.A.). ¡Qué acontecimiento tan memorable! Cinco años después, Lyall, Estrella, Lindsay y Jeremy, que contaba dieciséis meses, nos acompañaron durante los ocho días que duró la multitudinaria asamblea internacional de 1958 celebrada en el Estadio Yankee y en el cercano Polo Grounds. El discurso público del último día tuvo una audiencia sin precedentes de más de doscientas cincuenta mil personas.
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