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  • ¿Se abusa de la libertad de expresión?
    ¡Despertad! 1996 | 22 de julio
    • ¿Se abusa de la libertad de expresión?

      NOS hallamos al umbral del siglo XXI. Sin duda este traerá consigo nuevas esperanzas, ideales, costumbres, proyectos de sorprendentes adelantos tecnológicos y la demanda de mayores libertades. Los criterios tradicionales de gobiernos, religiones y particulares ya están cediendo ante las nuevas opiniones y exigencias. En muchos lugares se presiona con insistencia para que, prescindiendo de las consecuencias, se eliminen las restricciones actuales a la libertad de expresión.

      Lo que antaño reprobaban y prohibían los censores de la radio y la televisión —el lenguaje obsceno y las escenas e insinuaciones pornográficas—, hoy, amparado por el derecho a la libertad de expresión, es el pan de cada día en muchos países.

      Adultos y menores hábiles en el manejo de la computadora, transmiten fotografías de actos sexuales lascivos a otros continentes en unos cuantos segundos y conversan con delincuentes sexuales y pederastas que preguntan nombres y direcciones en busca de encuentros clandestinos. Todos los días se transmiten por la radio y la televisión canciones que incitan al suicidio o al asesinato de padres, policías o funcionarios del gobierno, y los niños pueden comprar y oír estas grabaciones.

      Pocos de los que exigen una libertad absoluta de expresión disentirían de la declaración que un juez del Tribunal Supremo de Estados Unidos —Oliver Wendell Holmes, hijo— escribió hace más de medio siglo en una histórica decisión que sentó jurisprudencia. Dijo: “La más rigurosa protección de la libertad de expresión no ampararía a un hombre que por gritar falsamente que hay fuego en un teatro provocara el pánico”. Las consecuencias de este acto serían obvias. Qué irrazonable es, entonces, que estos mismos no le concedan importancia a la siguiente oración de la declaración y la desafíen obstinadamente: “En todo caso —mencionó Holmes—, la cuestión radica en si las palabras que se dicen se profieren en tales circunstancias, o son de tal índole, que pueden provocar un peligro inminente que propicie los males que el Congreso tiene el derecho de prevenir”.

      Ciberpornografía

      “En nuestros días todo está saturado de alusiones sexuales —comenta un reportaje de la revista Time—, libros, revistas, películas, televisión, vídeos musicales, hasta los carteles que anuncian perfumes en las paradas de autobús. Se imprimen volantes que ofrecen los servicios de líneas pornográficas, y se colocan en los parabrisas. [...] La mayoría de los estadounidenses se han habituado tanto a la exhibición de escenas eróticas —y a los argumentos que los amparan bajo la Primera Enmienda [la libertad de expresión]—, que casi no se fijan en ellas.” Sin embargo, existe algo en el binomio sexo explícito-computadora que ha conferido a la “pornografía” una nueva dimensión y definición, y la ha convertido en un mal popular y omnipresente de alcance mundial.

      Según un estudio, los abonados a boletines electrónicos (grupos de usuarios) para adultos dispuestos a pagar de diez a treinta dólares mensuales, se hallan en “más de dos mil ciudades de los 50 estados de la Unión Americana y otros 40 países, territorios y provincias de todo el mundo, incluidas naciones como China, donde la posesión de pornografía puede castigarse con pena de muerte”.

      La revista Time describió cierto tipo de pornografía como “una caja de sorpresas de contenido ‘degradante’, que presenta escenas sadomasoquistas, micciones y evacuaciones, y cópulas con una gran variedad de animales”. La presencia de esta clase de material en una red informática asequible a hombres, mujeres y niños de todo el mundo, plantea cuestiones difíciles relacionadas con el abuso de la libertad de expresión.

      “Una vez que los niños entran a la red —señala un periódico británico— la pornografía dura deja de exhibirse en la parte más alta de los puestos de periódicos y se coloca al alcance de cualquier pequeño en la intimidad de su habitación.” Se predice que para fines de 1996, el 47% de los hogares británicos que tienen computadoras estarán conectados a redes de información. “Muchos padres británicos están ajenos al mundo de alta tecnología en que viven sus hijos. En los últimos dieciocho meses, ‘surfear en la red’ se ha convertido en uno de los pasatiempos más populares de los adolescentes”, dijo el diario.

      Kathleen Mahoney, profesora de Derecho de la Universidad de Calgary (Canadá) y experta en cuestiones jurídicas referentes a la pornografía, señaló: “El público debe comprender que existe un medio fuera de control por el cual es posible abusar de los menores y explotarlos”. Un policía canadiense opinó: “Se vislumbra claramente que habrá un aumento en los casos de pornografía infantil por computadora”. Muchos grupos de asesoramiento familiar dicen con insistencia que la pornografía informática y su influencia sobre los niños que la ven “representa un peligro inminente”.

      Opiniones antagónicas

      Los libertarios civiles se escandalizan de que el Congreso intente restringir la pornografía informática tomando como base los dictámenes del juez Holmes y del Tribunal Supremo de Estados Unidos. “Es un ataque frontal a la Primera Enmienda”, mencionó un profesor de Derecho de Harvard. “Hasta los fiscales veteranos lo ridiculizan”, señaló la revista Time. Uno de ellos afirmó: “El proyecto de ley no será aprobado ni siquiera por un tribunal menor”. Según la revista, un funcionario del Centro de Información Electrónica Confidencial comentó: “Es censura gubernamental. La Primera Enmienda no debe terminar donde empieza la Internet”. Un congresista estadounidense adelantó: “Es una flagrante violación de la libertad de expresión, y es una violación del derecho de los adultos a comunicarse entre sí”.

      Una profesora de la Facultad de Derecho de Nueva York sostiene que hay algo bueno en ciertas formas de expresión relacionadas con el sexo fuera del marco de los derechos civiles y la libertad de expresión. Según la revista Time, dijo: “El sexo en la Internet hasta podría beneficiar a los jóvenes. [El ciberespacio] es un lugar seguro para explorar lo prohibido y los tabúes. [...] Brinda la oportunidad de entablar conversaciones sinceras y sin tapujos sobre imágenes reales y fantasías sexuales”.

      También hay muchos jóvenes, sobre todo universitarios, que han puesto el grito en el cielo por las posibles restricciones a la pornografía en las redes informáticas. Algunos han realizado marchas de protesta por lo que consideran una privación de su derecho a la libertad de expresión. Aunque la opinión que presentó el diario The New York Times no es la de un estudiante, sin duda refleja los sentimientos de los muchos detractores de proyectos de ley que prohíben la pornografía informática: “Creo que los usuarios de Internet del país se burlarán del proyecto y harán caso omiso de él, mientras que el resto de la comunidad mundial de Internet convertirá a Estados Unidos en un hazmerreír”.

      Al comentar sobre las declaraciones del dirigente de un grupo de derechos civiles, el diario U.S.News & World Report dijo: “El ciberespacio [las redes informáticas] puede impulsar más la libertad de expresión que la Primera Enmienda. En realidad, quizá ya se ‘haya logrado hacer literalmente imposible que un gobierno pueda acallar al pueblo’”.

      En Canadá siguen librándose batallas encarnizadas en torno a lo que debe entenderse por infracciones a la libertad de expresión que ampara la Carta de Derechos y Libertades. Se ha detenido a artistas por exhibir pinturas que encendieron la ira de críticos y policías que las catalogaban de “obscenas”. Dichos artistas, y otros promotores de la libertad de expresión, se han unido con el fin de protestar por las detenciones y denunciarlas como una violación de sus derechos. Hasta hace unos cuatro años, los vídeos pornográficos eran incautados sistemáticamente por la policía con base en la ley canadiense contra la obscenidad; los casos se llevaban a juicio y se condenaba a los comerciantes que los vendían.

      Sin embargo, las cosas cambiaron a partir de 1992, cuando el Tribunal Supremo de Canadá dictaminó, en un caso histórico, que no podía interponerse una demanda contra tales productos, pues los protegía la garantía de la libertad de expresión de la Carta de Derechos y Libertades. La decisión del tribunal “propició grandes cambios en la sociedad canadiense”, señaló la revista Maclean’s. “En muchas ciudades ahora se ven revistas y vídeos de pornografía dura en la tienda de la esquina”, comentó la revista. Hasta pueden conseguirse los que el tribunal proscribió.

      “Sé que si buscáramos, hallaríamos muchas cosas que están prohibidas —mencionó un jefe de policía—. Probablemente podríamos levantar cargos por tales artículos. Pero [...] no tenemos tiempo para hacer eso.” Las autoridades tampoco cuentan con la garantía de que se acepten tales cargos. En esta era de permisividad, se acentúa la libertad personal absoluta, y los tribunales se dejan intimidar por la opinión pública. Pero, prescindiendo de lo que dicta la razón, los debates continuarán agitando las más hondas y divisivas pasiones en ambas partes.

      En el pasado, Japón mismo impuso fuertes restricciones a la libertad de palabra y de prensa. Por ejemplo, no se permitía informar abiertamente de un terremoto de 7,9 grados en la escala de Richter, que causara más de mil muertes. Tampoco se autorizaban los reportajes de casos de corrupción o de amantes que llevaban a cabo un pacto suicida. Los editores de periódicos cedían ante las amenazas del gobierno, cuyo control llegó a abarcar incluso trivialidades. No obstante, después de la II Guerra Mundial se eliminaron gradualmente las restricciones, y Japón empezó a disfrutar de una mayor libertad de expresión y prensa.

      Hasta puede decirse que el péndulo osciló al otro extremo: en las revistas y los libros de historietas aparecían dibujos eróticos y obscenos. The Daily Yomiuri, uno de los principales diarios de Tokio, hizo este comentario: “Tal vez una de las escenas más chocantes para los extranjeros que visitan Japón por primera vez sea la de los empleados de negocios que van leyendo libros de historietas de contenido sexual explícito en el metro de Tokio. Al parecer, esta costumbre está afectando ahora a la otra mitad de la población, pues ya se expenden en las librerías y los supermercados historietas de pornografía dura para mujeres”.

      En 1995 el afamado diario Asahi Shimbun llamó a Japón el “Paraíso de la pornografía”. Los editores y libreros afirman que la solución al problema radica en que las editoriales atiendan voluntariamente las quejas de los padres, y no en que el gobierno imponga restricciones. Mientras tanto, los jóvenes lectores protestan. Cabe preguntarse qué opinión prevalecerá.

      En Francia, la libertad de expresión es un tema muy controvertido. “Sin duda —escribió el autor galo Jean Morange en su libro sobre este particular—, la historia de la libertad de expresión no ha terminado, y seguirá causando polémicas. [...] Difícilmente transcurre un año sin que aparezca una película, programa de televisión o campaña publicitaria que no provoque una reacción violenta que reavive el viejo e interminable debate de la censura.”

      Un artículo del diario parisino Le Figaro informó que un grupo de rap denominado Ministère amer (Ministerio amargo) incita a sus fanáticos a matar policías. La letra de una de sus canciones dice: “No habrá paz hasta que el [policía] descanse en paz”. El portavoz del conjunto dijo: “En nuestro disco los animamos a quemar la jefatura de policía y sacrificar a los [policías]. ¿Qué podría ser más normal?”. No se ha tomado ninguna medida en contra del grupo.

      Los grupos estadounidenses de rap también fomentan el asesinato de policías, arguyendo que la libertad de expresión les da derecho a hacer esa clase de comentarios. En Francia, Italia, Inglaterra y otras naciones de Europa y el resto del mundo, se escuchan voces de todos los sectores que favorecen la libertad absoluta de expresión, incluso la que ‘por ser de tal índole representa un peligro inminente’. ¿Cuándo terminará la polémica? ¿El criterio de quién prevalecerá?

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    ¡Despertad! 1996 | 22 de julio
    • SI ALGUIEN gritara falsamente “¡fuego!” en un teatro lleno, y algunas personas murieran pisoteadas en el tumulto, ¿no debería considerarse responsable de las muertes y los accidentes a la persona que gritó? Si a usted le dijeran: “Aunque no concuerde con sus opiniones, defenderé su derecho de expresarlas”, ¿pensaría que le están dando carta blanca, libertad ilimitada, para decir públicamente todo lo que desee sin importar las consecuencias? Algunas personas piensan que así es.

      En Francia, por citar un caso, ciertos raperos animaron a matar policías, y algunos de estos fueron asesinados por fanáticos que escucharon aquella música. ¿Debió responsabilizarse a los cantantes por instigar la violencia? ¿Los protegía una carta de derechos? Si las cadenas de radio y televisión y las redes informáticas presentan escenas gráficas de violencia y pornografía accesibles a los niños, y algunos de estos se lastiman o lastiman a otros por emularlas, ¿debería considerarse responsables a quienes difunden esa clase de material?

      Según la revista U.S.News & World Report, en un estudio de la Asociación Americana de Psicología “se calculó que un niño promedio que observa veintisiete horas de televisión semanalmente, de los 3 a los 12 años de edad habrá presenciado 8.000 asesinatos y 100.000 actos violentos”. ¿Sería correcto que los padres pensaran que tal influencia no afectará a sus hijos? ¿O deberían considerarla un “peligro inminente”? ¿Tendría que definirse en este caso un límite para la libertad de expresión?

      En un estudio realizado por psicólogos universitarios, se presentaron dibujos animados de “superhéroes voladores” a un grupo de niños de cuatro años y caricaturas no violentas a otro grupo; el estudio reveló que el primer grupo era más propenso a golpear y lanzar objetos que el segundo. Además, los efectos de la violencia televisiva no desaparecen con la infancia. Otro estudio universitario, en el que se documentaron los hábitos y costumbres de 650 niños entre los años de 1960 y 1995, mostró que los que observaban los programas más violentos manifestaron en la adultez un comportamiento más agresivo, al grado de golpear al cónyuge y conducir en estado de ebriedad.

      Aunque algunos niños no admitan el efecto que la televisión y las películas tienen sobre ellos, otros lo notan. En 1995, el grupo californiano de apoyo Children Now, encuestó a 750 jovencitos de 10 a 16 años. En la encuesta, 6 de cada 10 niños dijeron que las escenas sexuales de la televisión motivan a los chicos a experimentar con el sexo a una edad muy temprana.

      Hay quienes sostienen que los menores no pueden tomar en serio la violencia de la televisión y las películas, y que los filmes de terror no les afectan. “Entonces —pregunta un diario británico—, ¿por qué fue necesario que un director escolar de la región central de Estados Unidos explicara a los niños que no había tortugas ninja mutantes en el alcantarillado? Porque los pequeños admiradores de las tortugas se habían metido al alcantarillado a buscarlas.”

      En la actualidad existe un encarnizado debate sobre lo que algunos llaman la fina línea que separa la libertad de expresión de la violencia que han provocado los discursos antiabortistas en varios lugares de Estados Unidos. Los que se oponen a los abortos vociferan públicamente que los médicos y el personal de las clínicas que los llevan a cabo son asesinos que no tienen derecho a vivir. Algunos extremistas exigen la muerte de estos médicos y sus ayudantes, y tienen espías que anotan las placas de sus automóviles y averiguan sus nombres y direcciones. Como consecuencia, se ha tiroteado y dado muerte a elementos del personal de las clínicas.

      “Esta cuestión nada tiene que ver con la libertad de expresión —reclamó el presidente de la Federación Norteamericana de Planificación Familiar—. Equivale a gritar ‘¡fuego!’ en un teatro lleno. Tenemos un teatro repleto; basta con mirar la racha de asesinatos en las clínicas de los últimos años.” Quienes fomentan esta clase de violencia sostienen que simplemente están ejerciendo el derecho que les concede la Primera Enmienda: la libertad de expresión. Y así, la polémica continúa. Las cuestiones sobre este derecho seguirán debatiéndose en el foro público, y los tribunales tendrán que zanjarlas, aunque, lamentablemente, no todos queden satisfechos.

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