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Una avalancha de información¡Despertad! 1998 | 8 de enero
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Una avalancha de información
EL SIGLO XX ha sido testigo de una avalancha de información sin precedentes. Bien sea a través de la página impresa, la radio, la televisión, Internet o algún otro medio, lo cierto es que el mundo se encuentra saturado de información. En su libro Data Smog—Surviving the Information Glut (La niebla tóxica de datos. Cómo sobrevivir al exceso de información), David Shenk escribe: “La avalancha de información se ha convertido en una verdadera amenaza. [...] Ahora nos encaramos al riesgo de la obesidad de información”.
Veamos el caso de un periódico conocido, por citar un ejemplo. Se dice que una edición normal de un día de semana de The New York Times contiene más información que la que oyó en toda su vida la persona de término medio de la Inglaterra del siglo XVII. Además del periódico diario, la avalancha actual de información se ve incrementada por una multitud de revistas y libros de todo tipo sobre una gran variedad de temas. Cada año se publican decenas de miles de libros. Y dado que la información científica se duplica cada seis años, no es de extrañar que la cantidad mundial de tan solo publicaciones técnicas ascienda a más de cien mil. Por si fuera poco, Internet pone al alcance de sus usuarios inmensas bibliotecas de información.
¿Y las revistas? El mundo está inundado de revistas comerciales, revistas para la mujer, revistas para los adolescentes, revistas sobre deportes y ocio —de hecho, revistas sobre casi cualquier tema e interés humano—, y todas claman por nuestra atención. ¿Qué puede decirse del publicista, el “pregonero de nimiedades”, según algunos lo han descrito? En su libro Information Anxiety (Ansiedad de información), el autor Richard S. Wurman señala: “Las agencias publicitarias han declarado la guerra a nuestros sentidos con un aluvión de anuncios que hay que mirar, oír, oler y tocar”. Insisten en que para no ser menos que el vecino, uno necesita el producto más novedoso, el que tenga mejores prestaciones.
El doctor australiano Hugh MacKay, psicólogo e investigador social, dijo que ‘el mundo se siente abrumado por la información y a la gente se la invita a introducirse en el carril de adelantamiento de la superautopista de la información’. En opinión del doctor MacKay, el problema es que la explosión de programas de noticias y de actualidades en la radio y la televisión, junto con el gran aumento que ha habido en redes computarizadas de información, ha creado un mundo en el que la información que la gente recibe de los medios de comunicación tan solo es una representación parcial de los hechos y acontecimientos, no el cuadro completo.
¿Qué es información?
La palabra radical latina informare transmite la idea de dar forma a algo, tal como el alfarero da forma a la arcilla. De ahí que algunas definiciones de informar den el sentido de “moldear la mente” o “dar forma o instruir la mente”. La mayoría de los lectores recordarán bien cuando, no hace tanto tiempo, la información consistía tan solo en una lista de hechos o datos que nos aportaban detalles como quién, dónde, qué, cuándo o cómo. No había ningún vocabulario ni jerga especial de la información. Todo lo que teníamos que hacer era pedirla o buscarla nosotros mismos.
Pero llegó la década de los noventa, y con ella tantos términos nuevos relacionados con la información, que por sí solos ya producen confusión. Si bien algunas de estas palabras o expresiones son relativamente fáciles de comprender o deducir, como “infomanía”, “tecnofilia” y “era de la información”, otras resultan bastante complicadas. El mundo de hoy está siendo arrastrado por la infomanía: la creencia de que quien posee más información tiene ventaja sobre los que no pueden acceder a ella con tanta facilidad, y de que la información ya no es un medio para alcanzar un fin, sino un fin en sí mismo.
Esta manía está fomentada por un aluvión de sistemas de telecomunicación, como el fax, el teléfono móvil (celular) y la computadora personal, a la que algunos consideran el símbolo y la mascota de la era de la información. Cierto, la comodidad, velocidad y capacidad de las computadoras ha permitido acceder a más información que nunca antes; y tanto es así que Nicholas Negroponte, del Instituto de Tecnología de Massachusetts, dice: “La informática ya no tiene que ver con las computadoras. Tiene que ver con la vida”. Eso explica por qué la información y los medios técnicos que la transmiten han llegado a valorarse excesivamente, en algunos casos hasta a reverenciarse, y cuentan con una multitud de incondicionales en todas partes del mundo. Los programas televisivos de noticias y de actualidades son considerados como el evangelio, y los de entrevistas divulgan montones de trivialidades que el público en general se traga crédulamente y sin cuestionar.
Hoy día muchas personas padecen algún tipo de “ansiedad de información”, y es porque la era de la información ha cambiado nuestra forma de vivir y trabajar. ¿Qué es exactamente la ansiedad de información? ¿Cómo saber si la padecemos o no? ¿Hay algo que podamos hacer al respecto?
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¿Cuáles son las causas de la ansiedad de información?¡Despertad! 1998 | 8 de enero
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¿Cuáles son las causas de la ansiedad de información?
“LA ANSIEDAD DE INFORMACIÓN sobreviene como consecuencia de la creciente brecha entre lo que entendemos y lo que creemos que deberíamos entender. Es el agujero negro entre los datos y el conocimiento, y se produce cuando la información no nos dice lo que queremos o necesitamos saber —escribió Richard S. Wurman, en su libro Information Anxiety—. Por mucho tiempo, la gente no se daba cuenta de cuánto no sabía: no sabía lo que no sabía. Pero ahora la gente sabe lo que no sabe, y eso le produce ansiedad.” Por consiguiente, la mayoría de nosotros tal vez pensemos que deberíamos saber más de lo que sabemos. De toda la avalancha de información que se nos presenta, escogemos unos pocos datos. Pero muchas veces no sabemos qué hacer con ellos. Al mismo tiempo, tal vez nos imaginemos que todos los demás saben y comprenden mucho más que nosotros. Es entonces cuando nos ponemos ansiosos.
David Shenk sostiene que el exceso de información se ha convertido en un contaminante que crea “niebla tóxica de datos”, y añade: “La niebla tóxica de datos estorba, no deja lugar para momentos de tranquilidad y obstruye la meditación, que es sumamente necesaria. [...] Nos produce estrés”.
Es cierto que demasiada información o una avalancha de datos puede provocar ansiedad, pero lo mismo sucede si recibimos información insuficiente o, peor aún, errónea. Es como sentirse solo en una habitación llena de gente. Como dice John Naisbitt en su libro Megatrends (Megatendencias), “nos estamos ahogando en información pero sentimos sed de conocimiento”.
Cómo puede afectarle la delincuencia informática
Otra causa de ansiedad la constituye el aumento de delitos informáticos. El doctor Frederick B. Cohen, en su libro Protection and Security on the Information Superhighway (Protección y seguridad en la superautopista de la información), expresa así sus preocupaciones: “La FBI [Oficina Federal de Investigación] calcula que cada año se pierden hasta 5.000 millones de dólares a causa de la delincuencia informática. Y, por increíble que parezca, eso no es más que la punta del iceberg. También ha habido quienes se han aprovechado de las imperfecciones de los sistemas informáticos para controlar negociaciones, arruinar la reputación de algunos, ganar conflictos militares y hasta asesinar”. Luego está la creciente preocupación por el problema del acceso infantil a la pornografía informática, además de la invasión de la intimidad.
Hay personas sin escrúpulos, adictas a las computadoras, que deliberadamente introducen virus en los sistemas informáticos y causan verdaderos estragos. Los piratas informáticos acceden ilegalmente a los sistemas electrónicos para obtener información confidencial y, a veces, hasta logran robar dinero. Tales actividades pueden tener efectos devastadores en miles de usuarios de computadoras personales. La delincuencia informática constituye una amenaza tanto a nivel empresarial como gubernamental.
Hace falta estar bien informados
Por supuesto, todos necesitamos estar bien informados, pero tener cantidades ingentes de información no necesariamente nos educa en el sentido estricto de la palabra, pues mucho de lo que se hace pasar por información no son más que simples hechos o datos en bruto, que no guardan ninguna relación con nuestra propia experiencia. Hay quienes hasta recomiendan que en lugar de “explosión de información”, habría que llamar a este fenómeno “explosión de datos” o, aún más irónicamente, “explosión de no información”. Hazel Henderson, analista económica, lo ve de esta manera: “La información de por sí no ilumina. En este ambiente dominado por los medios de comunicación, no podemos especificar lo que es información errónea, desinformación o propaganda. Centrarse en la simple información ha conducido a una avalancha de miles de millones de pizcas de datos sueltos y en bruto, cada vez menos valiosas, en lugar de llevarnos a la búsqueda de nuevos y valiosos patrones de conocimiento”.
Joseph J. Esposito, presidente del Grupo Editorial Encyclopædia Britannica, hace esta sincera evaluación: “La mayor parte de la información correspondiente a la era de la información sencillamente se desperdicia; no es más que ruido. La frase explosión de información es muy acertada, pues una explosión impide oír otros sonidos. Si no podemos oír, no podemos saber”. Orrin E. Klapp expresa así su punto de vista: “Me imagino que nadie sabe cuánta de la información que recibe el público es en sí seudoinformación, es decir, que pretende decir algo pero en realidad no dice nada”.
Seguramente recordará que gran parte de la educación que recibió en la escuela se centraba en aprender una serie de datos para poder pasar los exámenes. Muchas veces los memorizó justo antes del examen. ¿Recuerda haberse aprendido de carrerilla una larga lista de fechas en las clases de Historia? ¿Cuántos de aquellos sucesos y fechas puede recordar ahora? ¿Cree que el hecho de aprenderse aquellos datos le enseñó a razonar y a llegar a conclusiones lógicas?
¿Cuanta más información, mejor?
Si no se controla debidamente, el deseo de obtener más y más información puede salir caro en términos de tiempo, sueño, salud y hasta dinero. Aunque es cierto que tener más información ofrece más opciones, también es cierto que puede crear ansiedad ya que la persona quiere estar segura de haber revisado o visto toda la información disponible. El doctor Hugh MacKay advierte lo siguiente: “En realidad, la información no es un camino hacia la iluminación. La información, de por sí, no arroja ninguna luz sobre el sentido de nuestra vida, tiene muy poco que ver con obtener sabiduría. Es más, como sucede con otras posesiones, puede llegar a ser un obstáculo para la sabiduría. Es posible que sepamos demasiado, tal como es posible que tengamos demasiado”.
Muchas veces la gente se siente agobiada no solo por el gran volumen de información accesible hoy día, sino también por la frustración de tratar de transformar la información en algo que sea entendible, significativo y realmente informativo. Se ha dicho que podríamos ser “como una persona sedienta condenada a utilizar un dedal para beber agua de una boca de incendios. La inmensa cantidad de información disponible y la manera como suele comunicarse hace que gran parte de ella nos resulte inútil”. Por consiguiente, lo que dicta si cierta información es suficiente no es la cantidad, sino la calidad y lo útil que esta nos resulte personalmente.
¿Qué hay de la transferencia de datos?
Otra expresión que se oye comúnmente hoy día es “transferencia de datos”. Se refiere a transmitir información por vía electrónica. Aunque tiene su debido lugar, no es un buen medio de comunicación en el sentido pleno de la palabra. ¿Por qué? Porque respondemos mejor a las personas que a las máquinas. Durante la transferencia de datos no se ve ninguna expresión facial, no hay contacto visual ni lenguaje corporal, factores que suelen dar forma a la conversación y transmitir sentimientos. Cuando se conversa cara a cara, estos factores amplían y muchas veces aclaran lo que se dice de palabra. Ninguna de estas valiosas ayudas para la comprensión se consiguen por vía electrónica, ni siquiera con el teléfono celular, que cada vez está más de moda. En ocasiones, la propia conversación cara a cara tampoco comunica con exactitud lo que la persona quiere decir. A veces el interlocutor capta y procesa las palabras a su manera y les da un sentido equivocado. Cuánto más peligro hay de que suceda esto cuando no se puede ver a la persona que habla.
Una triste realidad de la vida es el hecho de que por pasar demasiado tiempo frente a la computadora o el televisor, los miembros de algunas familias se conviertan en extraños dentro de su propia casa.
¿Ha oído hablar de la tecnofobia?
Tecnofobia significa meramente “temor a la tecnología”, especialmente a las computadoras y a aparatos electrónicos similares. Hay quienes dicen que esta es una de las ansiedades más comunes de la era de la información. Un artículo publicado en el periódico The Canberra Times, basado en un comunicado de la agencia de noticias Associated Press, y titulado “Los ejecutivos japoneses temen a las computadoras”, decía lo siguiente respecto al director ejecutivo de una importante compañía japonesa: “Tiene poder y prestigio. Pero si se sienta ante una computadora se pone nerviosísimo”. En un estudio efectuado entre 880 empresas japonesas se descubrió que solo el 20% de sus ejecutivos sabía utilizar una computadora.
La tecnofobia se ve acrecentada por catástrofes como el corte de las líneas telefónicas que se produjo en 1991 en la ciudad de Nueva York y que paralizó los aeropuertos de la zona durante varias horas. ¿Y qué hay del accidente ocurrido en 1979 en la central nuclear Three Mile Island, de Estados Unidos? Los operarios tardaron varias horas, un tiempo trascendental, en entender lo que significaban las señales de alarma controladas por computadora.
Estos son solo dos ejemplos de cómo los adelantos tecnológicos de la era de la información han afectado drásticamente a la humanidad. El doctor Frederick B. Cohen plantea en su libro estas preguntas que invitan a la reflexión: “¿Ha ido al banco últimamente? Si las computadoras no funcionaban, ¿pudo sacar dinero? ¿Qué hay del supermercado? ¿Podrían cobrarle su compra sin las computadoras de las cajas?”.
Tal vez pueda identificarse con una o más de estas situaciones imaginarias:
• Su nuevo aparato de vídeo parece tener demasiados botones cuando usted desea grabar un programa. O bien recurre tímidamente a su sobrino de nueve años para que se lo ponga en marcha, o bien decide que al fin y al cabo no necesita ver dicho programa.
• Necesita urgentemente dinero. Se dirige al cajero automático más próximo, pero de pronto recuerda que la última vez que lo utilizó, se confundió y oprimió los botones que no eran.
• Suena el teléfono de la oficina. Le han pasado la llamada por error; es para su jefe, que está una planta más arriba. Hay una manera bastante sencilla de transferir la llamada, pero al no estar seguro de cómo hacerlo, decide que la transfiera la telefonista.
• El tablero de mandos del automóvil que acaba de adquirir parece el de la cabina de un avión moderno. De pronto, se enciende una luz roja y usted se inquieta porque no sabe lo que le indica. Se ve obligado a consultar un libro de instrucciones detallado.
Estos son solo unos ejemplos de tecnofobia. Podemos estar seguros de que la tecnología seguirá inventando aparatos cada vez más sofisticados que la gente de generaciones anteriores sin duda habría calificado de “milagrosos”. Cada nuevo producto actualizado que entra en el mercado requiere más conocimientos técnicos para utilizarlo con eficacia. Hasta los manuales de instrucciones intimidan, pues suelen estar redactados en la jerga de los expertosa y se da por sentado que el usuario entiende el vocabulario y tiene ciertos conocimientos y destrezas.
Paul Kaufman, teórico de la información, resume de esta forma la situación: “Nuestra sociedad tiene un concepto de la información que, aunque es atractivo, a la larga resulta contraproducente. [...] Una razón es que se ha centrado demasiado la atención en las computadoras y el hardware (soporte físico) y muy poco en la gente que en realidad utiliza la información para entender el mundo y hacer algo útil por su prójimo. [...] El problema no está en que tengamos un concepto tan elevado de las computadoras, sino en que hayamos rebajado el concepto que tenemos de las personas”. Parece que la obsesión por la gloria de inventar nuevos e impresionantes aparatos hace que muchas personas se pregunten cuál será el nuevo invento. Edward Mendelson dice: “Los soñadores tecnológicos nunca pueden distinguir entre lo factible y lo conveniente. Si se puede fabricar una máquina que ejecute alguna tarea deslumbrantemente complicada, el soñador da por sentado que la tarea merece ejecutarse”.
El no pensar en el elemento humano dentro del campo de la tecnología ha fomentado mucho la ansiedad de información.
¿De veras aumenta la productividad?
Paul Attewell, columnista del periódico The Australian, comenta sobre su investigación en cuanto a la cantidad de tiempo y dinero que han ahorrado las computadoras en los últimos años. Veamos algunas de sus acertadas observaciones: “Pese a haber estado años invirtiendo en sistemas informáticos destinados a desempeñar tareas administrativas y controlar los costos, muchas universidades ven que su personal administrativo sigue aumentando. [...] Por varias décadas, los fabricantes de computadoras han afirmado que los aparatos que vendían aumentarían en gran manera la productividad, ya que permitirían efectuar cierto volumen de trabajo administrativo con un número muy inferior de trabajadores y a un costo mucho menor. En cambio, por lo que estamos viendo, la tecnología informática ha hecho que se dirijan los esfuerzos en otra dirección: se hacen muchas cosas nuevas con una plantilla igual o mayor de trabajadores, en contraste con el trabajo que antes se efectuaba con menos empleados. Y muchas veces no se logra ningún ahorro económico. Un ejemplo de esta reorientación de esfuerzos lo vemos en el hecho de que se utiliza la tecnología para mejorar la apariencia de los documentos y no sencillamente para efectuar el trabajo administrativo más deprisa”.
Todo parece indicar que la superautopista de la información, potencialmente peligrosa para los cristianos, ha echado raíces. Ahora bien, ¿cómo podemos evitar, al menos hasta cierto grado, la ansiedad de información? Encontrará unas cuantas sugerencias prácticas en el breve artículo que aparece seguidamente.
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¿Cuáles son las causas de la ansiedad de información?¡Despertad! 1998 | 8 de enero
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Exceso de información inútil
“La sociedad, como sabemos por experiencia, se está volviendo inevitablemente más grosera. Se ve en el nuevo auge de la telebasura, los programas radiofónicos que fomentan el odio, las figuras de la radio que escandalizan al público con temas sensacionalistas, los pleitos por actos ilícitos civiles, los ardides publicitarios y el lenguaje excesivamente violento y sarcástico. Las películas son cada vez más violentas y eróticas. La publicidad es más ruidosa, más invasora y, muchas veces, raya en el mal gusto. [...] El habla soez está en alza, y la buena educación mengua. [...] La ‘crisis de valores familiares’ que nos atribuyen obedece más a la revolución acaecida en el campo de la información que a la falta de respeto por el modelo tradicional de la familia que Hollywood manifiesta.” (Data Smog—Surviving the Information Glut, de David Shenk.)
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¿Cuáles son las causas de la ansiedad de información?¡Despertad! 1998 | 8 de enero
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Sabiduría a la antigua
“Hijo mío, si recibes mis dichos y atesoras contigo mis propios mandamientos, de modo que con tu oído prestes atención a la sabiduría, para que inclines tu corazón al discernimiento; si, además, clamas por el entendimiento mismo y das tu voz por el discernimiento mismo, si sigues buscando esto como a la plata, y como a tesoros escondidos sigues en busca de ello, en tal caso entenderás el temor de Jehová, y hallarás el mismísimo conocimiento de Dios. Porque Jehová mismo da la sabiduría; procedentes de su boca hay conocimiento y discernimiento. Cuando la sabiduría entre en tu corazón y el conocimiento mismo se haga agradable a tu mismísima alma, la capacidad de pensar misma te vigilará, el discernimiento mismo te salvaguardará.” (Proverbios 2:1-6, 10, 11.)
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