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Una asamblea en “el ombligo del mundo”La Atalaya 2004 | 15 de febrero
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Una señora mayor que tenía ocho hijos les dijo a los Testigos que no podía hablar con ellos porque era católica. Cuando le contestaron que deseaban conversar sobre los problemas que todo el mundo afronta, como las drogas y los problemas familiares, les permitió continuar.
Una anciana fue un tanto descortés cuando dos Testigos la visitaron. Les dijo que se volvieran al continente y que hablaran con la gente de allí, que era tan cruel. Los Testigos le contestaron que el mensaje de las “buenas nuevas del reino” se lleva a todo el mundo y que el propósito por el que visitaban Rapa Nui era asistir a una asamblea que los ayudaría a cultivar mayor amor a Dios (Mateo 24:14). Le preguntaron si le gustaría vivir en condiciones paradisíacas, semejantes a las de la isla, pero sin enfermedades ni muerte. Tras hacerle observar cuántos años habían existido los cráteres volcánicos de la isla, la señora reflexionó sobre la brevedad de la vida y preguntó: “¿Por qué vivimos tan poco?”. Se sorprendió cuando leyó Salmo 90:10.
En ese momento, los Testigos oyeron gritos que venían de la casa de al lado. Como no los entendían, la mujer les dijo que los vecinos los estaban insultando y que estaba claro que no querían que los visitaran. No obstante, la señora era la nua, o hija mayor de la familia, y, puesto que su padre había muerto, tenía el derecho de decidir qué era lo mejor para el bienestar de la familia. Así que, delante de los parientes, defendió a los hermanos en su lengua vernácula y aceptó amablemente las publicaciones que le ofrecieron. Un día de aquella semana vio a los Testigos en la calle y mandó a su hermano que detuviera el automóvil. Pese al disgusto manifiesto de él, la señora se despidió de los hermanos y les deseó éxito en su ministerio.
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Una asamblea en “el ombligo del mundo”La Atalaya 2004 | 15 de febrero
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[Recuadro de la página 24]
Predicando en la isla de Pascua
Dos años antes de esta memorable asamblea, un superintendente de circuito y su esposa visitaron la isla y disfrutaron de muchas experiencias agradables. Por ejemplo, cuál no fue su sorpresa cuando la hermana que los llevó al alojamiento les dijo que, siendo adolescente, había estudiado la Biblia con ellos en el sur de Chile. Aquella semilla, plantada unos dieciséis años antes, había llegado a producir fruto en Rapa Nui.
Además les ocurrió algo gracioso. El dueño de una tienda de recuerdos aceptó la Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras y el manual bíblico El conocimiento que lleva a vida eterna (ambos editados por los testigos de Jehová). Cuando regresaron a visitarlo, les dijo que no podía leer la Biblia, puesto que le habían dejado un ejemplar en francés, y no en español. Se resolvió el asunto enseguida, y poco a poco el señor fue descubriendo con la ayuda de los Testigos locales y, por supuesto, con una Biblia en su idioma, que después de todo no era tan difícil entenderla.
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