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  • Jehová bendice generosamente a los que guardan su camino
    La Atalaya 2005 | 1 de agosto
    • En junio de 1950, un mes antes de que se proscribiera oficialmente nuestra obra, me detuvieron junto con otros hermanos en Betel. Fui llevado a prisión, donde me esperaba un cruel interrogatorio.

      Como mi padre trabajaba en un barco que viajaba regularmente a Nueva York, los oficiales que dirigían la investigación trataron de obligarme a admitir que él era un espía al servicio de Estados Unidos. Se me sometió a un despiadado interrogatorio. Además, cuatro agentes a la vez intentaron hacerme testificar contra el hermano Wilhelm Scheider, que en ese tiempo supervisaba la obra en Polonia. Me dieron golpes en los talones con garrotes. Tendido en el suelo sangrando y viendo que ya no podía aguantar más, clamé: “¡Ayúdame, Jehová!”. Mis perseguidores se sorprendieron y dejaron de golpearme. Al cabo de unos minutos, se quedaron dormidos. Aliviado, recobré las fuerzas. Esta experiencia me convenció de que Jehová responde amorosamente a sus siervos dedicados cuando claman a él por ayuda. Asimismo fortaleció mi fe y me enseñó a confiar por completo en Dios.

      El informe final de la investigación incluía un falso testimonio que supuestamente yo había presentado. Cuando protesté, un agente me respondió: “¡Lo explicarás ante el tribunal!”. Un amable compañero de celda me dijo que no me preocupara, pues el informe final tenía que ser verificado por un fiscal militar, y eso me daría la oportunidad de refutar el falso testimonio. Y eso fue exactamente lo que sucedió.

  • Jehová bendice generosamente a los que guardan su camino
    La Atalaya 2005 | 1 de agosto
    • Cierto día de abril de 1951, tras asistir a una reunión cristiana, fui detenido en la calle por unos agentes de seguridad que me habían estado vigilando de cerca. Como me negué a contestar sus preguntas, me llevaron a una prisión de Bydgoszcz y se pusieron a interrogarme aquella misma noche. Se me ordenó que estuviera de pie, de cara a la pared, por seis días y seis noches, sin comida ni agua, y respirando el denso humo de sus cigarrillos. Me golpearon con un garrote y me quemaron con cigarrillos. Cuando me desmayaba, me echaban agua, y continuaban interrogándome. Supliqué a Jehová que me diera las fuerzas para aguantar, y él me apoyó.

      Ahora bien, estar en la prisión de Bydgoszcz tenía su lado positivo, como la posibilidad de hablar de las verdades bíblicas con personas que no podían escucharlas de otro modo. Y verdaderamente hubo muchas oportunidades de dar testimonio. Debido a la triste y a veces desesperada situación de los prisioneros, eran muy receptivos a las buenas nuevas.

  • Jehová bendice generosamente a los que guardan su camino
    La Atalaya 2005 | 1 de agosto
    • Alojzy Prostak, superintendente viajante de Cracovia, fue tratado tan despiadadamente durante un interrogatorio que tuvieron que llevarlo al hospital de la prisión. Su inquebrantable lealtad, a pesar de la tortura mental y física, le granjeó el respeto y la admiración de los demás prisioneros en el hospital. Uno de ellos era un abogado llamado Witold Lis-Olszewski, a quien le impresionó el valor del hermano Prostak. El señor Olszewski habló con el hermano en varias ocasiones y le prometió: “Tan pronto salga en libertad y me permitan ejercer la abogacía, estaré dispuesto a defender a los testigos de Jehová”. Y así lo hizo.

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