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¿Quién tendrá parte en el testimonio final?La Atalaya 1950 | 1 de junio
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29. ¿Cuánto tiempo falta, y por qué predicar ahora o nunca?
29 Tenga parte en el glorioso tesoro de dar el testimonio final ahora, para que pueda alimentarse de los frutos de la victoria. El tiempo es breve—¡hasta Satanás sabe eso! (Apo. 12:12) El tiempo no pasará lentamente si se usa en trabajo celoso. Pues, la Biblia dice que “Jacob sirvió por Raquel siete años; y pareciéronle como unos cuantos días, por el amor que le tenía”. Y cuando el tiempo se alargó más de lo que esperaba, todavía pasó rápidamente. (Gén. 29:20, 27, 28) Por el amor que les tenemos a Dios y a su Rey y a la obra del Reino el tiempo que nos separa del Armagedón parecerá una corriente veloz de días agradables. Cuando aquellos días hayan pasado la historia del testimonio final se escribirá, y ésa e s una historia que no se repetirá. (Nah. 1:9; Mat. 24:21) Este mundo viejo ha sido pesado en las balanzas y ha sido hallado falto, sus días están numerados, sus horas están numeradas, pues Dios sabe su hora final. (Mat. 24:36) Nuestras horas para predicar el evangelio están numeradas con él. El Diablo usa el poco tiempo que queda como león montés, enfurecido y rugiente, tratando de probar su desafío; nosotros debernos de usar nuestro tiempo con tanto celo para el bien como él usa el de él para el mal. ¡Se habrá acabado el tiempo para probar que él es mentiroso y para tomar parte en el testimonio final cuando el gran reloj de Dios dé con fuerza la hora fatal del Armagedón! ¡Tome parte en el testimonio final ahora o nunca!
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El Salvador y los países hondureñosLa Atalaya 1950 | 1 de junio
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El Salvador y los países hondureños
EN EL nuevo aeropuerto hermoso de San Salvador, que da énfasis al papel siempre más importante que desempeñan los viajes por aire, un grupo de testigos de Jehová esperaba la llegada de R.E. Morgan el 12 de diciembre, y diez días después la de N. H. Knorr, presidente de la Sociedad Wátchtower. El primer visitante nombrado al aterrizar en la América Central vió lo que era para él tierra nueva y una ciudad nueva.
En todo El Salvador hay 207 publicadores, pero no hay más de 100 de ellos en la capital hoy. Sin embargo, los hermanos habían hecho arreglos para celebrar una reunión pública la noche del martes, el 13 de diciembre. La declaración de la verdad es digna de lo mejor, por lo tanto la Sucursal alquiló el Teatro Nacional que es el teatro más fino y de más aceptación en El Salvador. Se dió mucha publicidad a la reunión, anunciándola por medio de sueltos y cartelones; y centenares de cartas de invitación se habían preparado y entregado. La ocasión fué algo extraordinario puesto que esta noche era la víspera de la celebración del primer aniversario de la revolución. El gobierno había hecho preparativos suntuosos para la celebración y por dondequiera se notaba el espíritu festivo. Bandas, cuerpos de tambores, tropas, la policía, . . . todos listos para la fecha conmemorativa de un año de liberación del régimen dictatorial en El Salvador. ¿Cómo se recibiría “Libertad a los cautivos” en tal ambiente? ¿Cuál sería el resultado de una declaración dura contra la opresión católica? ¿Habría buena asistencia a la reunión esta tarde?
Pronto se contestaron estas preguntas cuando 803 personas se dirigieron al Teatro Nacional. Nada numéricamente tan grande había acontecido antes a los testigos de Jehová en El Salvador. El discurso, con la traducción, progresaba bien. Cuando se había pronunciado aproximadamente la mitad se notó que algunos policías nacionales habían entrado al edificio, uno de ellos yéndose hacia el frente cerca de la plataforma. Sin embargo, no estorbaron en nada a la conferencia y aparentemente estuvieron allí para ver que se mantuviera el orden. Los asistentes estaban muy animados, todos escuchando atentamente mientras se señalaba el contraste entre la opresión religiosa, política y económica y las libertades sorprendentes que el nuevo mundo traerá al pueblo. El aplauso espontáneo fué la contestación a la declaración, en este país que se supone ser predominantemente católico, de que la gente que desea saber la verdad no debe depender de los sacerdotes, puesto que ellos jamás enseñarán la verdad de la Biblia. La reunión resultó ser un gran éxito y se calcula que cuando menos 600 del público estuvieron presentes.
Se habían hecho arreglos para que el siervo de la Sucursal y el hermano Morgan hicieran un viaje por automóvil el día siguiente a Santa Ana, a unos 75 kilómetros de la capital. Allí se encuentra otro hogar misionero y una compañía de testigos de Jehová, y se habían hecho arreglos para celebrar una reunión la noche del miércoles. Estaban a bordo todos los pasajeros menos dos y parecía que íbamos a gozar de un viaje agradable con nuestro chauffeur de habla española. ¡Pero, ay! el nuevo Chevrolet lustroso tosió, dió unos suspiros, y quedó inmóvil. Contrariado el chauffeur, murmuró en inglés, “¡Uf, no gas!” Pareció sorprendido y confuso al ver que tal cosa le podía pasar; pero el indicador de gasolina indicaba “Vacío” cuando llegó al hogar de la Sucursal por dos de sus pasajeros. Así es que esperamos pacientemente por media hora mientras que él se fué en busca de más flúido combustible. Cuando la gasolina se había puesto en el tanque, el acumulador no hacía funcionar el motor. Por lo tanto le prestamos algo de ayuda a nuestro chauffeur angustiado, ayudándole a empujar el automóvil. Por fin llegó a Santa Ana.
Durante la tarde se dedicaron varias horas a la distribución de invitaciones. Durante el desempeño de este servicio los publicadores vieron a dos funerales en camino de la iglesia al panteón, los cuales pusieron en evidencia la actitud de la iglesia católica a su gente. El primero era el funeral de un pobre, cuyo cuerpo se llevaba en una caja humilde por sus parientes. Los que le acompañaban llevaban ropa muy gastada y estaban descalzos. Era una escena verdaderamente conmovedora. Pero el segundo funeral era de un hombre muy acomodado. Individuos bien vestidos llevaban el muy lujoso ataúd. Fueron precedidos por dos sacerdotes con hábitos suntuosos. Seguía una fila larga de dolientes vestidos de negro, y un gran número de automóviles y flores. El hermano Morgan preguntó a un comerciante por qué no venía precedida de sacerdotes la primera procesión fúnebre. La contestación muestra donde está el amor del clero, pues los pobres no tenían suficiente dinero para pagar a los sacerdotes para que guiaran su entierro. ¡Qué maravilloso que Dios ame a los pobres y les dé plenamente el agua de la vida! Cierto es que esta gente necesita el Reino y sus bendiciones para que sea librada de su pobreza y cautividad.
Esa tarde un grupo entusiasta de 136 personas se reunió en el patio del hogar misionero en Santa Ana para escuchar una conferencia relativa al servicio y oír un informe acerca de la gran expansión de la obra del Reino en muchos de los países del mundo. Seguramente estos queridos hermanos en Santa Ana no eran los únicos que estaban alabando a su Dios, pues por dondequiera y en todos los idiomas el pueblo de Jehová levantaba la Señal. Tres publicadores completamente ciegos sentados en la primera fila tenían el mismo entusiasmo que los demás de sus hermanos. Venden periódicos y ellos conocen toda la ciudad como la palma de sus manos y cuando menos uno de ellos mantiene a una familia.
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