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La vía maravillosa de Israel en la adoraciónLa Atalaya 1957 | 15 de septiembre
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de oro que descansaban sobre pedestales de cobre, encajando en los huecos para encaje de éstos. (Éxo. 26:37) Otra colgadura semejante a la cortina y al velo del frente servía de puerta al patio en que estaba ubicado el palacio. Esta formaba una entrada de nueve metros de ancho.l Todos los pilares del patio y los pedestales en que éstos encajaban eran de cobre brillante.—Éxo. 27:9-18.
¡Qué vista inspiradora de temor reverencial debe haber sido para los adoradores israelitas este templo magnífico en el desierto! ¡Y cuán agradecidos deberíamos estar nosotros, como recipientes del Registro inspirado, al saber que su descripción ha sido preservada fielmente para nuestra enseñanza! Sea que lo veamos claramente en la reconstrucción o no, sabemos que no era ficción, porque si lo fuera, entonces nuestra esperanza sería en vano. Esto se hace patente por las palabras del apóstol Pablo; él describe el tabernáculo como realidad y luego dice: “Esta misma tienda es una ilustración para el tiempo señalado que ahora está aquí, y en armonía con ella se ofrecen tanto dádivas como sacrificios. Sin embargo, . . . cuando vino Cristo como sumo sacerdote . . . él entró, no, no con la sangre de cabras y de novillos, sino con su propia sangre, una vez para siempre en el lugar santo y obtuvo una exoneración eterna para nosotros.”—Heb. 9:9-12.
Los críticos textuales de la Biblia, careciendo de visión, pueden mofarse del registro y desacreditarlo, pero los cristianos verdaderos creen con Jesús: ‘Tu palabra es verdadera.’
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La iglesia local como un club socialLa Atalaya 1957 | 15 de septiembre
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La iglesia local como un club social
ESCRIBIENDO en la edición de enero de 1957 de Theology Today, Warren Ashby, profesor asociado de filosofía en el colegio de mujeres en la Universidad de Carolina del Norte, encuentra, según un comentario editorial, “un paralelo alarmante entre el club social y la iglesia local.”
Escribe el profesor Ashby: “¿Cuáles son algunos de estos intereses y necesidades que los clubs sociales llenan? Primero, obviamente, es la necesidad de compañerismo social. . . . Los clubs además poseen una exclusividad y así acrecientan el deseo de los miembros para posición. A veces los requisitos de ingreso son de clase o económicos; a veces son de casta o raciales; a veces son profesionales o de acuerdo con la afición predilecta de uno. Invariablemente los requisitos de ingreso de un club social son externos y no en términos de lo que una persona esencialmente es, sino de lo que posee. Puede que requiera dinero pero no requiere virtud ser miembro de un club campestre; puede que requiera posición pero no requiere inteligencia excepcional ser rotario; puede que requiera afiliación religiosa pero no requiere mucha fe ser caballero de Colón. . . .
“Los requisitos de ingreso de la iglesia, tal como los de un club social, son primariamente externos y proporcionan posición. . . . Los requisitos son externos en el sentido de que hay que profesar una fe ante los hombres; pero esto no significa necesariamente que la profesión tenga substancia en hechos tanto como en palabras. Y, de nuevo igual que el club social, una vez pasados los requisitos de ingreso para admisión, los requisitos para permanecer dentro de la iglesia no son difíciles de cumplir. No es difícil ser rotario. Tampoco lo es ser miembro de una iglesia local.
“En la iglesia local hay, como en un club social, un compartimiento de puntos de vista y un mínimum de demandas intelectuales. Los puntos de vista compartidos por lo general son aquellos aceptados por la comunidad en general. Por lo menos las ideas más frecuentemente expresadas en la iglesia no están diseñadas para perturbar el orden social o religioso. El mínimum de demandas intelectuales se refiere al hecho de que el dudar, el hacer preguntas intelectuales embarazosas, no es de moda dentro de la iglesia. De alguna manera se comunica la idea a grandes números de jóvenes intelectuales de que puesto que el dudar representa una falta de fe es pecaminoso y, por lo tanto, igual que otros pecados, ha de suprimirse o por lo menos no practicarse abiertamente. . . .”
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