Preguntas de los lectores
● ¿Dice la Biblia algo en contra de dar uno sus ojos (después de morir) para que se los trasplanten a una persona viva?—L. C., EE. UU.
El que uno ponga su cuerpo o partes de su cuerpo a la disposición de los hombres de ciencia o doctores para que los usen después que uno muera para propósitos de experimentación científica o para reemplazo en otras personas es un asunto que no cuenta con la aprobación de ciertos grupos religiosos. No obstante, no parece que esté envuelto en ello ningún principio ni ley bíblico. Por lo tanto es un asunto en que cada individuo tendrá que hacer su propia decisión. Si en su propia mente o conciencia está satisfecho de que el hacerlo es cosa correcta, entonces puede hacer tal provisión, y nadie debe censurar su proceder. Por otra parte, a nadie se le debe criticar por rehusar entrar en un acuerdo de esta clase.
● De vez en cuando se reciben cartas en que se pregunta si cierta circunstancia justificaría el hacer una excepción a la obligación cristiana de decir la verdad. En contestación se suministra lo siguiente:
La Palabra de Dios manda: “Hable verdad cada uno de ustedes con su prójimo.” (Efe. 4:25) Este mandato, no obstante, no significa que a todo el que nos pregunte le debemos decir todo lo que quiera saber. Debemos decir la verdad a quien tenga derecho a saberla, pero si alguien no tiene tal derecho podemos ser evasivos. Pero no debemos decir una falsedad.
Así, una hermana debe decir la verdad en cuanto a su edad para que se tenga la información correcta en su tarjeta de registro de publicador, puesto que esto cae dentro de lo que se abarca en tener el derecho de saber. El temer hacer esto es señal de vanidad y falta de madurez. Tampoco debe ocultarse de la persona con quien uno pensara casarse si ésta considerara tan importante la información que la pidiera. Tal persona también tendría derecho a saber. De modo que depende de las circunstancias el que uno deba ser evasivo en cuanto a su edad o no.
El mismo principio aplica en el caso de un paciente que sufriera de una enfermedad incurable. Tiene el derecho de saber el dictamen de un examen médico en cuanto a la duración de su vida. No se le debe negar el conocimiento que tan vital le es a él—exactamente cuán preciosos le son a él sus días debido a que son tan pocos. No produce confianza, comprensión y amor el engañar a tal persona, y el que practicara el engaño estaría continuamente perseguido por una conciencia culpable. Si el paciente está dedicado a Jehová ciertamente apreciará que sus tiempos están en las manos de Dios y por lo tanto no tendrá un temor mórbido de morir sino que se fortalecerá con la esperanza de la resurrección. Algunos que han retenido información de esa clase, pensando que así mostraban bondad, después han descubierto que tal bondad era equivocada.
Hay, por supuesto, el tiempo y manera apropiados para divulgar tal información. El tiempo debe ser oportuno y la manera con comprensión compasiva pero no con pena indebida. Quizás no estaría fuera de lugar declarar que uno pudiera tener esperanzas en cuanto a su condición a pesar de tal pronóstico, puesto que el conocimiento médico no es infalible hoy. El amor, la sabiduría y el dominio de uno mismo ayudará a uno a presentar el asunto apropiadamente y el resultado puede ser un mayor vínculo de afecto que el que haya existido antes. En tal ocasión pudieran mencionarse la esperanza de resurrección, las bendiciones de que se disfruta ya como miembro de la sociedad del nuevo mundo y las que todavía están en el futuro.
¿Qué hay en cuanto a decirle a alguien con quien uno piensa casarse la verdad desfavorable acerca del pasado de uno, como el pasado de uno antes de que se hiciera testigo de Jehová? Si el asunto viene a la conversación y a uno se le pregunta, aplicaría la regla de que se debe decir la verdad puesto que la otra persona tiene derecho a saberla. Si a uno no se le pregunta, entonces uno se gobernaría por su propia discreción y conciencia. No obstante, si pareciera que la información fuera muy importante para la otra persona, y la otra no preguntara simplemente porque no pensara que tal cosa fuera posible, entonces la información debe presentarse voluntariamente, confiando en que el amor y la comprensión cubrirían el asunto. Si va a haber alguna desilusión, ciertamente es mucho mejor que ocurra antes de matrimonio, no después. Aquí aplicaría el bien conocido principio declarado por Jesús: “Todas las cosas, por lo tanto, que quieren que los hombres les hagan, también de igual manera deben hacérselas a ellos; esto, en realidad, es lo que significan la Ley y los Profetas.”—Mat. 7:12.
Sin embargo, hay una excepción que el cristiano debe recordar siempre. Como soldado de Cristo está en guerrear teocrático y debe ejercer cautela añadida al tratar con los enemigos de Dios. Así, las Escrituras muestran que con el propósito de proteger los intereses de la causa de Dios, es propio ocultar de los enemigos de Dios la verdad. Un ejemplo bíblico de esto es el de Rahab la ramera. Ella ocultó a los espías israelitas porque tenía fe en Jehová el Dios de ellos. Esto ella lo hizo tanto por sus acciones como por sus labios. Por el hecho de que Santiago encomia la fe de ella se ve que tuvo la aprobación de Jehová al hacer lo que hizo.—Jos. 2:4, 5; Sant. 2:25.
Esto vendría a estar bajo el término “estrategia de guerra,” como se explica en La Atalaya del 1 de julio de 1956, y concuerda con el consejo de Jesús de que cuando estamos entre lobos debemos ser tan “cautos como serpientes.” Si las circunstancias exigieran que un cristiano tuviera que testificar ante un tribunal y jurar decir la verdad, entonces, si acaso dice algo, debe declarar la verdad. Al encararse a la alternativa de hablar y traicionar a sus hermanos o no hablar y ser acusado de contumacia, el cristiano maduro pondrá el bienestar de sus hermanos delante del suyo propio, recordando las palabras de Jesús: “Nadie tiene amor más grande que éste, que alguien entregue su [vida] a favor de sus amigos.”—Mat. 10:16; Juan 15:13.
● Tengan la bondad de decirme cómo explicar 1 Corintios 14:2.—J. M., EE. UU.
El versículo de referencia dice: “Porque el que habla en una lengua habla, no a los hombres, sino a Dios, porque nadie escucha, pero él habla secretos sagrados por el espíritu.” Este texto ha de entenderse a la luz de los versículos 13-19 del mismo capítulo, los cuales dicen:
“Por lo tanto que el que habla en una lengua ore que pueda traducir. Porque si estoy orando en una lengua, es mi don del espíritu lo que ora, pero mi entendimiento es infructífero. ¿Qué ha de hacerse, entonces? Oraré con el don del espíritu, pero también oraré con mi entendimiento. Cantaré alabanzas con el don del espíritu, pero también cantaré alabanzas con mi entendimiento. De otro modo, si usted ofrece alabanzas con un don del espíritu, ¿cómo dirá Amén el hombre que ocupa el asiento de la persona común y corriente a la expresión de gracias de usted, puesto que no sabe lo que usted está diciendo? Es verdad que usted da gracias de manera correcta, pero el otro hombre no está siendo edificado. Le doy gracias a Dios, que yo hablo en más lenguas que ustedes. Sin embargo, en una congregación prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento, para que pueda también instruir a otros verbalmente, que diez mil palabras en cierta lengua.”
En otras palabras, cualquiera que habla en una lengua habla a Dios más bien que a los hombres si no tiene a nadie que interprete el significado de su habla a los hombres que están escuchando. El habla es sin sentido para los oyentes que no entienden el idioma extraño del mensaje según lo da el poder milagroso del espíritu santo de Dios. Por ese motivo el apóstol Pablo dice: “Nadie escucha,” porque nadie entiende. Puede ser también que aun el que habla la lengua extraña no comprenda su propio mensaje; de otro modo, ¿por qué declararía el apóstol Pablo que el que habla en una lengua debería orar que pueda traducir? Él, entonces, ni siquiera entendería lo que él mismo dijera por espíritu a menos que hubiera otro para traducírselo.
Así que si no tuviera a nadie que le tradujera o interpretara su mensaje él ciertamente estaría hablando solamente a Dios más bien que a hombres. Por eso el apóstol Pablo dice que si no hay intérpretes presentes, entonces el que habla en lengua extraña debería orar que él también pueda traducir y de ese modo por medio de su traducción poder hablar también a hombres de una manera edificante y para alabanza de Dios.
¡Qué diferente es el apóstol Pablo a las sectas modernas que pretenden poder hablar en lenguas! Ellas no se interesan en lo más mínimo en que sus oyentes entiendan lo que ellas balbucean sino que solo quieren que otros sean impresionados por su habla ininteligible. Además, Pablo predijo que “aunque haya lenguas, cesarán.” Y así ha sucedido. Se necesitaba el milagroso don de lenguas, junto con otras manifestaciones milagrosas del espíritu santo, para establecer la congregación cristiana. Habiendo llegado la congregación cristiana a la madurez, ella ha “dejado las cosas características de niño.”—1 Cor. 13:8, 11.