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  • Cuando los lazos matrimoniales están a punto de romperse
    La Atalaya 1964 | 1 de febrero
    • que el amor a Dios es primero. (Mat. 22:37-39) Ningún humano tiene el derecho de impedir la adoración de alguien a Dios. “Tenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres.”—Hech. 5:29.

      Cuando las condiciones llegan a ser dificultosas, el cristiano no obrará imprudente ni impetuosamente, rompiendo rápidamente el matrimonio por medio de la separación. En vez de eso, habrá un cuidadoso análisis de las cosas, una consideración con oración. (1 Ped. 4:7) Antes de dar un paso que hiciera añicos un matrimonio, se puede resultar provechoso hacerse preguntas como éstas: ¿Pudiera ser que lo que se consideró como no proveer suficiente sostén realmente sea el resultado de demandas excesivas por parte de la cristiana? ¿Es deliberada esta falta, o hay circunstancias atenuantes que deberían considerarse, como salud deficiente, un descalabro financiero, y cosas semejantes? ¿Qué hay del trato abusivo? ¿Es verbal, o si es físico, es algo que haya resultado más en orgullo ofendido que en daño físico verdadero? Luego, ¿qué hay de la condición espiritual de la persona? ¿Realmente está en peligro, o solo parece estarlo, debido a no aprovecharse plenamente el cristiano de las oportunidades que sí existen para permanecer fuerte espiritualmente? En resumen, ¿es la situación tan mala, tan extremada, que requiera la separación? ¿O pudieran resolverse los problemas mediante una aplicación mejor de los principios bíblicos?

      Considere, también, las posibles consecuencias. Su derrotero de vida será alterado. Piense en la tensión de la separación. ¿Qué hay si resultara en que usted cayera en la inmoralidad? ¡Qué efecto desastroso! Posiblemente en su matrimonio haya hijos. ¿Va a bastar el cuidado y el amor de uno solo de los padres? ¿Podrá usted encargarse de las cosas desde el punto de vista financiero, o en otros respectos?

      Naturalmente, si las circunstancias son extremosas, una persona puede optar por recurrir a la separación, pero debe ser un paso dado solo como último recurso, después que se haya agotado todo otro esfuerzo por corregir la situación, y después de consideración en oración.

      RESOLVIENDO PROBLEMAS

      Cuando surgen problemas con un cónyuge no creyente, una consideración bondadosa y atenta frecuentemente produce buenos resultados. Por ejemplo, una esposa cristiana prudentemente pudiera indicar que está concediendo completa libertad religiosa a su esposo. Solo es apropiado que ella reciba la misma consideración como una cristiana que desea esforzarse por la devoción piadosa. Ella no estorba los esfuerzos religiosos de su cónyuge; por lo tanto, ella debe recibir razonablemente trato semejante. (Mat. 7:12) Aunque una buena esposa cristiana se halla en sujeción a su esposo (Col. 3:18; Efe. 5:22-24), ella comprende que Dios está primero, pues la “cabeza de todo varón es el Cristo; a su vez la cabeza de la mujer es el varón; a su vez la cabeza del Cristo es Dios.” (1 Cor. 11:3) De modo que la sujeción de ella es relativa, y cuando hay un conflicto de voluntades, hay que obedecer la voluntad de Dios.

      ¿Cómo debería considerar la esposa cristiana casada con un no creyente las obligaciones del ministerio cristiano? Las reuniones de los testigos de Jehová se celebran tres veces a la semana. Esto no es excesivo, dado que muchas mujeres salen a funciones de iglesia y reuniones sociales a menudo durante la semana. Pero si la esposa cristiana sale las otras noches también, entonces puede surgir la crisis cuando quiere ir a las reuniones. En cuanto a su servicio en el ministerio del campo, ése no tiene que hacerse durante las horas en que su esposo está en casa y quiere la compañía de su esposa. Tal vez él no presente objeción a que ella vaya por unas cuantas horas en el fin de semana a las reuniones de congregación, pero si se va todo el día, primero al servicio y luego a las reuniones, el esposo tal vez objete. Muchas mujeres dedicadas arreglan sus asuntos para participar en el ministerio regular del campo durante el día cuando el esposo está ocupado en el trabajo seglar y los hijos están en la escuela. Por consiguiente, a la esposa cristiana que vive en una casa dividida por razón religiosa quizás le sea necesario reducir algo la actividad, pero no abandona del todo las reuniones ni el servicio. (Mat. 18:20; Heb. 10:24, 25) En un hogar dividido puede mantenerse la salud espiritual si se llevan a cabo buenos planes y el cristiano ‘no desiste de hacer lo que es excelente.’—Gál. 6:9.

      Una persona tiene derecho a la religión que escoja, y también a propiedad personal a modo de Biblias y ayudas para el estudio de la Biblia. Esto no significa, sin embargo, que una esposa cristiana forzosamente debe colocar estas cosas a plena vista en una parte de la casa donde el esposo no creyente pudiera objetar. Tales cosas pueden guardarse entre los efectos personales. Puede usarse tiempo estudiando la Biblia y la literatura bíblica en privado. De esta manera se pueden evitar argumentos o conflictos. Por supuesto, cuando se trata de principio, la persona no debería transigir, pero tampoco debería una persona imprudentemente causar dificultad innecesaria.—Mat. 10:16.

      A veces el problema gira en torno de la instrucción religiosa de los hijos en un hogar dividido. Donde la madre es la creyente, ella puede hacer arreglos, prudentemente, para que sus hijos la acompañen a las reuniones y al servicio. Pero si su esposo objeta y prohíbe a los hijos que acompañen a la madre, entonces, siendo él cabeza de la casa, se debe acceder a sus deseos. Puesto que es responsabilidad de él ante Dios, sería imprudente que la esposa creyente tratara de obligar a lo contrario. En la casa puede enseñar pacientemente a los hijos los principios bíblicos, para que cuando crezcan y salgan de la casa puedan esforzarse por la adoración verdadera.

      ¿Qué sucede en cuanto al entrenamiento de los hijos si el esposo es creyente y su esposa no es? El esposo creyente, como cabeza de la casa, tiene el derecho y la obligación para con Dios de ver que sus hijos sean criados como cristianos verdaderos. Tomará la delantera en traer a sus hijos a las reuniones cristianas, enseñándoles en el ministerio del campo y estudiando la Palabra de Dios con ellos en el hogar.

      La sabiduría desplegada en conexión con las cosas materiales también puede ayudar a fortalecer los lazos matrimoniales. Una esposa quizás tenga alguna preferencia en cuanto a mobiliario para el hogar. El esposo también tiene sus pensamientos y, como cabeza de la casa, puede optar por hacer una decisión diferente. Pero en ese caso, ¿debería la esposa abrigar rencor solo porque ciertas cosas no satisfacen su gusto? Si surge un problema a causa de esto, la esposa cristiana no debe pensar que está sufriendo por causa de la justicia. De hecho, está fallando en su deber cristiano de ser sumisa y estar en sujeción. O el esposo no creyente tal vez desee mudarse a otro lugar. La esposa cristiana quizás comprenda que esto planteará problemas, pero ella debe ceder al deseo de su esposo, porque él tiene el derecho de escoger dónde vivirá la familia. La disputa que pudiera resultar a causa del desagrado por el lugar donde se vive pudiera llegar a ser tan grave que habría el deseo de resolver el problema mediante la separación. En este caso la base de una separación no se debería a desacuerdos religiosos. De hecho, por medio de aplicar principios bíblicos, se impedirían enteramente tales problemas.

      Es fácil ver lo que la otra persona está haciendo mal. Pero la esposa cristiana debe preguntarse: ¿Qué puedo hacer yo para contribuir al buen éxito de la unión? Si mi esposo no viene a casa en la noche y sale a beber, ¿se debe a que hay algo en cuanto a la casa por lo cual no le gusta regresar? ¿Lo sermoneo? ¿Lo estoy regañando siempre? ¿Son ingobernables los hijos? Tal autoanálisis honrado puede ser sumamente revelador y valioso. La responsabilidad de la esposa es tratar de hacer del hogar un sitio al cual el esposo quiera regresar en la noche.

      Tampoco debe el creyente pasar por alto los intereses del cónyuge no creyente. Cuando el hombre y la mujer se estaban haciendo la corte antes del matrimonio, cada uno se esforzaba por cultivar interés en lo que le gustaba al otro. El cónyuge creyente debe hacer lo mismo después en el matrimonio. Aunque no esté interesada en algunas actividades que le gustan al esposo, una esposa creyente, por ejemplo, haría bien en cultivar un interés en tales cosas por causa de su matrimonio. Es difícil hacer que crezca el amor cuando el marido y la esposa no hacen juntos las cosas. Donde no hay transigencia de principio envuelta o donde no se viole ningún punto en cuestión bíblico, el cónyuge creyente subordinará sus deseos personales y pasará algún tiempo haciendo lo que quiere el no creyente, demostrando así raciocinio cristiano. Este es el derrotero amoroso y puede hacer que el no creyente inquiera en una fe que resulta en tal consideración para el cónyuge de alguien.

      El esposo cristiano no debe ser severo ni exigente. Esto ciertamente puede causar infelicidad y puede resultar en separación. Piense en el gozo que experimentaron tanto el marido como su esposa cuando entraron en el matrimonio. ¿Por qué no trabajar para conservar ese sentimiento? ¿Por qué debería emular un esposo temeroso de Dios los caminos de los individuos mundanos que irreflexivamente dominan a sus esposas y las someten a actos o palabras crueles y desamorosas? Cierto, a causa del pecado, la mujer habría de experimentar el cumplimiento de las palabras de Dios: “con dolores de parto darás a luz hijos, y tu deseo vehemente será por tu esposo, y él te dominará.” (Gén. 3:16) Pero el esposo maduro no llegará a ser dictatorial. (Col. 3:19) Tomará en consideración los sentimientos de su esposa. Y, aunque tiene la responsabilidad de hacer decisiones finales, consultará con ella, no para recibir instrucciones, sino para conocer sus problemas, para tomarlos en consideración al hacer sus decisiones. Ejercerá jefatura apropiada, amorosa. Sabiamente observará el consejo de Pablo: “De esta manera los esposos deben estar amando a sus esposas como a sus propios cuerpos. El que ama a su esposa a sí mismo se ama, porque nadie jamás odió a su propia carne; antes bien la alimenta y la acaricia, como también el Cristo a la congregación.” (Efe. 5:28, 29) Muestre amor a la mujer a quien usted le pidió que compartiera su vida con usted. Aun si ahora no abraza el cristianismo verdadero, emplee tiempo con ella, considérela, galantéela. Muéstrele el interés de usted. Jamás esté demasiado ocupado en otros asuntos para poder dedicarle algún tiempo a ella y volverle a asegurar su amor. La conducta apropiada en este respecto puede significar una vida feliz y puede resultar en que el cónyuge de la persona acepte el cristianismo. El no hacer tales cosas puede ser desastroso.

      Los esposos cristianos y las esposas cristianas tienen verdaderas ventajas. Tienen el espíritu santo de Dios. Con él, puede haber un cultivo de su fruto de gobierno de uno mismo, amor, apacibilidad, benignidad, y cualidades semejantes. (Gál. 5:22, 23) ¡Qué maravilloso efecto tendrá esto en la unión marital! El cristiano unido en matrimonio con un no creyente debería comprender, por supuesto, que el no creyente quizás no conozca los requisitos de Dios y no esté en posición de aplicar los principios bíblicos. Por consiguiente, puede haber alguna dificultad, pero el cristiano debe continuar produciendo los frutos del espíritu de Dios. Haciendo esto y manteniendo él el ánimo y la esperanza en Jehová Dios se pueden producir resultados satisfactorios verdaderamente, como Pedro dijo a las esposas cristianas: “De igual manera, ustedes, esposas, estén en sujeción a sus propios esposos, a fin de que, si algunos no son obedientes a la palabra, sean ganados sin una palabra por la conducta de sus esposas, por haber sido testigos oculares de su conducta casta junto con profundo respeto.”—1 Ped. 3:1, 2.

      En este mundo de desorden, la separación y el divorcio son comunes, con sus problemas y aflicción concomitantes. Los cristianos verdaderos esperan el nuevo mundo de justicia en el cual tal angustiosa separación, dolor y penalidad ya no vejarán a la humanidad. Pero ahora, durante los días finales de este viejo mundo y en medio de su tumulto, usted tal vez se enfrente a una situación que haga surgir la pregunta de si habrá de separarse de su cónyuge o no. De usted debe depender la decisión final. Pero, primero, considere la base bíblica para la separación. Piense, también, en las posibles consecuencias. Sujétese a escrutinio personal. Consulte con superintendentes cristianos maduros para conseguir consejo sólido. Medite en los posibles efectos buenos de continuar con un cónyuge no creyente, aun bajo penalidad, ya que algún día él o ella puede llegar a ser un compañero alabador de Jehová. ¡Póngase a pensar en el gozo que usted tendrá entonces porque usted decidió no irse! En cualquier caso, haga todo cuanto pueda para que se le halle intachable a la vista de Dios y reciba su bendición y galardón.

      El amor es sufrido y bondadoso. El amor no es celoso, no se vanagloria, no se hincha, no se porta indecentemente, no busca sus propios intereses, no se siente provocado. No lleva cuenta del daño. El amor nunca falla.—1 Cor. 13:4, 5, 8.

  • Preguntas de los lectores
    La Atalaya 1964 | 1 de febrero
    • Preguntas de los lectores

      ● ¿Por qué dice la Traducción del Nuevo Mundo en Éxodo 20:13: “No debes asesinar,” mientras que otras traducciones usan la palabra “matar,” como la Versión Autorizada, que dice: “No matarás”?—D. T., EE. UU.

      Varias traducciones usan la palabra “matar,” en Éxodo 20:13; incluidas en éstas están, en inglés, la Versión Douay, la Confraternidad Católica, la Versión Americana Normal y la Versión Normal Revisada, y en español, la Nácar-Colunga, la Moderna y la Valera. Sin embargo, la Traducción del Nuevo Mundo usa la palabra “asesinar” en lugar de “matar,” en Éxodo 20:13 porque la palabra hebrea aquí es ratsach, que significa, según Young’s Exhaustive Concordance, “asesinar, atravesar.” Concerniente a esta misma palabra hebrea el léxico de palabras hebreas de Strong declara: “ratsach, una raíz primaria, propiamente hacer añicos una cosa arrojándola, v.gr.: matar (un ser humano), especialmente asesinar.” Asesinar significa: “matar (un ser humano) ilegalmente y con malicia premeditada y voluntariosa, deliberadamente e ilícitamente.”—Third New International Dictionary de Webster.

      La palabra ratsach ocurre en sus diferentes formas unas cuarenta veces en las Escrituras Hebreas. Invariablemente se refiere a quitar la vida humana, aunque no siempre incorrectamente o ilícitamente. Entonces, ¿qué debe determinar si la palabra ha de traducirse “matar (quitar la vida)” o “asesinar”? Eso sería sobre la base del contexto y también de la luz que el resto de la Palabra de Dios arroje sobre el tema. En este respecto se debe notar que aun la Versión del Rey Jaime, a veces, traduce esta palabra hebrea como “asesinar” o “asesino.” Por ejemplo, “matan a la viuda y al extranjero, y asesinan al huérfano.” “El asesino que se levanta al amanecer mata al pobre y al menesteroso.” (Sal. 94:6; Job 24:14) La Versión Autorizada, además de eso, distingue entre asesinato y homicidio accidental en Números 35:6-31, haciéndolo así de acuerdo con el contexto; a pesar de que la palabra hebrea envuelta todavía es ratsach: “Serán para ti ciudades para refugiarse del vengador; para que el homicida [ratsach] no muera.” “Si él le hiere con un instrumento de hierro, de modo que muera, es asesino: al asesino [ratsach] ciertamente se le dará muerte.”—Núm. 35:12, 16, VA.

      Es evidente, a la luz del resto de la Palabra de Dios, que Éxodo 20:13 no prohibió el matar en todo respecto; puesto que a los israelitas se les permitió dar muerte, de hecho, Dios les dio el mandato de dar muerte a los asesinos, a adoradores de ídolos, quebrantadores del sábado, y así sucesivamente. Así que la ejecución de un asesino no sería ilegal ante la vista de Dios y no podría considerarse “asesinato”;

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