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  • Recordando al magnífico Creador en la juventud como hombre
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1965
w65 15/10 págs. 629-632

Recordando al magnífico Creador en la juventud como hombre

Según lo Relató Rodolfo Leffler

“RECUERDA, ahora, a tu magnífico Creador en los días de tu juventud como hombre, antes que procedan a venir los días calamitosos, o hayan llegado los años en, que dirás: ‘No tengo deleite en ellos,’” exhorta la Biblia en Eclesiastés 12:1.

¡Cuán agradecido estoy de que temprano en la vida aprendiera a hacer exactamente eso, a recordar al Magnífico Creador, Jehová Dios! Esto aconteció como resultado de influencias cristianas en mi hogar y también leyendo los escritos de Carlos T. Russell publicados por la Sociedad Watch Tower Bible and Tract.

INFLUENCIAS TEMPRANAS

Nací en 1890 y fui criado hasta la juventud como hombre en la granja de mi padre en el estado norteamericano de Ohio. Mis padres fueron personas trabajadoras, temerosas de Dios. Desde su juventud mi madre estuvo bien versada en las Escrituras, y éstas repetidamente las inculcaba en la mente de sus hijos.

Comenzando durante mis años escolares y continuando hasta mi juventud como hombre, también saqué gran provecho de los muchos representantes viajeros de la Sociedad Watch Tower que eran enviados a mi ciudad natal, Tiffin, para dar conferencias sobre la Biblia. Efectuaron mucho para establecer en mi mente joven la sabiduría de recordar al Creador.

Durante los años de 1896 a 1900 se efectuó un gran cambio en las convicciones religiosas de mis padres. Aunque habían sido luteranos devotos, no estaban satisfechos con las doctrinas que enseñaba aquella iglesia. En aquel tiempo obtuvieron ejemplares de libros como El Plan Divino de las Edades, El tiempo ha llegado, y Venga a nos tu Reino, junto con muchos tratados bíblicos, publicados por la Sociedad Watch Tower. Leyeron y volvieron a leer estas publicaciones, al mismo tiempo escuchando las conferencias bíblicas que pronunciaban los representantes viajeros de la Sociedad Watch Tower. Pronto mis padres se convencieron de que aquí estaba la verdad de la Biblia. La información que habían recibido era sensata, razonable, satisfaciente. ¡Se acabaron para ellos las doctrinas falsas de fuego eterno del infierno para los inicuos, la inmortalidad del alma humana y el mito de tres en uno de la trinidad! En cambio, aprendieron que Jehová Dios el Creador tiene maravillosas bendiciones para todas las personas que llegan a un conocimiento exacto de la verdad de la Biblia y lo obedecen. Por supuesto, inmediatamente dejaron la Iglesia Luterana.

Ambos padres, mi madre en particular, no podían retener para sí estas verdades maravillosas. Las decían a todos los que querían escuchar. Pero su primer interés fue enseñar estas magníficas verdades a sus hijos. Esto lo hicieron. Como resultado de su enseñanza, nuestra lectura de la revista La Atalaya y publicaciones semejantes, y el escuchar nosotros las conferencias bíblicas, con el transcurso del tiempo dos de mis tres hermanos, las cuatro hermanas y yo dedicamos nuestra vida a servir a Dios. Cada uno de nosotros fue bautizado en agua.

El recordar al Magnífico Creador, Jehová Dios, en los días de mi juventud fue grandemente acrecentado por la asociación con personas de semejante fe preciosa. En Tiffin durante aquellos años tempranos un grupito de unos quince de nosotros se reunía con regularidad, dos veces los domingos y una noche durante la semana. Mis padres, o algunos de mis hermanos o hermanas y yo, muchas, muchas veces viajamos en nuestro carruaje de dos caballos o calesa de un caballo desde la granja dieciséis kilómetros de ida y vuelta en el calor y en el frío para asistir a aquellas reuniones.

Durante los pocos años antes del comienzo de este siglo y muchos años después, dábamos el testimonio principalmente por medio de distribuir tratados bíblicos en frente de las puertas de las iglesias los domingos por la mañana; por la predicación de tiempo cabal (llamada obra de repartidor en aquellos días); y mediante conferencias bíblicas públicas en salones alquilados. Acompañado por miembros de mayor edad de nuestra congregación, comencé a distribuir tratados en frente de las iglesias en Tiffin. De vez en cuando un clérigo se encolerizaba por este procedimiento denodado, y nosotros decíamos: “Solo estamos buscando el trigo.”—Mat. 13:24-30.

Fortalecedores de la fe fueron aquellos evangelizadores viajeros de la Sociedad Watch Tower asignados para visitar Tiffin, algunos de los cuales invitamos a nuestra casa. Particularmente recuerdo bien las visitas de J. F. Rutherford, W. E. Van Amburgh, A. H. Macmillan y H. H. Riemer. Repartidores, también, visitaban nuestra casa. Uno en particular fue muy útil, ayudándome con mi tarea escolar, contándome historias bíblicas, y ayudando a afirmar mi fe.

AÑOS TURBULENTOS DE LA I GUERRA MUNDIAL

En el invierno de 1913-1914 yo participaba en la obra de repartidor en Washington, D.C. En la víspera de año nuevo la congregación de Washington celebró una reunión. Se cantaron cánticos y se presentaron conferencias. Había llegado 1914, el año esperado por largo tiempo. Había expectativa e interrogación en todas nuestras mentes en cuanto a qué traería el año, ya que el año estaba señalado definidamente por la cronología bíblica como un punto decisivo en la historia mundial. El último año normal fue 1913, desde el cual año las cosas sobre la Tierra no serían las mismas, conforme a profecías inspiradas de la Biblia.

Así como se esperaba por la profecía de Jesús registrada en el capítulo 24 de Mateo, estalló la guerra, primero en escala pequeña, pero pronto estando todo el mundo en llamas. Rabiaba la primera guerra mundial de la historia de la humanidad. ¡Así fue que en 1914 que terminaron los “tiempos de los gentiles” o de las naciones y comenzó el “tiempo del fin” para este viejo sistema de cosas!

En 1917 los Estados Unidos se vieron atrapados en el remolino de esta guerra. Entonces vino el reclutamiento militar y la llamada a las armas. Ahora surgió un problema grave que habría de solucionarse: ¿Qué proceder debería yo adoptar para con la llamada a las armas? Había tres posibilidades: obedecer la llamada y servir de soldado; pasar por alto la llamada y sufrir las consecuencias; o rehusar servir de soldado pero aceptar trabajo no combatiente.

Al tiempo de tener que hacer la decisión yo no discernía claramente el principio cristiano de la neutralidad estricta en cuanto a los conflictos entre las naciones mundanas como lo discierno ahora, cuarenta y ocho años después. Sin embargo, años antes había resuelto en mi corazón el nunca tomar las armas contra mi prójimo, hubiera guerra o no hubiera guerra. La ley de Dios sobre este punto es clara: “El que derrame la sangre del hombre, por el hombre su propia sangre será derramada.” (Gén. 9:6) Y otra vez el mandato positivo: “No debes asesinar.” (Deu. 5:17) No, no podía y no serviría de soldado en violación de las leyes de Dios.

En julio de 1918 fui enviado al Campamento Jackson, de Carolina del Sur. En el campamento la pregunta importante en mi mente era: ¿Reconocerán mi negativa a servir de soldado y en cambio me concederán trabajo no combatiente? Pronto me enteré de la respuesta. Fui colocado incomunicado en una celda pequeña. De vez en cuando el capellán del campamento venía a mi celda a tratar de persuadirme a cambiar de opinión. Cuando yo trataba de usar mi Biblia para refutar sus argumentos, él no me permitía usarla. Su argumento favorito era que la Biblia menciona muchas guerras y que por lo tanto yo debería tomar las armas también. Es verdad, pero Dios dirigió aquellas guerras del Israel antiguo. No eran guerras del hombre, como el conflicto presente. En prueba le pedí que observara que hombres entre los alemanes y sus ejércitos aliados llevaban inscripciones que decían “Gott mit uns” (Dios con nosotros), y soldados de los ejércitos contrarios llevaban monedas con la inscripción “En Dios confiamos.” ¿Está dividido Dios? ¿Está guerreando Dios contra sí mismo? ‘No, claramente ésta es guerra del hombre y no de Dios; no serviré de soldado,’ dije.

Para octubre de 1918 vieron mi sinceridad en la posición que adoptaba y me dieron trabajo no combatiente. A fines de octubre estaba en camino a Francia, desembarcando un día antes de que se firmara el armisticio el 11 de noviembre. Al día siguiente al mediodía me deleité al oír que algunos franceses gritaban: “Finie la guerre” (Ha terminado la guerra).

Siguió un período de espera. Para mantener ocupados a los hombres mientras llegaba el tiempo para embarcarse para casa, se establecieron escuelas en el campamento. Se me asignó a enseñar a una clase de hombres teoría de la radio y principios fundamentales de la electricidad. Encontré que esta experiencia fue muy útil en años posteriores en relación con la obra de predicación.

En mayo de 1919 me encontraba en camino a los Estados Unidos y a casa. ¡Qué deleite fue el estar trabajando y asociándome con la congregación de Tiffin una vez más!

PUBLICIDAD DEL REINO POR LA RADIO

Unos cuantos años después, en 1923, mientras estaba empleado por la escuela secundaria de Alliance, Ohio, para enseñar teoría de la radio a una clase de estudiantes de último año, tuve una agradable sorpresa al recibir una carta de la oficina del presidente de la Sociedad Watch Tower en Brooklyn, N.Y. Apresuradamente la abrí. ¿Qué podría significar esto? me preguntaba. La carta expresaba en parte: “Observando que usted es maestro de la radio . . . ¿consideraría el dedicar todo su tiempo al servicio del Señor en esto?” Claramente para mí la mano de Jehová se hallaba en esto. ¿Podría rehusar aceptar esta oportunidad? ¡Jamás! Para mediados de octubre llegué al Betel de Brooklyn. Allí el primer trabajo que desempeñé fue el de lavar platos. ¿No había lavado suficientes platos en el ejército? pensé. Entonces recordé el texto: “Os prueba Jehová vuestro Dios, para saber si amáis a Jehová vuestro Dios con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma.” (Deu. 13:3, Mod) Sí, ésta es otra prueba, concluí.

Después de un mes de lavar platos, finalmente empecé en el trabajo de la radio. Ya la Sociedad había obtenido un sitio y había levantado edificios en Staten Island en la ciudad de Nueva York para la ubicación de una estación radiodifusora. Se localizó un transmisor de radio compuesto de 500 vatios en la ciudad y se compró para la estación. Rápidamente lo instalé y todo estuvo listo para la primera radiodifusión en la noche del domingo 24 de febrero de 1924. Se llamó WBBR. Este fue el principio de treinta y tres años de radiodifundir continuamente un programa no comercial, sin cesar.

Un día J. F. Rutherford, presidente de la Sociedad Watch Tower, entró en mi habitación llevando un mapa de los Estados Unidos. Poniendo el mapa sobre una mesa, señaló con el dedo y dijo: “Tengo pensado poner estaciones radiodifusoras aquí y aquí y aquí. ¿Estaría usted dispuesto a dirigir la construcción de estas estaciones?” “Tendría gusto en hacerlo,” contesté.

Cuando llegó noviembre de 1924 estaba en camino a Chicago para trabajar en la construcción de otra estación radiodifusora, propiedad de la Sociedad. Se encontró un sitio cerca de Batavia, Illinois, un suburbio de Chicago. Toda la construcción la hicieron durante los fines de semana trabajadores voluntarios de congregaciones cercanas. En algunos fines de semana había hasta cincuenta hombres trabajando: carpinteros, albañiles, plomeros, electricistas, todos trabajando celosamente, temprano y tarde, como muchos castores. Instalé un transmisor de 5,000 vatios, y para principios del verano de 1925 la estación se hallaba en el aire con el mensaje del Reino. WORD [inglés para PALABRA] se llamó—¡muy apropiado!

Después de cinco años de operar WORD fui enviado a otras estaciones de radio para instalar transmisores. La Sociedad no era dueña directamente de estas estaciones, pero eran administradas por sus representantes. En Cleveland, Ohio, para la estación WHK instalé un transmisor de 5,000 vatios; y un transmisor de 1,000 vatios en cada una de otras tres estaciones: WAIU, en Columbus, Ohio; KROW, en Oakland, California, y CKCX, en Toronto, Canadá. En el Canadá, las congregaciones en Saskatoon, Saskatchewan, y Edmonton, Alberta, estaban operando estaciones de radio para difundir las buenas nuevas del reino de Dios. A esos lugares fui enviado para ayudar de cualquier manera que pudiera; luego de regreso a la WBBR en 1935 donde permanecí veintidós años como ingeniero de radio hasta que se descontinuó la estación en 1957.

Mi obra de la radio concluyó; el presidente de la Watch Tower, N. H. Knorr, me llamó a Betel en Brooklyn para trabajar en la imprenta de la Sociedad para continuar teniendo alguna participación en publicar las buenas nuevas eternas por toda la Tierra. Aquí hay otros 800 ministros dedicados, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, blancos y negros, todos trabajando juntos armoniosamente, y anunciando celosamente a través de la Tierra el nombre y propósito del Magnífico Creador, Jehová Dios. Aunque mi vista física está fallando y estoy con licencia de Betel al tiempo presente, la cosa más importante en mi vida continúa siendo mi servicio a Jehová Dios.

Repasando los años desde mi muchachez hasta la actualidad, jamás he deplorado un solo instante la decisión que hice en mi juventud de evitar las vanas fruslerías de este viejo mundo y en cambio recordar al Magnífico Creador, Jehová. Años de paz, contentamiento y felicidad han sido. Nunca he estado necesitado en la vida, sino que Jehová ha provisto abundantemente para todas mis necesidades. Por supuesto, no todo ha sido un lecho de rosas. A veces hubo pruebas, dificultades, perplejidades y problemas. Pero aceptando el consejo sabio de la Palabra de Dios en Proverbios 3:5, 6, encontré que todos éstos gradualmente desaparecieron uno por uno: “Confía en Jehová con todo tu corazón y no te apoyes en tu propio entendimiento. En todos tus caminos tómalo en cuenta, y él mismo enderezará tus sendas.”

Pero el fin no ha llegado todavía. “El que haya perseverado hasta el fin es el que será salvo,” dijo Jesús. (Mat. 24:13) Qué experiencia encierra el futuro, el tiempo lo dirá. Sin embargo, esto es cierto, estamos viviendo en los últimos días de este viejo sistema de cosas y ya pronto éste sufrirá destrucción violenta en la “guerra del gran día de Dios el Todopoderoso.” Inmediatamente después de esa destrucción el reino de Dios gobernará en justicia sobre una Tierra limpiada con bendiciones incalculables para los sobrevivientes del Armagedón y su prole y, más tarde, para los millones resucitados que ahora duermen en las tumbas conmemorativas.

¡Cuánto me alegro de que llegué a conocer todas estas maravillosas verdades desde mi juventud como hombre y he tenido alguna participación en darlas a conocer a otros durante los pasados sesenta y cinco años! ¡Seguramente he sido grandemente bendecido porque recordé al Magnífico Creador en los días de mi juventud como hombre!

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