¿Se predijo en la Biblia?
A PRINCIPIOS del junio pasado los encabezamientos noticieros proclamaron los desenvolvimientos veloces de la guerra en el Oriente Medio: “Israel avanza arrolladoramente en todos los frentes,” “Los israelíes desbaratan a los árabes; se acercan a Suez.” En el transcurso de unos cuantos días había terminado. Tropas israelíes ocuparon todo Jerusalén, todo territorio de Jordania al oeste del Jordán y toda la península de Sinaí.
Mientras tanto se especulaba extensamente acerca del significado de estos sucesos. ¿Podría ser que se estén cumpliendo las antiguas profecías de la Biblia? preguntaban muchos. Por ejemplo, estas palabras de Jehová Dios escritas hace más de 2.500 años: “Los haré volver a la tierra que les di a sus antepasados, y ellos de seguro la poseerán de nuevo.”—Jer. 30:3; vea también Ezequiel 37:21.
No son insignificantes sobre este tema los puntos de vista y actitudes de los israelíes mismos. ¿Ha terminado la dispersión de los judíos? ¿Afirman los israelíes tener en algún sentido un estado teocrático o uno gobernado por Dios, y dependen de Dios para protección? Considere algunos de los hechos.
En el año que siguió a la declaración de la independencia de Israel como estado, un prominente rabí alemán, Ignaz Maybaum, hizo esta declaración pertinente: “Todavía no existe Sion. Todavía tenemos que orar para que sea establecida. Todavía no ha llegado el Mesías, solo se ha establecido un estado judío. Todavía no está redimido el mundo. Todavía tenemos que esperar y orar. Todavía estamos en el galut [destierro]; los ciudadanos de Israel también.”—The Christian Century del 3 de abril de 1963.
El ex-primer ministro David Ben-Gurion siempre se ha opuesto a la idea de formar un estado teocrático moderno. Y es digno de atención que en su reseña de los primeros diez años de la existencia y reconocimiento de Israel como estado no dijo nada acerca de la dirección y ayuda de Dios. Declaró: “Israel está determinado a fortalecer su preparación militar en tiempo de paz y perseverar en su obra de reedificación y redención; recoger judíos de las tierras de opresión y miseria; conquistar el desierto y hacerlo florecer con el poder de la ciencia y el espíritu precursor.”—Times Magazine de Nueva York del 20 de abril de 1958.
La sección activa y militante de Israel no tiene fe en los relatos bíblicos de los tratos milagrosos de Dios con sus antepasados. No los acepta como históricos. Insiste en que su estado es seglar, gobernado por leyes seglares promulgadas por su propio Knesset (parlamento) y no por las leyes de la Tora. No está de acuerdo con el principio bíblico: “A menos que Jehová mismo edifique la casa [o estado], de nada vale que sus edificadores hayan trabajado duro en ella.” (Sal. 127:1) Confía en su propia fuerza y habilidad para tener éxito.
Pero, ¿qué dice la Biblia, la Palabra escrita de Dios, acerca del asunto de tratar Dios con los judíos? Revela que permitió su dispersión en 607 a. de la E.C. cuando los babilonios destruyeron a Jerusalén y se llevaron la población judía al destierro. Después de setenta años, y en armonía con la profecía de Jeremías, los judíos fueron restaurados a su tierra.—Jer. 29:10; Dan. 9:1, 2.
Pero, ¿es posible que todavía tenga que haber un cumplimiento más grande de las profecías de restauración, esta vez sobre el estado moderno de Israel? ¿Qué muestran las Escrituras y los hechos? Cierto es que cuando el Mesías predicho llegó hace 1.900 años los judíos lo rechazaron, y él, a su vez, declaró en cuanto a ellos: “¡Miren! Su casa se les deja abandonada a ustedes.” “El reino de Dios les será quitado a ustedes y será dado a una nación que produzca sus frutos.” (Mat. 23:38; 21:43) El golpe final llegó en el año 70 E.C. cuando los romanos destruyeron el templo de Jerusalén y dispersaron a los judíos.—Luc. 19:43, 44.
Dios ya no está tratando, desde ese tiempo, con un sistema de cosas judío. (Col. 2:14; Gál. 3:24, 25) De veras, desde el derramamiento del espíritu de Dios sobre los seguidores de Jesucristo en el Pentecostés de 33 E.C., él ha estado tratando con la congregación cristiana, concerniente a la cual escribió el apóstol Pablo: “No hay ni judío ni griego, no hay ni esclavo ni libre, no hay ni macho ni hembra; porque todos ustedes son una persona en unión con Cristo Jesús. Además, si pertenecen a Cristo, realmente son descendencia de Abrahán, herederos con respecto a una promesa.”—Gál. 3:28, 29.
El apóstol Pablo identificó a los que recibirían protección y salvación cuando escribió: “Si declaras públicamente aquella ‘palabra en tu propia boca,’ que Jesús es Señor, y ejerces fe en tu corazón en que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvado. Porque ‘todo el que invoque el nombre de Jehová será salvo.’”—Rom. 10:9, 13.
Es obvio en la actualidad que el Israel moderno ni confiesa a Jesucristo como Señor ni invoca el nombre de Jehová. No es un estado religioso, sino político. Aunque judíos individuales pueden aceptar a Cristo y ser introducidos en la congregación de sus seguidores, es evidente que Dios ya no está tratando con los judíos como nación. Tampoco tiene significado ya en conexión con la adoración verdadera la ciudad literal de Jerusalén porque en todas partes de la Tierra hay personas que sirven a Dios y Cristo, su Rey nombrado.—Juan 4:21.
¿Cómo, entonces, hemos de considerar los desenvolvimientos actuales en el Oriente Medio? Como parte de una condición global, predicha por la Biblia, en que contienda, crimen y violencia internacionales servirían para identificar los días actuales como “los últimos días” de este inicuo sistema de cosas. (2 Tim. 3:1-5) Sí, estos sucesos constituyen evidencia definida de la proximidad del fin de este sistema de cosas. Mientras todas las naciones buscan en vano la paz a la vez que se arman para la guerra, pasan por alto el decreto por el cual el Gobernante Soberano del universo dio a Cristo el poder y autoridad para hollarlas en derrota absoluta. (Dan. 2:44; 1 Cor. 15:24, 25) ‘¡Sométanse al Hijo de Dios!’ es el llamamiento urgente a hombres de todas las naciones que quieran sobrevivir a esa tribulación, la mayor de todas.—Sal. 2:12.