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¿Qué puedo hacer yo?La Atalaya 1969 | 1 de enero
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Testigos locales, informarle acerca de las clases de trabajo seglar disponibles, darle a conocer los requisitos para los que entran en su país, etc.
OTRAS CONSIDERACIONES
Entretanto, usted pudiera obtener un libro elemental del idioma del país al cual piensa ir. Si usted ha estudiado previamente un idioma extranjero, tendrá la ventaja de saber cómo emprender el estudio. Si hay alguien que conozca el idioma, posiblemente usted pueda obtener su ayuda. Si usted puede asistir a clases del idioma en una escuela nocturna, sin que estorben su ministerio y estudios teocráticos, esto podría ser provechoso.
Por supuesto, ha de esperarse que surjan obstáculos al dar pasos hacia una vida de mayor utilidad en el ministerio del Reino. ¿No es obvio que el “dios de este sistema de cosas” tratará de desanimarlo a usted en tal propósito? (2 Cor. 4:4) Pero persevere. Rehúse desanimarse fácilmente. Recuerde, la voluntad de Dios es que “en todas las naciones primero tienen que predicarse las buenas nuevas.” (Mar. 13:10) El ciertamente bendecirá el esfuerzo consistente de usted por aumentar su participación en este servicio sumamente altruista.
Finalmente, ¿puede usted pensar en alguna respuesta más eficaz a la pregunta: ¿Qué puedo hacer yo? que la que se lee en la página 62 del Anuario de los testigos de Jehová para 1968? Dice:
“En vista de la maravillosa expansión que ahora está aconteciendo en países extranjeros y la gran necesidad de más hacedores de discípulos, cada uno de los testigos de Jehová que tiene salud y la libertad para emprender el trabajo de misionero debería dar muy seria consideración a decir: ‘¡Aquí estoy yo! Envíame a mí.’ La más elevada profesión que uno puede seguir es servir a Jehová de tiempo cabal. El servicio misional en particular es un privilegio que, si se efectúa celosamente entre ahora y el Armagedón, asegurará felicidad inconmensurable en las eras por venir. Considere el gozo de tener como experiencia, en el nuevo orden, la feliz compañía de aquellos a quienes usted ahora ayude a escapar de la destrucción de este sistema de cosas.”
Aun si usted no llena los requisitos para el entrenamiento en Galaad como misionero, es muy posible que su madurez y años de experiencia como ministro del Reino lo hayan equipado para cumplir con alguna otra asignación donde es urgente la necesidad de predicar el Reino. ¿Por qué no contestar con acción positiva la pregunta: ¿Qué puedo hacer yo?
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MINISTERIO DEL CAMPO
El tiempo realmente significa vida. Y los cristianos estiman su vida. Por eso desean andar prudentemente, comprándose todo el tiempo posible para servir a Dios durante estos días inicuos. (Efe. 5:15, 16) Al observar los acontecimientos del mundo reconocen que el fin de este sistema de cosas se acerca rápidamente. De modo que ahora tienen una oportunidad que nunca más se les volverá a presentar. ¿Cómo, pues, puede uno comprarse tiempo para hacer la voluntad de Dios? Valiéndose de los privilegios cristianos a costa de otras cosas. Los testigos de Jehová lo hacen por medio de hacer lugar en su programa de actividades para dirigir a otros al reino de Dios, para que puedan andar prudentemente en estos días inicuos. Durante enero estos testigos cristianos les ofrecerán a las personas que se interesen esta revista bíblica que anuncia el reino de Jehová. La suscripción de un año a La Atalaya, junto con tres folletos bíblicos, se ofrecerá por un dólar.
ESTUDIOS DE “LA ATALAYA” PARA LAS SEMANAS
19 de enero: El Libro de verídicas fechas históricas, y ¿Por qué está usted a la espera de 1975?, §1-3. Página 8.
26 de enero: ¿Por qué está usted a la espera de 1975?, §4-37. Página 15.
2 de febrero: Cómo se fechan los sucesos del siglo I en el siglo XX. Página 21.
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Preguntas de los lectoresLa Atalaya 1969 | 1 de enero
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Preguntas de los lectores
● Si, como se expresa en Juan 18:31, los judíos en el tiempo de Jesús no tenían autoridad para ejecutar a los violadores de la ley, ¿cómo pudieron apedrear a Esteban?—H. H., EE. UU.
El grado de autoridad que tenían los judíos en aquel tiempo tocante a la pena capital es algo incierto. Muchos doctos creen que cuarenta años antes de la destrucción del Templo (70 E.C.), o alrededor de 30 E.C., los judíos cesaron de pronunciar sentencias capitales o de muerte. Esto parecería estar en armonía con los comentarios que hicieron los miembros del Sanedrín cuando entregaron a Jesús al gobernador romano Poncio Pilato. Leemos: “Pilato les dijo: ‘Tómenlo ustedes mismos y júzguenlo según su ley.’ Los judíos le dijeron: ‘A nosotros no nos es lícito matar a nadie.’”—Juan 18:31.
Sin embargo, es posible que los romanos les hayan permitido a las autoridades judías el derecho de ejecutar a violadores de la ley religiosa, pero no a violadores de la ley política. Según el historiador judío Josefo, el general romano Tito reconoció que los romanos concedieron a los judíos permiso para matar a los contaminadores del Templo. (Wars of the Jews, Libro VI, cap. II, párr. 4) Aun si esto indicaba una norma general, no afectaría lo que leemos en Juan 18:31.
Los líderes religiosos judíos eran asesinos, pues estaban dispuestos a matar a un hombre inocente para lograr sus fines. Por eso fraguaron la muerte de Jesús. (Juan 8:44; 11:48-53) Pero surgió un problema. Temían que el obrar contra Jesús causara un alboroto entre la gente, puesto que muchos respetaban o seguían a Jesús. (Mat. 26:4, 5) Por eso, después de haber arrestado secretamente a Jesús y de haberlo condenado bajo un cargo religioso, trataron de hacer que Pilato ejecutara a Cristo. Definitivamente el gobernador Pilato podía hacerlo, porque le dijo a Jesús: “¿No sabes que tengo autoridad para ponerte en libertad y tengo autoridad para fijarte en un madero?” (Juan 19:10) Si los romanos mataban a Jesús por una acusación política, eso tendería a absolver de responsabilidad a los caudillos religiosos delante de la gente por la muerte.
Sea que los judíos mismos tuviesen autoridad para ejecutar solo a violadores de la ley religiosa, o no tuvieran autoridad para efectuar ninguna clase de pena capital, todavía podían “tomar la ley en sus propias manos,” por decirlo así. En varias ocasiones hubo chusmas que quisieron matar a Jesús. (Juan 8:59; 10:31; Luc. 4:29) Mediante chusmas y conspiración los judíos trataron de deshacerse de los apóstoles de Jesús. (Hech. 5:33; 9:23, 24; 14:19; 21:27-31; 23:12) Por consiguiente, con autoridad legal o sin ella, los judíos en general, los hombres de mayor edad, los escribas y los miembros del Sanedrín, que fueron incriminados por el sobresaliente discurso de Esteban, y a quienes este discurso encolerizó, “se pusieron a crujir los dientes.” Dominados por su ira, los de la chusma “clamaron a voz en cuello y se pusieron las manos sobre los oídos y se precipitaron de común acuerdo sobre [Esteban]. Y después de echarlo fuera de la ciudad, se pusieron a tirarle piedras,” causándole la muerte.—Hech. 6:12; 7:54-60.
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