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  • ¿Quiénes van al cielo y por qué?
    La Atalaya 1969 | 15 de febrero
    • de cosas actual.—Rom. 16:20; Rev. 2:26, 27.

      Como reyes y sacerdotes bajo la dirección de Jesucristo, esas personas servirán desde sus puestos celestiales al ejecutar la voluntad de Jehová para con la humanidad. ¡Qué maravilloso será tener como gobernantes a personas que han probado que son fieles a Dios! (Rev. 20:4) ¡Y cuán amoroso de Dios el poner en puestos de gobernación a los que han pasado por los problemas que son comunes a la humanidad! Seguramente, ellos, como Cristo, tratarán con comprensión a sus súbditos.—Heb. 2:17, 18.

      ¡Qué bendición será para los habitantes de la Tierra el que esos sacerdotes celestiales les apliquen los beneficios del sacrificio de rescate de Cristo, curándolos espiritualmente, mentalmente y físicamente hasta que alcancen la perfección! Así, el Dios Todopoderoso cumplirá tocante a sus súbditos terrestres su grandiosa promesa de que “limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento, ni clamor, ni dolor. Las cosas anteriores han pasado.”—Rev. 21:2-4.

      ¿CUÁNTOS VAN AL CIELO?

      Los que son llamados por Dios para participar en el servicio celestial son pocos. Como Jesús dijo, son un “rebaño pequeño.” Años después de su regreso al cielo, Jesús dio a saber el número exacto en una visión dada al apóstol Juan, quien escribió: “Vi, y, ¡miren! el Cordero de pie sobre el monte Sion, y con él ciento cuarenta y cuatro mil . . . que han sido comprados de la tierra.”—Rev. 14:1, 3.

      El “Cordero” al que se hace referencia aquí es, por supuesto, Jesucristo; y este “monte Sion” no está en la Tierra, sino en el cielo donde Jesús está. (Juan 1:29; Heb. 12:22) De modo que los 144.000 son personas que mueren en la Tierra como humanos y son resucitadas a vida celestial como criaturas espíritus, tal como le sucedió a Jesús. (Rom. 6:5) Cuando se les compara con los miles de millones de personas que viven en la Tierra, son, verdaderamente, un “rebaño pequeño.” Aun ciudades individuales que tienen más de 144.000 residentes hoy son comunes en la Tierra.

      No obstante, los del “rebaño pequeño” que va al cielo no son los únicos que reciben salvación. Como hemos visto, tendrán una inmensa cantidad de súbditos terrestres felices. Jesús se refirió a éstos como sus “otras ovejas,” de las cuales aun ahora “una grande muchedumbre” sirve a Dios fielmente.—Juan 10:16; Rev. 7:9, 15.

      ¿Qué esperanza tiene usted? ¿La de recibir vida eterna con Cristo en los cielos? O, ¿la de disfrutar de las bendiciones del régimen del Reino como uno de sus súbditos terrestres?

      ¿UN DESTINO TERRESTRE O CELESTIAL?

      Los miembros del “rebaño pequeño” saben que Dios los ha llamado a vida celestial. ¿Cómo? Por medio del funcionamiento del espíritu de Dios, que implanta y cultiva en ellos la esperanza de vida celestial. El apóstol Pablo, como uno del “rebaño pequeño,” escribió: “El espíritu mismo da testimonio con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Pues, si somos hijos, también somos herederos: herederos por cierto de Dios, mas coherederos con Cristo, con tal que suframos juntamente para que también seamos glorificados juntamente.”—Rom. 8:16, 17.

      El funcionamiento del espíritu de Dios cambia todo el punto de vista de tal persona, de modo que sus pensamientos y oraciones tienen como centro el servir a Dios con la perspectiva de la esperanza celestial. El estar con Cristo en el cielo es más importante para esa persona que cualquier vínculo humano. El testimonio del espíritu es inequívoco.

      Sin duda usted ha pensado acerca de esto, y quizás se haya preguntado si usted es uno de los que recibirá la vida celestial. Antes de que uno pueda analizar correctamente su situación, es necesario que entienda lo que la Biblia enseña acerca de este asunto. ¿Por qué? Porque el espíritu santo de Dios que da testimonio de que uno ha sido llamado a la gloria celestial es el mismo espíritu que dirigió la escritura de la Biblia. (2 Ped. 1:21) Con esto en mente, examinemos la situación.

      En el pasado, ¿creía usted que todas las personas buenas van al cielo? Si así es, y si usted se esforzaba por vivir una vida buena, bien puede ser que usted haya esperado estar incluido entre ellas. Quizás usted haya esperado también reunirse de esta manera otra vez con las personas amadas que se le habían muerto. Pero, cuando usted esperaba esas cosas, ¿sabía usted que la Biblia dice que siervos fieles de Dios como el rey David y Juan el Bautista no han ido al cielo? Sí, claramente dice la Biblia: “David no ascendió a los cielos.”—Hech. 2:29, 34; Mat. 11:11.

      También, en aquel tiempo, ¿sabía usted que solo 144.000 escogidos de entre la humanidad durante los pasados diecinueve siglos obtendrían vida celestial? ¿Y sabía usted entonces que la Biblia ofrece esperanza de vida eterna bajo condiciones justas aquí en la Tierra para todos los demás que lleguen a ser siervos de Dios? “Los justos mismos poseerán la tierra,” promete la Biblia, “y residirán para siempre sobre ella.”—Sal. 37:10, 11, 29.

      Cuando usted pensaba entonces en vida celestial para usted, ¿creía usted en la inmortalidad del alma humana? Entonces es muy comprensible que usted haya esperado que su alma iría al cielo. Pero si usted tenía tal esperanza no era porque el espíritu de Dios le estuviera dando testimonio. Al contrario, como claramente dice la Palabra inspirada de Dios: “El alma que esté pecando... ella misma morirá.” De modo que los que mueren tienen que depender de que Dios los resucite y los ponga en el lugar donde sea la voluntad de él ponerlos.—Eze. 18:4; 1 Cor. 15:35-38.

      En este asunto, pues, tenemos que recurrir a las Escrituras como guía y no dejar que las emociones, o antecedentes de creencias no bíblicas, confundan nuestro pensamiento. Los que reciben vida celestial no son personas que la escogen por sí mismas; Dios es el que escoge. (2 Tes. 2:13, 14) Se pide de ellos que dejen atrás a cercanos miembros de familia y amigos y todas las cosas terrestres por el privilegio de participar como reyes auxiliares y subsacerdotes con Cristo y como parte de su “novia.” (Rev. 21:2) Eso es lo que Dios ha puesto delante de ellos, y muestran profundo aprecio a ello.

      Sin embargo, no es necesario ser de este grupo celestial para obtener alivio de los penosos afanes de esta vida. Dios ama también a sus “otras ovejas” terrestres. El promete que hará de esta Tierra un paraíso, donde no habrá más dolor ni tristeza y donde será posible disfrutar de la vida a grado cabal. Los hechos muestran que es principalmente tal esperanza de vida terrestre lo que Dios ha estado señalando a las personas en años recientes.

      Verdaderamente, Jehová Dios ha hecho maravillosos arreglos para bendecir a la humanidad obediente. ¡Cuán magnífico es Su propósito de tomar de entre la humanidad a 144.000 personas probadas y fieles para participar con su Hijo Jesucristo en regir sobre la Tierra! ¡Y qué maravillosa perspectiva ha provisto Dios para los demás de la humanidad obediente de vivir para siempre en felicidad en la Tierra bajo el régimen de Su reino celestial!

  • Cinco muertos por sangre
    La Atalaya 1969 | 15 de febrero
    • Cinco muertos por sangre

      ● Un informe publicado por Reuters y procedente de Brescia, Italia, menciona que cinco personas murieron después de haber recibido una transfusión de sangre en mal estado. Pudieran haber estado vivas hoy si se hubieran observado las restricciones de Dios sobre la sangre y si en lugar de ésta se hubiera usado una de las sustancias ensanchadoras del plasma que hay disponibles.

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