BIBLIOTECA EN LÍNEA Watchtower
Watchtower
BIBLIOTECA EN LÍNEA
Español
  • BIBLIA
  • PUBLICACIONES
  • REUNIONES
  • Devolviendo humildemente lo que Dios pide
    La Atalaya 1969 | 15 de abril
    • Devolviendo humildemente lo que Dios pide

      Según lo relató George A. Rann

      EN EL año 1914 yo vivía en una granja que era concesión del gobierno en el sur de Saskatchewan, Canadá, a cincuenta y seis kilómetros de una población ferroviaria. Aproximadamente una o dos veces al año viajaba hasta la población en una carreta tirada por un caballo para obtener víveres. En uno de estos viajes un vecino y yo viajamos juntos.

      Este vecino me había dado a leer un libro antes, un libro que él conocía bien, y que yo había terminado de leer. Se intitulaba “El Plan Divino de las Edades” y estaba lleno de materia acerca de la Biblia, la cual me interesó mucho. Como el año de 1914 ya estaba bien avanzado, muchos Estudiantes de la Biblia, entre ellos mi vecino, esperaban que sucediera algo pronto en cumplimiento de las profecías bíblicas. Estos asuntos dominaban nuestra conversación.

      ¡Menos de tres semanas después de este viaje a la población sucedieron las mismísimas cosas de que hablábamos! Toda Europa, una nación tras otra, estaba ardiendo en la guerra, cada nación tratando de destruir a su vecina. Esto cumplía directamente profecía bíblica y verificaba las verdades del libro que mi vecino me había dado. ¡Habían comenzado los “últimos días” que se mencionan en la Biblia, y nosotros estábamos viéndolo y viviendo en ese mismísimo tiempo!

      Después de estos sucesos me interesé más en adquirir conocimiento y por eso ingresé al grupito de unos diez Estudiantes de la Biblia que se había organizado en nuestros alrededores para hacer esto. Era consolador estar reunido con otros creyentes, porque no había muchos allí en aquellos días. Pues, si uno hallaba a un Estudiante de la Biblia en ochenta kilómetros, le iba bien.

      DEVOLVIENDO

      Desde el verano de 1914 había estado leyendo y estudiando la Biblia con la ayuda de la literatura de la Sociedad Watch Tower. Ahora discerní que, en vista de que había recibido mucho de Jehová respecto a sus propósitos maravillosos, él también quería algo de mí, mi servicio voluntario a él. Acepté la responsabilidad y dediqué mi vida a Dios. Esto causó mucho regocijo a nuestro grupito.

      Pronto descubrí que esto no era todo lo que Jehová pedía. Su organización era limpia. Nuestros hábitos individuales tenían que serlo también. Pero yo había usado mucho el tabaco por años, desde mi juventud. Para ese tiempo mi organismo estaba cabalmente saturado de nicotina. Hubiera querido dejar el hábito rápidamente, pero en vista de que lo tenía muy arraigado creí que tardaría en dejarlo.

      Seguí aumentando mi conocimiento de Dios y de sus propósitos y le pedí a Jehová fuerzas para romper el hábito de fumar. Entonces un día, mientras leía mi Biblia, llené mi pipa y la encendí; pero ya no sabía tan bien. Revisé la pipa y hallé que todo estaba bien, luego traté de encenderla otra vez; pero sabía aun peor, de modo que la puse a un lado. Sin duda la buena conciencia que había estado cultivando me estaba ayudando. Tres semanas después me deshice de todo mi equipo de fumar, confiando en la ayuda de Jehová para permanecer libre del hábito.

      Necesité ayuda para hacer esto, porque el limpiar mi cuerpo de nicotina fue una experiencia indescriptiblemente difícil para mí. A veces mi pecho se cerraba mucho, como si los músculos estuviesen hechos un nudo. Puesto que no estaba renovando el abastecimiento de nicotina en mi organismo, evidentemente mi cuerpo estaba reaccionando al cambio. A veces, la dificultad era tan severa que pensaba que iba a morirme. Pero le oraba a Jehová por fuerzas para vencer este problema, y lo vencí.

      La agonía por la que había pasado me hizo pensar seriamente en el futuro. Es verdad, ya me había dedicado a hacer la voluntad de Dios, pero todavía no me había bautizado, y yo sabía que esto era otra cosa que Jehová requería de los que habían aceptado sus verdades. Pero todavía era el invierno, y no había agua al descubierto, ni había medios disponibles dentro de la casa. ¿Qué haríamos?

      Finalmente resolvimos el problema construyendo un lugar para mi bautismo. Hicimos un armazón para una tina de aproximadamente un metro ochenta centímetros de largo y sesenta centímetros de ancho, cuya altura era de unos cuarenta y cinco centímetros. Luego clavamos con tachuelas encerado de mesa encima de éste y dejamos que el encerado colgara dentro del armazón, haciendo un arreglo semejante a tina, de modo que el encerado formaba los lados de la tina. Al principio de la reunión que se celebró para mi bautismo pusimos a calentar agua en la estufa de la cocina, y al fin de la reunión se había calentado bastante para el bautismo. En nuestra tina hecha en casa había suficiente agua como para cubrirme y fui bautizado.

      DEVOLVIENDO MAS

      Las cosas siguieron más o menos como antes por un tiempo, pero no por mucho. Jehová había puesto algo bueno en mi corazón y ahora pedía que algo más se le devolviera. Jehová quería que usara mi boca para decirles a otros las cosas buenas que yo había aprendido. Esto sería una expresión de alabanza a él. Empecé a hacer esto ahora con diligencia, especialmente desde aproximadamente 1920.

      Debido a que labrábamos la tierra, predicábamos según podíamos apartar tiempo para ello. Pues, como dije, yo era granjero con concesión del gobierno y tenía que trabajar duro. El gobierno nos había dado concesiones de tierra de casi 65 hectáreas; y si perseverábamos en ellas por cinco años, la tierra llegaba a ser de nosotros.

      Cuando nos establecimos en nuestros lotes de 65 hectáreas, no había allí nada en qué vivir, de modo que todos tuvimos que hacer nuestras propias casas, rústicas. Poníamos un piso de madera, alrededor del cual levantábamos las paredes con madera áspera y las cubríamos con cartón embreado. En el exterior, amontonábamos témpanos de tierra vegetal, de unos cincuenta a sesenta centímetros de grueso y de unos noventa centímetros a un metro veinte centímetros de alto. Esto mantenía bastante caliente el lugar en el invierno. Yo vivía solo, aunque tenía varios vecinos cerca que estaban labrando sus concesiones como yo.

      Esta concesión quería decir que nuestra predicación se hacía esporádicamente, porque aunque ahora el ministerio llegó a ser parte de nuestra vida, todavía teníamos que mantener nuestras granjas. De modo que atendíamos al trabajo de temporada necesario y después pasábamos semanas a la vez predicando. Pero, en aquel tiempo, no se hacía predicación regular semana tras semana para abarcar el territorio, como lo hacen actualmente los testigos de Jehová.

      Nuestro territorio era en su mayor parte rural, y gradualmente extendimos el alcance de nuestra actividad, abarcando un radio de unos ciento sesenta kilómetros o más desde nuestras granjas. A veces trabajábamos desde Moosejaw, pero no en la población misma. Los hermanos de allí se encargaban de predicar en la población. Sin embargo, no tenían transportación para ir a predicar fuera de la población. Nosotros teníamos los medios de transporte, de modo que atendíamos las zonas rurales.

      ¿En qué consistían nuestros medios de transportación? Bueno, otro hermano y yo que íbamos juntos en el trabajo de predicación usábamos un Ford que yo tenía. Lo remodelamos, montando en la parte de atrás un armazón cubierto de lona, de aproximadamente dos metros cuarenta centímetros por un metro ochenta centímetros, para vivir. En ese auto podíamos vivir por semanas a la vez y efectuar nuestro ministerio lejos de casa. Llevábamos en él toda la literatura que necesitábamos, así como alimento y otros abastecimientos.

      Disfrutábamos mucho de nuestra obra de predicación. La gente de estas zonas rurales siempre tenía gusto de ver a alguien, ya que la vida de las praderas era solitaria. De vez en cuando hallábamos a una persona que se oponía violentamente, pero no muy frecuentemente. Nuestra obra consistía principalmente en visitar a la gente en sus hogares y dejar Biblias y ayudas para el estudio de la Biblia. Entonces, a medida que aumentaba su interés, se asociaban con congregaciones pequeñas en aquella zona.

      LLAMADO A BETEL

      Más tarde me mudé a Michigan, en los Estados Unidos, donde nací. Estaba en el ministerio de tiempo cabal en 1928 cuando la Sociedad Watch Tower celebró la asamblea de Detroit. Allí conocí al que era presidente de la Sociedad en aquel tiempo, J. F. Rutherford. En esa asamblea él hizo una invitación para servir en el Betel de Brooklyn, la oficina central de la Sociedad. Durante la entrevista, me preguntó: “¿Cree que usted podrá aguantar el trabajo duro que se efectúa en Betel?”

      ¿Por qué era aquélla una pregunta muy apropiada, especialmente en mi caso? Porque en 1928 yo tenía ya cincuenta y tres años de edad. Había nacido en 1875. De modo que mi edad pasaba por décadas la edad acostumbrada para los que solicitaban servir en Betel. Pero a su pregunta contesté positivamente: “Sí, señor.” Sin embargo, me corrigió diciendo benignamente: “Por la gracia del Señor”... la reprensión más benigna que jamás recibí de un hombre.

      Estoy seguro de que recordó el incidente, porque un día en Betel, mientras yo estaba trabajando, sentí una palmada amistosa en la espalda. Cuando volví para mirar, vi que era el hermano Rutherford, que pasaba cerca en una de sus giras de inspección. Parecía complacido con que yo pudiera ir a la par con el trabajo duro y seguro de no haber colocado mal su confianza en mí.

      Desde que vine al Betel de Brooklyn hace más de cuarenta años he disfrutado de muchos privilegios. Los primeros tres años trabajé en casi todo piso de la fábrica. Con el tiempo me asignaron a manejar una prensa. Entonces, aproximadamente en 1931, me asignaron a la oficina para hacer trabajo de contabilidad y permanecí allí por casi veinte años. Después de esto, vino otro trabajo, el atender a las personas cuyas suscripciones a las revistas ¡Despertad! y La Atalaya se habían vencido. Junto con varios otros, me encargaba de las notificaciones que se envían a las congregaciones para que envíen a un ministro a hacer una visita personal a los que no renuevan sus suscripciones, para estimularlos a seguir su estudio de la Palabra de Dios. A pesar de mi artritis arraigada profundamente, todavía puedo, a la edad de noventa y cuatro años, atender esta tarea.

      ¿Puedo llevar a cabo alguna obra de predicación ahora? No de casa en casa como me gustaría, aunque pude participar en esa actividad del ministerio hasta la edad de ochenta y cinco años. Después por unos cuantos años después de eso pude efectuar la actividad de predicar en las esquinas. Pero durante los pasados seis años no he disfrutado de la salud que me permita hacer eso tampoco.

      Entonces, ¿cómo puedo predicar? ¡Por carta! Consigo nombres y direcciones de personas interesadas de la congregación en forma de las notificaciones de suscripciones vencidas con las cuales trabajo durante el día. A estas personas les escribo cartas de una o dos páginas y también envío literatura. Mi tema en todas estas cartas es el reino de Dios y Su justicia.

      También, para mantenerme al día espiritualmente, asisto a las reuniones los lunes por la noche, los martes por la noche, los viernes por la noche y también los domingos. De esta manera, aunque estoy bien avanzado en edad, tengo las fuerzas espirituales necesarias para devolver, en alguna medida pequeña, lo que Jehová pide de aquellos a quienes ha bendecido con sus verdades.

      Algunos preguntan cómo he podido aguantar el trabajo duro de las pasadas cinco décadas. La respuesta tiene que hacerse en relación con el motivo y la dedicación. Era cosa de agradarme a mí mismo o de agradar a Jehová, en lo que a mí tocaba. Creía que Jehová me había dado la verdad, en primer lugar, de modo que él tenía el derecho de pedir que yo le devolviera ciertas cosas. Si yo había aceptado la verdad, entonces debería estar dispuesto a devolver lo que él pedía. De modo que mi motivo en la vida después de dedicarme fue agradar a Jehová primeramente, y he tratado de hacer esto.

      Lo que me ha ayudado muchísimo, también, es que he meditado continuamente en las promesas de Jehová y he tenido fe completa en la Palabra que él ha dado de que enderezará todos los asuntos del hombre a su debido tiempo. Con esta confianza plena he podido aguantar en la obra prescindiendo de lo que se haya requerido, porque sé muy bien que al fin Jehová hará que todo obre a favor de los mejores intereses de sus siervos, incluso de mí. Sí, con un espíritu anuente, poniendo en primer lugar a Dios y sus requisitos, cualquiera puede devolver humildemente lo que Dios pide de él.—Miq. 6:8.

  • Anuncios
    La Atalaya 1969 | 15 de abril
    • Anuncios

      MINISTERIO DEL CAMPO

      Hace unos mil novecientos años Jesucristo previó la mayor obra de predicación de toda la historia. Predijo que sus verdaderos seguidores predicarían las buenas nuevas del reino de Dios “en toda la tierra habitada para testimonio a todas las naciones.” (Mat. 24:14) En 200 países alrededor de la Tierra, y en 165 idiomas, los testigos de Jehová están dando este testimonio acerca del reino de Dios ya establecido. ¡Qué profeta fue Jesús para prever esta predicación por toda la Tierra! La profecía de Jesús es, en realidad, una invitación para emprender la obra de dar un testimonio digno del Reino. ¿Responderá usted? Para ayudar a las personas que se interesan en ello a hacerlo, los testigos de Jehová durante el mes de abril les ofrecerán la suscripción de un año a la revista que anuncia el reino de Jehová, a saber, La Atalaya, con tres folletos, por solo un dólar.

      ESTUDIOS DE “LA ATALAYA” PARA LAS SEMANAS

      11 de mayo: Por qué el Dios Todopoderoso se ríe de las naciones. Página 233.

      18 de mayo: Haciendo de hombres y naciones un hazmerreír. Página 240.

Publicaciones en español (1950-2025)
Cerrar sesión
Iniciar sesión
  • Español
  • Compartir
  • Configuración
  • Copyright © 2025 Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania
  • Condiciones de uso
  • Política de privacidad
  • Configuración de privacidad
  • JW.ORG
  • Iniciar sesión
Compartir