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¡Los días de la cristiandad están contados!La Atalaya 1972 | 1 de noviembre
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escribió el apóstol Pedro: “Si el justo con dificultad se está salvando, ¿dónde aparecerán el impío y el pecador?” Pero él también dijo: “Jehová sabe librar de la prueba a personas de devoción piadosa.”—1 Ped. 4:18; 2 Ped. 2:9; Mat. 24:21, 22.
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Dios respeta el arreglo de familiaLa Atalaya 1972 | 1 de noviembre
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Dios respeta el arreglo de familia
CUANDO nace un niño, los amigos y los parientes se reúnen en derredor y se oyen comentarios, como: ‘¡Es la viva imagen de su padre!’ o, ‘¡Es igual a su madre!’ A veces si se parece a uno de los padres la semejanza al otro no es tan obvia en apariencia física pero resalta más tarde en los rasgos de la personalidad del niño. Verdaderamente, sucede con nosotros hoy como sucedió con el primer hombre Adán, que, la Biblia relata, “llegó a ser padre de un hijo a su semejanza, a su imagen, y lo llamó por nombre Set.”—Gén. 5:3.
En el asunto de paternidad y derechos paternales y maternales Jehová Dios ha sido muy constante. Dio a los padres el privilegio y la virtud y facultad de producir hijos a su propia imagen y semejanza. Sí, y más que eso, les permite criar a sus hijos de la manera que desean. Y prescindiendo del hecho de que algunos padres han desatendido a sus hijos y algunos hasta los han criado para ser peleadores contra Dios, él no les ha quitado a sus hijos y dado éstos a otros para que los cuiden.
Ciertamente esto es justo y revela paciente aguante de parte de Dios. Nadie puede quejarse justamente de que Dios lo privó de entrenar a sus hijos de la manera que deseaba. Y ninguna persona que no ha enseñado los principios de Dios a sus hijos puede quejarse con razón de la angustia que le ocasiona la mala conducta de sus hijos. Los padres negligentes no pueden evadir el principio de que “el muchacho que se deja a rienda suelta le estará causando vergüenza a su madre.”—Pro. 29:15.
LOS HIJOS JÓVENES NO ESTÁN LIBRES DE PECADO
Todos los hijos de la humanidad, aunque heredan algunos rasgos deseables de sus padres, también heredan algunos rasgos indeseables. Y, sin excepción, todos han nacido pecaminosos como resultado de que su antepasado original perdió su relación con Dios por la desobediencia. La Biblia nos dice: “Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo y la muerte por medio del pecado, y así la muerte se extendió a todos los hombres porque todos habían pecado.”—Rom. 5:12.
Por causa del pecado, el ‘errar el blanco’ de la norma de perfección que Dios había fijado para él y no alcanzar a la gloria de Dios, la cual debería haber reflejado, Adán no transmitió perfección a sus hijos. De modo que la entera raza humana fue afectada. “Porque todos han pecado y no alcanzan a la gloria de Dios.”—Rom. 3:23.
Gracias a la bondad inmerecida de Dios, el sacrificio de rescate de Cristo puede remover el pecado en que uno nació. Por supuesto, es preciso que el individuo tenga edad bastante para aceptar por sí mismo la provisión de Dios. Pero, ¿qué hay de los niños que todavía no tienen edad bastante para ejercer esta fe? No están libres de pecado. El salmista David dijo: “¡Mira! Con error fui dado a luz con dolores de parto, y en pecado me concibió mi madre.” (Sal. 51:5) Por eso, ¿cómo trata Dios con ellos? Él trata con estos hijos por medio del arreglo de familia. ¿Por qué? Y, ¿cómo funciona este principio?
Jehová cree en el arreglo de familia y ha hecho a la familia la unidad básica de la sociedad terrestre. El lugar, el significado y la función de la familia originan con él. Él es el Padre “a quien toda familia en el cielo y en la tierra debe su nombre.” (Efe. 3:15) Él da a la familia dignidad y posición. El padre en la familia es cabeza, la madre es ayudante, y los dos juntos tienen responsabilidad dada divinamente para el control de los hijos.
LOS PADRES, RESPONSABLES DE LOS HIJOS
Los hijos muy jóvenes que no han alcanzado la edad de la responsabilidad casi son del todo el producto de sus padres por herencia, con, adicionalmente, el entrenamiento y ambiente provistos por los padres. Por consiguiente, Dios considera responsables a los padres hasta que el hijo llega a la edad de ser responsable de sus propias decisiones y actos.
Por lo tanto, lo que los padres hacen en cuanto a su relación con Dios afecta a la entera familia. Tal como la ley de los hombres requiere que los padres den cuenta de los actos de sus hijos menores, así también Dios. Si un niño comete un delito, dañando propiedad, el padre puede esperar que la policía toque a su puerta para imponerle cargos y requerir que él pague el daño. Entonces, ¿por qué no debería Dios de manera parecida considerar a los padres responsables de los actos de sus hijos jóvenes?
RESULTADOS TRASCENDENTALES DEL ENTRENAMIENTO DE LOS PADRES
Los actos correctos o incorrectos de los padres o el entrenamiento correcto o incorrecto que den pueden reflejarse en los hijos de los hijos, hasta en los bisnietos. Por ejemplo, cuando la generación que maneja los asuntos mundiales se embrolla en una guerra esto afecta grandemente a las generaciones futuras, tal como ha sucedido en las secuelas de las Guerras Mundiales I y II.
Debido a que Dios concede a los padres el derecho de criar a sus hijos sin su intervención puede describir los resultados que tendrán los padres que siguen sus leyes y los que no las siguen. Dijo a Moisés: “Yo Jehová tu Dios soy un Dios que exige devoción exclusiva, que trae castigo por el error de padres sobre hijos, sobre la tercera generación y sobre la cuarta generación, en el caso de los que me odian; pero que ejerce bondad amorosa para con la milésima generación en el caso de los que me aman y guardan mis mandamientos.” (Éxo. 20:5, 6) No puede haber duda acerca de ello: Casi es seguro que los hijos criados de la manera incorrecta practicarán cosas malas y recibirán la recompensa correspondiente a sus actos.
Abrahán fue un ejemplo de un cabeza de familia que se adhirió al camino de Dios y enseñó a sus hijos obediencia a Dios. Esto resultó ser una bendición duradera para sus descendientes.—Gén. 18:19; Deu. 4:37.
Sin embargo, más tarde cuando los descendientes de Abrahán se dieron a la idolatría y a otras iniquidades fueron llevados al cautiverio por naciones enemigas. De hecho, desde el destierro en Babilonia hasta la destrucción de Jerusalén en 70 E.C. los judíos se hallaban constantemente bajo la dominación de las potencias mundiales paganas, primero Babilonia, luego Persia, Grecia y Roma. Los descendientes, durante muchas generaciones, sintieron el peso del pecado de sus antepasados.
Este principio también resultó cierto en las naciones paganas. En la edificación de la Torre de Babel, la gente que se había desprendido de la adoración del Dios de Noé, Jehová, fue dividida en varios grupos lingüísticos, y de éstos se desarrollaron naciones. Más tarde sus descendientes se hallaron “alejados del estado de Israel y extraños a los pactos de la promesa, y no tenían esperanza y estaban sin Dios en el mundo.” (Efe. 2:12) Solo los que se han apartado del derrotero malo de sus antepasados, abandonando el paganismo, han llegado a conocer a Dios por medio de emprender la adoración de él.
Un caso a propósito, de juicio de niños jóvenes junto con sus padres inicuos, es el de los cananeos. Debido a su larga historia de la más arraigada corrupción sus hijos jóvenes fueron ejecutados junto con ellos, por mandato de Dios, cuando los israelitas ocuparon la tierra.—Deu. 7:1, 2.
Todo esto muestra que Dios atribuye mérito o demérito a los hijos jóvenes de una familia, basado en la posición relativa de los padres. ¿Se requiere algo de los padres, además de ser adoradores del Dios verdadero Jehová? ¿Y se requiere algo de los hijos jóvenes? También, ¿qué hay de las familias en que solo un padre es adorador de Jehová y discípulo de Jesucristo? Estas preguntas se considerarán en el siguiente artículo.
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¿Cómo afecta a sus hijos su relación con Dios?La Atalaya 1972 | 1 de noviembre
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¿Cómo afecta a sus hijos su relación con Dios?
LAS evidencias históricas que se consideraron en el artículo previo sirven para demostrar el hecho de que lo que el padre o la madre hacen tiene efectos profundos en sus hijos, extendiéndose a varias generaciones futuras. El derrotero correcto de la vida adoptado por los padres y su ejemplo adecuado de seguro resultarán en bien para sus hijos, particularmente si los padres son siervos verdaderos de Jehová Dios. Su relación con Dios significa vida para los hijos, con tal que cuidadosamente les enseñen las leyes de Dios e inculquen en ellos obediencia a la autoridad de los padres.
Sin embargo, ¿qué hay de la situación en que uno de los padres es “creyente,” cristiano, pero el otro no? ¿Resulta esta unión, o la continuación de la unión sin separación, en contaminar o hacer inmundo al creyente, y hace inmundos a los niños como consecuencia?
No. ¿Por qué no? Por motivo de los principios justos de Dios, los cuales él sostiene lealmente, y por motivo de su bondad amorosa para con aquellos que le sirven con devoción exclusiva. Consuela a los que están en casas divididas religiosamente, donde uno es creyente y el otro no, al decir en su Palabra: “Porque el esposo incrédulo es santificado con relación a su esposa, y la esposa incrédula es santificada con relación al hermano; de otra manera, sus hijos verdaderamente serían inmundos, mas ahora son santos.”—1 Cor. 7:14.
En los idiomas hebreo y griego, en los que se escribió la Biblia, las palabras derivadas de la palabra hebrea qadhash, que tiene el significado primitivo de “ser brillante, nuevo, limpio,” y de la palabra griega hagios se vierten “santo,” “santificado” y “apartado.” Tanto el uso hebreo como el griego tenían un sentido religioso, espiritual y moral. Por lo tanto, cualquier cosa santificada sería limpia, santa, apartada para el servicio de Dios.
Esta posición limpia delante de Dios se obtiene al ejercer fe en la provisión de Dios por medio de su Hijo. La persona que no ejerce esta fe no ha sido limpiada de su imperfección y pecaminosidad heredadas. Las personas en esta situación, llamadas por el apóstol Pablo ‘incrédulos,’ quizás lleven vidas honradas y morales. Pero no se han separado del mundo sucio. No han aceptado la provisión de Dios para la remoción de su condición pecaminosa, por eso todavía no han sido libertadas de esclavitud al pecado por medio de hacerse seguidores verdaderos del Señor Jesucristo. Estas personas, en sí, no son limpias a los ojos de Dios.—2 Cor. 6:17; Sant. 4:4; Juan 8:34-36.
Note que la declaración del apóstol, en 1 Corintios 7:14, no dice que el incrédulo, debido al vínculo matrimonial, es hecho limpio o santo él mismo. Puede que éste, de hecho, sea una persona que lleve a cabo maldad o prácticas inmundas. Más bien, Pablo dice que el incrédulo es santificado “con relación” al creyente. De modo que Dios considera esa relación o unión matrimonial limpia, como una bondad amorosa al creyente y a los hijos jóvenes.
¿Sobre qué base puede favorecer así Dios a los hijos jóvenes de familias divididas religiosamente? Bueno, el matrimonio es una institución de Dios, y la relación matrimonial es un arreglo adecuado para los humanos. Por lo tanto, cualquier matrimonio adecuado tiene la aprobación de Dios. Él considera a los cónyuges como “una sola carne.” (Mat. 19:5) Por consiguiente, cuando uno de los cónyuges es cristiano fiel, ése no se contamina al continuar viviendo con el incrédulo. El matrimonio es aceptable a Dios. Si no fuera aceptable, los hijos serían como ilegítimos. Pero ahora son considerados santos, limpios. O, si ambos cónyuges son incrédulos, el matrimonio mismo no es condenado, pero los hijos son considerados como sus padres, no santificados o santos para con Dios.
Sin embargo, los hijos que Dios considera como santos sobre la base de mérito paternal son aquellos hijos que todavía no tienen bastante edad para entender a grado cabal lo que se requiere de los que sirven a Dios. No pueden tomar de por sí la decisión trascendental que se requiere de los que llegan a ser discípulos bautizados del Señor Jesucristo. Pero un hecho muy importante que debe tenerse presente es que hasta estos hijos jóvenes tienen que saber lo que significa la obediencia. Tienen que ser obedientes a sus padres. Tienen que ser hijos que en ningún sentido son ingobernables ni practicantes de lo que es malo. (Pro. 20:11) Esto haría imperativo el que los padres, o el padre o la madre que es creyente, enseñe obediencia a los hijos, y también les enseñe la verdad de la Biblia a toda oportunidad.
No solo se requiere que el padre críe a los hijos “en la disciplina y regulación mental de Jehová,” sino que a los hijos también se les da el mandato directo: “Hijos, sean obedientes a sus padres en todo, porque esto es muy agradable en el Señor,” e, “Hijos, sean obedientes a sus padres en unión con el Señor, porque esto es justo: ‘Honra a tu padre y a tu madre’; que es el primer mandato con promesa: ‘Para que te vaya bien y dures largo tiempo sobre la tierra.’”—Efe. 6:1-4, New World Translation; Col. 3:20.
Por consiguiente, si un hijo joven es rebelde y se opone a los mandatos y peticiones de sus padres, si él, cuando está lejos de sus padres, hace cosas que sabe que son contra la voluntad de ellos, o que son incorrectas a los ojos de Dios, si anda con asociados que practican la maldad, entonces ciertamente no puede alegar que tiene derecho a los beneficios del mérito de familia. Él mismo cancela el mérito que su padre o madre o padres cristianos pudieran aportarle a los ojos de Dios, y es inmundo, tal como lo son aquellos con quienes él practica la maldad.—Sal. 50:16-20.
¿Qué significa para el hijo obediente tener el mérito de un padre cristiano o de ambos padres cristianos? Significa que tiene el favor de Dios. Tiene la protección y ayuda de Dios, tal como los tiene su padre o madre cristiano. Él no tiene el juicio de Dios contra él, como lo tiene el mundo. (2 Ped. 2:9; compare con Salmo 37:25, 26.) Cuando Dios ejecute el juicio en los inicuos dejará vivos a estos hijos puesto que los considera limpios, santos, así como es santo el padre creyente.
A la inversa, la Biblia declara: “‘Porque, ¡miren! viene el día que está ardiendo como el horno de fundición, y todos los presuntuosos y todos los que hacen iniquidad tienen que llegar a ser como rastrojo. Y el día que viene ciertamente los devorará,’ ha dicho Jehová de los ejércitos, ‘de modo que no les dejará raíz o rama mayor.’” (Mal. 4:1) Cuando Jerusalén fue destruida en 70 E.C. debido a su infidelidad a Dios, los hijos fueron muertos junto con sus padres. Los cristianos que habían prestado atención a la advertencia profética de Jesús de salir de la ciudad condenada antes que los romanos embotellaran a todos en ella, se salvaron junto con sus hijos.
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