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  • Jehová nunca falla
    La Atalaya 1972 | 15 de agosto
    • misionales no carecieran de individuos que estuvieran bien entrenados y capacitados para servir en ellos. Y podemos mirar atrás y regocijarnos de que ya la clase 53 de estudiantes está recibiendo entrenamiento, mientras que muchos que se graduaron en su primer año, 1943, todavía sirven diligentemente en el extranjero.

      Alrededor del tiempo en que comenzó a funcionar la Escuela de Galaad, Juan y yo fuimos transferidos de nuevo a Brooklyn. Nos dio gusto emprender nuestros deberes aquí de nuevo. Y fue un placer el ser asignados a una congregación de Brooklyn donde podíamos participar en el ministerio de casa en casa y en el desarrollo de estudios bíblicos en los hogares de las personas interesadas. Nos ha dado gusto traer a un gran número de personas a su primera reunión en el Salón del Reino y entonces verlas crecer en la fe y unirse a nosotros en la preciosa obra del Reino.

      Hemos aceptado estos muchos cambios con mucho gozo. Es verdad, ha habido tiempos dificultosos y experiencias duras que afrontar. Pero el llevar nuestras pequeñas dificultades a Jehová ha aligerado nuestras cargas. Nunca ha fallado. Aunque hubo algunos que se quejaron o se preocuparon tanto en cuanto a quién miraría por ellos en su vejez que dejaron Betel y la verdad de Dios, siempre ha habido aquellos que, como nosotros, se han adherido a la decisión de permanecer en el servicio de Betel mientras a Jehová le agradara usarlos en esa capacidad.

      De hecho, todavía vemos aquí en Betel cuarenta o cincuenta personas de más de sesenta y cinco años de edad que fielmente cumplen sus deberes asignados. Tienen sus debilidades físicas, pero a pesar de eso reciben toda su verdadera fuerza maravillosamente de Aquel que nunca falla, pues proviene del gozo de saber que su servicio es al Altísimo.

      Todos nosotros los de mayor edad que tan a menudo hemos visto cómo Jehová ha acudido al socorro de su pueblo cuando éste se hallaba en dificultades que desafiaban la ayuda humana podemos decir con el anciano Josué: “Ni una sola palabra de todas las buenas palabras [de promesa] que Jehová su Dios les ha hablado ha fallado. Todas se han realizado para ustedes. Ni una sola palabra de ellas ha fallado.” (Jos. 23:14) Y personalmente puedo decir que me faltan palabras para expresar el aprecio por el maravilloso privilegio de servicio del cual he disfrutado.

  • Preguntas de los lectores
    La Atalaya 1972 | 15 de agosto
    • Preguntas de los lectores

      ● ¿Es correcto orar por una persona que ha sido expulsada de la congregación cristiana?—Checoslovaquia.

      Bíblicamente, no parece apropiado ni correcto el que un cristiano fiel ore por una persona expulsada. La Biblia menciona ciertas cosas detestables que Dios odia. Entre éstas están la fornicación, la idolatría, el adulterio, la homosexualidad y el hurto. (1 Cor. 6:9, 10; Gál. 5:19-21) La ley de Jehová manda a la congregación cristiana que expulse a los que practican esas cosas y que no muestran arrepentimiento sincero de sus actos. Los miembros fieles de la congregación no deben tener asociación espiritual con ellos.—Vea La Atalaya del 1 de octubre de 1963, páginas 601-605, para una consideración de la base bíblica de la expulsión.

      Puesto que el juicio de estas personas es de Dios según se expresa en su Palabra, el orar por esas personas equivaldría a pedirle a Dios que pasara por alto o condonara los pecados de los no arrepentidos o de los que practican el mal. Estas personas expulsadas han menospreciado la misericordia que Dios gozosamente extiende con el rescate de Cristo como base a cualquiera que se arrepiente y se vuelve de un derrotero malo, pidiendo sinceramente el perdón de Jehová.—1 Juan 1:9; 2:1, 2; 3:4-8; Heb. 6:1-8; 10:26-31.

      Recuerde, también, que la Biblia considera a los “hombres de mayor edad” o superintendentes nombrados de la congregación responsables de ver que se mantenga la pureza doctrinal y moral de la congregación, a fin de que el desagrado de Dios no venga sobre toda ella. El apóstol Pablo aclaró esto cuando le mandó a la congregación de Corinto que corrigiera una condición de pecado serio que habían descuidado.—1 Cor. 5:5-8, 12, 13.

      Los “hombres de mayor edad” nombrados de una congregación deben extender misericordia si hay evidencia de arrepentimiento genuino. (Mat. 9:13; Sant. 3:17; 5:11) Pero tienen que ser igual de celosos por la justicia y por la posición de la congregación delante de Jehová. Pablo encomió a los hermanos de Corinto por la indignación que expresaron al comprender la enormidad del pecado y el oprobio que se le estaba acarreando a Dios en medio de ellos. Encomió su celo cuando corrigieron la manera errónea en que habían procedido antes al permitir aquella práctica mala.—2 Cor. 7:8-11.

      El apóstol Juan esclarece más la cuestión de la oración a favor de las personas expulsadas cuando dice: “Si alguno alcanza a ver a su hermano pecando un pecado que no incurre en muerte, pedirá, y él le dará vida, sí, a los que no pecan para incurrir en muerte. Hay un pecado que sí incurre en muerte. Es respecto a ese pecado que no le digo que haga solicitud.”—1 Juan 5:16.

      Pero ¿cómo hemos de saber nosotros como individuos si una persona ha cometido un pecado que incurre en muerte? Juan evidentemente se refiere a pecado voluntarioso, a sabiendas, en contraste con el que no incurre en muerte. Donde la evidencia indicara esa clase de pecado voluntarioso, a sabiendas, el cristiano no oraría por el que ofendiera así. (Y esa evidencia tiene que existir para que se efectúe una expulsión.) No se trata de que una persona ‘dé algún paso en falso antes de darse cuenta de ello’ y que por consiguiente todavía merezca nuestras oraciones. (Gál. 6:1; Sant. 5:19, 20) Dios, por supuesto, es el Juez final en cuanto a la actitud de corazón del pecador, pero en casos de expulsión, el cristiano hace bien en no arriesgar el que su oración sea en vano o desagrade a Dios.

      Pero, ¿qué hay si a un miembro de la congregación le parece que el comité de “hombres de mayor edad” obró severa o precipitadamente al expulsar al individuo? Debe tener presente que no es su prerrogativa el dictar ese juicio. El comité de congregación, al investigar el caso, reúne toda la evidencia disponible. Es posible que otros que no formen parte del comité ignoren muchos de los hechos, así como la actitud del acusado delante del comité. Por eso uno haría mal en juzgar la acción del comité sin toda la evidencia. (Pro. 18:13) Y también estaría obrando de modo incorrecto porque no está nombrado bíblicamente para juzgar el asunto. Hasta Jesús rehusó hacerla de juez en un asunto sobre el cual no había sido nombrado a obrar. (Luc. 12:13, 14) Si se comete un error o injusticia, Jesucristo, el Cabeza y el Pastor Excelente de la congregación, ciertamente corregirá cualquier error de esa clase sin que sufra daño duradero ninguno de los fieles.—Col. 1:18; Juan 10:14; Rev. 3:19.

      Quizás el individuo expulsado sea pariente o amigo allegado de uno. También puede ser que, desde su expulsión, parezca mostrar evidencia de arrepentimiento. ¿Sería correcto orar por él? En lealtad a Jehová y sus arreglos el cristiano se abstendría de orar por éste. Al mismo tiempo, puede obtener consuelo de esta declaración de Jehová: “No me deleito en la muerte del inicuo, sino en que alguien inicuo se vuelva de su camino y realmente siga viviendo.”—Eze. 33:11.

      En armonía con esta declaración de Jehová, podemos estar seguros de que, si la persona se arrepiente verdaderamente, Dios la levantará a Su debido tiempo, y se encargará de que el individuo sea restaurado a la asociación con la congregación. Entonces, cuando sea restablecido por la congregación, el que se haya adherido fiel y firmemente a la ley de Jehová, y haya apoyado a la congregación, podrá suministrar verdadera ayuda salvavidas al individuo restablecido.—2 Cor. 2:5-8.

      ● ¿Por qué indica Hechos 9:7 que los compañeros de viaje de Saulo oyeron una voz, mientras que Hechos 22:9, al informar acerca del mismo suceso, declara que no la oyeron?—Argentina.

      Después de su resurrección y ascensión al cielo, Jesucristo se apareció a Saulo de Tarso (más tarde el apóstol Pablo) y le habló audiblemente. Pero “los compañeros de viaje de Saulo se quedaron sin habla, porque oyeron la voz pero no pudieron ver a nadie.” (Hech. 9:7, An American Translation) Citando a Pablo que habla en primera persona respecto al mismo suceso, Hechos 22:9 dice: “Los hombres que estaban conmigo vieron la luz, pero no oyeron la voz de aquel que me hablaba.”—AT.

      Es útil considerar el significado de la palabra griega para “oír” a fin de resolver esta aparente discrepancia. Puede denotar oír algo sin entender lo que se declara. Los que viajaban

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