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¿Da usted prominencia indebida a criaturas?La Atalaya 1973 | 15 de enero
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héroes, y sus “admiradores” o devotos están deseosos de seguir su modelo, comer el mismo alimento y ponerse ropa del mismo estilo. Hay gran clamor por sus autógrafos. A veces surgen disputas enconadas, hasta peleas feroces, sobre jugadores o equipos, y se apuestan grandes sumas de dinero a ellos.
¿Cómo constituye esto la adoración de “ídolos estercolizos”? Eso no quiere decir que necesariamente haya algo malo acerca del equipo o el juego. Tampoco puede señalarse especialmente al “héroe” como peor que otros hombres. Es el efecto que tiene en el “admirador” y su actitud lo que constituye adoración. ¿Es el mero hecho de que estos atletas tienen fuertes cuerpos y buena coordinación motivo para idolatrarlos? Además de estas habilidades, ¿qué clase de personas son? ¿Son individuos cuyo modelo de vida debe imitarse? ¿Tienen las cualidades de amor, bondad, fe en Dios, gozo, paz, gobierno de sí mismos? ¿Ensalza a Dios el seguir el camino de ellos? ¿Ensalzan ellos mismos el nombre de Dios, o su propio nombre? Además, sin importar qué clase de persona sea, ningún hombre debe ser idolatrado.
Por eso, si una persona dedica mucho tiempo y esfuerzo en aprender cuidadosamente todas las estadísticas y promedios de los diversos equipos y jugadores, ¿dónde está su verdadero interés y devoción? ¿Cuánto se interesa en aprender más acerca del propósito de Dios?
La pregunta es: ¿Realmente en qué medita la persona? ¿Qué le gusta mucho hacer, ver, leer? ¿Qué considera de valor? Jesús dijo: “Donde está tu tesoro, allí también estará tu corazón.”—Mat. 6:21.
En la adoración y servicio de Jehová Dios no hay excesos. Es verdad, hay gozo, hay celo, hay entusiasmo. Pero todo ello resulta en lo que es bueno, y es provechoso para otros. El frenesí y los excesos en que participan tantos devotos y ejecutantes de los deportes es evidencia de que están idolatrando al juego o a sus participantes. Considere, por ejemplo, los casos en que admiradores lanzan botellas a los jugadores o árbitros, en que se desenfrenan y destrozan el césped y los aparatos después de un juego de béisbol o fútbol.
¿Se deleitaría cualquiera que afirma ser cristiano en las luchas gladiatorias, al estilo romano? ¿No hay por lo menos alguna similitud con muchos deportes, particularmente los deportes de contacto de hoy día, como el fútbol, el boxeo y el hockey?
En el fútbol americano profesional, por ejemplo, hay lo que se conoce como la “escuadra suicida,” un grupo que se envía especialmente a un juego, como lo expresó la revista Life, “con tareas violentas específicas que efectuar.” El requisito para los miembros de la escuadra suicida, explica Life, es “instintos salvajes y ningún temor en absoluto.” Dijo un jugador: “Solo pienso en lastimar a la otra persona, porque cada vez que las patadas de otros dejan a uno sin conocimiento, uno sabe de seguro que con sus patadas ha dejado a otras dos o tres personas sin conocimiento. Esa es una sensación muy agradable.”
Cuando, a fin de ganar un juego, sea por dinero, fama, gloria o cualquier otra cosa, una persona no solo arriesga su propia salud, sino que también trata de lastimar, posiblemente lisiar o matar a otros, ¿no es esto una forma de idolatría hacia ese deporte? Ciertamente es pensar más en la propia gloria de uno que en su prójimo, a quien Dios creó. Es en desobediencia directa al Creador y es servir a otra cosa como dios, como más digna de la devoción y el esfuerzo de la vida de uno.
Por supuesto, no todos los deportes son tan físicamente rudos, pero prescindiendo de qué deporte favorezca el cristiano, debe guardarse para no permitir que éste cautive su corazón al grado de que comience a tomar tiempo y atención del estudio de la Palabra de Dios y del servicio a Él.
Y no podemos señalar a los deportes con especialidad como lo único que puede convertirse en ídolo. Si consideramos a las estrellas de la TV o de la cinematografía, a músicos, cantantes u otras figuras públicas con admiración reverencial o dedicamos tiempo excesivamente a verlos u oírlos, estamos desatendiendo la adoración de Dios a favor de ellos.
VIGILE LA ACTITUD DE SU CORAZÓN
Por lo tanto, podemos participar de idolatría si apoyamos con demasiado entusiasmo estas cosas en las cuales son glorificados los hombres, si les entregamos nuestro corazón. Aunque no desplegamos abiertamente estos sentimientos, tenemos que vigilar nuestra actitud mental y nuestro corazón. Pues el profeta de la antigüedad Job mostró que una persona puede ser culpable de idolatría dentro del retiro de su propio corazón. Dijo él:
“Si solía ver la luz cuando fulguraba, o la preciosa luna que iba caminando, y empezó mi corazón a ser seducido en secreto y mi mano procedió a besar mi boca, eso también sería un error para la atención de los jueces, porque hubiese negado al Dios verdadero arriba.”—Job 31:26-28.
Si se nos induce a tenerle cariño en nuestro corazón a cualquier criatura o cosa que resta de nuestra devoción exclusiva a Dios, ésta llega a ser un ídolo para nosotros y un pecado contra Dios. Es bueno tener presentes a todo tiempo las palabras de Jesús que señalan el gran peligro de permitir que nuestro corazón sea seducido por cualquier cosa que pueda atraernos a un derrotero de desobediencia a Dios. Advirtió a sus discípulos: “Del corazón salen razonamientos inicuos, asesinatos, adulterios, fornicaciones, hurtos, testimonios falsos, blasfemias.” También mostró que el corazón de uno puede entramparlo a pecar contra Dios cuando dijo: “Les digo que todo el que mirando a una mujer a fin de tener un pasión por ella ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.”—Mat. 15:19; 5:28.
La diversión y el ejercicio son excelentes en su debido lugar. El apóstol Pablo puso las cosas en su orden correcto cuando dijo: “Ve entrenándote, teniendo como mira la devoción piadosa. Porque el entrenamiento corporal es provechoso por un poco; pero la devoción piadosa es provechosa para todas las cosas, puesto que encierra promesa de la vida de ahora y de la que ha de venir.”—1 Tim. 4:7, 8.
Por eso podemos ver que las visiones de Ezequiel aplican muy fuertemente hoy día. Tal como algunos israelitas fueron entrampados, así sucede con muchos que dicen ser cristianos. Habiendo sido atraídos a la adoración de animales y otros “ídolos estercolizos,” aquellos hombres de Israel creían que ‘Jehová no los veía,’ que no les pediría cuentas. Hoy, aunque los cristianos saben que Jehová es “un Dios que exige devoción exclusiva” y que ‘él no dará su gloria a otro, ni su alabanza a las imágenes esculpidas,’ algunos se dejan ser atraídos a prácticas idolátricas.—Isa. 42:8.
Por lo tanto, el cristiano verdadero tiene que estar en guardia contra esa trampa sutilísima: “el orgulloso despliegue de la vida,” que, el apóstol Juan dice, no procede “del Padre, sino del mundo.” El buscar gloria para uno mismo o el glorificar a hombres lo meterá a uno en la idolatría. Y ésta es una gloria pasajera. Juan continúa diciendo: “El mundo con sus deseos vehementes está pasando, pero cualquiera que hace la voluntad de Dios perdurará para siempre.”—1 Juan 2:16, 17, An American Translation.
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¿Qué clase de creencia?La Atalaya 1973 | 15 de enero
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¿Qué clase de creencia?
● El clérigo David Hart, de veintinueve años, sacudió a algunas personas cuando dijo: “Por algún tiempo verdaderamente no he creído en Dios.” En aquel tiempo Hart estaba por llegar a ser capellán de la Universidad de Birmingham en Inglaterra. En la universidad dijo que deseaba ser “uno de los muchachos” y prometió nunca mencionar la palabra “Dios.” Más tarde, el obispo de Birmingham, el Dr. Leonard Wilson, declaró que después de una entrevista personal con Hart había decidido permitirle conducir servicios de la Iglesia Anglicana.
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