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Cuando la adoración giraba en torno de un templo terrestreLa Atalaya 1974 | 15 de agosto
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colores de veinte codos (8,9 metros) de largo.—Éxo. 27:9-19.
Al entrar por la puerta lo primero que se veía era el altar de cobre de ofrendas quemadas, en el cual se colocaban los sacrificios de diversas clases. (Éxo. 27:1-8) Detrás de éste estaba la palangana de cobre que contenía agua para que los sacerdotes se lavaran. (Éxo. 30:17-21) Entonces, a medio camino del patio, estaba el tabernáculo mismo. Este edificio o estructura semejante a tienda de campaña rectangular medía treinta codos (13,3 metros) de largo, diez codos (4,4 metros) de ancho y diez codos (4,4 metros) de alto. Constaba de cuarenta y ocho marcos de entrepaños revestidos de oro, cada uno con dos postes laterales y tres travesaños, en la parte superior, en la parte inferior y en medio. En la entrada había cinco columnas revestidas de oro, y entre el Santo, o compartimiento más grande, y el Santísimo había cuatro columnas revestidas de oro. Todos los marcos de entrepaños y las columnas estaban asentados sobre pedestales de plata sólida, salvo las cinco columnas del frente, que tenían pedestales de cobre.—Éxo. 26:15-33, 37.
Para cubrir el tabernáculo había cortinas de lino fino, bordadas en hermosos colores con figuras de querubines. Desde adentro del tabernáculo éstas serían visibles a través de las aberturas en los marcos de entrepaños. Encima de la cubierta de lino había una cortina fina, suave, de pelo de cabra, y sobre ésa otras dos cortinas protectoras, una de pieles de carnero teñidas de rojo y una cubierta exterior de pieles de foca, las cuales servían de techo.—Éxo. 26:1-14.
La pantalla del frente era de lino bordada hermosamente, pero no con querubines. (Éxo. 26:36) La cortina entre el compartimiento Santo y el compartimiento Santísimo estaba bordada con querubines.—Éxo. 26:31-33.
La habitación más recóndita, el Santísimo, era un cubo perfecto de 4,4 metros en cada dimensión. El compartimiento del frente u oriental, el Santo (o Lugar Santo), medía el doble de largo. Adentro del Santo, en el lado septentrional, estaba la mesa revestida de oro para el pan de la proposición, sobre la cual había doce panes, uno para cada tribu, también un poco de olíbano. (Lev. 24:5-7) En el lado meridional estaba el candelabro (para lámparas, no velas) de oro sólido. Enfrente de la cortina que daba al Santísimo estaba el altar del incienso, revestido de oro.—Éxo. 25:23-36; 26:35; 30:1-6.
En el Santísimo se hallaba el Arca del Pacto, revestida de oro con una “cubierta propiciatoria” de oro sólido, encima de la cual había dos querubines de oro. Encima de la cubierta y entre los querubines había una milagrosa nube de luz, indicando que Dios estaba con su pueblo en el templo, no personalmente, sino por espíritu. Su espíritu santo estaba activo allí al suministrar esta luz.—Éxo. 25:10-22; Lev. 16:2.
EL DÍA DE EXPIACIÓN
Durante todo el año el pueblo traía sus sacrificios a este tabernáculo. Pero el día diez del séptimo mes del calendario hebreo era el día sobresaliente del año. Era el Día de Expiación. (Lev. 16:29-31; 23:27) En este día se abría la puerta que daba al patio para que el pueblo pudiera ver lo que sucedía en el patio, pero nadie del pueblo que no estuviera asignado a servicio del templo podría entrar. La pantalla del tabernáculo detrás de los cinco postes de la entrada siempre estaba fija, para que nadie salvo los sacerdotes que servían dentro del tabernáculo vieran lo que había allí. No obstante, mientras se llevaba a cabo el procedimiento de la expiación, el sumo sacerdote era el único que entraba en el tabernáculo. (Lev. 16:17) Nadie entraba en ninguna ocasión en el Santísimo con excepción del sumo sacerdote, que solo entraba en ese compartimiento en este único día del año.—Heb. 9:7.
En el Día de Expiación los sacrificios primarios, además de las necesarias ofrendas quemadas, eran un toro joven, un espécimen perfecto, y un macho cabrío, llamado el ‘macho cabrío para Jehová.’ También se introducía otro macho cabrío, sobre el cual el sumo sacerdote confesaba los pecados del pueblo, y el macho cabrío era llevado al desierto, para que muriera allí.—Lev. 16:3-10.
Ponían el toro al lado septentrional del altar de ofrendas quemadas y luego lo degollaban. (Compare con Levítico 1:11.) El sumo sacerdote entraba primero en el Santísimo con un incensario portátil con brasas tomadas del altar. (Lev. 16:12, 13) Después de quemar el incienso en el Santísimo volvía a entrar, esta vez con parte de la sangre del toro, la cual rociaba en el piso enfrente del Arca del Pacto con su cubierta propiciatoria y hacia ella. Esta sangre era una apelación a la misericordia de Dios para la propiciación o cubrimiento de los pecados del sumo sacerdote y “su casa,” que incluía a toda la tribu de Leví.—Lev. 16:11, 14.
La tercera vez que entraba en el Santísimo llevaba sangre del ‘macho cabrío para Jehová,’ la cual salpicaba delante del Arca para los pecados del pueblo. Parte de la sangre del toro y del macho cabrío se ponía sobre el altar de ofrendas quemadas y sobre sus cuernos. La grasa de los animales se quemaba sobre el altar, pero se llevaban los cuerpos muertos fuera del campamento donde los quemaban, con su piel y todo.—Lev. 16:25, 27.
Mediante esto el pueblo recibía la satisfacción de saber que estaban haciendo lo que Dios mandaba, lo que le agradaba, y que sus pecados eran anulados o detenidos por otro año. El apóstol Pablo dice lo siguiente acerca del arreglo de sacrificios de la Ley: “La sangre de machos cabríos y de toros y las cenizas de novilla rociadas sobre los que se han contaminado santifica al grado de limpieza de la carne.”—Heb. 9:13.
Pero los israelitas tenían que observar el Día de Expiación cada año, y, además, en diferentes ocasiones tenían que hacer sacrificios específicos para ciertos pecados personales. Como el apóstol dijo al proseguir: “¿Cuánto más la sangre del Cristo, que por un espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, limpiará nuestra conciencia de obras muertas para que rindamos servicio sagrado al Dios vivo?”—Heb. 9:14.
La Ley, con su tabernáculo y templo, solo tenía “una sombra de las buenas cosas por venir, pero no la sustancia misma de las cosas,” porque “la realidad pertenece al Cristo.”—Heb. 10:1; Col. 2:17.
Nunca había venido a la mente de los hebreos la idea de que algún día tendrían un Sumo Sacerdote que realmente daría su propia vida humana como sacrificio y que entraría, no en el Santísimo del tabernáculo o templo terrestre, sino en el cielo mismo, en la mismísima presencia de Dios en su gran templo espiritual. Ese templo espiritual y cómo sirve de centro de la adoración verdadera hoy día será el tema del siguiente artículo de esta serie en La Atalaya.—Heb. 9:24.
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“En el nombre de Dios”La Atalaya 1974 | 15 de agosto
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“En el nombre de Dios”
● En su libro The Men I Killed, el general de brigada F. P. Crozier relató sus experiencias en la I Guerra Mundial y señaló: “Se hacen cosas extrañas en el nombre de Dios, y hacen que Dios sirva para cosas extrañas. Las fuerzas militares lo adoptan como su protector e inspiración, y así cada campaña militar llega a ser una guerra justificable, una guerra de derecho, con Dios elegido popularmente a favor de la autodescrita ‘justicia.’” Con respecto a los clérigos, hace notar: “Cuando estalla la guerra, el púlpito se transforma inmediatamente en una plataforma de reclutamiento de la más sutil índole. Y esta clase de ritual militar se verifica en ambos bandos.”—Págs. 176, 179.
Sin embargo, con respecto a los cristianos primitivos, el Dr. William Storey del Departamento de Teología de Notre Dame escribió en Ave Maria del 9 de agosto de 1969: “La Iglesia de antes de Constantino [antes del 325 E.C.] estaba dedicada a una solución no violenta de los conflictos humanos.” Así es que los primeros cristianos no participaban de la guerra, antes bien, eran pacíficos.—Rom. 12:18.
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