Preguntas de los lectores
● ¿Significan las palabras de Pablo en 1 Corintios 6:1-7 que en ninguna circunstancia debería el cristiano llevar al tribunal un caso en que estuviera envuelto un compañero de creencia?—EE. UU.
La admonición inspirada del apóstol Pablo es: “¿Se atreve alguno de ustedes que tiene un asunto contra el otro a ir al tribunal ante hombres injustos, y no ante los santos? ¿O no saben ustedes que los santos juzgarán al mundo? Y si el mundo ha de ser juzgado por ustedes, ¿son ustedes incapaces de juzgar asuntos de ínfima importancia? ¿No saben ustedes que juzgaremos a ángeles? Entonces, ¿por qué no los asuntos de esta vida? Si, pues, tienen asuntos de esta vida que han de ser juzgados, ¿ponen ustedes por jueces a los hombres que son menospreciados en la congregación? Hablo para hacerles sentir vergüenza. ¿Es verdad que no hay entre ustedes ni un solo sabio que pueda juzgar entre sus hermanos, sino que hermano va con hermano a los tribunales, y esto ante los incrédulos? En verdad, pues, significa del todo derrota para ustedes el que estén teniendo litigios unos con otros. ¿Por qué no dejan más bien que les hagan injusticias? ¿Por qué no dejan más bien que los defrauden?”—1 Cor. 6:1-7.
Aquí Pablo estaba mostrándoles a los cristianos corintios lo inconsistente que era llevar a tribunales seglares disputas que surgieran entre cristianos. Los jueces serían hombres que no estarían gobernados por los elevados principios de la ley de Dios y cuya conciencia no estaría entrenada por medio de un estudio de la Palabra de Él. Puesto que muchos de los jueces de aquel tiempo eran corruptos y aceptaban sobornos, los cristianos tenían poca razón para creer que el juicio de ellos sería justo. Pablo los llamó “hombres injustos.” Si los cristianos llevaran sus disputas ante aquellos hombres, estarían ‘poniendo como jueces’ a hombres en desprestigio para la congregación, considerados por ella deficientes en integridad.
Por otra parte, también, al llevar los asuntos ante incrédulos para juicio, estarían diciendo, de hecho, que nadie en la congregación tenía la sabiduría necesaria para juzgar “asuntos de esta vida” entre los cristianos. Esto era enteramente inconsistente con el hecho de que los cristianos ungidos por espíritu como gobernantes celestiales asociados del Señor Jesucristo estarían juzgando, no solo a hombres, sino también a ángeles. Y al llevar a rastras a compañeros creyentes ante jueces paganos, acarrearían gran vituperio al nombre de Dios. Puesto que a los extraños se les haría creer que los cristianos no eran diferentes de otras personas en vista de que no podían zanjar sus desacuerdos, los intereses de la adoración verdadera serían perjudicados. Hubiera sido mucho mejor que los cristianos individuales aceptaran pérdida personal más bien que perjudicar a la entera congregación llevando sus disputas a la atención pública.
En vista de lo susodicho, ¿irían hoy cristianos dedicados ante tribunales seglares si eso fuese a perjudicar el adelanto de la adoración verdadera o representarla en falsos colores a los ojos de extraños? No. Por supuesto, como todas las otras personas, los cristianos verdaderos todavía son humanos imperfectos. Cometen errores, y surgen problemas en relación con asuntos comerciales y cosas semejantes. Pero los desacuerdos de esta índole deberían zanjarse dentro de la congregación, pues la Palabra de Dios suministra las pautas necesarias y en la congregación hay hombres que están bien fundados en la Biblia.
Sin embargo, si un cristiano rehúsa corregir un mal serio cuando los ancianos que sirven en capacidad judicial en la congregación se lo aclaran, éste sería expulsado. Esto está en armonía con estas palabras de Jesús: “Si no escucha ni siquiera a la congregación, sea para ti exactamente como hombre de las naciones y como recaudador de impuestos.” (Mat. 18:17) Así, por ejemplo, el que defraudara a su hermano cristiano o que no hiciera provisión material para su esposa e hijos se hallaría fuera de la congregación si no se arrepintiese.—1 Tim. 5:8.
Después de eso la persona perjudicada podría decidir si debería tomarse acción legal en un esfuerzo por obligar al culpable, ahora expulsado, a rectificar los asuntos. Por supuesto, la persona perjudicada querría tomar en consideración si valdría la pena gastar así el tiempo e incurrir en los gastos, así como si la congregación todavía sería desprestigiada por llevarse a la atención pública las acciones de uno que era miembro de ella. Si el cristiano perjudicado sintiera a conciencia que el nombre de Dios no resultaría vituperado y que la acción legal fuera definitivamente necesaria, no estaría obrando necesariamente en violación del espíritu del consejo de Pablo si fuese a llevar al tribunal a uno que ya no fuera parte de la congregación cristiana. Jehová Dios ha permitido que la autoridad seglar sirva de instrumento suyo para llevar a la justicia a los infractores de la ley, y en este caso la persona perjudicada estaría valiéndose de la ayuda jurídica después de agotar los medios disponibles dentro de la congregación para la corrección del mal.—Rom. 13:3, 4.
Quizás hasta haya ocasiones en que hermanos cristianos crean a conciencia que podrían ir al tribunal con casos que envolvieran a compañeros creyentes. Esto pudiera ser para obtener compensación de una compañía de seguros. En algunos países quizás la ley especifique que ciertos asuntos tienen que ser atendidos en un tribunal, como testamentos que tengan que ser validados por los tribunales. Pero esto no produce publicidad adversa ni acarrea vituperio a la congregación. Al encargarse de esos asuntos legales que no afectarían adversamente a la congregación, los cristianos pueden ser gobernados por lo que consideren que sea lo mejor en medio de las circunstancias.
Sin embargo, si algún miembro de la congregación cristiana, sin hacer caso del efecto de su acción en el buen nombre de la congregación, pasa por alto el consejo de la Palabra de Dios sobre este asunto, no estaría “libre de acusación” como cristiano. No sería uno que tuviera “excelente testimonio de los de afuera” de la congregación. (Tito 1:6; 1 Tim. 3:7) Ciertamente no sería un ejemplo para que otros lo imitaran, y esto afectaría los privilegios que tuviera en la congregación.
● Si, en años anteriores, una persona hizo un voto a Dios que ahora se da cuenta de que fue imprudente, ¿tiene que continuar amoldándose a éste?—EE. UU.
Esto dependería de la naturaleza del voto y de las circunstancias de la persona al tiempo de haberlo hecho. Sin embargo, primero es bueno considerar lo que es un “voto” en el sentido bíblico.
En la Biblia, los votos eran promesas solemnes hechas a Dios, no a cualquier humano o cuerpo de humanos. También eran distintos en que, en todos los casos descritos, los votos siempre eran condicionales. Es decir, la persona que hacía el voto, de hecho, decía a Dios: ‘Si tú haces así y así (quizás suministrando salvación de algún peligro grave o concediendo éxito o victoria en algún esfuerzo), yo haré así y así.’ Si Dios obraba a favor de la persona, el que había hecho el voto quedaba obligado a llevar a cabo lo que había prometido. A menudo el pago del voto envolvía hacer una ofrenda de sacrificio de un animal, o el dedicar alguna propiedad al servicio de Dios. (Lev. 7:16; 22:21) En otros casos entraba el aspecto condicional porque el individuo hacía un voto de abstenerse de hacer algo hasta el tiempo en que había podido lograr cierta meta... con la ayuda de Dios.—Compare con Génesis 28:20-22; Números 21:2, 3; 30:2-4; Jueces 11:30-39; 1 Samuel 1:11; Salmo 132:1-5.
También debe notarse que los votos eran algo espontáneo, y por consiguiente no solicitados, no requeridos. No eran algo manifestado como requisito general para todos los que desearan gozar de cierto privilegio o entrar en cierta relación. Por consiguiente, el que uno llegara a ser discípulo de Cristo Jesús y cumpliera los requisitos que se establecen para todas las personas, incluso el arrepentirse y volverse y hacer declaración pública de la fe de uno, y ser bautizado, no envuelven un “voto” en el sentido bíblico.
Tampoco han de compararse los votos bíblicos con los llamados ‘votos monásticos’ que se requería que hicieran las personas en siglos posteriores para ingresar en ciertas órdenes religiosas de organizaciones eclesiásticas. Los que hacían esos votos de ‘castidad, pobreza y obediencia’ se comprometían a las órdenes religiosas y éstas se valían de dichos votos como medio de ejercer control sobre sus adherentes. Oficiales eclesiásticos superiores podían absolver a personas de ciertas clases de votos, pero tocante a algunos votos solo se podía conseguir liberación de ellos por medio del cabeza titular de la iglesia, como en el arreglo papal. Estos no son votos bíblicos, porque los votos bíblicos eran enteramente espontáneos y personales, entre el individuo y Dios. Además, bajo la Ley, aunque el voto de una mujer podía ser denegado por su esposo, o padre (dentro de cierto tiempo después de haberse hecho), en otros casos ningún humano podía concederle a uno liberación de un voto bíblico.—Núm. 30:3-15.
De esto es evidente que muchos llamados “votos” de hoy realmente no lo son en el sentido bíblico. Es igualmente obvio que ningún voto podría ser obligatorio si requiriera que uno hiciera algo que no estuviera en armonía con la voluntad de Dios, tal como un voto para llevar a cabo algún uso incorrecto de la sangre o uno que de alguna manera vinculara la inmoralidad con la adoración verdadera.—Compare con Deuteronomio 23:18; Hechos 15:19, 20.
¿Qué hay, entonces, de los votos que sí encajan en la descripción bíblica y no son contrarios a la voluntad de Dios? Expresando el punto de vista de Dios de los votos hechos en Israel, la Ley declaró: “En caso de que hagas un voto a Jehová tu Dios, no debes ser lento en cuanto a pagarlo, porque Jehová tu Dios sin falta lo requerirá de ti, y verdaderamente llegaría a ser pecado de parte tuya. Pero en caso de que omitas hacer un voto, no llegará a ser pecado de parte tuya.” (Deu. 23:21, 22) Eclesiastés 5:4-6 también advierte: “Siempre que le hagas un voto a Dios, no titubees en pagarlo, porque no hay deleite en los estúpidos. Lo que prometes en voto, págalo. Mejor es que no hagas voto que el que hagas voto y no pagues. No permitas que tu boca haga pecar a tu carne.” (Compare con Proverbios 20:25.) Puesto que Jehová Dios es inmutable tocante a sus normas, los principios que se expresan aplicarían en el tiempo presente.
Puesto que (aparte del voto de una mujer que podía ser denegado por su padre o esposo) ningún humano puede conceder liberación de un voto, podemos ver la necesidad de pensar seriamente en hacer un voto. El cristiano debe tener una razón muy buena para hacerlo y no debe tener duda alguna en cuanto a su habilidad para pagar lo que prometa en el voto. De otra manera sería mucho mejor que no hiciera el voto.
¿Qué hay si el individuo se diera cuenta más tarde de que su voto había sido hecho temerariamente, que fue irreflexivo? No debe tratar el asunto a la ligera sino que debe tratar de cumplir el voto. El hecho de que esto pudiera ser duro para él no sería excusa alguna. Ciertamente no se le hizo fácil a Jefté llevar a cabo el voto que había hecho a Dios, pero lo pagó a conciencia. (Jue. 11:30-39) Bajo el pacto de la Ley, el dejar de cumplir un juramento, aunque el dejar de hacerlo no era deliberado, era pecado. No llevaba una pena de muerte pero requería el hacer una ofrenda por el pecado a Dios. (Lev. 5:4-6; compare con Mateo 5:33.) Y Dios advirtió que, aunque hubiese concedido éxito al que había hecho el voto, el no pagar el voto después podría resultar en que Dios se ‘indignará’ y ‘destrozará’ lo que el individuo había logrado. (Ecl. 5:6) De modo que podría resultar en que se apartara, por lo menos hasta cierto punto, el favor de Dios.
Por lo tanto los que hoy están preocupados por este asunto primero deben preguntarse si realmente han hecho un voto en el sentido bíblico o no. ¿Fue una promesa hecha personalmente a Dios, de una naturaleza condicional, una que fue privada, espontánea, no solicitada y no fuera de armonía con la voluntad explícita de Dios? Entonces debe hacerse todo esfuerzo por pagarla. Si el individuo no la ha pagado, tiene que aceptar las consecuencias y tratar de recobrar el favor de Dios. Posiblemente se halle en un dilema porque su voto (tal como un voto de celibato) lo coloca en una posición en que le parece que el llevarlo a cabo está acercándolo al punto en que viole alguna norma divina de conducta, quizás una que tenga que ver con moralidad. Quizás crea que la única manera en que puede protegerse de hacerse culpable de inmoralidad es no pagando su voto, arrojándose sobre la misericordia de Dios para que lo perdone. Él mismo tiene que decidir y ninguna otra persona puede concederle liberación ni asumir ninguna de su responsabilidad personal. Tiene que vivir con su propia conciencia.
El examen a menudo demostrará que lo que se pensaba que eran votos realmente no lo son en el sentido bíblico. Esto, por supuesto, no significa que toda responsabilidad termina necesariamente allí. El cristiano debe estar interesado no simplemente en pagar votos a Dios sino también en demostrar que es digno de confianza en todas sus palabras, dejando que su “Sí” sea “Sí,” y su “No,” “No.” (Mat. 5:33-37) Siempre debe tratar sinceramente de cumplir sus promesas y acuerdos tanto a Dios como a los hombres. Quizás a veces haga un convenio con otra persona y más tarde se dé cuenta de que así se ha puesto en dificultad severa. Puede seguir el principio que se da en Proverbios 6:1-5 acerca del hombre que queda de fiador de otro, a saber: “Ve y humíllate e inunda con importunaciones a tu semejante. . . . Líbrate.”
Tocante a votos y toda otra cosa, el cristiano siempre debe tener presente la importancia de mantener una buena relación con Jehová Dios.