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  • ¿Cómo responderá usted a la presión?
    La Atalaya 1974 | 1 de enero
    • de la que disfruto yo misma y mis hijos compensa por mucho las dificultades por las que hemos pasado.”

      De veras, el permanecer fiel a Jehová bajo presión es la única cosa razonable que hacer. Muestra amor a Dios y al prójimo, prueba que el Diablo es mentiroso, le asegura a uno la protección y bendición de Jehová y hasta puede ayudar a sus allegados a investigar seriamente la verdad. En vista de esto, ¿cómo responderá usted a la presión?

  • La responsabilidad de los que dan consejo
    La Atalaya 1974 | 1 de enero
    • La responsabilidad de los que dan consejo

      EL CONSEJO sabio es de gran valor. La gente, del pasado y del presente, ha estado dispuesta a pagar dinero por buen consejo, no solo en asuntos jurídicos, sino en muchas otras facetas de la vida. Reyes y gobernantes han tenido en alta estima y han empleado a hombres capaces de dar consejo sabio.

      El consejo más valioso es el que tiene que ver con el hallar y adherirnos al camino de la vida en el favor de Dios. Y, tal como el Israel de la antigüedad tenía consejeros capaces para ayudar a la gente, así hoy en la congregación del pueblo de Dios en la Tierra hay hombres de mayor edad espiritualmente que tienen la responsabilidad de suministrar consejo. Esto es para la guía, fortalecimiento y protección de sus hermanos cristianos.—1 Ped. 5:2, 3.

      El dar tal consejo es un privilegio pero también es una responsabilidad importante. El aconsejar es una forma de enseñar. Y los que enseñan llegan a ser responsables de lo que enseñan y del efecto que tiene en aquellos a quienes enseñan.—Sant. 3:1.

      El consejo puede ser correctivo, en forma de una censura. Proverbios 25:12 dice: “Un arete de oro, y un adorno de oro especial, es el censurador sabio al oído que oye.” Note, sin embargo, que dice un censurador sabio. No es simplemente disposición para aconsejar lo que es importante. Una persona joven, inexperta pudiera estar dispuesta a aconsejar o tratar de aconsejar. Pero ¿está capacitada? Cuando el apóstol instó a que se diera ayuda a los hermanos que pudieran haber dado un paso en falso, dijo: “Ustedes que tienen las debidas cualidades espirituales traten de reajustar a tal hombre.” (Gál. 6:1) No todos tienen estas cualidades espirituales. Por eso, cuando Dios hizo que Moisés hiciera los arreglos para que varones atendieran problemas entre el Israel carnal, Moisés mandó que fueran “hombres sabios y discretos y experimentados.” (Deu. 1:13-15) Los que sirven de pastores y superintendentes en la congregación cristiana de modo similar deben ser hombres que muestren sabiduría y discreción espirituales y que tengan experiencia.

      CONOCIMIENTO ESENCIAL PARA CONSEJO SABIO

      Sea que se dé a un individuo o a un grupo, básicamente el consejo es de dos clases: El que se da en respuesta a una solicitud de esclarecimiento o guía, y el consejo no solicitado que se da por hacerse patente que se necesita dicho consejo. En cualquiera de los dos casos, hay que emplear precaución debida.

      En particular en lo que toca a consejo no solicitado, uno primero debe considerar exactamente cuánto se necesita en realidad. ¿Cuán seria es la situación? Recuerde que los fariseos del día de Jesús se inclinaban a convertir en puntos de disputa asuntos de importancia secundaria, a veces infracciones de reglas que se basaban en normas humanas y no en las instrucciones o principios de la Palabra de Dios. Al proceder de modo parcial, enfatizando cosas de importancia secundaria, oscurecían las cosas más importantes de la Palabra de Dios. (Mar. 7:1-9, 14, 15, 20-23; Mat. 23:23) Considere, también, si las circunstancias y el tiempo son apropiados para dar tal consejo no solicitado. Acuérdese de que: “Como manzanas de oro en entalladuras de plata es una palabra hablada al tiempo apropiado para ello.”—Pro. 25:11.

      Tocante a ambas clases de consejo, solicitado y no solicitado, el consejero sabio busca conocimiento... quiere estar seguro de comprender suficientemente los hechos envueltos para dar consejo que sea correcto, basado sólidamente, no consejo que sea solo correcto a medias o parcial. (Pro. 9:9; 18:17) No es crédulo o ingenuo. (Pro. 14:15) Escucha bien, es “presto en cuanto a oír, lento en cuanto a hablar,” porque “cuando alguien está respondiendo a un asunto antes de oírlo [es decir, antes de oír la declaración completa y comprenderla cabalmente], eso es tontedad de su parte y una humillación.” (Sant. 1:19; Pro. 18:13; vea también Pro. 29:20.) Este interés por conseguir el ‘cuadro completo’ es esencial si habrá de manifestar verdadero entendimiento, perspicacia, discernimiento al manejar cualquier cuestión o problema.—Pro. 15:14; 18:15.

      Es solo cuando la persona sabia logra esta penetración en —cuanto a las circunstancias, condiciones y causas fundamentales de un problema— que “consigue conocimiento,” es decir, ahora sabe a qué conclusiones llegar y qué consejo dar. (Pro. 21:11) Aunque esto puede requerir tiempo, aporta todavía otros beneficios. Cuando el consejero expresa comprensión de los hechos, un punto de vista equilibrado de los asuntos, entendimiento del problema del individuo y las circunstancias que contribuyen a él, es mucho más probable que aquel que está siendo aconsejado sea receptivo al consejo dado. Sí, pues reconocerá que el consejero tiene un interés sincero al suministrar ayuda con discernimiento... no simplemente está repitiendo palabras como loro, hablando en generalidades o pasando por alto factores que quizás hagan diferente el caso de esta persona del de otras con un problema similar. Todo esto añade verdadera persuasiva, sí, ‘dulzura’ atrayente, a las palabras del consejero.—Pro. 16:20, 21, 23.

      Por supuesto, no debe llevarse esta búsqueda de información al exceso o no llegaría uno nunca al punto de aconsejar. Es posible que unas cuantas preguntas hagan resaltar los hechos que se necesitan. Y, si se cree que no se ha suministrado alguna información, el que da consejo puede decir: ‘Bueno, sobre la base de lo que usted me ha dicho, diría esto. . . . Sin embargo, si hay otros factores que no ha mencionado, esto podría alterar los asuntos.’ Uno no debe indagar al grado de causar bochorno innecesario. Preguntas directas que implican sospecha de actos inmorales o viles, cuando no sean justificadas, pueden causar heridas severas que pueden tardar mucho en sanar. (Pro. 12:18) Recuerde que la autoridad del anciano para aconsejar debe usarse para “edificar y no para derribar.” (2 Cor. 13:10) También el derrotero que muestra sabiduría es el no envolverse demasiado en las vidas privadas de las personas.

      “El corazón del justo medita para responder.” (Pro. 15:28) El consejo que envuelve la relación de los individuos con Dios exige tal meditación. Para que pueda ser de provecho, el consejo tiene que ser correcto, y eso significa que tiene que estar en armonía con la Palabra de Dios. Si preguntas en cuanto al matrimonio, divorcio, neutralidad cristiana y otros asuntos serios se contestan incorrectamente, puede resultar gran daño. La vida entera de una persona puede ser afectada adversamente. La sabiduría que es sólida, duradera y eternamente provechosa no es la sabiduría o el filosofar humano, sino la sabiduría que procede de los más altos Consejeros, Jehová Dios y Cristo Jesús.—1 Cor. 2:4, 5; Sal. 33:11; Pro. 21:30; Isa. 9:6.

      Nunca dude de esto: No hay circunstancia en la vida para la cual la Palabra de Dios, la Biblia, no tenga principios que suministran guía, haciendo posible que el cristiano sea “enteramente competente, completamente equipado para toda buena obra.” (2 Tim. 3:16, 17) De modo que jamás hay causa justa para apoyarse uno en su propia sabiduría al aconsejar. (Pro. 3:5-7) En vez de desviarse por otros rumbos debido a ideas o teorías personales, adhiérase bien ‘en medio de la vereda’ permaneciendo claramente dentro de los límites del consejo bíblico. (Pro. 8:20) La oración con humildad a Dios debe ser el recurso constante de los que buscan aconsejar con sabiduría.—Sant. 1:5; 1 Rey. 3:7-12.

      Los consejeros cristianos que se muestran sumisos al consejo de la Palabra de Dios les serán una verdadera bendición a sus hermanos. Más que eso, los estimarán los grandes Reyes, Jehová Dios y su Hijo Cristo Jesús.—Pro. 27:9; 14:35; 16:13.

  • Resista la “tendencia hacia la envidia”
    La Atalaya 1974 | 1 de enero
    • Resista la “tendencia hacia la envidia”

      HAY una fuerte inclinación en la humanidad imperfecta hacia envidiar a los que tienen prominencia, mayores éxitos o más posesiones materiales. Tan poderosa es esta inclinación que la Biblia dice: “Es con tendencia hacia la envidia que el espíritu que se ha domiciliado en nosotros sigue anhelando.”—Sant. 4:5.

      Aunque el espíritu, inclinación o disposición hacia la envidia “mora” en todos nosotros los humanos imperfectos, esto no hace que la envidia sea algo que ha de condonarse a la vista de Dios. Las envidias se condenan junto con la fornicación, conducta relajada y borracheras como prácticas degradadas de la carne que le impedirían a uno heredar el reino de Dios. (Gál. 5:19-21) Pero, ¿por qué expresa Jehová Dios tan fuerte desaprobación de la envidia?

      Porque la envidia está arraigada en el egoísmo y es completamente extraña a la personalidad, caminos y tratos del Creador. La cualidad dominante de Jehová Dios es el amor, y solo a los que manifiestan amor semejante los reconoce como sus siervos aprobados.

      La persona envidiosa, que carece de amor, rehúsa ‘regocijarse con los que se regocijan.’ (Rom. 12:15) Quizás hasta recurra al fraude, robo u otras prácticas faltas de honradez en un esfuerzo por apoderarse de lo que otros tienen. O, quizás trate de denigrar al objeto de su envidia, minimizando los logros de éste por crítica indebida o por medio de poner en tela de juicio sus habilidades y motivos. Así la envidia produce contienda, disensión, reyertas, odios y hasta conflictos violentos, destruyendo lo que de otra manera pudieran haber sido buenas relaciones con los semejantes. Se alude a esto en Santiago 4:1, 2, donde leemos: “¿De qué fuente son las guerras y de qué fuente son las peleas entre ustedes? ¿No son de esta fuente, a saber, de sus deseos vehementes de placer sensual que llevan a cabo un conflicto en sus miembros? Ustedes desean, y sin embargo no tienen. Siguen asesinando y codiciando, y sin embargo no pueden obtener.”

      Por supuesto, la tendencia hacia la envidia no se circunscribe a los que tratan de alcanzar prominencia y prosperidad por métodos faltos de honradez. Por ejemplo, el trabajo duro y la eficacia son dignos de encomio. Sin embargo, es posible que una persona dé mucho énfasis a éstos debido a una tendencia hacia la envidia. ¿Por qué? Porque quizás al trabajar duro, no lo esté haciendo simplemente para efectuar algo que valga la pena, sino con el deseo de eclipsar a otros en obras, habilidad o productividad. La envidia lo empuja a alcanzar lo que otros han alcanzado y, de hecho, sobrepujarlos. El discerniente escritor de Eclesiastés reconoce este aspecto al decir: “Yo mismo he visto todo el duro trabajo y toda la pericia sobresaliente en el trabajo, que significa la rivalidad de uno para con otro; esto también es vanidad y un esforzarse tras el viento.”—Ecl. 4:4.

      Cuando la motivación de una persona en el trabajo está manchada de autoglorificación, a menudo queda eclipsado todo interés y benevolencia de su parte para con otros. Las limitaciones físicas y mentales de estos otros reciben poca o ninguna consideración. La competencia y la rivalidad reemplazan a un espíritu de cooperación amigable. Se puede usar una norma de juicio injusta de modo que la pura cantidad llega a ser la norma para comparar, sin tener en cuenta la calidad o el esfuerzo sincero, altruista que la otra persona puso en su trabajo. Puede que el valor de la persona se juzgue principalmente por lo que puede producir, en vez de por lo que ella misma es.

      Ciertamente los esfuerzos por eclipsar a otros son perjudiciales, y los que se empeñan en eso ‘están esforzándose tras el viento,’ tras pura vacuidad. El que publica sus logros y se compara con otros suscita competencia y envidia. Al tratar de impresionar a otros con su propia superioridad, envidiosamente rehúsa reconocer las buenas cualidades que otros poseen. Celosamente guarda su posición, temiendo que otros lleguen a ser su igual y, quizás, hasta lo sobrepujen. Toda esa acción es contraria al mandamiento bíblico dado a los cristianos, a saber: “No nos hagamos egotistas, promoviendo competencias unos con otros, envidiándonos unos a otros.”—Gál. 5:26.

      Hoy en las congregaciones del pueblo de Dios, especialmente los ancianos deben tener cuidado de no empezar a pensar demasiado elevadamente de sí mismos y de sus logros. Esto podría conducirlos a impedir que otros participaran de ciertos privilegios simplemente porque ellos mismos quieren permanecer notablemente prominentes. Siempre deben tener presente que Jehová Dios es El que da el aumento. La congregación no le pertenece a ningún hombre, sino a Dios.—Hech. 20:28; 1 Cor. 3:7.

      El que algún hombre o grupo de hombres esté renuente a que otros participen en encargarse de las responsabilidades sería obrar de manera contraria a la guía del espíritu de Dios. El apóstol Pablo mandó a Timoteo como superintendente que transmitiera lo que había aprendido “a hombres fieles, quienes, a su vez, estarán adecuadamente capacitados para enseñar a otros.” (2 Tim. 2:2) El espíritu correcto, entonces, es que los ancianos trabajen para ayudar a otros hombres en la congregación a poder satisfacer los requisitos para servir junto con ellos al atender las responsabilidades de congregación. Si no hicieran esto debido a temer, ya sea consciente o subconscientemente, que su importancia sería minimizada en la congregación, no solo estarían obrando contra sus propios intereses, sino contra los intereses de la entera congregación. Es obvio que muchos hombres capacitados pueden efectuar mucho más trabajo que solo uno o unos cuantos. También, mientras más ancianos capacitados tenga una congregación, mayor será el complemento de cualidades excelentes que se pueden combinar para el progreso de sus intereses espirituales.

      La actitud apropiada de querer que otros participen de privilegios la expresó Moisés cuando le dijo a Josué: “¿Sientes celos por mí? No, ¡quisiera yo que todo el pueblo de Jehová fuesen profetas, porque Jehová pondría su espíritu sobre ellos!”—Núm. 11:29.

      El no reflejar esta actitud puede resultar en consecuencias serias. Durante el tiempo de su ministerio terrestre Jesucristo aclaró esto muy bien a sus apóstoles. Cuando cierto hombre, evidentemente facultado por el espíritu de Dios, expulsaba demonios sobre la base del nombre de Jesús, el apóstol Juan y otros trataron de detenerlo porque no los acompañaba. Evidentemente creyeron que el hombre no formaba parte de su grupo exclusivo y que por lo tanto al ejecutar él obras poderosas restaría importancia a la actividad de ellos. Al oír esto, Jesús los corrigió. Luego añadió una fuerte advertencia: “Cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeños que creen, mejor le sería que se le pusiera alrededor del cuello una piedra de molino como la que el asno hace girar y realmente fuera arrojado en el mar.” (Mar. 9:38-42) Sí, una actitud egocéntrica como la que expresaron los apóstoles pudo haber resultado en que a personas nuevas y de condición humilde se les hubiera hecho tropezar. Dios no consideraría cosa leve un derrotero perjudicial como ése.

      Si deseamos una posición aprobada ante Jehová Dios, por lo tanto deberíamos reconocer la envidia por lo que es... pecado contra Dios y el prójimo, sí, una expresión de un espíritu desamoroso. En vista del fruto malo que produce la envidia, tenemos buena razón para odiarla. Este odio puede protegernos de llegar a ser envidiosos nosotros mismos y de suscitar competencia y envidia en otros.

  • Éxito en servir a Jehová a pesar de obstáculos
    La Atalaya 1974 | 1 de enero
    • Éxito en servir a Jehová a pesar de obstáculos

      Según lo relató Florentino Banda

      CUANDO fui joven, había dos cosas que me molestaban en cuanto a la religión. No podía aceptar la enseñanza de que el hombre tiene un alma inmortal. Y me repugnaba la preocupación que tenían las iglesias por el dinero; parecía que siempre se estaban haciendo colectas. De modo que decidí, más o menos, evitar la religión.

      En 1923, salí de México e inmigré a los Estados Unidos, donde hay una cantidad grande de sectas religiosas. A veces, al pasar junto a las iglesias, entraba simplemente para ver lo que hacía la gente. ¡Efectivamente, de vez en cuando pasaban el platillo de colecta! Decía yo para mí mismo: “¡Explotadores!”

      HALLANDO UNA RELIGIÓN QUE NO EXPLOTA A LA GENTE

      Vivía en Houston, Texas, en 1928, y en una ocasión pasé junto a la casa de algunos conocidos cuando salían. “¿Adónde van?” pregunté. Me dijeron: “Vamos a una reunión. ¿Le gustaría acompañarnos?” Pregunté: “¿De qué se trata? Porque si tiene que ver con política o religión, no me gusta.” Ellos contestaron: “Tiene que ver con el estudio de la Biblia.”

      “¡Ah!,” dije, “¡religión! Quizás en otra ocasión.” Y me fui.

      Pasaron varios días, y volví a encontrar a estos conocidos; de nuevo me invitaron a asistir a la reunión. Esta vez, por cortesía, acepté.

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