-
¿Atormentaría almas un Dios de amor?La Atalaya 1974 | 15 de abril
-
-
gusano para que se alimentara de la planta, haciendo que ésta se secara. Privado de la sombra de la planta, Jonás tuvo que sentir los efectos de un viento abrasador del este y el sol caluroso que le hería la cabeza. Sin duda empezó a preguntarse por qué la planta tenía que haberse marchitado, especialmente cuando había sido una bendición tan grande para él. Aunque Jonás ni la había plantado ni la había atendido, sintió lástima por la planta; parecía una lástima que tuviera que morir tan pronto.—Jon. 4:6-10.
Sin embargo, Jehová Dios tenía mucha más razón para sentir lástima de Nínive. El valor de sus habitantes y animales domésticos era mucho mayor que el de una calabaza vinatera. Aplicando la lección práctica, Jehová le preguntó a Jonás: “¿No debería yo sentir lástima por Nínive la gran ciudad, en la cual existen más de ciento veinte mil hombres que de ningún modo saben la diferencia entre su mano derecha y su izquierda, además de muchos animales domésticos?”—Jon. 4:11.
¿Es razonable concluir que un Dios que tiene sentimientos tan tiernos para con los hombres atormentaría en un infierno ardiente por toda la eternidad a algunos de ellos después de la muerte de éstos? Si Jehová Dios no se deleita en la muerte de los inicuos, ¿cómo es posible que de manera alguna se complaciera en ver sufrir a la gente la mayor de las agonías por toda la eternidad?
Mientras los israelitas participaban en la repugnante práctica de sacrificar niños, Jehová dijo a su profeta Jeremías: “Han edificado los lugares altos de Tófet, que está en el valle del hijo de Hinón, a fin de quemar a sus hijos y sus hijas en el fuego, cosa que yo no había mandado y que no había subido a mi corazón.” (Jer. 7:31) Si la práctica abominable de sacrificar niños era algo que jamás pudiera haber concebido el Dios de amor, ¿cómo es posible que pudiera concebir el tormento eterno para los hombres que violan sus leyes?
DIOS NO RETIENE EL CASTIGO
Esto no significa que Jehová Dios deja sin castigo la comisión del mal, que él hace la vista gorda ante violaciones notorias de sus mandamientos. Su Palabra declara: “Jehová es un Dios que exige devoción exclusiva y se venga; Jehová se venga y está dispuesto a la furia. Jehová se venga contra sus adversarios, y está resentido para con sus enemigos. Jehová es tardo para la cólera y grande en poder, y de ninguna manera se retendrá Jehová de castigar.” (Nah. 1:2, 3) “Él es sabio de corazón y fuerte en poder. ¿Quién puede mostrarle terquedad y salir ileso?” (Job 9:4) Aun los que afirman ser su pueblo pero que se hacen culpables de transgresión no son protegidos de daño, sí, tormento.
Si uno trata de ocultar su pecado, Dios no lo eximirá del efecto atormentador de una conciencia culpable. Un hombre que experimentó esto fue David. Él escribió: “Cuando me quedé callado se gastaron mis huesos debido a mi gemir todo el día. Porque día y noche tu mano estaba pesada sobre mí. La humedad de mi vida se ha cambiado como en el calor seco del verano.”—Sal. 32:3, 4.
El intento de reprimir una conciencia culpable agotó a David. La angustia por lo que había hecho redujo su vigor tal como un árbol pudiera perder humedad vivificante durante el calor intenso de un verano árido. Sin embargo, el tormento que experimentó David produjo buenos resultados. Le impelió a confesar su pecado y recobrar una relación apropiada con su Dios.
Hasta la disciplina más severa a que Jehová Dios someta a un pueblo tiene propósito determinado. Puede efectuar su mejoramiento. Jehová Dios nunca aflige a nadie para derivar de ello placer personal. No se deleita más en administrar castigo de lo que se deleitaría en hacerlo un padre amoroso al tratar con un hijo desobediente. Ilustrando el propósito de su disciplina, Jehová declaró por medio de su profeta Isaías:
“¿Es acaso todo el día que ara el arador para sembrar, que afloja y rastrilla su suelo? ¿Acaso, cuando ha allanado su superficie, no esparce entonces comino negro y riega el comino, y no tiene que meter trigo, mijo, y cebada en el lugar designado, y espelta como su lindero? Y uno lo corrige conforme a lo que es recto. Su propio Dios lo instruye. Pues no es con instrumento trillador que se hace la pisa del comino negro; y sobre el comino no se hace que dé vueltas la rueda de carreta. Porque es con una vara que generalmente se bate el comino negro, y el comino con un palo. ¿Acaso el mismísimo material para hacer pan generalmente se tritura? Pues nunca sigue pisándolo uno incesantemente. Y tiene que poner en moción el rodillo de su carreta, y sus propios corceles, pero no lo triturará. Esto también es lo que ha procedido de Jehová de los ejércitos mismo, quien ha sido maravilloso en consejo, quien ha obrado grandiosamente en trabajo eficaz.”—Isa. 28:24-29.
El arar y el segar están limitados. La dureza del suelo gobierna el grado o intensidad del arar. La clase del grano determina la fuerza y peso de los instrumentos que se usan para trillar. De modo similar, Jehová Dios no disciplina ni castiga para siempre a los que quebrantan su ley. Principalmente los disciplina para suavizarlos, para hacerlos más receptivos a su consejo y guía. Esto ilustra la sabiduría de Dios al limpiar a la gente, librar de rasgos indeseables por medio del tratamiento que mejor encaja en las necesidades existentes.
A veces lo que Jehová Dios permite que les venga a los individuos puede ser un verdadero tormento para ellos. Puede poner de manifiesto dolorosamente los caminos incorrectos de éstos. (Compare con Revelación 11:10.)
Los que no prestan atención a las denunciaciones que Jehová Dios ha proclamado por boca de sus siervos sufren el efecto atormentador del mensaje. Pierden las bendiciones que recibirían si se arrepintieran y cambiaran de caminos. Sin embargo, aun en su caso, el tormento cumple un fin. Revela que no son dignos de que se les exima de la ejecución del juicio de Dios.
Pero, ¿podría decirse que el tormento eterno tendría propósito? Si Jehová Dios fuese a someter a los hombres a tormento eterno, ¿se beneficiarían los atormentados? Es obvio que no. Aunque quisieran, no podrían llegar a ser mejores individuos y mejorar su situación. Por otra parte, también, el Creador no ganaría nada con atormentarlos eternamente. Esto solo lo obligaría a hacer algo que no quiere hacer, a saber, contemplar constante sufrimiento, sufrimiento que no tiene buen propósito en mira para la persona a quien se le hace experimentarlo sin ninguna posibilidad de alivio. El profeta Habacuc escribió con referencia a Dios: “Tú eres de ojos demasiado puros para ver lo que es malo; y mirar a penoso afán no puedes.” (Hab. 1:13) ¿Cómo, entonces, podría Dios contemplar por toda la eternidad la angustia de los que quebrantaran su ley?
Verdaderamente es inconcebible que un Dios de amor hiciera algo completamente contrario a su personalidad, caminos y tratos.
Sin embargo, se pudiera preguntar: ¿Es ésta la única evidencia contra la enseñanza del tormento eterno? ¿No hay evidencia que muestra que algo sobrevive a la muerte del cuerpo? ¿No continúa la existencia consciente después de la muerte? Por eso, ¿habrá tormento para lo que sobrevive a la muerte del cuerpo? Para la respuesta a estas preguntas, lo invitamos a leer el siguiente artículo.
-
-
¿Qué es su alma?La Atalaya 1974 | 15 de abril
-
-
¿Qué es su alma?
MUCHAS personas creen que el hombre tiene un alma que es distinta y separada del cuerpo. Se cree que esta alma sale del cuerpo al sobrevenir la muerte. Dependiendo de que una persona haya vivido una vida buena o no, se dice que su alma va al infierno y sufre tormento o va al cielo y disfruta de felicidad eterna con Dios.
Así se ve que la creencia en un infierno ardiente se basa en la enseñanza de que el hombre tiene un alma que sobrevive a la muerte del cuerpo. Pero, ¿está esta enseñanza en armonía con la Biblia?
El primer libro de las Santas Escrituras, Génesis, revela la naturaleza del alma humana. Describiendo la creación del primer hombre, Génesis 2:7 declara: “Procedió Jehová Dios a formar al hombre del polvo del suelo y a soplar en sus narices el aliento de vida, y el hombre vino a ser alma viviente [hebreo, néphesh].” Note que la Biblia no dice que el ‘hombre recibió un alma,’ sino que “el hombre vino a ser alma viviente.”
En su carta inspirada a los corintios, el apóstol Pablo muestra que la enseñanza cristiana acerca del alma no difería de lo que se manifiesta en Génesis. Citó Génesis 2:7 al decir: “Así también está escrito: ‘El primer hombre Adán vino a ser alma viviente.’” (1 Cor. 15:45) Puesto que Pablo usó la palabra griega para alma, psykhé, esto demuestra que, como la palabra hebrea néphesh, psykhé puede designar al hombre mismo.
Es digno de notarse que muchos doctos bíblicos del siglo veinte, católicos, protestantes y judíos, han reconocido francamente que el hombre mismo es un alma. Leemos:
“El famoso versículo de Génesis [2:7] no dice, como se supone a menudo, que el hombre conste de cuerpo y alma; dice que Yahweh formó al hombre, tierra del suelo, y entonces procedió a animar la figura inerte con aliento viviente soplado en sus narices, de modo que el hombre llegó a ser un ser viviente, que es todo lo que nephesh [alma] significa aquí.”—Zeitschrift für die alttestamentliche Wissenschaft, tomo 41.
“No se ha de pensar que el hombre tiene un alma; él es un alma.”—The New Bible Commentary.
“El alma en el A[ntiguo] T[estamento] no significa una parte del hombre, sino todo el hombre... el hombre como ser viviente. De modo similar en el N[uevo] T[estamento] significa la vida humana: la vida de un sujeto individual, consciente.”—New Catholic Encyclopedia.
“En el Nuevo Testamento, ‘salvar uno su alma’ (Mar. 8:35) no significar salvar alguna parte ‘espiritual’ del hombre, en oposición a su ‘cuerpo’ (en el sentido platónico), sino a toda la persona con énfasis en el hecho de que la persona vive, desea, ama y ejerce su voluntad, etc., además de que es concreta y física.”—The New American Bible, “Glosario de términos de teología bíblica.”
“La Biblia no dice que tenemos un alma. ‘Nefesh’ es la persona misma, su necesidad de alimento, la mismísima sangre en sus venas, su ser.”—Dr. H. M. Orlinsky, del Colegio Hebrew Union, citado en el Times de Nueva York del 12 de octubre de 1962.
Puesto que las palabras en los lenguajes originales para “alma” (néphesh y psykhé) se pueden referir al hombre mismo, deberíamos esperar hallar que se le atribuyan las funciones o características físicas normales. ¿Sucede así? ¿Es su alma realmente usted? Considere:
Un estudio de cómo se usan en la Biblia estas palabras hebrea y griega revela que el alma humana nace. (Gén. 46:18) Puede comer o ayunar. (Lev. 7:20; Sal. 35:13) Puede estar gozosa o afligida. (Sal. 35:9; Mat. 26:38) Puede enamorarse. (Gén. 34:3) Puede bendecir a otros. (Gén. 27:4) Puede escuchar. (Hech. 3:23) El alma puede pecar, jurar, anhelar cosas y ceder al temor. (Lev. 4:2; 5:4; Deu. 12:20; Hech. 2:43) Puede ser secuestrada y puesta en hierros. (Deu. 24:7; Sal. 105:18) ¿No son todas estas cosas acciones que usted puede efectuar o que se le pueden hacer a usted? Sí, su alma es usted.
Por eso, cuando su alma muere, usted muere, cesa de tener existencia consciente. Repetidas veces la Biblia dice que el alma muere. Por medio de su profeta Ezequiel, Jehová declaró: “¡Miren! Todas las almas... a mí me pertenecen. Como el alma del padre así igualmente el alma del hijo... a mí me pertenecen. El alma que esté pecando... ella misma morirá.” (Eze. 18:4, 20) Tocante al Mesías o Cristo, la profecía de Isaías predijo: “Derramó su alma hasta la mismísima muerte.” (Isa. 53:12) Y Jesucristo dijo: “El que tiene afecto a su alma la destruye.”—Juan 12:25.
Pero, ¿no hay por lo menos algunos textos de los cuales se pudiera entender que sugieren la posibilidad de que el hombre tenga un alma inmortal? No. Es interesante el hecho de que hasta doctos bíblicos que no son testigos de Jehová han llegado a esta conclusión debido a su estudio. Escribiendo en Presbyterian Life (mayo de 1970), David G. Buttrick, profesor asociado sobre iglesia y ministerio del Seminario Teológico de Pittsburgo, declara: “No encuentro nada en la Escritura que apoye la idea de que las almas tengan ‘una subsistencia inmortal’” Concerniente al significado de la palabra “alma,” este docto observa: “Cuando la Biblia usa esa palabra alma, por lo general quiere decir ‘vida’ o ‘perteneciente a lo vivo,’ y no alguna parte separada de nosotros. Por eso reflexione: Cuando la Biblia nos dice que somos mortales, dice que morimos... realmente morimos.” Continuando la línea de su argumento, dice: “Si tuviésemos almas inmortales, no necesitaríamos a Dios... nuestra inmortalidad resolvería el problema. Pero la Biblia contradice esa esperanza vana: somos mortales y por eso tenemos que adherirnos al amor de Dios únicamente. Los cristianos no creen en continuación, sino en resurrección.”
La Biblia aclara que no hay existencia consciente en la condición de la muerte. Eclesiastés 9:10 dice según el modo en que lo vierte la Versión Torres Amat católica romana: “Todo cuanto pudieres hacer de bueno, hazlo sin perder tiempo; puesto que ni obra, ni pensamiento, ni sabiduría, ni ciencia ha lugar en el sepulcro, hacia el cual vas corriendo.” No habiendo ninguna alma inmortal que sobreviva a la muerte del cuerpo, no hay nada que pueda ser atormentado después de la muerte en un infierno de fuego.
Sin embargo, la promesa de Dios de una resurrección suministra la seguridad de que los que están muertos en el infierno vendrán a la vida. ¿Exactamente qué es este infierno y cómo pueden ser librados los muertos de su agarro? Para eso, lo remitimos al artículo “Cómo beneficia la resurrección a todos los muertos que están en el infierno,” que puede hallar en La Atalaya del 15 de abril de 1973, página 232.
“Jehová está en su santo templo. Jehová... en los cielos está su trono. Sus propios ojos contemplan, sus propios ojos radiantes examinan a los hijos de los hombres. Jehová mismo examina al justo así como al inicuo, y a cualquiera que ama la violencia ciertamente lo odia Su alma. Hará llover sobre los inicuos trampas, fuego y azufre y un viento abrasador, como la porción de la copa de ellos. Porque Jehová es justo; él sí ama los actos justos. Los rectos son los que contemplarán su rostro.—Sal. 11:4-7.
-