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  • ¿Hubo en realidad un parto virginal?
    La Atalaya 1976 | 15 de septiembre
    • ¿Hubo en realidad un parto virginal?

      PARA muchos, la creencia según la cual Jesucristo nació de una virgen es una leyenda. No ven diferencia entre esa creencia y los mitos antiguos de los griegos y otros que hablan del engendramiento de personas humanas por dioses.

      ¿Hay base válida para opinar así? ¿Qué se puede decir acerca de esos mitos antiguos? A los dioses griegos se les pinta como dioses que iban con lujuria tras las mujeres y que produjeron “semidioses” por medio de ellas. Razonablemente, pues, después de considerar “partos virginales” legendarios, The Interpreter’s Dictionary of the Bible (tomo 4, pág. 791) concluye: “El gran abismo entre estos mitos paganos de promiscuidad politeísta y el sublime monoteísmo del parto virginal que tiene que ver con Jesús es demasiado amplio para ser atravesado por la investigación cuidadosa.” Tocante a la aseveración de que la idea de que Jesús naciera de una virgen tiene sus raíces en un mito oriental, la Encyclopædia of Religion and Ethics (tomo XII, pág. 625) declara que “no hay absolutamente ninguna evidencia” para la existencia de tal leyenda. En vista de eso, de ninguna manera se puede enlazar con partos sobrenaturales mitológicos la creencia de que Jesús nació de una virgen.

      Pero ¿enseña en realidad la Biblia que Jesús naciera de una virgen? Muchas personas sostienen que no, y dicen que más bien presenta a Jesús como efectivamente hijo de José. Señalan lo siguiente: Los habitantes de Nazaret llamaron a Jesús “el hijo del carpintero” y el “hijo de José.” (Mat. 13:55; Luc. 4:22) Felipe le dijo a Natanael: “Hemos hallado a aquel de quien Moisés, en la Ley, y los Profetas escribieron, a Jesús, hijo de José.” (Juan 1:45) En una ocasión, personas que tropezaban a causa de Jesús comentaron: “¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos?”—Juan 6:42.

      ¿Significan en realidad estas citas de la Biblia que Jesús efectivamente fue hijo de José? No. En cada caso los que hablaban estaban simplemente expresando una opinión o punto de vista común. Como Jesús había sido criado por José y María en Nazaret, era propio que se le considerara como hijo de ellos. No había razón para que la gente en general pensara de otro modo. En Lucas 3:23 se confirma que era simplemente opinión corriente el que se llamara a Jesús “hijo de José,” pues allí leemos: “Jesús mismo, cuando comenzó su obra, era como de treinta años, siendo hijo, según se opinaba, de José.”

      Un examen de lo que la Biblia dice acerca de la concepción de Jesús revela claramente que María realmente era virgen. Cuando el ángel Gabriel le dijo a María que ella daría a luz un hijo, María se asombró. “¿Cómo será esto,” preguntó ella, “puesto que no estoy teniendo coito con varón alguno?” Contestando aquella pregunta, Gabriel explicó: “Espíritu santo vendrá sobre ti, y poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso también lo que nace será llamado santo, Hijo de Dios.” Es obvio que habría de ser un nacimiento que requeriría intervención divina, un milagro. Esto explica el que Gabriel añadiera esta promesa: “Con Dios ninguna declaración será una imposibilidad.”—Luc. 1:34-37.

      De las palabras de Gabriel también podemos ver que el espíritu santo sería el medio por el cual Jehová Dios efectuaría algo que era humanamente imposible. Exactamente, ¿qué hizo Dios? La Biblia no suministra los detalles, pero dice suficiente para darnos alguna idea de lo que estuvo envuelto en la situación.

      Jesús, mucho antes de nacer como hombre, había disfrutado de una existencia celestial con su Padre. Él mismo dijo: “He bajado del cielo para hacer, no la voluntad mía, sino la voluntad del que me envió. ¿Qué hay, pues, si contemplaran al Hijo del hombre ascender a donde estaba antes?”—Juan 6:38, 62.

      Para que Jesús descendiera de la región celestial se exigía que abandonara su existencia de persona de la región de los espíritus. De esto, la Biblia nos dice: “Se despojó a sí mismo y tomó la forma de esclavo y vino a estar en la semejanza de los hombres.”—Fili. 2:7.

      Después de despojarse Jesús así de la gloria celestial, su vida tuvo que ser trasladada, con sus rasgos distintivos de personalidad, a la matriz de la virgen María. Esto se efectuó por medio de espíritu santo de Dios. No le presentó problema alguno al Dios Altísimo. Como Creador, él entiende completamente cómo están hechas todas sus criaturas inteligentes. Nada en cuanto a la concepción humana y el desarrollo de un infante en la matriz es un misterio para él.—Job 31:15; Sal. 139:16; Ecl. 11:5.

      En realidad no debería ser difícil entender que Dios podía efectuar, y efectuó, invisiblemente, un traslado de vida y rasgos de personalidad por medio de su espíritu. En el caso de las criaturas humanas, la célula que se produce por la unión del espermatozoide y el óvulo es más pequeña que el punto que se encuentra al final de esta oración. No obstante, solo una diminuta fracción de esa célula contiene la clave completa que se necesita para producir un niño o una niña con rasgos físicos distintivos y la estructura de la personalidad. En armonía con ello, solo una partícula microscópica se habría necesitado para que María llegara a estar encinta con el perfecto Hijo de Dios.

      Cuando María efectivamente llegó a estar encinta por espíritu santo, José su prometido en matrimonio se encontró en un dilema en cuanto a lo que debería hacer. Esto se debía a que todavía no había tenido relaciones sexuales con ella. Se tranquilizó en cuanto a sus preocupaciones por la preñez de María cuando el ángel de Jehová le reveló la realidad, al decir: “José, hijo de David, no tengas miedo de llevar a María tu esposa a casa, porque lo que ha sido engendrado en ella es por espíritu santo. Dará a luz un hijo, y tienes que ponerle por nombre Jesús.” (Mat. 1:18-21) Después de eso, José y María se unieron en matrimonio. “Pero,” dice la Biblia, José “no tuvo coito con ella hasta que ella dio a luz un hijo; y le puso por nombre Jesús.”—Mat. 1:25.

      Por lo tanto, de ninguna manera se puede decir que Jesús fuera efectivamente hijo de José. Él en realidad nació de una virgen. Pero ¿por qué era necesario esto?

      De la Biblia aprendemos que por medio de la desobediencia el primer hombre, Adán, perdió la vida humana perfecta para toda su prole. Leemos: “Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo y la muerte por medio del pecado, y así la muerte se extendió a todos los hombres porque todos habían pecado” (Rom. 5:12) Sí, Adán en realidad vendió a la entera raza humana en esclavitud al pecado y la muerte. (Compare con Romanos 7:14.) Por lo tanto se necesitaba un precio de rescate para libertar a la prole de Adán. En armonía con la norma de justicia perfecta de Dios como se revela en la ley mosaica, ese precio tenía que corresponder exactamente con lo que se había perdido. La ley mosaica declaraba: “Tienes que dar alma por alma.” (Éxo. 21:23) Puesto que Jesús fue concebido por espíritu santo sin la ayuda de un padre humano imperfecto, tenía exactamente lo que Adán había perdido... vida humana totalmente libre de toda debilidad e imperfección. Por eso Jesús podía darse como “rescate correspondiente por todos.”—1 Tim. 2:6.

      La evidencia bíblica señala así a una sola conclusión: En realidad hubo un parto virginal. Solo por medio de este milagro podía nacer una persona que fuera un hijo humano perfecto de Dios, sin siquiera el más leve rastro de imperfección. ¡Gracias se den a Dios por este milagro que ha preparado el terreno para que las criaturas humanas sean libertadas del pecado y de la muerte!

  • Abriendo generosamente la mano a los necesitados
    La Atalaya 1976 | 15 de septiembre
    • Abriendo generosamente la mano a los necesitados

      NUESTRO Dios Jehová da el ejemplo cuando se trata de ser generoso. Y esto no se debe simplemente a que, como Dueño de todas las cosas, tiene los recursos necesarios para ser generoso. Se debe a que es la mismísima personificación del amor y de todo sentimiento generoso. Como declaró el dulce cantante de Israel: “Estás abriendo tu mano [tú, Jehová,] y satisfaciendo el deseo de toda cosa viviente.” (Sal. 145:16) Él hace caer su lluvia y hace brillar su Sol hasta sobre las personas que menos se lo merecen. (Mat. 5:45) ¡Qué atento, qué considerado es él para con todos nosotros, que somos criaturas diminutas sobre este pequeño planeta!

      En cuanto a los que se acercan para adorarle, él les enseña a esforzarse por ser como él es en los tratos que tiene con otros. Allá en una época que algunos supuestos sabios de nuestro tiempo han considerado “primitiva,” este Dios generoso dio esta instrucción a sus adoradores: “Debes abrir generosamente tu mano a tu hermano afligido y pobre en tu tierra.” (Deu. 15:11) Si esta enseñanza se inculcara, no habría necesidad alguna de grandes campañas de caridad, no habría necesidad de pagar grandes salarios a procuradores profesionales de fondos. La gente respondería a la enseñanza y ejemplo de Aquel que “da generosamente a todos y sin reconvenir.”—Sant. 1:5.

      Los adoradores modernos de Jehová también han aprendido esta lección de generosidad. Les impresionan sumamente estas palabras de su Señor y Maestro, Cristo Jesús: “Hay más felicidad en dar que la que hay en recibir.” (Hech. 20:35) También, han experimentado la verdad de esas palabras, pues toman nota de los necesitados en su vecindario y discretamente comparten con ellos sus bienes materiales. También, al enterarse de que compañeros adoradores de Jehová de otras partes de la Tierra han sido víctimas de alguna calamidad, ¡qué veloces han sido en expresarse e insistir en participar en medidas de socorro especiales! Abren generosamente sus manos a los necesitados.

      COMPARTIENDO UN DON MÁS PRECIOSO

      Sin embargo, hay una necesidad mayor acerca de la cual se ha enterado el pueblo de Jehová, una necesidad de multitudes por toda la Tierra, una necesidad sobre la cual Cristo Jesús llamó la atención durante su ministerio especial aquí en la Tierra. Hablando en una ocasión a una muchedumbre grande de necesitados, aconsejó: “Trabajen, no por el alimento que perece, sino por el alimento que permanece para vida eterna, que el Hijo del hombre les dará.” (Juan 6:27) Nuevamente, declaró: “Está escrito: ‘No de pan solamente debe vivir el hombre, sino de toda expresión que sale de la boca de Jehová.’”—Mat. 4:4.

      De modo que hay algo mucho más valioso que esas cosas materiales vitales: pan y agua. Los apóstoles de Jesús estuvieron muy al tanto de esto. Abordado por un mendigo cojo, por ejemplo, Pedro le dijo

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