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Tiro... una ciudad traicioneraLa Atalaya 1976 | 1 de noviembre
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Tiro... una ciudad traicionera
POCAS ciudades del mundo antiguo fueron tan traicioneras como Tiro. Las ciudades de los vecinos de Israel no alegaban tener relaciones amistosas con los que adoraban a Jehová Dios. Sin embargo, por lo menos por un tiempo Tiro fue muy diferente.
Hiram el rey de Tiro, por ejemplo, disfrutó de relaciones amistosas con David y Salomón, reyes de Judá. Ayudó a Salomón con materiales y brazos en la construcción del magnífico templo a Jehová en Jerusalén. (1 Rey. 5:2-6; 2 Cró. 2:3-10) Más tarde, Hiram y Salomón participaron en una extensa empresa naviera. En Ezión-geber, en el golfo de Akaba, Salomón había construido una flota de barcos. Luego estos barcos fueron tripulados conjuntamente por siervos de Salomón y marineros hábiles que envió Hiram.—1 Rey. 9:26-28.
Pero las relaciones amistosas entre Tiro y el pueblo en pacto con Dios, Israel, no continuaron. Traicioneramente, con el tiempo Tiro se alió con los enemigos de Israel. El salmista inspirado escribió: “Contra tu pueblo [el de Dios] consultan astutamente; entran en consejo contra tus protegidos. Dicen: ¡Venid, cortémoslos, para que no sean nación, ni haya más memoria del nombre de Israel! Porque a una han conspirado de todo corazón; contra ti han hecho liga las tiendas de Edom y los Ismaelitas, Moab y los Agarenos; Gebal, y Ammon, y Amalec, Filistía con los habitantes de Tiro.”—Sal. 83:3-8, Versión Moderna.
La traición de Tiro llegó a tal grado que sus mercados de esclavos estuvieron vendiendo israelitas a los griegos y los edomitas. En vista de que no hay ninguna referencia bíblica a ninguna guerra directa entre Tiro e Israel, es probable que estos individuos que fueron vendidos hubieran sido capturados por otros pueblos, y después de eso hubieran llegado a las manos de traficantes en esclavos tirios. O pudiera ser que los tirios hubieran hecho esclavos de israelitas que hubieran huido a Tiro y sus inmediaciones en busca de refugio.
A causa de la traición de Tiro, Jehová, por medio de sus profetas, declaró calamidad para aquella ciudad y sus habitantes. Leemos: “Pagaré de vuelta su trato sobre sus cabezas. Porque . . . los hijos de Judá y los hijos de Jerusalén los han vendido a los hijos de los griegos.” (Joel 3:4-6) “Esto es lo que ha dicho Jehová: ‘Debido a tres sublevaciones de Tiro, y debido a cuatro, no lo volveré atrás, debido a que entregaron a un cuerpo completo de desterrados a Edom, y porque no recordaron el pacto de hermanos. Y ciertamente enviaré un fuego sobre el muro de Tiro, y tendrá que devorar sus torres de habitación.’” (Amós 1:9, 10) Estas palabras proféticas se cumplieron progresivamente con el transcurso de los siglos.
SITIADA POR NABUCODONOSOR
El rey babilónico Nabucodonosor empezó el sitio de Tiro algún tiempo después de destruir a Jerusalén y su glorioso templo. Según Josefo, historiador judío del primer siglo, el sitio se prolongó por trece años. Durante el largo y agotador sitio, las cabezas de los soldados ‘se pusieron calvas’ a causa de la rozadura de sus yelmos, y sus hombros ‘se les pelaron’ de transportar materiales que se usaban para construir obras de sitio. Sin embargo, a pesar de todo este esfuerzo, Ezequiel 29:18 informa: “Pero en cuanto a salario, no resultó haber ninguno de Tiro para [Nabucodonosor] y su fuerza militar por el servicio que había ejecutado contra ella.”
La historia seglar no suministra ninguna indicación en cuanto a lo cabal o eficaz que fue el sitio babilónico. Sin embargo, por la descripción profética que contiene el libro de Ezequiel aprendemos que los tirios sufrieron gran pérdida de vidas y propiedad. (Eze. 26:7-12) Evidentemente, pues, los babilonios no recibieron ‘ningún salario’ por sus estrenuos esfuerzos porque no obtuvieron lo que habían esperado recibir. Los despojos que hayan tomado deben haber estado muy lejos de lo que esperaban. Esto quizás se haya debido a que solo la ciudad que estaba en tierra firme sufrió calamidad, mientras que la ciudad isleña, a corta distancia de la costa, escapó.
Parece que Tiro se recobró del golpe que recibió de los babilonios. Cuando, de regreso del exilio babilónico, los israelitas regresaron a Judá y Jerusalén, los tirios suministraron madera de cedro del Líbano para la reedificación del templo de Jehová en Jerusalén. (Esd. 3:7) Años después, en el tiempo de Nehemías, hubo mercaderes tirios viviendo en Jerusalén y vendiendo pescado y una gran variedad de otras mercancías en la ciudad.—Neh. 13:16.
EL SITIO DE ALEJANDRO MAGNO
Pero la palabra profética dirigida contra Tiro no estaba muerta. La ciudad todavía tendría que ser despojada de toda su gloria. Enfatizando el hecho de que Tiro no había experimentado el cumplimiento final de las profecías que se habían dirigido contra ella, Jehová Dios hizo que su profeta Zacarías declarara: “Jehová mismo la desposeerá [a Tiro], y al mar ciertamente abatirá su fuerza militar; y en el fuego ella misma será devorada.” (Zac. 9:4) Esta profecía y otras anteriores tuvieron un pasmoso cumplimiento en el año 332 a. de la E.C.
Fue entonces cuando Alejandro Magno de Macedonia, en su invasión del Oriente Medio, exigió que las ciudades de Fenicia, entre las cuales estaba Tiro, se sometieran a él. Mientras las otras ciudades cedieron a Alejandro, jurándole lealtad, Tiro rehusó abrirle sus puertas. En aquel tiempo la ciudad estaba situada en una isla a unos 800 metros de tierra firme y protegida por fortificaciones voluminosas. La porción del muro que daba hacia tierra firme tenía una altura de no menos de 46 metros.
Al enfrentarse a una Tiro que se negaba obstinadamente a sometérsele, Alejandro emprendió el asedio de la ciudad. Puesto que él no tenía una flota, ordenó que la antigua Tiro de tierra firme fuera derribada y que los escombros se usaran para construir una escollera o terraplén hasta la ciudad isleña. En el extremo más lejano del terraplén, que tenía unos 61 metros de ancho, instaló máquinas de guerra y erigió torres. Usando brulotes o barcos incendiarios, los tirios se las arreglaron para destruir estas torres y también causaron daño a la escollera. Sin arredrarse, Alejandro reconstruyó las torres y ensanchó la escollera. Dándose cuenta de que no podría alcanzar éxito seguro sin barcos, Alejandro reunió una tremenda flota de Sidón, Rodas, Mallos, Soles, Licia, Macedonia y Chipre. Así, los habitantes de Tiro perdieron el libre acceso al mar. La caída de la ciudad quedó asegurada.
No queriendo que el sitio se prolongara, Alejandro ordenó la construcción de equipo de asedio flotante sobre el cual se montaron arietes. Entonces sus fuerzas se abrieron paso a las dos bahías de Tiro y escalaron sus fortificaciones.
Después de haber sido sitiada por siete meses, Tiro cayó. Los hombres de Alejandro, al enfrentarse a desesperada resistencia aun después de haber tomado la ciudad, le prendieron fuego a Tiro. Además de los 8.000 tirios que fueron muertos violentamente en la batalla, más tarde 2.000 fueron muertos como represalia, y 30.000 fueron vendidos como esclavos.
FIN DE LA GLORIA DE TIRO
Aunque Tiro experimentó varios reavivamientos después de aquello, la profecía bíblica se cumplió en ella. Hoy la gloria anterior de Tiro no existe. Ruinas, y un pequeño puerto de mar llamado Sur, señalan el sitio. Tocante a ese lugar, la Encyclopædia Britannica (1971) hace notar que “no es de ningún significado en particular; tenía una población calculada en 16.483 personas en 1961.” (Tomo 22, pág. 452) Así, la historia de Tiro hasta la actualidad es testimonio de lo correcto de la palabra profética:
“[Yo Jehová] estoy contra ti, oh Tiro, y ciertamente haré subir contra ti muchas naciones, tal como el mar hace subir sus olas. Y ciertamente reducirán a ruinas los muros de Tiro y demolerán sus torres, y sí rasparé de ella su polvo y haré de ella una superficie brillante y pelada de peñasco. Un secadero para redes barrederas es lo que ella llegará a ser en medio del mar.”—Eze. 26:3-5.
El destino de Tiro demuestra a las claras que Jehová Dios no considera con ligereza la acción traicionera. Esto debe trabar en nosotros la importancia de conocer la voluntad de Dios y de adherirnos lealmente a él. Tal como él no dejará impune la traición, tampoco dejará de remunerar a sus siervos fieles. “Dios no es injusto,” escribió el apóstol Pablo a compañeros creyentes, “para olvidar la obra de ustedes y el amor que mostraron para con su nombre.”—Heb. 6:10.
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Preguntas de los lectoresLa Atalaya 1976 | 1 de noviembre
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Preguntas de los lectores
● ¿Debe considerarse que el embalsamamiento de Jacob estableció un precedente que han de seguir los cristianos, o por qué se hizo?
No hay evidencia de que el que Jacob fuese embalsamado hubiera de ser un modelo para los adoradores verdaderos. Más bien, parece que se efectuó por confianza en la promesa de Dios de dar a la descendencia de Abrahán una tierra.
Cuando Jacob murió en Egipto, su hijo José hizo que el cuerpo fuese embalsamado por médicos egipcios. (Gén. 50:2, 3) Entre los antiguos egipcios se acostumbraba el embalsamar. Evidentemente lo hacían debido a que creían que el cuerpo conservado era necesario para que el alma de la persona con el tiempo se reuniera con él. Por supuesto, ni Jacob ni José aceptaban la enseñanza pagana de la inmortalidad del alma. Ambos entendían correctamente que los muertos dentro de la provisión de Dios van al Seol, el sepulcro común de la humanidad, del cual Dios los resucitará con el tiempo. (Gén. 37:35; 42:38; Heb. 11:21, 39, 40) ¿Por qué, entonces, hizo José que Jacob fuese embalsamado?
Jehová Dios había pactado con Abrahán dar a su simiente o descendientes la tierra de Canaán, la Tierra Prometida. (Gén. 15:16-21) Aun antes de que aquella descendencia heredara la tierra, Abrahán e Isaac fueron enterrados allí en una cueva para entierros de familia. Pero cuando Jacob estaba por morir él y su familia vivían en Egipto. ¿Había perdido él la fe en la promesa de Dios, y llegado a la conclusión de que los hebreos morarían permanentemente en Egipto? De ninguna manera. Hizo que José prometiera enterrarlo con sus padres en Canaán. Así manifestó Jacob su confianza en que Dios daría a los descendientes de Abrahán aquella tierra.—Gén. 49:29-33.
Para cumplir con la petición de Jacob, José tendría que llevar el cuerpo a la tierra de Canaán. Pero a menos que se dieran pasos preventivos, el cuerpo se descompondría antes de que terminara el largo y caluroso viaje. Sin embargo, aprovechándose de las aptitudes de embalsamamiento que estaban fácilmente disponibles en Egipto, José pudo conservar el cuerpo hasta que su padre fue enterrado en la tierra que heredarían los descendientes de Jacob.—Gén. 50:2, 3, 7-14.
Unos cincuenta y cinco años después José mismo pidió que los israelitas llevaran consigo los huesos de él cuando Dios con el tiempo los sacara de Egipto. Así José mostró que también estaba convencido de que Dios cumpliría Su promesa en cuanto a dar a la descendencia de Abrahán una tierra. En armonía con ello, José también fue embalsamado en Egipto, y durante el éxodo sus restos fueron sacados de aquel país.—Gén. 50:25, 26; Jos. 24:32; Heb. 11:22.
Aunque en generaciones posteriores los hebreos consideraron que el entierro de una persona era un acto importante, no hay evidencia de que embalsamaran a sus muertos. (1 Rey. 2:31; 2 Rey. 13:21; Sal. 79:1-3; Jer. 16:4) En vez de utilizar la técnica de embalsamar de los egipcios que implicaba el tratar el cuerpo por semanas,a los hebreos enterraban a sus muertos poco después de la muerte, aun el mismo día.—Deu. 21:23; Gén. 50:2, 3.
Eso sucedió en el caso de Jesús. Fue enterrado el día que murió. ¿Qué se le hizo a su cuerpo antes del entierro? Leemos: “Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con las vendas con especias, así como tienen costumbre los judíos de preparar para el entierro.” (Juan 19:40) Y aunque algunos discípulos vinieron a su tumba después del sábado a fin de aplicar externamente algunas especias más a su cuerpo, claramente no hubo ningún esfuerzo por embalsamar su cuerpo mediante un largo tratamiento con preservativos como se hacía en Egipto. El hecho de que la ‘costumbre de preparar
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