¿Le hará feliz el “ganar la delantera”?
EL MUNDO comercial y social del día actual está muy lleno de competencia. Como dicen algunos: ‘Se trata de que el pez grande se coma al chico.’ Por lo general hay una lucha por promoción, ya sea por buscar más dinero o por más poder. Se busca con afán el prestigio. ¿Trae felicidad esto?
El Dr. Laurence J. Peter y Raymond Hull, en su libro The Peter Principle, destacan que, en toda organización que tiene estructura piramidal (de modo que el trabajo o los trabajos de categoría superior estén en la cúspide), por lo general toda persona desea obtener una posición superior. Mientras más importante el título, mayor el prestigio. Pero, dicen los autores del libro, el resultado es que todo el mundo tiende a llegar con el tiempo a su nivel de incompetencia. Una persona pudiera ser muy competente en un trabajo de menor categoría, pero la organización tiende a promover a esas personas hasta que llegan a un trabajo que no pueden manejar.
El libro da varias ilustraciones medio humorísticas pero apegadas a la realidad, una de las cuales es:
“M. Metalero era excepcionalmente celoso e inteligente como aprendiz en el Taller de Reparaciones de Autos G. Rasiento, Inc., y pronto ascendió a mecánico jornalero. En este trabajo mostró sobresaliente aptitud en el diagnóstico de fallas oscuras, e interminable paciencia en corregirlas. Fue promovido a sobrestante del taller de reparaciones.
“Pero aquí su amor a las cosas mecánicas y su perfeccionismo se convirtieron en desventajas. Acepta cualquier trabajo que le parezca interesante, sin importar lo ocupado que esté el taller. ‘Lo meteremos entre lo demás de alguna manera,’ dice. . . .
“Interviene constantemente. Rara vez se le encuentra en su escritorio. Por lo general está hasta los codos en un motor desmantelado y mientras el hombre que debería estar haciendo el trabajo está de pie observando, otros obreros se sientan a esperar que se les asignen nuevas tareas. Como resultado de esto el taller siempre está atestado de trabajo, siempre en confusión, y a menudo no se hacen las entregas a las horas señaladas. Metalero . . . era un mecánico competente, pero ahora es un sobrestante incompetente.”
La condición de los ejecutivos o empleados que han llegado a su nivel de incompetencia recibe del Sr. Peter la clasificación de “síndrome de la colocación final.” Estos hombres, sintiéndose frustrados por su incompetencia, sea que se den cuenta de la causa de ella o no, suelen desarrollar úlceras, hipertensión y muchos otros problemas físicos, y hasta extrañas aberraciones mentales. Frecuentemente sus superiores están renuentes a “desprestigiarse” degradándolos, y ellos permanecen en su posición incómoda por tiempo indefinido. Estas personas tienen prestigio entre los que no están al tanto de su incompetencia, pero ¿son felices?
Esta situación no es nueva. El rey Salomón, el rey más sabio de tiempos antiguos, observó las ocupaciones y aspiraciones de la humanidad. Llegó a esta conclusión: “Yo mismo he visto todo el duro trabajo y toda la pericia sobresaliente en el trabajo, que significa la rivalidad [o envidia] de uno para con otro; esto también es vanidad y un esforzarse tras el viento.”—Ecl. 4:4.
En cuanto a rivalidad, Salomón dijo más en el libro de Proverbios. Dijo: “Un corazón calmado es la vida del organismo de carne, pero los celos [o rivalidad] son podredumbre a los huesos.” (Pro. 14:30) Esto explica las úlceras y otras formas de verdadera enfermedad física que llegan a afligir a los que participan del espíritu envidioso y de rivalidad de buscar constantemente posiciones de más prestigio.
Por supuesto, no es incorrecto que uno se esfuerce por hacer cuanto su aptitud le permite, y por hacer todo con todo el corazón... “esforzarse,” sí, por efectuar mejor trabajo y alcanzar mayor logro, dentro de lo que uno puede hacer. Pero la Biblia nos da la meta a la cual aspirar, en vez de riquezas o prestigio. Aconseja: “Cualquier cosa que estén haciendo, trabajen en ello de toda alma como para Jehová [Dios], y no para los hombres, porque ustedes saben que es de Jehová que recibirán el debido galardón.” (Col. 3:23, 24) El galardón verdadero, que incluye tranquilidad de ánimo y contentamiento, es mejor que prestigio con preocupación.
Jesucristo advirtió contra andar buscando prestigio cuando dijo:
“Cuando alguien te invita a un banquete de bodas, no te recuestes [no te reclines a la mesa] en el lugar más prominente. Puede que alguien más distinguido que tú haya sido invitado por él en ese tiempo, y venga el que te invitó a ti y a él y te diga: ‘Deja que éste tenga el lugar.’ Y entonces tendrás que irte con vergüenza a ocupar el lugar más bajo. Pero cuando se te invita, ve y reclínate en el lugar más bajo, para que cuando venga el que te ha invitado te diga: ‘Amigo, sube más arriba.’ Entonces tendrás honra delante de todos los demás convidados contigo.”—Luc. 14:8-10.
Tal como sucede con el prestigio, también sucede con las riquezas. El apóstol Pablo describe el resultado que le viene al que hace de las riquezas su meta. Escribió a su colaborador Timoteo: “Los que están determinados a ser ricos caen en tentación y en un lazo y en muchos deseos insensatos y dañinos, que precipitan a los hombres en destrucción y ruina. Porque el amor al dinero es raíz de toda suerte de cosas perjudiciales, y haciendo esfuerzos por realizar este amor algunos han sido descarriados de la fe y se han acribillado con muchos dolores.” (1 Tim. 6:9, 10) Estos dolores pueden ser físicos, mentales o espirituales, y pueden causar gran infelicidad y pérdida de las cosas realmente importantes de la vida.
Por otra parte, Jesús no dijo que la gente no debería tener dinero ni disfrutar de algunas de las excelentes cosas materiales de la vida. No fue asceta ni eremita. Comía en los hogares de la gente, alguna de la cual era rica, que lo invitaba a comidas y a banquetes de bodas. Tenía un manto que los soldados que lo clavaron al madero consideraron suficientemente valioso como para dividirlo entre cuatro de ellos, y una prenda de vestir sin costura que no quisieron arruinar dividiéndola, y por la cual echaron suertes. (Luc. 5:27-29; 19:1-6; Juan 2:1-10; 19:23, 24) Por supuesto, Jesús encontró quienes lo criticaran por disfrutar de estas cosas buenas. Les contestó:
“Juan [el Bautizante] vino sin comer ni beber, sin embargo dicen: ‘Tiene demonio’; el Hijo del hombre sí vino comiendo y bebiendo, no obstante dicen: ‘¡Miren! Un hombre glotón y dado a beber vino, amigo de recaudadores de impuestos y pecadores.’ De todos modos, la sabiduría queda probada justa por sus obras.” (Mat. 11:18, 19) El equilibrio de Jesús en este asunto, y sus obras, demostraron que no estaba buscando riquezas ni prestigio. La realidad era que sus opositores buscaban estas cosas y lo juzgaron según el punto de vista corrompido de ellos.
De modo que nadie debe criticar a otro que tiene dinero o lo gana. Es asunto suyo. Tampoco deben otras personas envidiar su puesto ni sus riquezas. Y si esa persona no es falta de honradez, y si controla su riqueza en vez de dejar que su riqueza la controle a ella, puede estar contenta. Esa persona ayudará a otras con lo que tiene. De hecho, el apóstol Pablo le recomienda a la gente que no ande sin interesarse en otros y sin rumbo, sino con dignidad personal y un propósito en la vida. Dijo que los cristianos ‘al trabajar con quietud coman alimento que ellos mismos ganen,’ y que la persona “haga trabajo duro, haciendo con las manos lo que es buen trabajo, para que tenga algo que distribuir a alguien que tenga necesidad.”—2 Tes. 3:12; Efe. 4:28.
Al aprender y aplicar los sabios principios de la Biblia, que son las palabras del Creador, que conoce plenamente la naturaleza humana, uno puede encontrar gran ganancia en forma de contentamiento y puede evitar las muchas ‘heridas con las cuales se acribilla’ el que busca riquezas y prestigio.—1 Tim. 6:6, 10.