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  • Testificando en una aldea nigeriana

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  • Testificando en una aldea nigeriana
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1979
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  • COSTUMBRES DE LOS ALDEANOS
  • HABLÁNDOLES ACERCA DE DIOS
  • EL APRECIO DE UN HOMBRE DE MUCHA EDAD
  • LLEGANDO A CONOCER A DIOS
La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1979
w79 15/10 págs. 21-24

Testificando en una aldea nigeriana

GOSTA introdujo cuidadosamente el automóvil en el patio descampado y lo estacionó junto a un árbol de mango. La gente comenzó a salir de las dos casas de paredes de arcilla. Un anciano estaba sentado debajo de otro árbol y lo saludamos con la expresión “¡Wa domo-o!” (“¡Hola!”). Nos miró atentamente por algún tiempo. Entonces la expresión de su rostro arrugado se ablandó, y él dijo: “¡Obokhian!” (“¡Bienvenidos!”).

Habíamos venido cuatro Testigos para considerar el mensaje bíblico con los aldeanos. Puesto que este primer hogar estaba apartado del resto de la aldea y proveía un lugar de estacionamiento para nuestro automóvil, decidimos que todos participaríamos en la primera visita y entonces nos separaríamos para ir de casa en casa y testificar a otros aldeanos.

Antes de ponernos en marcha hacia la aldea, habíamos conversado sobre textos bíblicos y temas que podíamos considerar con la gente. Teníamos presente la importancia de ayudar a los aldeanos a adquirir conocimiento exacto del Dios verdadero. (Juan 17:3) Con este propósito, habíamos orado a Jehová y le habíamos pedido que nos bendijera y dirigiera en nuestra obra.

COSTUMBRES DE LOS ALDEANOS

En la parte este y sureste de Nigeria, disfrutamos de colinas y de una suavemente ondulada campiña, de un cielo claro y del aire fresco que proporciona algún alivio de la humedad caliente que hay en otras partes del país. Además tenemos la interminable variedad de pájaros y de los monos que aparecen de vez en cuando, que nunca dejan de fascinarnos. Por regla general, en las aldeas las casas no están todas juntas, como sucede en las ciudades. Hay hogares individuales o combinaciones de dos o más casas construidas a una distancia de 50 a 100 metros de la carretera y a las cuales se puede llegar por un camino estrecho y bien barrido a través de plantaciones de melones de Indias, ñames y cocos. Cuando nos acercamos a las casas, siempre es placentero ver coloridos jardincitos de flores resguardados por árboles de magnolia, bajo cuya sombra podemos sentarnos a considerar la Biblia.

Antes de entrar en el recinto, nos paramos a la entrada y palmoteamos... esto equivale a tocar a la puerta. Pronto aparece el amo de casa con tres o cuatro niños. Nos invita a entrar en la casa, y la familia nos saluda con un apretón de manos. Para los verdaderos forasteros, como nosotros, se proveen asientos de inmediato. Se trae agua y jabón para que nos lavemos las manos. Y se nos ofrece alimento... quizás frutas o maíz hervido. Primero tenemos que comer. Entonces los miembros del hogar se preparan para escuchar nuestro mensaje. Hasta cuando no ofrecen alimento, siempre ofrecen agua, y, cuando el visitante es un verdadero extraño o alguien de edad avanzada, el amo de casa le entrega el vaso con las dos manos en muestra de respeto.

La gente siempre está dispuesta a escuchar a los forasteros. Cuando acompañamos a los Testigos nativos en la obra de predicar de casa en casa, notamos que la familia escucha atentamente a la consideración en su propio idioma, entonces exige que el visitante hable también. Con eso, la consideración del asunto bíblico comienza de nuevo.

Algo que añade mucho interés a estas visitas es la actividad de pollitos, cabras, perros y los niñitos, de los cuales generalmente los más pequeños están desnudos. Parece que la vitalidad de esos pequeñuelos no se acaba; corretean incesantemente alrededor de las casas con los perros juguetones que lo siguen muy de cerca. De vez en cuando vienen y nos miran atentamente.

Hacia el fin de nuestra conversación con la gente, ofrecemos literatura que ayuda a estudiar la Biblia. Puesto que la gente tiene poco dinero, nos dan ñames, huevos, pescado y hasta pollos a cambio de la literatura. Entonces nos despedimos, les damos la mano de nuevo y nos marchamos al próximo recinto, escoltados por una muchedumbre de niños gozosos y también personas más crecidas. Con frecuencia los niños nos han seguido de casa en casa en cantidad que va aumentando, y han tomado interés activo en presentarnos a los vecinos y decirles que hemos venido a hablarles acerca de Dios.

HABLÁNDOLES ACERCA DE DIOS

Cuando recibimos la bienvenida del hombre de edad avanzada en esta aldea de la parte central del oeste de Nigeria, nos dimos cuenta de que tendríamos una conversación interesante allí. Después de que nos hubimos identificado y hubimos explicado nuestro propósito, él hizo señales a otras personas para que nos trajeran sillas, y al poco tiempo estábamos sentados bajo el árbol. La familia parecía deseosa de escuchar. La componían el hombre de edad avanzada, dos mujeres jóvenes, dos niños, dos hombres jóvenes y otro hombre a quien llamaremos José. Parecía que éste estaba ebrio.

José hubiera querido que se nos hubiera invitado a entrar en la casa; pero el hombre de edad avanzada indicó que no. La palabra de un hombre de mucha edad se trata con bondadoso respeto. Nosotros nos alegrábamos de estar sentados afuera, pues una agradable brisa meneaba las hojas del árbol y nos abanicaba gentilmente. El cielo claro y azul de la tarde y el verdoso follaje suministraban un marco apropiado para hablar acerca del Creador.

Fue Nath quien comenzó la consideración acerca de la importancia de conocer a Jehová. Gosta, Jeremías y yo nos arrellanamos en nuestros asientos para disfrutar de la conversación, o, más bien, para observar cómo respondía la familia. Pues bien, Jeremías podía disfrutar de la conversación. Estaban hablando en su propio idioma, el edo. Gosta y yo somos Testigos misioneros en Lagos y no hemos tenido oportunidad de aprender esa lengua. Sin embargo, por medio de seguir cuidadosamente los textos bíblicos que se leían podíamos captar bien la consideración, y más tarde Nath nos explicó todo lo que se había dicho.

Puesto que Nath se había criado en estas aldeas, conocía las costumbres locales. Se aprovechó de este conocimiento y comenzó la conversación por medio de dirigir atención a la cosecha de ñames y dijo: “Este es un tiempo en que nuestra gente está muy contenta porque, ahora que el ñame está listo para la cosecha, la gente espera segar el fruto de su trabajo.” El anciano contestó: “Eso es cierto, y estamos muy agradecidos por la buena cosecha que esperamos.”

“Hay muchísimas cosas por las cuales estar agradecidos,” dijo Nath. “Uno comprende que se necesitan temporadas apropiadas y condiciones correctas para plantar, cultivar y segar la cosecha. ¿No ha sido Dios verdaderamente amoroso al proveer estas cosas?”

“¡Emwuanta-no!” (“¡Es cierto!”) murmuraron algunos del grupo.

“Ese Dios amoroso se interesa en nuestra vida de seres humanos,” dijo Nath. “Nos da las cosas que necesitamos para mantenernos vivos y felices ahora, y también las cosas que necesitamos para poder obtener vida eterna. Es para ayudarles a conocer a este Dios amoroso que hemos venido.”

El hombre de edad avanzada contestó: “Nos alegramos de que hayan venido,” y los demás, como él, expresaron aprecio. Sin embargo, José interrumpió, agarró a Gosta firmemente por la rodilla y dijo: “Queremos oír hablar a este hombre.” Los ojos no enfocados de José vagaron sobre el grupo, y él trató de levantarse, pero nuevamente se desplomó en la silla cuando alguien le puso la mano firmemente sobre el hombro. Desde el principio nos habíamos dado cuenta de que José había tomado abundantemente de una calabacera de vino de palmera. Los dos jóvenes clamaron con desagrado por esta interrupción, y Gosta calmó a José asegurándole que hablaría más tarde.

Nath continuó de este modo: “Para mostrar cuánto le debemos a Dios y dependemos de él, me gustaría leer lo que la Biblia dice aquí en Salmo 145:15, 16.” Mientras Jeremías traducía al edo, Nath leía en inglés: “A ti [a Jehová] miran con esperanza los ojos de todos, y tú estás dándoles su alimento a su tiempo. Estás abriendo tu mano y satisfaciendo el deseo de toda cosa viviente.” Nath pasó a mostrar la manera maravillosa en que Jehová Dios ha provisto alimento, ropa y abrigo, y la manera maravillosa en que ha hecho que la Tierra albergue la vida humana y que ésta sea placentera.

¡Qué apropiado era lo que servía de escenario para esta consideración! El Sol estaba ahora bajo en el cielo occidental y comenzaba a producir delicados rayos de luz que se filtraban a través de las hojas como si el aire estuviera cubierto de polvo de oro. Los bordes de las nubes distantes estaban teñidos de color rosa salmón. Más allá de éstas el fondo azul del cielo completaba un cuadro que deleitaba los ojos. Había razón para verdaderamente agradecer el que Dios hubiese creado en nosotros un sentido de aprecio por tal belleza.

EL APRECIO DE UN HOMBRE DE MUCHA EDAD

Mientras esta consideración de asuntos continuaba, las dos jóvenes se marcharon para atender los deberes de la casa, pero más tarde regresaron. Algunos transeúntes, incluso un motociclista, vinieron a escuchar. Esto aumentó nuestro auditorio a unas 15 personas de por lo menos cinco diferentes hogares. Entonces otro anciano, que cojeaba con una tremenda inclinación al andar debido a que tenía una pierna muy deformada, salió de una de las casas y se unió a nosotros. Inmediatamente comenzó a participar en la conversación.

Esto fue un gesto extraordinario de respeto e interés. Comúnmente, un hombre de edad avanzada nigeriano no sale de su hogar a recibir a los visitantes. Hay que llevar a los visitantes a donde él. Quizás ésta sea la razón por la cual, al principio, José insistió en que nos invitaran a pasar adentro. Sin embargo, el anciano ya estaba sentado afuera y nos había dado la bienvenida.

Cuando el segundo anciano llegó, Nath estaba explicando, con la ayuda de las ilustraciones de Jeremías, que la humanidad en general no aprecia las provisiones amorosas de Jehová. No tratan de aprender la verdad acerca de Dios para que puedan servirle “con espíritu y con verdad.” (Juan 4:24) Es por eso por lo cual hay tanto sufrimiento y opresión en la Tierra. Sin embargo, Nath explicó que tenemos razón para alegrarnos. ¿Cuál es la razón? Porque Dios provee liberalmente para toda la gente, asegura protección para los que le sirven, y pondrá fin a la iniquidad por medio de eliminar a los practicantes de la injusticia, “tal como uno quita de en medio la mala hierba cuando ésta amenaza arruinar su cosecha.” Entonces Nath leyó Salmo 145:20, que dice: “Jehová está guardando a todos los que lo aman, pero a todos los inicuos los aniquilará.”

Esta información ciertamente fue buenas nuevas para nuestros oyentes. Expresaron satisfacción por el hecho de que Jehová protege a sus siervos y va a destruir a la gente inicua que causa problemas. “Pero, ¿cómo podemos saber si Dios nos protegerá a nosotros?” preguntó un oyente.

LLEGANDO A CONOCER A DIOS

En respuesta, Nath explicó cuán importante es que conozcamos a Dios con exactitud. Dijo: “La Biblia contiene todas las enseñanzas acerca de Dios, y nos dice por qué y cómo debemos adorarlo. Observen aquí la manera en que Dios nos invita a que lo busquemos y aprendamos acerca de la justicia, si queremos Su protección. Sofonías 2:3 declara: ‘Busquen a Jehová, todos ustedes los mansos de la tierra, los que han practicado su propia decisión judicial. Busquen justicia, busquen mansedumbre. Probablemente sean ocultados en el día de la cólera de Jehová.’”

Después de eso continuamos con una animada consideración, durante la cual se señaló que, tal como el agricultor observa las leyes naturales que controlan las estaciones, la condición del terreno y otras cosas cuando cultiva su cosecha, nosotros también debemos observar las leyes de Jehová respecto a nuestra conducta y la adoración que damos a él. Tenemos que ‘buscar a Jehová.’ “Eso significa,” concluyó Nath, “que tenemos que estudiar la Biblia para aprender acerca de Dios y entonces esforzarnos por vivir en armonía con Su voluntad.”

Entonces, el primer hombre de edad avanzada declaró: “Todo lo que ustedes han dicho es cierto. Pero nosotros estamos más cerca del lugar adonde vamos que de aquel de donde hemos venido. Ya somos demasiado viejos para empezar a aprender cosas nuevas. Pero pueden enseñar a nuestros hijos.”

El segundo anciano concordó con eso, y entonces dijo: “No es que no estemos interesados. De otro modo, no hubiese salido de la casa para venir a unirme a ustedes. Pero ya somos viejos y no sabemos leer. ¿Cómo podemos aprender todas esas cosas para conocer a Dios de la manera que ustedes han explicado? Los testigos de Jehová nos han visitado antes, y hasta hemos aceptado los libros que han traído. Ahora solo queda a nuestros hijos el aprender a leer y tratar de aprender estas cosas.”

Nos invitaron a hablar tanto a Gosta como a mí. Por medio de un intérprete explicamos que mucha gente anciana ha comenzado a estudiar la Biblia y ha aprendido tanto que pueden enseñar a otros. Algunos que hasta eran mayores de 70 años, pues pensábamos que ésa era la edad aproximada de estos dos hombres, lograron aprender a leer y escribir en los años postrimeros.

José prestó más atención que nunca a medida que Gosta explicaba que Jehová no abandona a la gente que ha envejecido. Más bien, Dios ayuda a los que están dispuestos a capacitarse para participar en dar a conocer Sus propósitos. Adicionalmente, Gosta explicó: “Jehová está intensamente interesado en nosotros. Él presta atención cuando nos reunimos para hablar acerca de él, como hemos estado haciendo ahora, o cuando estudiamos Su Palabra o la explicamos a otras personas. Pueden estar seguros de que él recordará los esfuerzos de ustedes por conocerlo y servirle porque ustedes estarán siguiendo el proceder que muestra que temen y respetan su Nombre.”

Los dos ancianos hablaron nuevamente, y expresaron aprecio por nuestra visita y manifestaron el deseo de recibir ayuda para estudiar la Biblia. Diferentes individuos del grupo aceptaron revistas, y les aseguramos que haríamos arreglos para que los testigos de Jehová los visitaran y les enseñaran más acerca de Dios con regularidad. Entonces, después de estrechar nuevamente las manos de todos, y con un coro de “¡Okhiendehia!” (“¡Adiós!”) terminamos esta visita tan interesante.

Habíamos usado todo nuestro tiempo disponible en esta visita. Como en otras ocasiones, regresamos a nuestro hogar contentos y agradecidos por el privilegio de testificar a esta humilde gente aldeana que tiene tan profundo respeto a Dios y a su Palabra.

“Por lo tanto vayan y hagan discípulos de gente de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo, enseñándoles a observar todas las cosas que yo les he mandado. Y, ¡miren! estoy con ustedes todos los días hasta la conclusión del sistema de cosas.”—Mateo 28:19, 20.

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