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  • Evidencia de un Creador
    La Atalaya 1979 | 15 de agosto
    • Evidencia de un Creador

      TOMEMOS el telescopio más poderoso y miremos hacia la inmensidad de los cielos. A través de un microscopio moderno, investiguemos la sorprendente intrincación de las moléculas y los átomos. ¿Y qué vemos? Esto —que tanto en lo que es estupendamente grande como en lo que es extremadamente diminuto, sí, en todo el universo físico— hay orden, belleza y diseño. Y donde vemos diseño, ¿a qué conclusión llegamos? ¿No indica la respuesta la Biblia, en Hebreos 3:4?... “Por supuesto, toda casa es construida por alguien, mas el que construyó todas las cosas es Dios.”

      Y, ¿qué se puede decir del orden? Fue sir Isaac Newton, un científico temeroso de Dios, quien originalmente notó que en el universo las cosas iban moviéndose de orden a desorden. Esto llevó a la conclusión de que, a menos que haya intervención con propósito por alguna fuerza externa, toda transformación física en el mundo que nos rodea tiene que ser acompañada por una pérdida en diseño. El diseño original está desintegrándose. Por eso, originalmente Alguien tiene que haber diseñado, creado y puesto en orden las cosas. Sin la intervención de ese Diseñador, el orden continuará desintegrándose.

      El hecho de que un Diseñador inteligente produjo el universo armoniza con lo que, con relación a la creación, algunos científicos llaman la teoría de la “gran explosión.” En los últimos años esta teoría ha prevalecido sobre la teoría de la “condición estable,” que alega que el universo ha existido eternamente, que no tiene principio. Pero no tenemos que depender de las arenas movedizas de la teoría científica moderna para probar que hay un Creador. Porque el Creador mismo aclara quién y qué es: “Esto es lo que ha dicho Jehová, . . . ‘Yo mismo he hecho la tierra y he creado aun al hombre sobre ella. Yo... mis propias manos han extendido los cielos, y a todo el ejército de ellos yo he dado órdenes.’” (Isa. 45:11, 12) La evidencia de su dignidad de creador se puede observar con admiración en muchísimas cosas que vemos alrededor.

      “HE CREADO AUN AL HOMBRE”

      Indudablemente en algún tiempo todos hemos examinado entre nuestros dedos los deditos de un infante —tan hermosamente formados, tan preciosos— ¡tan superiormente refinados al comparárseles con las garras de algún animal! E indudablemente hemos reflexionado sobre cómo empezó la vidita del bebé desde un óvulo del tamaño de la punta de un alfiler en la madre, por unión con algo demasiado pequeño para ser visto por el ojo humano sin ayuda, el espermatozoide de un padre. Sí, todos hemos tenido un principio minúsculo, en un óvulo que se dividió y dividió, y siguió dividiéndose, hasta que finalmente las 10.000.000.000.000 de células que componen al adulto humano “supieron” cuándo dejar de dividirse.

      Todo el proceso de concepción y crecimiento selectivo es tan maravilloso que no podemos comprenderlo plenamente. Pero Dios puede comprender esto, por ser su Autor. Como dijo el rey David: “Mis huesos no estuvieron escondidos de ti cuando fui hecho en secreto. . . . Tus ojos vieron hasta mi embrión, y en tu libro todas sus partes estaban escritas.” Sí, fue según los “planos” trazados por un Creador amoroso que se nos dio forma, se nos suministró un cuerpo maravilloso y se nos dotó de atributos y cualidades morales que tenían el propósito de mantener en equilibrio nuestra vida y hacer que el vivir fuera un deleite constante. Por eso, tenemos toda causa para unirnos a David en las palabras melodiosas que pronunció hace 3.000 años: “Oh Jehová, tú me has escudriñado completamente, y me conoces. . . . Me tuviste cubierto en forma protectora en el vientre de mi madre. Te elogiaré porque de manera que inspira temor estoy hecho maravillosamente. Tus obras son maravillosas, como muy bien se da cuenta mi alma.”—Sal. 139:1, 13-16.

      Es incontable la cantidad de maravillas que forman parte del hombre como creación de Dios. ¿Cómo pueden algunos alegar que la vida empezó por ciega casualidad, y que el hombre vino por evolución desde la ameba por medio de una serie de accidentes? En la infinitésima célula humana están las moléculas parecidas a escalera del ADN, cada una programada para ese individuo en particular; los mismos mensajes de vida están escritos en cada célula que se multiplica. Estos mensajes dicen qué células van a componer los ojos, la nariz, la lengua, los oídos, los dientes, la piel, los órganos y todas las demás partes del cuerpo. Se aseguran de que el “género” sea claramente humano, no simio ni canino ni de ningún otro animal inferior. Dictan claramente las características hereditarias del individuo. ¡Las partes especializadas que salen de este proceso de crecimiento ciertamente hablan de un Diseñador brillante!

      LA MENTE DEL HOMBRE

      Sin lugar a dudas la parte más sorprendente del hombre como creación terrestre de Dios es el cerebro, el centro de la mente. El cerebro se desarrolla rápidamente, pues alcanza tres cuartas partes de su peso adulto en los primeros dos años de la vida. No debe sorprendernos el que nuestros hijitos estén llenos de curiosidad y preguntas: ‘¿Quién hizo el cielo? ¿Quién hizo los pájaros? ¿el gato? ¿las flores? ¿Quién me hizo a mí?’ Sí, hasta en tan tierna edad, el chiquillo ha observado que las cosas que lo rodean tienen hacedores. Por lo tanto, concluye que todas las cosas han tenido un Hacedor. ¿A qué se debe que tantos adultos se hayan desviado de tan lógico razonamiento?

      El cerebro mismo es una maravilla de electrónica viviente. Puede ser que literalmente miles de científicos trabajen por años en la producción y programación de una computadora que sea apropiada para algún campo en particular. Sin embargo, tienen que admitir que, si produjeran una computadora que pudiera compararse en capacidad y versatilidad con el cerebro humano, necesitarían un rascacielos de muchos pisos para alojarla allí. No obstante, el cerebro humano, que pesa casi un kilogramo y medio, y es tan pequeño que puede ser sostenido en una sola mano, está plenamente equipado para encargarse de su propia programación y para hacerse cargo de todo campo esencial para la vida humana. Además, mientras recibe mensajes de los sentidos de la vista, el oído, el tacto, el gusto y el olfato, y pone en moción el habla y las acciones de su dueño, sirve en un nivel que jamás será alcanzado por una computadora hecha por el hombre. ¿Y qué computadora funcionará alguna vez desde un corazón que ejerce amor, bondad humana, agradecimiento, aprecio? ¿Qué computadora alguna vez pensará, razonará, dará explicaciones o podrá adorar a su Hacedor?

      Al contemplar la manera maravillosa en que el hombre está hecho, y todo el mundo creado que nos rodea, podemos decir con Job, acerca de las obras visibles de Dios: “¡Miren! Estos son los bordes de sus caminos, ¡y qué susurro de un asunto se ha oído acerca de él!” (Job 26:14) Pero no tenemos que contentarnos con solo oír un susurro acerca de nuestro Creador. Si investigamos su Palabra, la Biblia, podemos aprender mucho, no solo acerca de su creación, sino también del magnífico propósito que hay detrás de todo ello.

  • Magnífico testimonio sobre la gloria y dignidad de Creador de Dios
    La Atalaya 1979 | 15 de agosto
    • Magnífico testimonio sobre la gloria y dignidad de Creador de Dios

      MUCHAS personas que ponen en tela de juicio el que haya un Dios se ciegan a la evidencia de que él existe. Debido a que ciertas cosas suceden diariamente, hasta personas que creen en Dios quizás no consideren estos sucesos ordinarios como testimonio sobre la gloria y dignidad de Creador de Dios. Sin embargo, el salmista inspirado se destaca en contraste agudo con esas personas. Él vio en la repetición de cosas muy comunes una acumulación de evidencia que sin lugar a dudas declaraba la gloria del Altísimo.

      TESTIMONIO DE LOS CIELOS VISIBLES

      El salmista escribió: “Los cielos están declarando la gloria de Dios; y de la obra de sus manos la expansión está informando. Un día tras otro día hace salir burbujeando el habla, y una noche tras otra noche manifiesta conocimiento. No hay habla, y no hay palabras; no está oyéndose ninguna voz de parte suya. Por toda la tierra ha salido su cordel de medir, y hasta la extremidad de la tierra productiva sus expresiones. En ellos ha establecido una tienda para el sol, y es como un novio cuando sale de su cámara nupcial; se alboroza como un hombre poderoso de correr en una senda. De una extremidad de los cielos es su salida, y su circuito terminado alcanza hasta sus otras extremidades; y nada hay que se oculte de su calor.”—Sal. 19:1-6.

      De esta manera poética, el salmista David indicó que los cielos visibles —el Sol, la Luna y las estrellas— declaran la gloria de Dios. La gran cantidad de cuerpos celestes, sus movimientos ordenados y dignos de confianza y el propósito provechoso que tienen suministran magnífico testimonio acerca de un Dios de sabiduría, poder y benevolencia. El Dios que ha puesto tan buen orden en el universo visible tiene que ser infinitamente sabio y poderoso. Por ejemplo, cuando consideramos lo mucho que depende del Sol la vida que hay en la Tierra, tenemos que concluir que el Hacedor del Sol se interesa profundamente en las cosas animadas. Al revelar ciertas cualidades admirables de Jehová Dios, los cielos visibles ciertamente están declarando Su gloria.

      El testimonio acerca de la gloria y dignidad de Creador de Dios no se limita a lo que se puede ver en los cielos en el transcurso de un solo día o una sola noche. Un día tras otro día y una noche tras otra noche presentan el mismo testimonio. Un solo despliegue de 24 horas del Sol, la Luna y las estrellas suministraría un maravilloso testimonio acerca del Creador. Pero cada día este testimonio puede leerse arriba en los cielos. Por eso es como si este testimonio estuviera burbujeando o bullendo en salida continuamente de día y, durante la noche, los cuerpos celestes visibles suministran también conocimiento acerca de la gloria y dignidad de Creador de Jehová.

      Por supuesto, ese testimonio que se da es silencioso. Pero no hay lugar en la Tierra en que este testimonio particular no se haya provisto. Llena la Tierra, como si en todas partes de este planeta se hubieran extendido cordeles de medir.

      El salmista dice que el Sol tiene una tienda de campaña en los cielos visibles. De manera correspondiente, Job 22:14 asemeja los cielos que se arquean sobre la Tierra a una “bóveda.” Además, Isaías 40:22 dice que Dios es “Aquel que está extendiendo los cielos justamente como una gasa fina, que los despliega como una tienda en la cual morar.” Dentro de esta “tienda” figurativa el Sol se mueve diariamente como un nómada. Por el brillo del Sol, apropiadamente se le compara con un novio que sale de su cámara nupcial especialmente adornado para la ocasión; a la manera de un hombre poderoso que estuviera empeñado en una carrera, él sigue en su “circuito” a través de los cielos. Puesto que el Sol arroja su luz sobre toda parte de la Tierra desde la zona donde nace hasta donde se pone, todo lo que hay en la Tierra se beneficia de su calor. No hay excepciones a esto.

      LA LEY DE DIOS DA TESTIMONIO

      El testimonio acerca de la gloria y la dignidad de Creador de Jehová no se limita a lo que se puede observar en los cielos visibles. Según Génesis 1:14, una de las razones para la existencia de las lumbreras celestiales es “servir de señales y para estaciones y para días y años.” De modo que han suministrado los medios de calcular días y años, han guiado a los hombres en el mar y han sido el medio de determinar el tiempo apropiado para ciertas operaciones agrícolas. Pero las lumbreras celestiales no son el medio que Dios ha provisto para guiar a los hombres a tomar vitales decisiones morales. El Altísimo ha suministrado sus mandatos, y éstos, también, dan testimonio de Su gloria.

      El salmista David continuó expresándose así: “La ley de Jehová es perfecta, hace volver el alma. El recordatorio de Jehová es fidedigno, hace sabio al inexperto. Las órdenes de Jehová son rectas, hacen regocijar el corazón; el mandamiento de Jehová es limpio, hace brillar los ojos. El temor de Jehová es puro, subsiste para siempre. Las decisiones judiciales de Jehová son verídicas; han resultado del todo justas. Más han de desearse que el oro, sí, que mucho oro refinado; y más dulces son que la miel y la miel que fluye de los panales. También, tu propio siervo ha sido advertido por ellas; en guardarlas hay grande galardón.”—Sal. 19:7-11.

      Aquí David se refería a la ley de Dios dada por medio de Moisés. Era perfecta, sin tacha, pues era exactamente lo que se necesitaba para el propósito con el cual se había provisto. Aquella ley podía hacer volver el alma o individuo en el sentido de que la obediencia a ella producía un revivir de su ser y promovía su bienestar.

      Todos los recordatorios que formaban parte de la ley de Dios eran fidedignos. Se les podía seguir con seguridad como guía para la vida. Aunque no tuviera experiencia y no estuviera seguro de sí mismo, el individuo que prestara atención a los recordatorios de Dios obraría con sabiduría y evitaría un proceder que llevara a la ruina.

      Las órdenes o reglas particularizadas que se daban en la ley mosaica eran rectas, es decir, en plena armonía con los principios de la justicia y el derecho. El individuo que se comportara en armonía con la convicción de que las órdenes de Dios son rectas, adquiriría una felicidad interna, un gozo de corazón.

      Por ser puro, limpio, sin rasgo indeseable, el mandamiento de Jehová hace que los ojos brillen con vista clara. Permite que el individuo evite el error moral y que siga un proceder recto.

      Se manifiesta un temor saludable o profundo respeto para con el Creador cuando se obedecen sus mandatos. Ese temor es puro. No rebaja al individuo como lo hacía el miedo a deidades falsas, a las cuales sus adoradores veían como deidades encolerizadas y que exigían que se les apaciguara por medio de sacrificios humanos. La Ley enseñaba un saludable temor a Dios. Los siervos devotos de Jehová continuarán expresando tal temor. Por lo tanto, es un temor que subsiste para siempre.

      La ley de Dios consistía, en parte, en decisiones judiciales. Estas eran verídicas, confiables, estables, pues estaban firmemente fundadas en procedimientos divinos de justicia. En todo respecto eran justas aquellas decisiones judiciales. Puesto que las decisiones judiciales son de Dios y completamente beneficiosas, es muy deseable tenerlas en la mente y el corazón. Son más valiosas que las riquezas materiales... el oro. A las personas que se dejan guiar por ellas, son más dulces que la miel. Estas decisiones judiciales advierten contra el que uno adopte un mal proceder, fortalecen la determinación de uno de resistir la tentación. Hay galardón en la adherencia a ellas por el hecho de que tal obediencia promueve el mayor bien para el individuo. Él evita un derrotero de vida que sería perjudicial en sentido emocional, físico y mental.

      Ciertamente una ley tan útil y provechosa como la que se dio a los israelitas suministra elocuente testimonio acerca de un Dios sabio, justo y amoroso.

      SE PROVEE AYUDA A LOS SIERVOS DE DIOS

      Hay más testimonio acerca del Creador en la ayuda que él provee para sus siervos imperfectos. Como se desprende claramente del Salmo 19, David apreciaba mucho la ley de Dios. Sin embargo, también se dio cuenta de que como hombre imperfecto necesitaba la ayuda de su Hacedor para comportarse correctamente. Esto se ve con claridad al considerar la porción final del Salmo 19. Leemos: “Las equivocaciones... ¿quién puede discernirlas? De pecados ocultos pronúnciame inocente. También de actos presuntuosos retén a tu siervo; no dejes que me dominen. En ese caso seré completo, y habré permanecido inocente de mucha transgresión. Que los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón lleguen a ser placenteros delante de ti, oh Jehová mi Roca y mi Redentor.”—Sal. 19:12-14.

      David se daba cuenta de que como hombre imperfecto podía cometer pecados sin darse cuenta siquiera de lo que hacía. Por eso pedía que se le perdonaran las transgresiones que quizás estuvieran ocultas de él. Entonces, cuando su carne imperfecta quizás lo aguijoneara hacia el tomar un proceder incorrecto, deseaba mucho la ayuda de Dios. Deseaba que Jehová lo restringiera de actos de soberbia, presuntuosos. Quería que se le retuviera de llegar a tener como derrotero dominante el de actos presuntuosos. Si hubiera complacido su carne pecaminosa, hubiera llegado a estar bajo el control o dominio del pecado. En vez de eso, él quería ser completo en su devoción al Altísimo. Deseaba que hasta el mayor grado posible se le hallara “inocente de mucha transgresión.” Por lo tanto, oraba que su solicitud de ayuda, que brotaba de la “meditación” estimulada por el corazón, llegara a ser placentera delante de su Dios. En tiempos de peligro y angustia David se apoyaba en Jehová como sobre una roca sólida. También consideraba como Redentor suyo a Jehová, a Aquel que podía salvarlo de las garras de hombres inicuos así como de que sus pies se deslizaran hacia el pecado.

      De este modo, el Salmo 19 señala vigorosamente al testimonio combinado de la creación, la ley escrita que se halla en la Biblia y la ayuda divina que se da a las personas rectas como algo que revela la existencia del Altísimo. Este testimonio debe crear en nosotros el deseo de que él nos halle o juzgue aprobados. Sí, que la ‘meditación de nuestro corazón’ resulte placentera a él mientras continuamos acudiendo a Jehová Dios para que él dirija nuestros pasos de la manera correcta.

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