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  • Me regocijo en Jehová a pesar de las pruebas
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1999
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  • Progreso teocrático en la isla
  • Bautismo y progreso constante
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1999
w99 1/2 págs. 25-29

Me regocijo en Jehová a pesar de las pruebas

Relatado por George Scipio

En diciembre de 1945 yacía en un hospital, paralizado completamente, salvo las manos y los pies. Creí que era una condición temporal, pero otros pensaban que jamás volvería a caminar. Fue una prueba difícil para un joven de 17 años. Me negaba a aceptar ese pronóstico. Tenía muchos planes, entre ellos, viajar a Inglaterra con mi patrono el año siguiente.

FUI víctima de la epidemia de poliomielitis que se propagó en Santa Elena, nuestra isla natal. Mató a once personas y dejó a muchas inválidas. Al estar postrado en cama tuve tiempo de sobra para reflexionar sobre mi corta vida y mi futuro, y me di cuenta de que, pese a mi aflicción, tenía motivos para regocijarme.

Un pequeño comienzo

En 1933, cuando yo tenía cinco años, mi padre, Tom, que era policía y diácono de la Iglesia Bautista, obtuvo unos libros de dos testigos de Jehová. Eran evangelizadores de tiempo completo, o precursores, que visitaron la isla por un corto período.

Uno de los libros era El Arpa de Dios. Mi padre lo utilizaba para estudiar la Biblia en familia y con varias personas interesadas. La información era profunda, por lo que yo entendía muy poco, pero recuerdo que marcaba en mi Biblia todos los textos que examinábamos. Papá enseguida reconoció que lo que estudiábamos era la verdad y que difería de lo que él predicaba en la Iglesia Bautista. Empezó a hablar a otros sobre ello y a predicar desde el púlpito que no hay Trinidad ni infierno ni alma inmortal. Esto causó un gran revuelo en la iglesia.

Finalmente se convocó una reunión para zanjar esta cuestión. Se planteó la pregunta: “¿Quién está a favor de los bautistas?”. La mayoría respondió afirmativamente. La siguiente pregunta fue: “¿Quién está a favor de Jehová?”. Como diez o doce lo estaban. A estos se les pidió que abandonaran la iglesia.

Este fue el pequeño comienzo de una nueva religión en Santa Elena. Mi padre se comunicó con las oficinas centrales de la Sociedad Watch Tower en Estados Unidos y solicitó un potente aparato de reproducción de sonido para presentar al público los discursos bíblicos grabados. Como el aparato era demasiado grande para enviarlo a Santa Elena, le mandaron un gramófono más pequeño, y posteriormente los hermanos solicitaron dos más. Viajaron por toda la isla a pie y en burro, llevando el mensaje a la gente.

Cuanto más se predicaba, más aumentaba la oposición. Refiriéndose al gramófono que utilizábamos, los niños de la escuela cantaban: “¡Vengan todos a escuchar lo que Tommy va a tocar!”. Era una prueba difícil para un escolar que quería ser aceptado por sus compañeros. ¿Qué me ayudó a aguantar?

Nuestra familia, aunque grande —éramos seis hijos—, se reunía regularmente para estudiar la Biblia y también la leíamos juntos todas las mañanas antes del desayuno. No hay duda de que estas costumbres nos ayudaron a permanecer fieles en la verdad a través de los años. Cultivé un amor por la Biblia a tierna edad, y con el paso de los años, he seguido la costumbre de leerla regularmente (Salmo 1:1-3). Cuando salí de la escuela a los 14 años de edad, ya estaba firmemente establecido en la verdad y el temor de Jehová estaba en mi corazón. Esto me ayudó a regocijarme en Jehová a pesar de aquellas pruebas.

Más pruebas y gozos

Ahora que me hallaba postrado en cama pensando en aquellos años y en mi futuro, sabía por lo que había estudiado en la Biblia que mi enfermedad no era una prueba o un castigo de Dios (Santiago 1:12, 13). No obstante, la polio resultó ser una prueba severa para mí y sus efectos me acompañarían durante toda la vida.

Mientras me recuperaba tuve que aprender a caminar de nuevo. También perdí el uso de ciertos músculos de los brazos. Me caía muchas veces todos los días, pero gracias a las oraciones fervorosas y a mis esfuerzos constantes, logré caminar con un bastón en 1947.

Durante ese tiempo me enamoré de una joven llamada Doris, que compartía mis convicciones religiosas. Éramos demasiado jóvenes para pensar en el matrimonio, de todos modos eso me motivó a seguir esforzándome por caminar mejor. Abandoné el empleo porque no me pagaban lo suficiente como para mantener a una esposa, y establecí mi propio laboratorio dental, que funcionó durante los siguientes dos años. Nos casamos en 1950. Ya había ahorrado suficiente dinero para comprar un automóvil pequeño. Ahora podía llevar a los hermanos a las reuniones y al servicio del campo.

Progreso teocrático en la isla

En 1951 la Sociedad envió a la isla a su primer representante, Jacobus van Staden, un joven de Sudáfrica. Acabábamos de mudarnos a una casa cómoda, de modo que se alojó con nosotros por un año. Como trabajaba por mi cuenta, pasé bastante tiempo con él en la predicación y recibí mucha preparación valiosa.

Jacobus, o Koos, como lo llamábamos nosotros, organizó reuniones de congregación regulares, y todos asistíamos con gusto. Existía un problema con el transporte porque entre todo el grupo de interesados solo había dos automóviles. El terreno de la isla es muy accidentado y en aquellos días había pocas carreteras buenas. De modo que era una verdadera odisea llevar a todos a las reuniones. Algunos empezaban a caminar por la mañana temprano. Yo llevaba a tres personas en mi pequeño automóvil hasta cierta distancia, las dejaba y ellas seguían caminando. Regresaba y recogía a tres más y las llevaba por un trecho de carretera, las dejaba allí y regresaba de nuevo. Así es como, finalmente, todos llegábamos a la reunión. Cuando esta terminaba, hacíamos lo mismo para volver a casa.

Koos también nos enseñó a hacer presentaciones eficaces de puerta en puerta. Tuvimos muchas experiencias buenas y otras no tan buenas. Pero el gozo que sentíamos en el ministerio del campo eclipsaba todas las pruebas causadas por los que se oponían a la predicación. Una mañana, mientras Koos y yo predicábamos, llegamos a una puerta y oímos una voz dentro de la casa. Un señor estaba leyendo la Biblia en voz alta. Oíamos claramente las conocidas palabras del capítulo 2 de Isaías. Cuando llegó al versículo 4, tocamos a la puerta. Un anciano amigable nos invitó a entrar, y nos valimos de Isaías 2:4 para explicarle las buenas nuevas del Reino de Dios. Aunque vivía en un lugar bastante inaccesible, empezamos un estudio bíblico con él. Teníamos que bajar por una colina, atravesar un arroyo caminando sobre unas pasaderas, subir por otra colina y entonces bajar a su casa. Pero valió la pena. Aquel anciano de carácter manso aceptó la verdad y se bautizó. Para asistir a las reuniones, caminaba con dos bastones hasta cierto lugar donde yo lo recogía y lo llevaba en automóvil el resto del camino. Fue un Testigo fiel hasta la muerte.

El jefe de policía se oponía a nuestra obra y en varias ocasiones amenazó a Koos con deportarlo. Lo interrogaba una vez al mes. Como Koos siempre le daba respuestas bíblicas directas, el jefe se encolerizaba aún más. En cada ocasión le advertía que debía dejar de predicar, pero siempre recibía un testimonio. Siguió oponiéndose a la obra incluso después de que Koos partiera de Santa Elena. De repente, aquel hombre grande y fuerte enfermó y adelgazó mucho. Los médicos no sabían qué le pasaba y, como consecuencia, abandonó la isla.

Bautismo y progreso constante

Tres meses después de haber llegado a la isla, Koos pensó que sería propio que hubiera un servicio de bautismo. Fue difícil hallar un lugar adecuado. De modo que decidimos cavar un hoyo grande, recubrir el interior con cemento y traer agua para llenarlo. Pero la noche antes del bautismo llovió, y por la mañana nos alegró ver que el hoyo estaba lleno hasta el borde.

Aquel domingo por la mañana Koos presentó el discurso de bautismo. Cuando pidió que se pusieran de pie los que pensaban bautizarse, veintiséis nos levantamos para contestar las preguntas que normalmente se hacen en esta ocasión. Tuvimos el privilegio de ser los primeros Testigos bautizados de la isla. Fue el día más feliz de mi vida porque siempre había temido que llegara Armagedón antes de que me bautizara.

Con el tiempo se formaron dos congregaciones, una en Levelwood y otra en Jamestown. Todas las semanas tres o cuatro de nosotros viajábamos 13 kilómetros para conducir la Escuela del Ministerio Teocrático y la Reunión de Servicio en una congregación el sábado por la noche. Después de predicar el domingo por la mañana regresábamos y celebrábamos las mismas reuniones así como el Estudio de La Atalaya en nuestra congregación por la tarde. De modo que nuestros fines de semana estaban llenos de gozosas actividades teocráticas. Anhelaba predicar de tiempo completo, pero tenía que mantener a mi familia. Así que en 1952 regresé al servicio gubernamental como dentista residente.

En 1955, representantes viajantes de la Sociedad, superintendentes de circuito, empezaron a visitar la isla todos los años y se hospedaban en nuestro hogar durante parte de su visita. Ejercieron una buena influencia en nuestra familia. En ese tiempo yo tenía el privilegio de participar en la proyección de las tres películas de la Sociedad por toda la isla.

La emocionante asamblea “Voluntad Divina”

A fin de asistir a la Asamblea Internacional “Voluntad Divina” celebrada en Nueva York en 1958, abandoné de nuevo mi servicio gubernamental. Esa asamblea fue un hito en mi vida, pues me dio muchas razones para regocijarme en Jehová. Como no había un medio de transporte regular a la isla, no regresamos sino hasta cinco meses y medio después. La asamblea duró ocho días, y las sesiones eran de las nueve de la mañana a las nueve de la noche. Pero nunca me cansé y esperaba con ansias el día siguiente. Tuve el privilegio de representar a la isla de Santa Elena durante dos minutos del programa. Dirigirme a las multitudes reunidas en el Estadio Yanqui y el Polo Grounds fue una experiencia escalofriante.

La asamblea fortaleció mi determinación de ser precursor. El discurso público “El Reino de Dios domina... ¿se acerca el fin del mundo?” fue muy animador. Tras la asamblea visitamos las oficinas centrales de la Sociedad en Brooklyn y recorrimos la fábrica. Hablé con el hermano Knorr, entonces presidente de la Sociedad Watch Tower, sobre el progreso de la obra en Santa Elena. Dijo que le encantaría visitar la isla algún día. Grabamos todos los discursos y filmamos muchas porciones de la asamblea para el beneficio de los familiares y amigos de Santa Elena.

Logro la meta del servicio de tiempo completo

Cuando regresé a casa me ofrecieron mi antiguo puesto de trabajo, pues no había otro dentista en la isla. No obstante, les expliqué que planeaba emprender el ministerio de tiempo completo. Después de muchas negociaciones concordamos en que trabajaría tres días a la semana, pero con un sueldo superior al que recibía cuando trabajaba seis días. Las palabras de Jesús resultaron ciertas: “Sigan, pues, buscando primero el reino y la justicia de Dios, y todas estas otras cosas les serán añadidas” (Mateo 6:33). Caminar por el terreno accidentado de la isla con mis débiles piernas no siempre me era fácil. Con todo, fui precursor por catorce años y ayudé a muchos isleños a aprender la verdad, lo que me dio mucho regocijo.

En 1961 el gobierno quería enviarme a las islas Fiji para un curso gratuito de dos años que me convertiría en dentista titulado. Hasta me dijeron que podía llevarme a mi familia. Fue una oferta tentadora, pero después de mucho meditar, la rechacé. No quería dejar a los hermanos durante tanto tiempo y abandonar el privilegio de servir con ellos. El jefe de Sanidad que había organizado el viaje estaba muy molesto. Dijo: “Aunque creas que el fin está tan cerca, aún puedes usar el dinero que ganes mientras tanto”. Pero me mantuve firme.

Al año siguiente se me invitó a ir a Sudáfrica para asistir a la Escuela del Ministerio del Reino, un curso de preparación de un mes para los superintendentes de congregación. Recibimos instrucción valiosa que nos ayudó a atender con más eficacia nuestras asignaciones en la congregación. Cuando terminó la escuela, recibí más preparación acompañando a un superintendente viajante. Aquello me permitió servir a las dos congregaciones de Santa Elena por más de diez años en calidad de superintendente de circuito sustituto. Con el tiempo, hubo otros hermanos capacitados que pudieron colaborar en esta obra y se estableció un sistema de rotación.

Entretanto, nos mudamos de Jamestown a Levelwood, donde había mayor necesidad de ayuda, y servimos allí por diez años. Durante ese tiempo yo estaba tratando de abarcar demasiado: era precursor, trabajaba tres días a la semana para el gobierno y administraba un supermercado pequeño. Además, me encargaba de asuntos de la congregación, y mi esposa y yo estábamos criando a cuatro hijos. Como era demasiado, abandoné mi empleo de tres días, vendí el supermercado y llevé a la familia de vacaciones por tres meses a Ciudad del Cabo (Sudáfrica). Luego nos mudamos a la isla de Ascensión, donde vivimos un año. Allí ayudamos a muchas personas a adquirir conocimiento de las verdades bíblicas.

Al regresar a Santa Elena nos establecimos de nuevo en Jamestown. Restauramos una casa anexa al Salón del Reino. Para mantener a la familia, mi hijo John y yo convertimos una camioneta Ford en un puesto ambulante de venta de helados. Nos dedicamos a ello durante cinco años. Poco después de haber montado el negocio, sufrí un accidente: el vehículo se volcó y me pilló las piernas. Como resultado, se me insensibilizaron los nervios desde las rodillas para abajo, y tardé tres meses en recuperarme.

Abundantes bendiciones en el pasado y en el futuro

A través de los años hemos recibido muchas bendiciones, las cuales nos han dado más razones para regocijarnos. Una de ellas fue un viaje que hicimos a Sudáfrica en 1985 para asistir a una asamblea nacional y para visitar el nuevo hogar Betel que aún estaba en construcción. Otra fue el tener una pequeña participación junto con mi hijo John en erigir un hermoso Salón de Asambleas cerca de Jamestown. También estamos contentos de que tres de nuestros hijos sirvan de ancianos y un nieto esté en el Betel de Sudáfrica. Y hemos experimentado el gran gozo y satisfacción que se obtiene de haber ayudado a muchas personas a adquirir un conocimiento exacto de la Biblia.

Nuestro campo de predicación es reducido, pues solo cuenta con unos cinco mil habitantes. Sin embargo, trabajar el mismo territorio vez tras vez ha producido buenos resultados. Muy pocas personas son descorteses. Santa Elena es conocida por su amigabilidad, y usted recibirá un saludo dondequiera que se encuentre, sea que esté caminando por la calle o conduciendo su automóvil. La experiencia me ha enseñado que cuanto mejor se conoce a las personas, más fácil es darles testimonio. Actualmente tenemos 150 publicadores, aunque muchos se han mudado de la isla.

Ahora que nuestros hijos han crecido y se han ido de casa, mi esposa y yo estamos solos de nuevo, después de cuarenta y ocho años de matrimonio. Su apoyo leal y amoroso a través de los años ha contribuido a que yo siga sirviendo a Jehová con gozo a pesar de las pruebas. Aunque nuestras fuerzas físicas están menguando, nuestra fortaleza espiritual va renovándose cada día (2 Corintios 4:16). Junto con mi familia y amigos, espero con anhelo el maravilloso futuro cuando mi cuerpo físico será restaurado a una condición aún mejor de la que tenía a los 17 años. Lo que más deseo es disfrutar de la perfección en todo sentido y, sobre todo, servir a nuestro amoroso y tierno Dios, Jehová, y a su Rey entronizado, Jesucristo, por toda la eternidad (Nehemías 8:10).

[Ilustración de la página 26]

George Scipio y sus tres hijos que sirven de ancianos

[Ilustración de la página 29]

George Scipio con Doris, su esposa

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