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Un problema mundial¡Despertad! 2001 | 22 de octubre
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Un problema mundial
“El suicidio representa una grave amenaza para el bienestar de los ciudadanos.”—David Satcher, director general de Salud Pública de Estados Unidos (1999).
ESTE comentario supuso la primera vez en la historia que un funcionario tan importante de la sanidad norteamericana convertía el suicidio en una cuestión de interés público. Dado que en su país son más las muertes voluntarias que los homicidios, es comprensible que el Senado declarara asunto prioritario la prevención de esta tragedia.
Con todo, el índice de suicidios en Estados Unidos (11,4 por cada 100.000 habitantes en 1997) es inferior al mundial (16 por cada 100.000), que hizo público en el año 2000 la Organización Mundial de la Salud. El número de casos ha aumentado a escala planetaria en un 60% en los últimos cuarenta y cinco años. En la actualidad, un millón de personas ponen fin a su vida todos los años, lo que equivale a una muerte cada cuarenta segundos.
No obstante, las estadísticas no reflejan toda la realidad. En muchos casos, los familiares niegan que la muerte fuera un suicidio. Además, se calcula que por cada acto consumado, hay entre diez y veinticinco tentativas. Cierta encuesta reveló que el 27% de los estudiantes de secundaria de Estados Unidos admitió haberse planteado seriamente atentar contra su vida el año anterior, y que el 8% lo había intentado. Otros estudios han descubierto que del 5 al 15% de la población adulta ha tenido pensamientos suicidas en un momento u otro.
Diferencias culturales
El modo de ver esta decisión extrema varía mucho: desde quienes entienden que es un crimen o una escapatoria cobarde, hasta quienes la consideran una forma honorable de disculparse o de apoyar una causa. ¿Por qué existen enfoques tan dispares? La cultura es un factor importante. De hecho, según The Harvard Mental Health Letter, esta “quizá hasta influya en la probabilidad de suicidarse”.
El doctor Zoltán Rihmer califica la elevada tasa de suicidios que se registra entre los húngaros de “lamentable ‘tradición’”. Béla Buda, director del Instituto Nacional de Sanidad de Hungría, advirtió que los ciudadanos de este país centroeuropeo no dudan en quitarse la vida prácticamente por cualquier motivo. Señala como ejemplo esta reacción, que considera frecuente: “Tiene cáncer, pero sabe cómo poner fin a su situación”.
En la India existía antaño una costumbre religiosa, llamada sati, en la que la viuda se arrojaba a la pira funeraria del marido. Aunque lleva tiempo prohibida, no ha desaparecido por completo. No hace mucho, cuando una mujer decidió acabar así con su vida, los vecinos ensalzaron su acto. Ella provenía de una región que, según India Today, “ha visto a casi veinticinco mujeres inmolarse en las piras de sus esposos en otros tantos años”.
Por extraño que parezca, el suicidio siega en Japón el triple de vidas que los accidentes viales. “La tradición nipona, que jamás ha condenado el suicidio, es famosa por una forma de abrirse el vientre [seppuku, o haraquiri] que se convirtió en todo un rito e institución”, afirma la obra Japan—An Illustrated Encyclopedia.
En el libro Bushido—The Soul of Japan (Bushido: el alma de Japón), Inazo Nitobe, quien llegó a ser subsecretario general de la Sociedad de Naciones, explicó esta fascinación cultural por la muerte: “[El seppuku] fue un invento medieval por el que los guerreros expiaban sus delitos, ofrecían sus disculpas, evitaban la vergüenza, redimían a sus amigos o probaban su sinceridad”. Aunque en líneas generales este suicidio ritual es cosa del pasado, aún hay quienes recurren a él para lograr un impacto social.
Por otro lado, la cristiandad siempre ha visto estos actos como un crimen. Ya para los siglos VI y VII eran causa de excomunión en la Iglesia Católica, que negaba el funeral a los perpetradores. En algunos lugares, el fervor religioso ha producido costumbres extrañas, como ahorcar los cuerpos sin vida o incluso atravesarles el corazón con una estaca.
Resulta paradójico que quienes atentaban contra su vida incurrían en la pena capital. Un inglés del siglo XIX fue ahorcado por tratar de degollarse. De ese modo, las autoridades consumaron lo que él no había logrado. Aunque las penas por intentar matarse cambiaron con el paso del tiempo, no fue sino hasta 1961 cuando el parlamento británico declaró que el suicidio y sus tentativas ya no constituían delitos. En Irlanda lo fueron hasta 1993.
En la actualidad hay escritores que recomiendan estos actos. En 1991 se publicó un libro que presentaba métodos de suicidio asistido para los enfermos terminales, métodos que utilizaron un creciente número de personas que no se hallaban en fase terminal.
¿Es el suicidio la verdadera solución? ¿O existen buenas razones para continuar viviendo? Antes de responder a estas preguntas, examinemos qué induce a la gente a quitarse la vida.
[Comentario de la página 4]
En la actualidad, un millón de personas ponen fin a su vida todos los años, lo que equivale a una muerte cada cuarenta segundos
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Por qué se rinden¡Despertad! 2001 | 22 de octubre
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Por qué se rinden
“Las circunstancias que conducen al suicidio son únicas en cada caso: sumamente íntimas, insondables y atroces.”—Kay Redfield Jamison, psiquiatra.
“VIVIR es sufrir”, señaló en una nota Ryunosuke Akutagawa (popular escritor japonés de principios del siglo XX) antes de matarse. Sin embargo, justo antes de estas palabras había indicado: “Claro está, no quiero morir, pero...”.
Al igual que este autor, más que morir, muchos suicidas desean “terminar con todo”, señaló un profesor de Psicología. Y las notas que dejan así lo indican. Frases como “no aguanto más” o “¿para qué seguir viviendo?” revelan un profundo deseo de huir de la cruel realidad. Pero, según un prestigioso especialista, recurrir a tal decisión extrema es “como tratar un resfriado con una bomba atómica”.
Aunque las causas que inducen al suicidio varían, existen ciertos detonantes comunes.
Los detonantes
No es raro que los jóvenes que se desesperan y ponen fin a sus días lo hagan por asuntos que pudieran parecer triviales. Cuando se sienten heridos y se ven incapaces de manejar tal situación, quizás se planteen su muerte como medio para vengarse de los ofensores. Hiroshi Inamura, experto en tratar a suicidas en Japón, escribió: “Al matarse, los niños materializan el impulso interior de castigar a quien los ha lastimado”.
Una encuesta reciente efectuada en el Reino Unido indicó que cuando los menores sufren acoso intenso, las probabilidades de que atenten contra su vida se multiplican casi siete veces. La angustia que sufren es muy real. Un muchacho de 13 años que se ahorcó dejó una nota que identificaba a cinco chicos de la escuela que lo habían martirizado y extorsionado. “Por favor, salven a otros niños”, escribió.
Hay quienes intentan acabar con su vida debido a problemas escolares o delictivos, relaciones románticas truncadas, malas notas, tensión ante los exámenes o inquietud acerca del futuro. A un adolescente perfeccionista que obtenga calificaciones elevadas tal vez le baste con sufrir un revés o cometer un error, sea real o imaginario.
En el caso de los adultos, las dificultades económicas o laborales son detonantes comunes. Recientemente, tras años de crisis económica, el número de suicidios superó en Japón la cifra de 30.000 en un año. Según el Mainichi Daily News, cerca del setenta y cinco por ciento de los hombres de mediana edad que pusieron fin a su vida lo hicieron agobiados “por las deudas, los fracasos empresariales, la pobreza y el desempleo”. Los problemas familiares también pueden inducir al suicidio. Un rotativo finlandés informó que “los varones de mediana edad recién divorciados” constituyen un grupo de alto riesgo. Un estudio elaborado en Hungría reveló que la mayoría de las muchachas que pensaron suicidarse habían crecido en hogares rotos.
La jubilación y la mala salud también son factores de riesgo, sobre todo entre los ancianos. A menudo, el suicidio se convierte en una salida, no necesariamente cuando el enfermo se halla en fase terminal, sino cuando cree que no va a soportar el sufrimiento.
Sin embargo, no todos reaccionan así. Al contrario, la mayoría de las personas no se quitan la vida ante tales circunstancias. Entonces, ¿por qué ven algunos la solución en esta medida tan drástica?
Factores subyacentes
Kay Redfield Jamison, profesora de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins, afirma que “la decisión de morir obedece en gran parte a la interpretación de los sucesos”; en cambio, “para la mayoría de las mentes sanas, tal interpretación no llega a ser tan abrumadora que las conduzca a plantearse el suicidio”. Eve K. Mościcki, del Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos, indicó numerosos elementos —algunos subyacentes— que, al conjugarse, desembocan en comportamientos suicidas. Entre estos se hallan los trastornos psíquicos, las drogodependencias, las características genéticas y la química cerebral. Analicemos algunos de ellos.
Entre los factores principales figuran los problemas psíquicos, como la depresión, el trastorno bipolar y la esquizofrenia, y los adictivos, como la toxicomanía o el alcoholismo. Los estudios efectuados en Europa y en Estados Unidos revelan que más del noventa por ciento de las muertes voluntarias se relacionan con dichos males. De hecho, los hombres que no se ven afectados por tales trastornos presentan un índice de 8,3 suicidios por cada 100.000 habitantes, frente a 650 por cada 100.000 en el caso de los aquejados de depresión, según señala un equipo de investigadores suecos. Los especialistas afirman que los detonantes son similares en Oriente. Con todo, aun cuando la depresión coincide con algún suceso desencadenante, los atentados contra la propia existencia no se convierten en algo inevitable.
La profesora Jamison, que una vez trató de darse muerte, afirma: “Parece que la depresión resulta tolerable mientras hay esperanza de mejoría”. Sin embargo, ha observado que al volverse insoportable la desesperación, se va debilitando la capacidad mental de refrenar los impulsos suicidas. Compara la situación al desgaste de los frenos de un automóvil por la tensión constante.
Es fundamental advertir esa tendencia, pues la depresión tiene tratamiento, y es posible superar los sentimientos de desesperanza. Cuando se tratan los factores subyacentes, se reacciona de forma muy diferente ante la pena y el estrés que suelen desembocar en suicidio.
Hay quien cree que los genes constituyen un factor subyacente en muchos casos. Pero si bien es cierto que intervienen en el carácter y que los estudios han revelado que en ciertas líneas familiares existe una mayor incidencia de suicidios que en otras, “la predisposición genética a quitarse la vida no significa que el suicidio sea inevitable”, afirma la profesora Jamison.
Otro factor subyacente es la química del cerebro, órgano en el que miles de millones de neuronas se comunican de forma electroquímica. Entre los extremos ramificados de las fibras nerviosas de una neurona y los de otra hay un pequeño espacio llamado sinapsis, a través del cual se realiza la transmisión química de la información mediante sustancias llamadas neurotransmisores. El nivel de uno de ellos, la serotonina, quizá esté implicado en la vulnerabilidad biológica al suicidio. El libro Inside the Brain (El interior del cerebro) explica: “Los niveles bajos de serotonina [...] pueden secar la fuente de la felicidad, reducir el interés por la existencia y aumentar el riesgo de depresión y suicidio”.
Con todo, la realidad es que nadie está destinado a suicidarse, pues millones de seres humanos logran afrontar el dolor y el estrés. Lo que lleva a quitarse la vida es la forma en que la mente y el corazón reaccionan a las presiones. Deben combatirse no solo los detonantes, sino también los factores subyacentes.
Ahora bien, ¿qué hacer para tener una actitud más positiva que renueve las ganas de vivir?
[Recuadro de la página 6]
Hombres y mujeres ante el suicidio
Un estudio realizado en Estados Unidos reveló que la mujer es dos o tres veces más proclive que el hombre a los intentos de quitarse la vida, pero este tiene cuatro veces más probabilidades de consumar el suicidio. Entre la población femenina, el riesgo de sufrir depresión es el doble, lo que tal vez explique el mayor número de tentativas. Sin embargo, es probable que sus trastornos depresivos sean menos violentos, razón por la cual ellas quizá elijan medios menos extremados. Por otro lado, ellos quizá recurran a técnicas más agresivas y fulminantes para asegurar su objetivo.
En China, sin embargo, se quitan la vida más mujeres que varones. De hecho, un estudio indica que el 56% de las suicidas de todo el mundo son de ese país, sobre todo de las zonas rurales. Se dice que una de las razones radica en el fácil acceso a pesticidas letales.
[Ilustración y recuadro de la página 7]
El suicidio y la soledad
La soledad es un factor conducente a la depresión y al suicidio. Jouko Lönnqvist, quien dirigió un estudio sobre los suicidas en Finlandia, afirmó: “Para la mayoría, la vida era sinónimo de soledad. Contaban con mucho tiempo libre, pero tenían pocos contactos sociales”. Kenshiro Ohara, psiquiatra de la Facultad de Medicina de la Universidad de Hamamatsu (Japón), indicó que el “aislamiento” se hallaba tras el reciente aumento en el número de suicidios entre los varones de mediana edad de su país.
[Ilustración de la página 5]
En el caso de los adultos, las dificultades económicas o laborales son detonantes comunes
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Disponemos de ayuda¡Despertad! 2001 | 22 de octubre
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Disponemos de ayuda
‘CUARENTA Y NUEVE pastillas para dormir disueltas en un vaso. ¿Me las trago, o no?’, se preguntaba un suizo de 28 años de edad, abandonado por su esposa e hijos, y muy deprimido. Tras tomárselas, se dijo: ‘No, no quiero morir’. Por fortuna vivió para contarlo. Así pues, los impulsos suicidas no siempre acaban en muerte.
Alex Crosby, del Centro para el Control y Prevención de las Enfermedades, de Estados Unidos, declaró con referencia a los adolescentes que intentan suicidarse: “Si logramos retenerlos aunque sea unas cuantas horas, evitaremos la tragedia. Estas intervenciones impiden que consumen el acto en muchos casos. Podemos salvarlos”.
Mientras trabajaba en el Centro de Urgencias y Rescate de la Facultad de Medicina, de Japón, el profesor Hisashi Kurosawa ayudó a cientos de suicidas a recobrar las ganas de vivir. En efecto, las medidas bien encauzadas impiden que muchos acaben con su vida, pero ¿en qué consisten?
Combatir los problemas subyacentes
Como se indicó en el artículo anterior, las investigaciones indican que el 90% de las muertes voluntarias tenían como telón de fondo trastornos psiquiátricos o problemas derivados del abuso de sustancias adictivas. Por ello, Eve K. Mościcki, del Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos, afirma: “La mayor esperanza para prevenir el suicidio en todas las edades reside en la prevención de los trastornos mentales y adictivos”.
Por desgracia, muchos afectados no buscan la atención que precisan. ¿Por qué no? “Porque existe un marcado prejuicio en la sociedad”, comenta Yoshitomo Takahashi, del Instituto Metropolitano de Psiquiatría de Tokio. Y añade que, como resultado, incluso quienes llegan a tener una mínima conciencia de estar mal vacilan en buscar asistencia inmediata.
Otros, en cambio, no permiten que la vergüenza los detenga. Hiroshi Ogawa, conocido presentador de un programa de televisión que estuvo emitiéndose durante diecisiete años en Japón, reconoció en público que la depresión lo había llevado al borde del suicidio. “Es como un resfriado de la mente”, afirmó Ogawa. Según explicó, todos somos susceptibles de padecerla, pero es posible recuperarse.
Hablemos con alguien
“Quien está solo con su problema suele verlo enorme e insalvable”, señala Béla Buda, representante de sanidad citado en el primer artículo de esta serie. Tal observación pone de relieve la sabiduría del antiguo proverbio bíblico: “El que se aísla buscará su propio anhelo egoísta; contra toda sabiduría práctica estallará” (Proverbios 18:1).
Hagamos caso de esas sabias palabras. No nos quedemos solos ahogándonos en el mar de dificultades que nos abruma. Acudamos a alguien que merezca nuestra confianza. Pero tal vez digamos que no tenemos a nadie así. Según el psiquiatra Naoki Sato, son muchos los que piensan de esa manera. Este doctor mencionó que tal desconfianza constituía en realidad una negativa a revelar las debilidades de uno.
¿Dónde encontrar una persona que escuche? En numerosos lugares existen centros de prevención del suicidio, teléfonos de ayuda o médicos especializados en problemas emocionales. Sin embargo, hay expertos que también reconocen otro apoyo: la religión. ¿En qué sentido?
Obtuvieron ayuda
Marin era un minusválido búlgaro que abrigaba el intenso deseo de suicidarse. Cierto día encontró la revista religiosa La Atalaya, editada por los testigos de Jehová, y siguió su consejo de recibir a estos cristianos en su hogar. Marin relata el desenlace: “Me enseñaron que nuestra existencia es un don de nuestro Padre celestial y que no tenemos derecho a dañarla ni a tratar de ponerle fin. De este modo, remitieron mis ganas de morir, y volví a amar la vida”. También recibió el apoyo amoroso de la congregación cristiana. Aunque sigue incapacitado, dice: “Ahora estoy gozoso y tranquilo, y tengo muchas cosas agradables que hacer, más de las que me permite el tiempo. Todo gracias a Jehová y a sus Testigos”.
El joven suizo mencionado al inicio del artículo también recibió la asistencia de estos cristianos. No olvida “la bondad de una familia” que lo acogió. “Después —añade—, los miembros de la congregación [de los testigos de Jehová] se turnaron para invitarme a comer todos los días. Lo que me ayudó no fue solo la hospitalidad, sino tener con quien hablar.”
Lo que aquel joven estudió en la Biblia lo animó sobremanera, en particular entender el amor a la humanidad que siente el Dios verdadero, Jehová (Juan 3:16). De hecho, nos escucha cuando ‘derramamos nuestro corazón’ ante él (Salmo 62:8). “Sus ojos están discurriendo por toda la tierra”, no para buscar nuestros errores, sino “para mostrar su fuerza a favor de aquellos cuyo corazón es completo para con él” (2 Crónicas 16:9). Nos asegura: “No tengas miedo, porque estoy contigo. No mires por todos lados, porque soy tu Dios. Yo ciertamente te fortificaré. Yo cierta y verdaderamente te ayudaré. Sí, yo verdaderamente te mantendré firmemente asido con mi diestra de justicia” (Isaías 41:10).
Con respecto a la promesa divina de un nuevo mundo, el joven suizo afirmó: “Ha contribuido muchísimo a aliviar el peso de la frustración”. Esta esperanza, descrita como un “ancla del alma”, incluye la promesa de ser feliz por la eternidad en una Tierra paradisíaca (Hebreos 6:19; Salmo 37:10, 11, 29).
Les importamos a los demás
Es cierto que en algunas situaciones tal vez nos parezca que a nadie le importaría nuestra muerte. Pero debemos recordar que existe una gran diferencia entre creer que uno está solo y estarlo. En tiempos bíblicos, el profeta Elías pasó por momentos difíciles en los que dijo a Jehová: “A tus profetas los han matado a espada, de modo que solo quedo yo”. Se sentía totalmente aislado, y con razón. Sabía que habían asesinado a muchos profetas y que una amenaza de muerte pendía sobre su cabeza, por lo que había huido para salvarse. Pero ¿de verdad estaba solo? No. Jehová le notificó que quedaban 7.000 israelitas que, como él, trataban de mantenerse fieles al Dios verdadero en aquellos tiempos difíciles (1 Reyes 19:1-18). Entonces, ¿qué hay de nosotros? ¿Será que no estamos tan solos como creemos?
Hay personas que se preocupan por uno. Por ejemplo, los padres, el cónyuge, los hijos y los amigos. Pero ahí no queda todo. En la congregación de los testigos de Jehová hallamos cristianos maduros que acuden a nuestro lado para escucharnos y orar por nosotros (Santiago 5:14, 15). Y si todos nos fallaran, hay Uno que nunca nos abandonará. El rey David dijo en la antigüedad: “En caso de que mi propio padre y mi propia madre de veras me dejaran, aun Jehová mismo me acogería” (Salmo 27:10). En efecto, él ‘se interesa por nosotros’ (1 Pedro 5:7). Nunca olvidemos que somos preciosos a sus ojos.
Nuestra existencia es un don divino. Es cierto que a veces tal vez parezca más una carga que un regalo. Con todo, ¿se imagina cómo se sentiría usted si le hiciera a alguien un valioso obsequio y luego este se deshiciera de él casi sin usarlo? Los seres humanos apenas hemos comenzado a disfrutar de dicha dádiva. En realidad, la Biblia indica que ahora no tenemos “la vida que realmente lo es” según el criterio de Dios (1 Timoteo 6:19). En el futuro cercano, la existencia será mucho más plena, significativa y feliz. ¿Cómo será posible?
La Biblia promete que Dios “limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor. Las cosas anteriores han pasado” (Revelación [Apocalipsis] 21:3, 4). Dediquemos algunos minutos a tratar de visualizar cómo será todo cuando se cumplan tales palabras, creando un cuadro mental completo y vívido. Esa imagen no es pura fantasía. Si meditamos en la relación que mantuvo Jehová con su pueblo, confiaremos más en él y nos resultará más real esa imagen (Salmo 136:1-26).
Quizá tardemos tiempo en recuperar por completo las ganas de vivir. Sigamos orando al “Dios de todo consuelo, que nos consuela en toda nuestra tribulación” (2 Corintios 1:3, 4; Romanos 12:12; 1 Tesalonicenses 5:17). Jehová nos dará las fuerzas necesarias y nos enseñará que merece la pena vivir (Isaías 40:29).
[Ilustración y recuadro de la página 9]
Cómo ayudar a quien revela tendencias suicidas
¿Qué debemos hacer si alguien nos confiesa que quiere quitarse la vida? “Escuchémosle con interés”, aconseja el Centro para el Control y Prevención de las Enfermedades, de Estados Unidos, y permitamos que exprese sus sentimientos. En muchos casos, sin embargo, la persona se retrae y no se muestra comunicativa. De ser así, reconozcamos que el dolor o la desesperanza que experimenta es real y mencionemos con tacto algunos cambios concretos que hayamos observado en su comportamiento. De este modo, tal vez se sienta impulsada a sincerarse con nosotros.
Cuando nos hable, pongámonos en el lugar de la persona. “Es esencial dejarle claro que su vida es importante para nosotros y para los demás”, señala el citado organismo. Hagámosle saber que su muerte destrozaría a muchos, incluidos nosotros. Ayudémosle a confiar en que el Creador se interesa por ella (1 Pedro 5:7).
Los expertos también recomiendan retirar todo lo que pudiera utilizarse para el suicidio, en especial las armas de fuego. Si la situación parece grave, tal vez deseemos aconsejarle que busque atención médica. En casos extremos, la única opción que tengamos quizá sea llamar a un servicio de emergencia médica.
[Recuadro de la página 11]
“¿Perdonará Dios que me sienta así?”
Relacionarse con los testigos de Jehová ha ayudado a muchas personas a superar los pensamientos suicidas. No obstante, nadie tiene el antídoto perfecto contra la tensión nerviosa o la depresión. Los cristianos que han pensado en poner fin a su vida suelen sentirse muy culpables por ello, lo cual no hace sino agravar la carga que soportan. Ahora bien, ¿cómo combatir tales estados afectivos?
Es digno de mención que ciertos fieles de tiempos bíblicos se expresaron con profundo pesimismo sobre su existencia. Rebeca, la esposa del patriarca Isaac, se angustió tanto por un problema familiar, que comentó: “He llegado a aborrecer esta vida mía” (Génesis 27:46). Job, quien perdió a sus hijos, la salud, la riqueza y la posición social, afirmó: “Mi alma ciertamente siente asco para con mi vida” (Job 10:1). Moisés le pidió a Dios: “Por favor, mátame y acábame del todo” (Números 11:15). Elías, profeta de Dios, dijo en cierta ocasión: “¡Basta! Ahora, oh Jehová, quítame el alma” (1 Reyes 19:4). Y el profeta Jonás repitió una y otra vez: “Mejor es mi morir que mi estar vivo” (Jonás 4:8).
¿Los condenó Jehová por sentirse así? No. Incluso conservó sus comentarios en la Biblia. Sin embargo, debemos notar que ninguno permitió que sus sentimientos lo condujeran al suicidio. Jehová los valoraba y deseaba que vivieran. De hecho, hasta la vida de los malvados le importa a Dios, pues los exhorta a que cambien su proceder para ‘realmente seguir viviendo’ (Ezequiel 33:11). ¡Cuánto más desea que nosotros, los que buscamos su favor, sigamos viviendo!
Dios nos ha suministrado el sacrificio de su Hijo, la congregación cristiana, la Biblia y el privilegio de la oración, un conducto de comunicación con Él que nunca está ocupado. El Creador escuchará a todo el que lo busque con corazón humilde y sincero. “Acerquémonos, por lo tanto, con franqueza de expresión al trono de la bondad inmerecida, para que obtengamos misericordia y hallemos bondad inmerecida para ayuda al tiempo apropiado.” (Hebreos 4:16.)
[Recuadro de la página 12]
Cuando se suicida un ser querido
Cuando alguien se quita la vida, los familiares y amigos íntimos sufren una gran conmoción y a menudo se culpan por la tragedia. Se hacen a sí mismos recriminaciones como: “Si hubiera pasado un poco más de tiempo con él ese día...”, “Si no le hubiera dicho...” o “Si lo hubiera ayudado algo más...”. Siempre hay una constante: “De no haber hecho cierta cosa, aún estaría vivo”. Pero ¿es justo culparse?
Es muy fácil reconocer los indicios premonitorios una vez consumado el suicidio, pero antes no resulta tan sencillo. Dice la Biblia: “Cada corazón conoce sus propias amarguras, y ningún extraño comparte su alegría” (Proverbios 14:10, Nueva Versión Internacional). En ocasiones es imposible discernir las ideas y sentimientos ajenos. Muchos suicidas no comunican bien sus más hondos pesares, ni siquiera a sus parientes cercanos.
El libro Giving Sorrow Words (Dar palabras al dolor) se expresa en los siguientes términos con respecto a las señales de un suicidio potencial: “La realidad es que no suele ser fácil percibirlas”. La misma obra añade que ni siquiera reconociéndolas se garantiza la prevención del acto. En vez de atormentarse, las palabras del sabio rey Salomón consolarán a los dolientes: “Porque los vivos tienen conciencia de que morirán; pero en cuanto a los muertos, ellos no tienen conciencia de nada en absoluto” (Eclesiastés 9:5). El difunto no vive atormentado en las llamas del infierno. Además, la angustia que lo llevó a matarse ha terminado. Ya no sufre, solo descansa.
Es mejor que el doliente se concentre en el bienestar de los vivos, incluido el suyo propio. Salomón añadió: “Todo lo que tu mano halle que hacer, hazlo con tu mismo poder” mientras haya vida (Eclesiastés 9:10). Puede tener la seguridad de que la perspectiva de vida futura de quienes se han suicidado está en manos de Jehová, “el Padre de tiernas misericordias y el Dios de todo consuelo” (2 Corintios 1:3).a
[Nota]
a El artículo “El punto de vista bíblico: ¿Resucitarán los suicidas?” (¡Despertad! del 8 de septiembre de 1990), presenta una exposición equilibrada sobre el futuro que aguarda a quienes han puesto fin a su vida.
[Ilustraciones de la página 8]
Hablemos con alguien
[Ilustración de la página 10]
Les importamos a los demás
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