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FiestaAyuda para entender la Biblia
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hasta al residente forastero, al huérfano de padre y a la viuda. (Deu. 16:11, 14.) En el caso de los residentes forasteros, por supuesto los varones tenían que ser adoradores circuncisos de Jehová. (Éxo. 12:48, 49.) Además de las ofrendas diarias, siempre se ofrecían sacrificios especiales, y mientras se hacían las ofrendas quemadas y los sacrificios de comunión, se tocaban las trompetas. (Núm. 10:10.)
En el transcurso de estas fiestas, algunos días eran asambleas solemnes o convocaciones santas, es decir, sábados, y como sucedía en el caso de los sábados semanales, era necesario dejar completamente el trabajo y las tareas cotidianas. Pero a diferencia del sábado semanal, se podía trabajar en los preparativos para la observancia de la fiesta, como por ejemplo la preparación del alimento, lo cual no estaba permitido en los días sabáticos normales. (Éxo. 12:16.) En este aspecto hay una distinción entre las “convocaciones santas” de las fiestas y los sábados regulares semanales (y el sábado del día décimo del séptimo mes, el Día de Expiación, que era un tiempo de ayuno). En estos días no se permitía hacer ningún trabajo, ni siquiera encender un fuego “en ninguna de sus moradas”. (Compárese Levítico 23:3 y 26-32 con los versículos 7, 8, 21, 24, 25, 35, 36 y con Éxodo 35:2, 3.)
LA IMPORTANCIA DE LAS FIESTAS EN LA VIDA DE ISRAEL
Las fiestas desempeñaban un papel muy importante en la vida de la nación israelita. Cuando aún estaban cautivos en Egipto, Moisés le dijo al faraón la razón por la que exigía que se dejara a los israelitas y a su ganado salir de Egipto: “Tenemos una fiesta para Jehová”. (Éxo. 10:9.) Posteriormente, el pacto de la Ley incorporó muchas instrucciones detalladas concernientes a la observancia de las fiestas. (Éxo. 34:18-24; Lev. 23:1-44; Deu. 16:1-17.) En conformidad con los mandamientos de Dios, los sábados de las fiestas ayudaban a todos los asistentes a concentrar su atención en la palabra de Dios y a no estar tan envueltos en sus asuntos personales que se olvidaran del aspecto espiritual —el más importante— de su vida diaria. Los sábados de las fiestas también servían para recordarles que eran un pueblo para el nombre de Jehová. Al viajar a los lugares de reunión para las fiestas y al regreso, tendrían muchas oportunidades para hablar acerca de la bondad de su Dios y de las bendiciones que estaban disfrutando tanto diariamente como en temporadas específicas. Las fiestas les brindaban el tiempo y la oportunidad de meditar, asociarse y considerar la ley de Jehová. Estas fiestas ampliaban su conocimiento de la tierra que les había sido dada por Dios, aumentaban el entendimiento y el amor entre ellos y promovían la unidad y la adoración limpia. Se convertían en acontecimientos felices. Los asistentes se embebían de los pensamientos y los caminos de Dios, y todos los que participaban con sinceridad recibían una rica bendición espiritual. Puede servir de ejemplo la bendición que recibieron los miles de asistentes que estuvieron presentes en la fiesta del Pentecostés en Jerusalén en el año 33 E.C. (Hech. 2:1-47.)
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Fiesta de la dedicaciónAyuda para entender la Biblia
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FIESTA DE LA DEDICACIÓN
(heb. januk·káh, “iniciación; dedicación”).
Esta observancia conmemora el recobro de la independencia judía al liberarse de la dominación siro-griega y la nueva dedicación a Jehová del templo de Jerusalén, el cual había sido profanado por Antíoco IV Epífanes. Este gobernante, que se llamó a sí mismo The·ós E·pifa·nés (“Dios Manifiesto”), edificó un altar encima del gran altar sobre el cual anteriormente se habían presentado las ofrendas quemadas diarias. (1 Macabeos 1:54-59, BJ.) En esta ocasión (el 25 de Kislev de 168 a. E.C.) sacrificó un cerdo sobre el altar y ordenó que se hiciese un caldo con parte de la carne; posteriormente mandó que con esto se salpicara todo el templo, a fin de mostrar su odio y desprecio por Jehová, el Dios de los judíos, y para contaminar su templo al grado máximo. Asimismo, quemó las puertas del templo, derribó las cámaras de los sacerdotes y se llevó el altar de oro, la mesa del pan de la proposición y el candelabro de oro. Más tarde, dedicó el templo de Zorobabel a Zeus, dios pagano del Olimpo.
Dos años más tarde, Judas Macabeo volvió a tomar la ciudad y el templo. El santuario estaba desolado, y en los atrios del templo crecía la maleza. Judas derribó el viejo altar contaminado y edificó uno nuevo con piedras no labradas. Ordenó hacer vasos para el templo e introdujo en él el altar del incienso, la mesa del pan de la proposición y el candelabro. Una vez que el templo fue purificado de su contaminación, se efectuó la dedicación el 25 de Kislev de 165 a. E.C., exactamente tres años después de que Antíoco hiciese su sacrificio sobre el altar en adoración al dios pagano. Se renovaron las ofrendas quemadas diarias o continuas. (1 Macabeos 4:36-54; 2 Macabeos 10:1-9, BJ.)
LAS COSTUMBRES DE LA FIESTA
La misma naturaleza de la fiesta hacía de ella una ocasión de gran regocijo. Por la manera en que se celebraba, guardaba cierta similitud con la fiesta de las cabañas. La observancia duraba ocho días, comenzando el 25 de Kislev. (1 Macabeos 4:59.) Un gran resplandor de luz bañaba los atrios del templo y todas las moradas privadas estaban iluminadas con lámparas decorativas. El Talmud la denomina la “fiesta de la iluminación”. Más tarde, algunos adoptaron la costumbre de preparar ocho lámparas para la primera noche y utilizar una menos cada noche, en tanto que otros comenzaban con una e iban aumentando hasta llegar a ocho. El objetivo no era únicamente iluminar el interior de la casa, sino hacer posible
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