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  • La pena capital... ¿es la ley de Dios?
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¡Despertad! 1974
g74 8/11 págs. 27-28

¿Cuál es el punto de vista bíblico?

La pena capital... ¿es la ley de Dios?

“LA PENA de muerte NO es la ley de Dios,” declaró un sorprendente título en el Star de Toronto del 29 de enero de 1971. Esa era la inequívoca opinión del escritor, un anterior moderador de la Iglesia Unida del Canadá. Por varias razones muchos grupos religiosos favorecen la abolición de la pena capital. Por lo general, los oponentes de la pena de muerte la consideran cruel. Pero los apoyadores creen que ésta frena el crimen.

Es ineludible el hecho de que ésta es una cuestión cargada de emoción, porque en ella está envuelta la vida, la más preciosa posesión del hombre. ¿Quién está mejor capacitado para resolver el asunto? Pues, el Supremo Dador de la Vida, Jehová Dios. (Sal. 36:9; Isa. 42:5) Sin duda, Jehová también tiene el derecho de hacer leyes que gobiernen su don de la vida. Por supuesto, sus pensamientos y caminos son más altos que los de los hombres. (Isa. 33:22; 55:8) Así es que, puede que al principio uno no comprenda o aprecie a cabalidad las regulaciones de Dios. Sin embargo, sus decretos no son desamorados, injustos o defectuosos.—Jer. 9:24.

No se puede decir que Jehová se opone a la pena capital en sí misma, aunque él ciertamente no aprueba todas las ejecuciones. Por desobedecer la ley divina, Adán y Eva sufrieron la pena de muerte, tal como Dios lo decretó. (Gén. 2:16, 17; 3:17-19; 5:5) Jehová ejecutó a los malhechores durante el diluvio global en los días de Noé y en las inicuas Sodoma y Gomorra. (2 Ped. 2:5, 6) Por medio de autoridades humanas en el Israel de la antigüedad, en ciertas ocasiones Dios hizo que se ejecutara la pena capital. (Éxo. 32:27, 28; Núm. 25:1-11) Además, en la venidera “grande tribulación” Jesucristo ejecutará a los violadores flagrantes de la ley divina.—2 Tes. 1:6-9.

Las autoridades humanas frecuentemente han clasificado el asesinato como una ofensa capital. ¿Qué dice la ley de Dios? “No debes asesinar,” declara uno de los Diez Mandamientos. (Deu. 5:17) El apóstol cristiano Juan escribió: “Ustedes saben que ningún homicida tiene vida eterna permaneciente en él.” (1 Juan 3:15; Rev. 21:8) Al ser conmovido emocionalmente, quizás por el periodismo sensacionalista, algunos tal vez piensen que la ejecución de asesinos brutales es cruel. Pero, ¿no se podría decir lo mismo de sus actos violentos que privan a otros de sus vidas? A menudo, también ‘el asesino mata al afligido y al pobre.’ (Job 24:14) Y aunque el mero sentimiento no es la base de todo el juicio en estos asuntos, ¿quién puede pasar por alto la angustia de los que quedan en duelo?

Ciertamente el omnisapiente Dador de Vida ponderó cada factor esencial al declarar originalmente su inmutable ley con respecto al asesinato y a la pena capital. A los sobrevivientes del diluvio global, y con toda la familia humana en mente, Jehová les declaró: “La sangre de sus almas, la de ustedes, la reclamaré. . . . Cualquiera que derrame la sangre del hombre, por el hombre será derramada su propia sangre, porque a la imagen de Dios hizo él al hombre.”—Gén. 9:1, 5, 6.

Por lo tanto, el Legislador Supremo autorizó el ejercicio de la autoridad humana para ejecutar a los asesinos. Por medio de hacer morir a esos criminales, la autoridad gubernamental actúa como “ministro de Dios, vengador para expresar ira sobre el que practica lo que es malo.” (Rom. 13:1, 3, 4) Por supuesto, esto no da a las personas no autorizadas el derecho a ‘tomar la ley en sus propias manos’ y deshacerse violentamente de un homicida.

Aunque consideraba el asesinato deliberado como una ofensa capital, la ley de Dios a Israel hizo provisión para un trato misericordioso para el homicida involuntario. Se le concedía protección en una de las ciudades de refugio de la nación, pero solo después que hombres responsables hubieran determinado que la muerte había sido accidental. El homicida involuntario no era encarcelado, sino que se requería que hiciera trabajo útil que lo beneficiara a él mismo y a otros.—Núm. 35:9-34.

La ley de Jehová dada a los israelitas también requería la pena capital en casos de negligencia criminal y ciertos actos malos que eran extremadamente perjudiciales física, mental y espiritualmente. Dios así mostró profundo interés amoroso por la gente en general. Si se hubieran adherido a ellas, sus regulaciones hubieran elevado a Israel por sobre las naciones paganas, sumidas en prácticas tan corruptas como el incesto, la sodomía y la bestialidad. (Éxo. 21:29; Lev. 18:6-30; 20:10-23) La pena capital quitó de la escena a flagrantes malhechores inmorales y con ellos la posibilidad de que pudieran inducir a otros a seguirlos en su degradación. Además, la ejecución de asesinos brutales impedía que éstos privaran de la vida a más personas.

Algunos quizás pregunten: “¿Frena realmente el crimen la pena capital?” Dios, que conoce bien la hechura del hombre, dice que sí lo hace. Concerniente a los apóstatas, se nos dice: “Tienes que lapidarlo con piedras, y tiene que morir, porque ha tratado de apartarte de Jehová tu Dios . . . Entonces todo Israel oirá y tendrá miedo, y no volverán a hacer nada semejante a esta cosa mala.”—Deu. 13:6-11.

En ciertas ocasiones las autoridades humanas han ejecutado injustamente a personas por actos triviales de maldad. Por esto, los gobernantes mundiales tendrán que asumir su responsabilidad delante del “Juez de toda la tierra.” (Gén. 18:25) Además, a veces los inocentes han sido muertos. Por ejemplo, la reina Jezabel de Israel se encargó de que Nabot fuera acusado falsamente de maldecir a Dios y al rey. Así es que, fue ejecutado por algo que él no hizo. (1 Rey. 21:1-16) Pero la justa ley de Dios requería que un testigo malicioso pagara con la mismísima cosa que él maquinaba quitar al acusado. Considerado apropiadamente, el decreto de Jehová de ‘vida por vida’ no indica desconsideración por la vida, sino que magnifica la alta evaluación que Dios tiene de ésta.—Deu. 19:15-21.

Jehová no es responsable por las parodias de justicia que resultan en muerte por ejecución, porque él es justo. (Deu. 32:4; Isa. 40:14) Además, él puede resucitar a la víctima desventurada de una pena capital inmerecida a manos de las autoridades humanas. (Hech. 24:15) Los romanos impusieron la pena de muerte a dos ladrones empalados junto a Jesucristo. Aunque el robo mismo no era una ofensa capital según la Ley de Moisés, uno de estos malhechores reconoció: “Estamos recibiendo de lleno lo que merecemos por las cosas que hicimos.” Ese malhechor le pidió a Jesús que se recordara de él al estar en el poder del Reino, y Cristo prometió: “Estarás conmigo en el Paraíso.” De ese modo le aseguró a ese criminal una resurrección en el futuro paraíso terrenal. (Luc. 23:32-43; Mat. 27:38) Por supuesto, Jehová es quien decide si individuos específicos que sufrieron la pena de muerte a través de los siglos serán resucitados o no.

Debemos llegar a la conclusión, pues, de que la pena capital por asesinato deliberado era parte de la ley divina que aplica a toda la humanidad. En el Israel de la antigüedad cuando los decretos de Dios se seguían estrictamente y la pena de muerte se imponía justamente por ciertos crímenes serios, esto no se debía al capricho frío y cruel de una deidad desamorada. La pena capital servía como un freno para el crimen y era una protección para la gente. Y nosotros sabemos que Jehová está consciente de los abusos de la autoridad humana en imponer la pena capital y no es insensible a éstos. Felizmente, los cristianos también pueden esperar que este Dios de amor y misericordia produzca condiciones terrenales en las que la muerte —y con el tiempo la necesidad de imponer la pena capital— no existirá más.—Isa. 25:8, 9.

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