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  • Seamos hacedores, y no solo oidores
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Nuestro Ministerio del Reino 1996
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Seamos hacedores, y no solo oidores

1 Los verdaderos cristianos tomamos en serio la admonición bíblica de ser hacedores de la palabra, y no solo oidores. (Sant. 1:22.) De este modo, nos distinguimos marcadamente de quienes afirman ser cristianos pero cuyo servicio a Dios es una mera fachada. (Isa. 29:13.) Jesús indicó con claridad que solo se salvarán los que hagan la voluntad de Dios. (Mat. 7:21.)

2 La adoración que no produce obras piadosas carece de todo sentido. (Sant. 2:26.) Por ello, hacemos bien en preguntarnos: ‘¿De qué manera demuestra lo que hago que mi fe es auténtica? ¿Qué indica que realmente vivo en consonancia con mis creencias? ¿Cómo puedo imitar mejor a Jesús?’. Si respondemos con sinceridad, nos será más fácil ver qué progresos hemos realizado respecto a cumplir con la voluntad de Dios, y qué más debemos hacer.

3 En vista de que seguimos a Jesús, nuestra principal aspiración en la vida ha de ser la misma que señaló el salmista: “En Dios ciertamente ofreceremos alabanza todo el día, y hasta tiempo indefinido elogiaremos tu nombre”. (Sal. 44:8.) El cristianismo es un modo de vida que se hace patente a diario en todo lo que hacemos. Nos sentimos sumamente satisfechos cuando demostramos en todas nuestras actividades que deseamos de todo corazón alabar a Jehová. (Fili. 1:11.)

4 Alabar a Jehová implica más que vivir con rectitud: Si Dios se conformara con que nos comportáramos bien, bastaría con concentrarnos en pulir nuestra personalidad. Sin embargo, la adoración también conlleva declarar en público las excelencias de Jehová y hacer declaración pública de su nombre. (Heb. 13:15; 1 Ped. 2:9.)

5 La predicación pública de las buenas nuevas es una de las obras más importantes que llevamos a cabo. Jesús se dedicó por entero a dicha labor porque sabía que significaba vida eterna para todo el que hiciera caso. (Juan 17:3.) En la actualidad, el “ministerio de la palabra” no ha perdido relevancia; es el único medio por el que pueden salvarse las personas. (Hech. 6:4; Rom. 10:13.) Si tenemos en cuenta los beneficios trascendentales que reporta esta obra, comprenderemos por qué nos instó Pablo a ‘predicar la palabra’ y a ‘ocuparnos en ello urgentemente’. (2 Tim. 4:2.)

6 ¿Qué lugar debe ocupar en nuestras vidas la alabanza a Jehová? El salmista dijo que pensaba en ello todo el día. ¿No deberíamos verlo igual nosotros? Por supuesto, de forma que consideraremos toda conversación como una oportunidad de hablar del nombre de Jehová. Estaremos siempre pendientes de encauzar la conversación a asuntos espirituales. Nos esforzaremos por participar con constancia en las labores del servicio del campo que organiza la congregación. Quienes tengan las circunstancias propicias, pueden plantearse seriamente el precursorado, pues este servicio nos ayuda a poner en primer lugar la predicación en nuestra vida cotidiana. La Palabra de Dios nos garantiza que si persistimos en ser hacedores de la voluntad divina, seremos felices. (Sant. 1:25.)

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