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  • Mi corazón rebosa de gratitud

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  • Mi corazón rebosa de gratitud
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1997
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1997
w97 1/9 págs. 25-28

Mi corazón rebosa de gratitud

RELATADO POR JOHN WYNN

¡Cuántas veces me resistí a ir a las reuniones de los testigos de Jehová! Fingía tener dolor de estómago o de cabeza: cualquier cosa con tal de no asistir. Pero la firmeza de mi madre siempre hizo que mis dolencias desaparecieran enseguida, y al final acababa caminando a su lado los tres kilómetros que había hasta el Salón del Reino, escuchándola conversar de la Palabra de Dios con una compañera de más edad.

AQUELLO me enseñó una valiosa lección: los padres siempre deben defender con firmeza, aunque a la vez con bondad, lo que es recto a los ojos de Dios. (Proverbios 29:15, 17.) Jamás deben olvidar el mandato bíblico de ‘no abandonar el reunirnos’. (Hebreos 10:25.) Cuando miro atrás y repaso mi vida, me siento muy agradecido de que mi madre me obligara a hacer lo que era mejor para mí.

Agradecido por los buenos ejemplos que tuve

Aunque mi padre no era creyente, fue tolerante con las creencias de mamá cuando esta se hizo Estudiante de la Biblia, como entonces se llamaba a los testigos de Jehová. En 1913 mamá fue a escuchar el discurso “Más allá del sepulcro”, pronunciado por Charles T. Russell, el primer presidente de la Sociedad Watch Tower. Como llegó tarde, y todos los asientos estaban ocupados, la invitaron a acomodarse con otras personas que también habían llegado tarde en una sección próxima a la plataforma, muy cerca del pastor Russell. Aquel discurso le causó una profunda impresión. Al día siguiente el discurso apareció en el periódico local, y ella lo guardó y lo leía con frecuencia.

Al terminar aquella reunión, mi madre entregó un papel con su nombre, y poco después la visitó un Estudiante de la Biblia. Con el tiempo comenzó a distribuir tratados bíblicos de casa en casa en nuestra ciudad natal de Gloucester (Inglaterra). Mis dos hermanas y yo empezamos a acompañarla en la predicación desde muy pequeños.

Cuando Harry Francis, fervoroso Estudiante de la Biblia, se trasladó a Gloucester, mamá le dio una calurosa bienvenida. Él pronto tomó un interés personal en mí, y su estímulo influyó mucho en que posteriormente me hiciera precursor, como se llama a los ministros de tiempo completo. El ejemplo del hermano Francis me enseñó una lección importante: los mayores siempre deben buscar maneras de animar a los jóvenes.

Cuando mi madre llegó a ser Estudiante de la Biblia, otras personas de Gloucester hicieron lo mismo. No obstante, algunos ancianos de la congregación empezaron a creerse demasiado importantes, y ciertos miembros de la clase —como se llamaba entonces a la congregación— comenzaron a seguir a individuos. En una reunión, algunos asistentes instaron mucho a mamá con golpecitos en la espalda a que levantara la mano para elegir a ciertos ancianos. Pero ella sabía que aquellos hombres no estaban dando un buen ejemplo, y no se dejó intimidar. En aquel tiempo, a finales de los años veinte, muchos se apartaron y dejaron de andar en el camino de la verdad. (2 Pedro 2:2.) Mamá, sin embargo, nunca dejó de apoyar lealmente a la organización; su actitud fue un gran ejemplo para mí.

Me pongo de parte de la verdad

Finalmente, en junio de 1939, a la edad de 18 años, me bauticé en el río Severn. Aquel mismo año me nombraron siervo de sonido. En aquellos días utilizábamos en los lugares públicos un gran aparato de reproducción de sonido que emitía a todo volumen el mensaje “La religión es un lazo y un fraude”. Tratábamos por todos los medios de poner al descubierto la hipocresía y las enseñanzas falsas de la cristiandad.

Una vez encabecé una marcha llevando una pancarta que por un lado decía “La religión es un lazo y un fraude”, y por el otro, “Servid a Dios y a Cristo Rey”. Nos seguía un poni con dos grandes letreros, uno a cada lado, que anunciaban la conferencia pública. ¡Qué efecto debió causar aquella marcha en una ciudad tan religiosa como Gloucester!

A pesar de que nuestra familia atravesaba dificultades económicas, mi madre me animó a ser precursor. Así que en septiembre de 1939, cuando empezó la II Guerra Mundial, llegué a mi primera asignación de precursor: una pequeña población de Warwickshire llamada Leamington, donde vivían varios ministros religiosos retirados.

En el ministerio de casa en casa usábamos un gramófono ligero para reproducir conferencias de Joseph F. Rutherford, el entonces presidente de la Sociedad Watch Tower Bible and Tract. El otro aparato de reproducción de sonido (que podía utilizarse para grupos más grandes) pesaba mucho más, y lo llevábamos en un cochecito de niño. A veces, los sacerdotes, airados por el mensaje que desenmascaraba a la religión falsa, nos echaban de sus terrenos. Pero nosotros no nos desanimábamos. Jehová bendijo nuestra labor, y hoy día hay una congregación de más de cien Testigos en Leamington.

En 1941, en plena II Guerra Mundial, me trasladé a Gales, y serví de precursor en las ciudades de Haverfordwest, Carmarthen y Wrexham. Se me eximió del servicio militar por ser ministro de tiempo completo, pero a la gente no le gustaba nuestra postura de neutralidad. De ahí que a mi compañero y a mí se nos acusara de ser espías o quintacolumnistas. Una noche la policía rodeó nuestro remolque. Mi compañero, que acababa de regresar de su trabajo de palear carbón, asomó la cabeza para ver quiénes estaban fuera. Su rostro cubierto de carbonilla dio a los policías la impresión de que estaba a punto de intervenir en un ataque. Tuvimos que darles una explicación.

Jehová nos bendijo abundantemente en nuestras asignaciones. En cierta ocasión, mientras servíamos en Carmarthen, vino a visitarnos John Barr, de la sucursal de Londres (actualmente miembro del Cuerpo Gobernante), y nos animó mucho. En aquel tiempo solo había dos publicadores en Carmarthen; en la actualidad hay más de un centenar. Wrexham cuenta hoy con tres congregaciones, y hace poco tuve el privilegio de dedicar un bonito Salón del Reino en Haverfordwest. (1 Corintios 3:6.)

Agradecido por mi ministerio

Durante nuestra estancia en Swansea, en el sur de Gales, a mi compañero Don Rendell no le concedieron la exención del servicio militar. Aunque explicó que en conciencia no podía ir a la guerra y pelear contra cristianos como él de otros países, fue enviado a prisión. (Isaías 2:2-4; Juan 13:34, 35.) Para animarle, así como para dar testimonio a los vecinos, instalé cerca de la cárcel el aparato de reproducción de sonido y puse conferencias bíblicas.

Pero a las vecinas no les gustó aquella idea y recolectaron dinero para pagar a los soldados a fin de que nos dieran una paliza al hermano que me acompañaba y a mí. Salimos corriendo lo más deprisa que pudimos —yo empujaba además el cochecito con el aparato de reproducción de sonido— para refugiarnos en el Salón del Reino. Pero cuando llegamos, ¡estaba cerrado! Si no hubiera sido por la oportuna intervención de la policía, nos habrían dado una tremenda paliza.

Por lo visto, el incidente llegó a ser muy conocido, pues tiempo después, mientras predicaba en la zona rural próxima a Swansea, un hombre me dijo con aprobación: “El cristianismo es lo que ustedes defienden, como el joven de Swansea que proclamó enérgicamente sus creencias y tuvo que correr en busca de protección”. ¡Cómo se sorprendió cuando le dije que aquel joven era yo!

En aquellos años bélicos no era fácil ser precursor. No teníamos mucho en sentido material, pero agradecíamos lo que poseíamos y disfrutábamos de ello. Siempre recibíamos con regularidad el alimento espiritual, y jamás nos perdíamos una reunión, salvo en caso de enfermedad. Compré una bicicleta vieja y le puse unas cestas grandes para llevar un gramófono y publicaciones bíblicas. A veces viajaba en ella 80 kilómetros al día. Serví de precursor durante unos siete años, y guardo recuerdos muy gratos de aquellos tiempos.

En 1946, cuando terminó la II Guerra Mundial, se me invitó a trabajar en Betel, nombre que reciben las sedes de los testigos de Jehová en sus respectivos países. Nuestro Betel estaba localizado entonces en el número 34 de Craven Terrace, al lado del Tabernáculo de Londres. Me encantaba la compañía de los cristianos mayores que allí vivían, como Alice Hart, de cuyo padre, Tom Hart, se dice que fue el primer Testigo de Inglaterra.

Consigo una fiel compañera

En 1956 dejé Betel para casarme con Etty, una precursora a la que había conocido cuando vino de los Países Bajos para visitar a su hermana, que entonces vivía en Londres. A finales de la guerra, Etty enseñaba mecanografía y taquigrafía en una escuela de comercio de Tilburg, en el sur de los Países Bajos. Un día, otro profesor se ofreció a acompañarla a casa en su bicicleta para asegurarse de que llegaba sana y salva. Él era católico, y cuando llegaron empezó a hablar con los padres de Etty, que eran protestantes. Se hicieron amigos, y el profesor se convirtió en visitante asiduo de la familia.

Poco después de acabar la guerra, el profesor fue a la casa de Etty diciendo a voz en cuello: “¡He encontrado la verdad!”.

“Si no me equivoco, cuando eras católico decías que tenías la verdad”, respondió el padre de Etty.

“¡No! —replicó entusiasmado—. Los que tienen la verdad son los testigos de Jehová.”

Aquella y muchas otras veladas posteriores transcurrieron hablando apasionadamente de temas bíblicos. Poco después Etty se hizo precursora. En su ministerio, ella también se topó con oposición enconada, que en los Países Bajos procedía de la Iglesia Católica Romana. Los sacerdotes azuzaban a los niños para que interrumpieran sus conversaciones cuando fuera de casa en casa, y en una ocasión le destrozaron la bicicleta. Ella la llevó a un mecánico que anteriormente le había aceptado un folleto. “Mire lo que han hecho los niños”, dijo con lágrimas en los ojos.

“Vamos, no se desanime —respondió bondadosamente el hombre—. Usted está haciendo una buena labor. Le arreglaré la bicicleta gratis.” Y así lo hizo.

Etty se dio cuenta de que los sacerdotes apenas se interesaban por los feligreses hasta que alguno empezaba a estudiar con ella. Entonces aparecían los curas y las monjas para socavar la fe de la gente en la Biblia y en Jehová. A pesar de ello, Etty condujo muchos estudios bíblicos fructíferos.

Agradecidos por la vida que compartimos

Después de nuestra boda, se me asignó a servir de superintendente viajante en Inglaterra, y Etty y yo pasamos casi cinco años visitando congregaciones para fortalecerlas en sentido espiritual. Entonces recibí la invitación de asistir a la clase 36 de Galaad, que se celebraría en la sede mundial de los testigos de Jehová, en Brooklyn (Nueva York). El curso de diez meses, que terminó en noviembre de 1961, estaba particularmente destinado a preparar a hombres para que sirvieran en las sucursales de los testigos de Jehová. Durante mi ausencia, Etty se quedó en el Betel de Londres, adonde nos asignaron a los dos cuando me gradué.

Por los siguientes dieciséis años trabajé en el Departamento de Servicio, tratando asuntos relacionados con las actividades de las congregaciones. Cuando en 1978 falleció el superintendente del Hogar Betel, Pryce Hughes, me nombraron para ocupar su lugar. Ha sido muy gratificante encargarme todos estos años del bienestar de los miembros de nuestra creciente familia Betel (actualmente somos más de doscientos sesenta).

En 1971 falleció mi querida madre a la edad de 85 años. Etty y yo fuimos a Gloucester para el funeral, en el que un hermano explicó muy bien la esperanza celestial que mamá abrigaba. (Filipenses 3:14.) Me siento muy agradecido a mis hermanas, Doris y Grace, por el amor con que cuidaron a mamá durante su vejez, gracias a lo cual mi esposa y yo continuamos en el ministerio de tiempo completo.

Etty y yo pensamos a menudo en nuestros padres y en la crianza firme y amorosa que nos dieron. Siempre estaremos en deuda con ellos. Mamá, en particular, nos dio un magnífico ejemplo a mis hermanas y a mí, y cultivó en nosotros un profundo agradecimiento a Jehová y su organización.

En efecto, nuestro corazón rebosa de gratitud ante cada nuevo día de servicio a nuestro Padre celestial, Jehová. ¡Qué Dios tan maravilloso y bondadoso! El salmista bíblico expresó muy bien nuestros sentimientos cuando escribió: “Te ensalzaré, oh mi Dios el Rey, y ciertamente bendeciré tu nombre hasta tiempo indefinido, aun para siempre. Todo el día te bendeciré, sí, y ciertamente alabaré tu nombre hasta tiempo indefinido, aun para siempre”. (Salmo 145:1, 2.)

[Ilustración de la página 26]

Con mi esposa, Etty

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