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Pidió más invitaciones
Dos días antes de la Conmemoración, un hermano que vive en Indonesia le dio la invitación a un agente de estacionamiento. El hombre, que es musulmán, le preguntó si con esa invitación podía llevar con él a más personas. El hermano le dijo que sí. Pero el señor le mencionó que tenía una familia muy grande y, de todos modos, le pidió más invitaciones. El publicador le dio 20 y le explicó que se trataba de un evento para conmemorar la muerte de Jesucristo, y que tanto cristianos como musulmanes estaban invitados a asistir. El hombre le dijo que iría con alrededor de sesenta o setenta personas.
Al comienzo del discurso de la Conmemoración, ya estaban presentes 248 personas, y al poco rato llegó el agente de estacionamiento acompañado de unas cien personas más: hombres, mujeres, niños, mayores y hasta una mujer a punto de dar a luz. Habían alquilado varios autos para ir al hotel donde se iba a celebrar la Conmemoración. Al ver toda esa gente, los guardias de seguridad del hotel no querían dejarlos pasar. No entendían por qué tantos musulmanes querían estar en una reunión cristiana. Pero después de que el grupo les mostrara las invitaciones, los guardias los acompañaron hasta el auditorio y dejaron pasar a unos sesenta a la abarrotada sala.
A los pocos días, el hermano fue a visitar al hombre y le preguntó si al grupo le había gustado la reunión. El hombre le comentó que en un principio habían dudado si ir o no, pero que se quedaron impresionados al ver que todos eran muy amables y que los saludaban con apretones de manos. El hermano lo invitó a ir el siguiente domingo a escuchar el discurso especial. Y el hombre volvió a asistir, en esta ocasión con unos cuarenta familiares y amigos. Como llegaron cuando estaba acabando la reunión, los ancianos decidieron que se presentara el discurso por segunda vez. Un hermano anunció el discurso y explicó brevemente en qué consistía el programa, incluidos la canción y la oración. El discursante tuvo en cuenta que aquellas personas eran musulmanas y utilizó términos con los que estaban familiarizadas, como “los Libros Sagrados”, en vez de la Biblia, y “el profeta Isa”, en lugar de Jesús.
Más adelante, un anciano visitó al señor en su hogar y empezaron a estudiar la Biblia con la ayuda del folleto Escuche a Dios. Doce personas más se unieron al estudio, entre ellas algunas mujeres musulmanas y niños.
Algo para leer en los autobuses
Mongolia: Algunos publicadores obtuvieron permiso para dejar publicaciones en los autobuses
De la ciudad de Ulán Bator (Mongolia) salen autobuses hacia cualquier parte del país. Hay viajes que duran hasta 48 horas, y los pasajeros se duermen o se entretienen mirando por la ventana. Nunca les dan nada para leer, aunque a la mayoría les encanta la lectura. Teniendo esto en cuenta, algunos hermanos de la congregación de Songino Khairkhan les dijeron a los conductores de autobuses: “Nos gustaría obsequiarles con un libro muy bueno. En los aviones siempre se deja algo para leer. Si creen que a sus pasajeros les gustaría leer durante el viaje, podemos dejar algunas publicaciones en el bolsillo de los asientos”. Ocho conductores aceptaron y, como resultado, los hermanos distribuyeron 299 revistas y 144 folletos. Además, se ofrecieron para ir reemplazando las revistas cada vez que sale un número nuevo.
Un error trajo buenos resultados
En un país asiático, se les pidió a dos ancianos que fueran a visitar a una hermana que llevaba ocho años inactiva. Los ancianos no la conocían, así que la llamaron y quedaron en ir a verla a la tienda que tenía en un enorme mercado mayorista. Tras caminar por el confuso laberinto de callejuelas, finalmente encontraron una tienda en la dirección que la hermana les había indicado. Cuando entraron los saludó una señora que tenía una pequeña Biblia en el mostrador. Los hermanos primero confirmaron su apellido, su lugar de nacimiento y la edad de sus dos hijos, y llegaron a la conclusión de que se trataba de la hermana inactiva. “Somos tus hermanos, testigos de Jehová”, le dijeron.
“Yo soy cristiana”, les contestó ella, totalmente perpleja. A los hermanos les sorprendió esa reacción; aun así, le dieron publicaciones bíblicas, que ella agradeció mucho. Sin embargo, al salir se dieron cuenta de que habían ido a la tienda que no era. Se suponía que tenían que ir al número 2202, pero habían entrado en el 2200. Uno de los hermanos comentó: “Me corrió un frío por la espalda; era como si los ángeles nos hubieran dirigido a esa tienda. Aquella señora y la hermana tenían el mismo apellido, eran de la misma ciudad y las dos tenían hijos de edades parecidas. Si la señora hubiera tenido otro apellido o hubiera sido de otra ciudad, habríamos sabido que no era la que buscábamos”. Dos tiendas más adelante, los hermanos dieron con la hermana inactiva, que todavía los estaba esperando.
“Fue una lección de humildad, porque aunque estuve inactiva tanto tiempo, Jehová nunca se olvidó de mí”
Gracias a aquel error, la primera señora empezó a estudiar la Biblia y a ir a las reuniones. La hermana inactiva comenzó a asistir a las reuniones y a predicar. Ella se expresó así: “Fue una lección de humildad, porque aunque estuve inactiva tanto tiempo, Jehová nunca se olvidó de mí”.
El mal tiempo no los detiene
Filipinas: Greg predicando con un mensaje de texto
Greg y Alma se mudaron a una isla de Filipinas llamada Catanduanes para colaborar donde se necesitan más publicadores del Reino. La isla tiene algunas partes muy montañosas, así que este matrimonio debe caminar 19 kilómetros (12 millas) para llegar a ciertas zonas de su territorio. Hay veces que tienen que remar hasta dos horas para predicar en otras islas. En la temporada lluviosa se les hace muy difícil hacer esos viajes. Pero en vez de quedarse en casa sin salir a predicar, han decidido aprovechar las tarifas especiales que ofrece la compañía de teléfono, que les permite enviar todos los mensajes de texto que quieran a un precio muy bajo.
Greg empieza el mensaje diciendo su nombre, y luego añade: “Me gustaría que leyera este pasaje de la Biblia”. Un versículo que le ha dado buenos resultados es Juan 17:3. Después de citarlo, hace dos preguntas: ¿Quién es el único Dios verdadero? y ¿Quién es Jesucristo?, e invita a la persona a dar su opinión. Si la persona contesta, Greg le copia otro versículo, como Salmo 83:18. Y si la persona sigue respondiendo a los mensajes, entonces él le pregunta si la puede llamar por teléfono. Greg y Alma dicen que mucha gente acepta.
Una mujer con la que contactaron tenía muchas preguntas sobre la Biblia, así que intercambiaron con ella muchos mensajes de texto. Al final, todos aquellos mensajes llevaron a que se iniciara un curso bíblico. La mujer les habló a su sobrino y a una compañera de trabajo de lo que estaba aprendiendo. Con el tiempo, los tres llegaron a bautizarse.