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    La Atalaya 1993 | 1 de febrero
    • Hallé satisfacción en servir a Dios

      SEGÚN LO RELATÓ JOSHUA THONGOANA

      En 1942 me hallaba muy confundido. Estudiaba las publicaciones de los Adventistas del Séptimo Día y de la Sociedad Watch Tower. Como los israelitas de la antigüedad, iba “cojeando sobre dos opiniones”. (1 Reyes 18:21.)

      LOS Adventistas del Séptimo Día me enviaban sermones impresos titulados “La voz de la profecía”. Disfrutaba de contestar sus preguntas, y me prometieron un hermoso certificado si aprobaba todos los exámenes. Pero observé que tanto “La voz de la profecía” como las publicaciones de la Sociedad Watch Tower llegaban por correo desde Ciudad del Cabo (África del Sur). Me pregunté: ‘¿Se conocen una a la otra estas organizaciones? ¿Concuerdan sus enseñanzas? Si no es así, ¿quién tiene la verdad?’.

      Para resolver la cuestión, envié cartas similares a ambas organizaciones. Por ejemplo, a la Sociedad Watch Tower escribí: “¿Conocen a las personas que se asocian con ‘La voz de la profecía’? Si así es, ¿qué opinan de sus enseñanzas?”. Poco después recibí contestación de ambos grupos. La carta de la Sociedad Watch Tower decía que sabía de “La voz de la profecía”, pero explicaba que sus enseñanzas, como la de la Trinidad y la vuelta de Cristo a la Tierra en forma carnal, no procedían de la Biblia. La carta incluía textos bíblicos que refutaban esas doctrinas falsas. (Juan 14:19, 28.)

      “La voz de la profecía” solo dijo que conocía a “la gente de la Watch Tower”, pero que no concordaba con sus enseñanzas. No dio ninguna razón. Por lo tanto, me decidí por la Sociedad Watch Tower, la agencia legal de los testigos de Jehová. Hoy, 50 años después, me alegro de haber tomado la decisión correcta.

      Antecedentes religiosos

      Nací en 1912 en Makanye, una región rural al este de la ciudad sudafricana de Pietersburg. En aquel entonces, Makanye se hallaba bajo el control religioso de la Iglesia Anglicana, así que llegué a ser miembro de esa Iglesia. Cuando tenía 10 años de edad, mi familia se mudó a un lugar que estaba bajo el dominio de la Iglesia Misional Luterana de Berlín, a la que mis padres se afiliaron. Pronto llené los requisitos para asistir al servicio de comunión y tomar el bocado de pan y el sorbo de vino, pero aquello no satisfizo mi necesidad espiritual.

      Después de ocho años de educación escolar, mi padre me envió a la Institución Normal Kilnerton, y en 1935 recibí un certificado de haber cursado tres años de Magisterio. Una de las maestras con las que trabajé era una joven llamada Caroline. Nos casamos, y algún tiempo más tarde dio a luz a una niña, a la que llamamos Damaris. Unos años después llegué a ser el maestro principal de la Escuela Sehlale, en la aldea rural de Mamatsha. Puesto que la Iglesia Holandesa Reformada dirigía la escuela, nos afiliamos a ella y asistimos a sus servicios con regularidad. Lo hicimos porque nos pareció lo más conveniente, pero no me satisfizo.

      Un punto de viraje

      Cierto domingo de 1942, mientras ensayábamos himnos en la iglesia, un hombre blanco se presentó en la puerta con tres libros publicados por la Sociedad Watch Tower: La Creación, Vindicación y Preservation (Conservación). Pensé que lucirían bien en mi biblioteca, de modo que los acepté por tres chelines. Después me enteré de que aquel hombre, Tienie Bezuidenhout, era el único testigo de Jehová de la región. En la siguiente visita, Tienie llevó consigo un fonógrafo y puso unos discos de discursos del juez Rutherford. Me encantó el que se titulaba “La religión es un lazo y un fraude”, pero a Caroline y a mi hermana menor, Priscilla, que vivía con nosotros, no les gustó. En la tercera visita, Tienie me dio el fonógrafo para que escuchara los discos con mis amigos.

      Un día, mientras hojeaba el libro La Creación, encontré el capítulo “¿En dónde están los muertos?”. Empecé a leerlo, esperando enterarme de las gozosas experiencias de las almas que habían ido al cielo. Pero, contrario a lo que esperaba, el libro afirmaba que los muertos están en sus sepulturas y que no saben nada. Citaba textos bíblicos, como Eclesiastés 9:5, 10, para apoyar sus afirmaciones. Otro capítulo se titulaba “El despertar de los muertos”, y citaba Juan 5:28, 29 para probar que los muertos están inconscientes y que están en espera de una resurrección. Aquellas ideas eran razonables y convincentes.

      Fue en ese año, 1942, cuando rompí mi relación con “La voz de la profecía”, y comencé a hablar a otros sobre las cosas que estaba aprendiendo en las publicaciones de la Sociedad Watch Tower. Uno de los primeros que respondió favorablemente fue Judah Letsoalo, quien había sido uno de mis compañeros de clase en la Institución Normal Kilnerton.

      Judah y yo recorrimos 51 kilómetros en bicicleta para asistir a una asamblea de Testigos africanos en Pietersburg. Después de aquello, hermanos de Pietersburg viajaban hasta Mamatsha para ayudarme a presentar el mensaje del Reino a mis vecinos. Con el tiempo, en diciembre de 1944, me bauticé en símbolo de mi dedicación a Jehová en otra asamblea celebrada en Pietersburg.

      Mi familia y otras personas aceptan la verdad

      Caroline, Priscilla y mi hija, Damaris, siguieron asistiendo a la Iglesia Reformada Holandesa. Entonces la adversidad asestó un golpe. Caroline dio a luz a nuestro segundo hijo, un niño aparentemente sano al que llamamos Samuel. Pero de repente enfermó y murió. Los miembros de la Iglesia de Caroline no la consolaron cuando dijeron que Dios quería que nuestro hijo estuviera en el cielo con él. Angustiada, Caroline se preguntaba vez tras vez: “¿Por qué se llevó Dios a nuestro hijo?”.

      Cuando los Testigos de Pietersburg se enteraron de nuestro pesar, vinieron a darnos verdadero consuelo basado en la Palabra de Dios. Caroline comentó: “Lo que la Biblia dice sobre por qué muere la gente, la condición de los muertos y la esperanza de la resurrección tenía sentido y me consoló muchísimo. Anhelaba estar en el nuevo mundo para recibir a mi hijo de la sepultura”.

      Caroline dejó de ir a su iglesia, y en 1946 se bautizó junto con Priscilla y Judah. Al poco tiempo de haberse bautizado, Judah se fue a predicar en un territorio virgen, en la región rural de Mamahlola, y se mantuvo fiel hasta su muerte en 1991.

      Una vez que Judah se fue, quedé como único varón de nuestra congregación, llamada Boyne. Luego, Gracely Mahlatji se mudó a nuestro territorio, y con el tiempo se casó con Priscilla. Todas las semanas Gracely y yo nos turnábamos para presentar discursos públicos en sepedi, el lenguaje africano de la localidad. La Sociedad me pidió que tradujera la literatura bíblica al sepedi con el fin de hacerla accesible a la gente. Me causó gran satisfacción ver a las personas beneficiarse de estas publicaciones.

      Para impulsar nuestra campaña de reuniones públicas, compramos un tocadiscos con un altavoz grande para poner los discos de los discursos bíblicos por todo el territorio. Pedimos prestada una carreta tirada por asnos a fin de llevar el pesado equipo de un lugar a otro. Como resultado, los vecinos nos apodaron “la gente de la iglesia de los asnos”.

      Entretanto, nuestra pequeña congregación seguía creciendo. Con el tiempo, mis dos hermanas mayores y sus esposos se hicieron Testigos, y fueron fieles hasta la muerte. Además, muchos Testigos de la congregación de Boyne —llamada hoy Mphogodiba— emprendieron la obra de evangelización de tiempo completo, en la que algunos continúan. En la actualidad hay dos congregaciones en esta extensa región de aldeas esparcidas, y más de 70 publicadores están activos en la obra de predicar.

      Una nueva carrera

      En 1949 dejé el magisterio y me hice precursor regular. Mi primera asignación consistió en predicar a los obreros negros que vivían en las haciendas que pertenecían a los blancos en la zona de Vaalwater, en el Transvaal. Algunos hacendados apoyaban la política recién adoptada de segregación racial y estaban resueltos a obligar a los negros a reconocer su supuesta inferioridad y a servir a sus amos blancos. Por lo tanto, cuando empecé a predicar a los obreros negros, algunos blancos me consideraron un agitador. Hasta hubo quienes me tildaron de comunista y amenazaron con matarme.

      Informé de esto a la sucursal de la Sociedad Watch Tower, y pronto me transfirieron a otro territorio en la región rural llamada Duiwelskloof. Para entonces mi esposa también dejó la enseñanza y empezó a servir de precursora conmigo. Una tarde de 1950, cuando volvíamos del servicio del campo, encontramos un sobre grande de la Sociedad en casa. Qué sorpresa fue leer que se me invitaba a recibir preparación para servir de superintendente de circuito. Visitamos congregaciones de Sudáfrica durante tres años, y entonces, en 1953, se nos asignó a Lesoto, un país enclavado en el corazón de Sudáfrica.

      Ministerio en Lesoto y Botsuana

      Cuando empezamos a servir en Lesoto, corrían muchos rumores de que los extranjeros eran con frecuencia el blanco de asesinatos rituales. Mi esposa y yo nos inquietamos, pero el amor y la hospitalidad de los hermanos pronto nos ayudaron a superar esos temores.

      Para llegar a las congregaciones de las montañas Maloti de Lesoto, solía viajar en aeroplano, y dejaba a mi esposa en las tierras bajas, donde continuaba el servicio de precursora hasta mi regreso. Los hermanos me acompañaban amablemente cuando viajaba de una congregación a otra para que no me perdiera en las montañas.

      En una ocasión me dijeron que para llegar a la siguiente congregación tendría que cruzar el río Orange montado a caballo. Me aseguraron que el caballo era manso, pero me advirtieron que en aguas caudalosas los caballos con frecuencia tratan de deshacerse de sus cargas. Me preocupaba esa posibilidad, porque no era ni buen jinete ni buen nadador. Al poco rato de entrar en el río, el agua llegaba hasta la montura. Estaba tan nervioso que solté las riendas y me sujeté de la crin del caballo. ¡Qué alivio fue llegar a salvo al otro lado del río!

      Aquella noche casi no pude dormir debido a lo dolorido que tenía el cuerpo por haber cabalgado. Pero el aprecio que los hermanos mostraron por la visita hizo que toda la incomodidad valiera la pena. Cuando empecé la obra de circuito en Lesoto, había un máximo de 113 publicadores. Hoy la cifra ha aumentado a 1.649.

      En 1956 nos cambiaron al protectorado de Bechuanalandia, conocido hoy como Botsuana. Al ser más grande que Lesoto, teníamos que recorrer mayores distancias para visitar a todos los publicadores. Viajábamos en tren o en camioneta, y como no había asientos, nos sentábamos en el piso con nuestras maletas. Muchas veces llegábamos a nuestro hospedaje muy polvorientos y cansados. Pero la bienvenida que siempre nos daban los hermanos y sus rostros sonrientes nos reconfortaban.

      En aquellos días las publicaciones de la Sociedad estaban proscritas en Botsuana. Por consiguiente, predicábamos de casa en casa con gran cautela, sin usar las publicaciones. En cierta ocasión se nos sorprendió mientras trabajábamos cerca de la aldea de Maphashalala y fuimos arrestados. Usamos la Biblia como nuestra defensa, y nos referimos a nuestra comisión registrada en Mateo 28:19, 20. Aunque algunos de los consejeros quedaron impresionados, el jefe mandó que azotaran a los Testigos de la localidad. Entonces, sorprendentemente, el clérigo le suplicó que fuese indulgente y nos perdonara. El jefe accedió y se nos puso en libertad.

      A pesar de la persecución y la proscripción de nuestras publicaciones, la obra del Reino siguió adelante. Cuando llegué a Botsuana había 154 publicadores. Tres años después se levantó la proscripción y la cifra aumentó a 192. Hoy, 777 testigos de Jehová predican en ese país.

      Enseño y traduzco

      Con el tiempo fui asignado a ser instructor de la Escuela del Ministerio del Reino para ancianos cristianos. Después disfruté del privilegio de ser instructor de la Escuela del Servicio de Precursor. Mi esposa y yo también servíamos periódicamente en la sucursal de África del Sur. En esas ocasiones yo ayudaba a traducir y Caroline trabajaba en la cocina.

      Cierto día de 1969, Frans Muller, superintendente de la sucursal, me dijo: “Hermano Thongoana, deseo hablar con su esposa y usted en mi oficina”. Entonces nos explicó que se nos había escogido para ir como representantes a la Asamblea de Distrito de 1969 “Paz en la Tierra”, que se celebraría en Londres. Disfrutamos mucho de la amorosa hospitalidad de nuestros hermanos de Inglaterra y Escocia, y esta experiencia profundizó nuestro aprecio por la hermandad mundial.

      Durante las pasadas cuatro décadas, Caroline ha sido una compañera leal en nuestra carrera de evangelizadores de tiempo completo. Hemos compartido muchos gozos y algunas penas. Aunque dos de nuestros hijos fallecieron, nuestra hija, Damaris, llegó a ser una buena publicadora y también colaboró en el trabajo de traducción en la sucursal sudafricana.

      Puesto que los achaques de la vejez ya no nos permiten participar en la obra de ministros viajantes, en los últimos años hemos servido de precursores especiales en una congregación de Seshego, un municipio cercano a Pietersburg. Allí soy superintendente presidente. La Biblia dice que ‘el regocijo hasta la satisfacción está con el rostro de Jehová’, y yo de veras he hallado satisfacción en servir a Dios en Sudáfrica. (Salmo 16:11.)

      [Fotografía en la página 26]

      Predicando en el municipio de Seshego (África del Sur)

  • “¡Buenos días! ¿Sabe usted cómo se llama Dios?”
    La Atalaya 1993 | 1 de febrero
    • “¡Buenos días! ¿Sabe usted cómo se llama Dios?”

      LA SUCURSAL de los testigos de Jehová de Brasil recibió la siguiente carta de unas gemelas de 12 años de edad que viven en la ciudad de Fortaleza:

      “En 1990, cuando estábamos en quinto grado, se organizó en la escuela una feria de exhibiciones científicas, artísticas y culturales. Le dijimos a la maestra que queríamos que nuestra exhibición fuera distinta de las de los demás alumnos. Como algún tiempo antes nos había oído hablar acerca de Jehová y de la Biblia, nos sugirió: ‘Escriban entonces sobre su Dios’.

      ”Consideramos aquella sugerencia como una oportunidad para testificar, y decidimos usar publicaciones bíblicas en una exhibición que pusiera de relieve el nombre de Jehová. Para ello copiamos en letras grandes las palabras del Salmo 83:18 y las pegamos a una foto de una Biblia abierta. También pusimos sobre una mesa diferentes versiones de la Biblia que emplean el nombre de Jehová, y una variedad de publicaciones bíblicas. En un extremo de la mesa colocamos un vídeo y un televisor para mostrar a nuestros visitantes la escena de una película muy popular en la que se menciona el nombre de Jehová.

      ”Una vez empezada la feria, decíamos a todo el que se acercaba: ‘¡Buenos días! ¿Sabe usted cómo se llama Dios?’. Permitíamos que la persona nos diera una respuesta y luego le decíamos: ‘Mírelo aquí. Varias traducciones de la Biblia enseñan que su nombre es Jehová’, y le mostrábamos el nombre en distintas Biblias, tales como la de João Ferreira de Almeida, La Biblia de Jerusalén y La Traducción del Nuevo Mundo. Después le enseñábamos la escena de la película en la que el protagonista recuerda que el nombre de Dios es Jehová. Cuando alguien se interesaba en el tema, le dábamos una revista o un tratado para que tuviera más información.

      ”Uno de los jóvenes que pasó por nuestra mesa nos pidió el libro Lo que los jóvenes preguntan.—Respuestas prácticas. Nuestra maestra hojeó el libro Cómo lograr felicidad en su vida familiar y exclamó: ‘¡Caramba! ¡Qué libro tan interesante!’. Cuando terminó la feria habíamos repartido 7 libros, 18 tratados y 67 revistas. Conseguimos el tercer lugar, pero lo que más nos alegró fue que tuvimos el privilegio de dar a conocer el nombre divino, Jehová”.

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