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    Benefíciese de la Escuela del Ministerio Teocrático
    • LECCIÓN 4

      Fluidez

      ¿Qué implica?

      Leer y hablar de modo que las palabras y las ideas broten con facilidad y naturalidad. La persona que se expresa con fluidez no entrecorta las palabras ni las pronuncia con una lentitud exasperante. Tampoco tropieza en la pronunciación ni titubea, como si no supiera qué decir.

      ¿Por qué es importante?

      Si no se habla de forma fluida, el auditorio tiende a distraerse. Además, existe el riesgo de transmitir ideas erróneas y de que el mensaje no resulte convincente.

      CUANDO lee en voz alta, ¿tropieza en ciertas expresiones? O cuando pronuncia discursos, ¿le sucede a menudo que no encuentra las palabras adecuadas? En tal caso, quizá tenga problemas de fluidez. Para que su lectura y habla sean fluidas, las palabras y los pensamientos deben brotarle con facilidad, lo cual no significa, sin embargo, que deba hablar incesantemente, muy rápido o sin pensar. Su forma de expresarse ha de resultar agradable y armoniosa. En la Escuela del Ministerio Teocrático se da relevancia a este aspecto de la oratoria.

      La falta de fluidez puede deberse a varios factores. ¿Necesita dedicar atención a alguno de los siguientes? 1) En la lectura pública, el desconocimiento de las palabras, lo cual causa vacilaciones. 2) La profusión de pausas breves que entrecortan el lenguaje. 3) La falta de preparación. 4) Al hablar ante un auditorio, la exposición desordenada de las ideas. 5) Un vocabulario limitado, lo que provoca titubeos al tratar de hallar el término preciso. 6) Enfatizar demasiadas palabras. 7) El desconocimiento de las normas gramaticales.

      Si su intervención carece de fluidez, el auditorio no va a marcharse del Salón del Reino, pero sí va a distraerse, de modo que gran parte de lo que usted diga se perderá.

      Por otro lado, tenga cuidado de que al tratar de expresarse con contundencia y fluidez, no llegue a abrumar ni incomodar al auditorio. Si las diferencias culturales hacen que su forma de hablar parezca excesivamente desenvuelta o poco sincera, no logrará su objetivo. Es digno de notarse que el apóstol Pablo, pese a ser un orador de experiencia, se dirigió a los corintios “en debilidad y en temor y con mucho temblor” a fin de no atraer innecesariamente la atención hacia su persona (1 Cor. 2:3).

      Costumbres que deben evitarse. Muchas personas tienen el hábito de insertar palabras o expresiones tales como “eh...”, “este...”, “o sea”, “pues” o “bueno” al principio o en medio de las oraciones. Otras las finalizan a menudo con “¿verdad?” y “¿no?”. Tal vez usted no se dé cuenta de la frecuencia con que utiliza tales muletillas. Para comprobarlo, pídale a alguien que lo escuche mientras habla y que repita cada muletilla que usted use. Pudiera llevarse una sorpresa.

      Hay quienes leen y hablan haciendo numerosas regresiones, es decir, comienzan una oración, la interrumpen y repiten al menos una parte de lo ya dicho o leído.

      Otras personas se expresan con relativa soltura, pero antes de concluir una idea, pasan a la siguiente. Aunque las palabras salgan de su boca sin esfuerzo, los cambios bruscos de pensamiento impiden que su estilo sea fluido.

      Cómo mejorar. Si su problema estriba en que no halla las palabras adecuadas, ponga gran empeño en enriquecer su vocabulario. Cuando encuentre en La Atalaya, ¡Despertad! y otras publicaciones términos que no conozca, búsquelos en el diccionario e incorpore por lo menos algunos de ellos a su léxico. Si no tiene ningún diccionario a su alcance, pida ayuda a alguien que domine el idioma.

      Otra sugerencia para adquirir más fluidez consiste en leer en voz alta con regularidad. Cuando se tope con términos difíciles, repítalos varias veces.

      Para que su lectura sea fluida, tiene que entender la relación de las palabras dentro de la oración. Si quiere transmitir las ideas del escritor, por lo general deberá leer grupos de palabras. Fíjese bien en tales grupos y, si le sirve de ayuda, márquelos. Su objetivo no es solo leer los vocablos de la forma correcta, sino también comunicar las ideas con claridad. Después de analizar una oración, pase a la siguiente, y así sucesivamente hasta estudiar todo el párrafo. En cuanto haya captado el hilo del pensamiento, lea el párrafo en voz alta una y otra vez hasta que no tropiece en ninguna palabra ni introduzca una pausa donde no debe. Haga lo mismo con los demás párrafos.

      A continuación aumente la velocidad de la lectura. Si ya entiende cómo se relacionan las palabras dentro de la oración, será capaz de abarcar más de una palabra con cada golpe de vista y de prever lo que sigue. De este modo, su lectura será más efectiva.

      También sirve de práctica leer en voz alta sin ensayo previo. Por ejemplo, adquiera el hábito de leer el texto del día y su comentario en voz alta sin haberse preparado. Acostumbre los ojos a captar las palabras en grupos que expresen ideas completas, en lugar de captarlas de una en una.

      En cuanto a la conversación, para que sea fluida hay que pensar antes de hablar. Propóngase que sea así en su vida cotidiana. Determine qué ideas desea transmitir y en qué orden, y entonces hable. Pero no lo haga atropelladamente. Esfuércese por no dejar los pensamientos incompletos ni cambiar de idea en mitad del razonamiento. También puede resultarle útil construir oraciones cortas y sencillas.

      Si sabe lo que quiere decir, las palabras deberían salirle con naturalidad. Por regla general, no es necesario escogerlas previamente. De hecho, es mejor habituarse a tener la idea clara y pensar en los términos sobre la marcha. Si lo hace así y se concentra en los conceptos más bien que en las palabras, estas le vendrán a la mente de forma más o menos automática, y expresará los pensamientos con naturalidad. Pero si se pone a pensar en las palabras en lugar de en las ideas, puede que empiece a titubear. Con la práctica, irá adquiriendo fluidez, cualidad importante para hablar y leer de manera efectiva.

      Cuando Moisés recibió la comisión de representar a Jehová ante la nación de Israel y el Faraón de Egipto, no se sintió capaz de realizarla. ¿Por qué razón? Porque no se expresaba con fluidez, tal vez a causa de un defecto del habla (Éxo. 4:10; 6:12). Aunque puso varios pretextos, Dios no aceptó ninguno. Más bien, nombró a Aarón vocero de Moisés y, a la vez, ayudó a este a expresarse. Moisés habló en numerosas ocasiones y con eficacia tanto a una o varias personas como a toda la nación (Deu. 1:1-3; 5:1; 29:2; 31:1, 2, 30; 33:1). También usted puede honrar a Jehová con su boca si confía en él y pone de su parte.

      CÓMO HACER FRENTE A LA TARTAMUDEZ

      La tartamudez puede deberse a muchos factores, por lo que las terapias que dan resultado a algunas personas no son tan efectivas en otras. No obstante, para llegar a controlar la tartamudez, es importante no rendirse.

      ¿Le asusta, o incluso aterra, la idea de hacer un comentario en una reunión? Pídale ayuda a Jehová (Fili. 4:6, 7). Además, concéntrese en honrarlo a él y ayudar a los hermanos. Aunque no se libre totalmente del problema, verá cómo mejora. Con la bendición de Jehová y el estímulo de los hermanos, sentirá cada vez más deseos de progresar.

      La Escuela del Ministerio Teocrático le brinda la oportunidad de acostumbrarse a hablar en público. Le sorprenderá ver lo bien que se desenvuelve ante un grupo pequeño que lo apoya y desea que supere su problema. Ese ambiente propicio le ayudará a adquirir la suficiente confianza para hablar en otras circunstancias.

      Si se le asigna un discurso, prepárese bien. Cuando lo pronuncie, enfrásquese en él y hable con sentimiento. Si empieza a tartamudear, esfuércese por mantener la calma y controlar la voz. Relaje los músculos de la mandíbula. Construya oraciones breves y reduzca al máximo el uso de muletillas como “eh...” y “este...”.

      Hay quienes evitan las palabras con las que han tropezado antes y, en su lugar, utilizan sinónimos. Otros prefieren determinar los sonidos que más trabajo les cuestan y practicarlos insistentemente.

      Si en una conversación comienza a tartamudear, no desista de comunicarse. Pruebe a decirle a su interlocutor que hable él hasta que usted pueda continuar. Si es necesario, escríbale una nota o muéstrele en algún texto impreso lo que desea transmitirle.

      CÓMO EXPRESARSE CON FLUIDEZ

      • Cuando encuentre palabras que no conozca en revistas y libros, márquelas, averigüe su significado y empiece a usarlas.

      • Practique la lectura en voz alta por lo menos de cinco a diez minutos diarios.

      • Prepare a conciencia las asignaciones de lectura. Fíjese bien en los grupos de palabras que transmiten ideas completas. Trate de captar el hilo del pensamiento.

      • En la conversación cotidiana, aprenda a pensar primero en las ideas y luego expresarlas en oraciones completas.

      EJERCICIO: Analice cuidadosamente Jueces 7:1-25 párrafo por párrafo. Comenzando por el primero, asegúrese de que capta el hilo. Busque en el diccionario las palabras que no conozca. Lea en voz alta los nombres propios y a continuación todo el párrafo con la mayor precisión posible. Cuando esté satisfecho con su lectura, pase al siguiente párrafo, y así sucesivamente. Acto seguido, lea el capítulo completo. Vuelva a hacerlo, esta vez imprimiéndole un poco más de velocidad. Léalo de nuevo, yendo incluso más rápido donde sea oportuno, pero no tanto que tropiece en la pronunciación.

  • Uso adecuado de las pausas
    Benefíciese de la Escuela del Ministerio Teocrático
    • LECCIÓN 5

      Uso adecuado de las pausas

      ¿Qué implica?

      Hacer interrupciones de duración variable en puntos convenientes del discurso. A veces consiste tan solo en suspender momentáneamente la voz. Las pausas son adecuadas si cumplen una función útil.

      ¿Por qué es importante?

      El uso acertado de las pausas es fundamental para la buena comprensión del lenguaje hablado. Además, sirve para resaltar los puntos principales.

      ES IMPORTANTE que introduzca silencios oportunos al hablar, sea que esté pronunciando un discurso o conversando con alguien. Sin ellos, quizá no se capte su mensaje y parezca que habla de forma atropellada y confusa. En efecto, el empleo adecuado de las pausas aporta claridad al lenguaje. También permite enfatizar los puntos principales, de modo que calen hondo en el auditorio.

      ¿Cómo puede decidir dónde hacer las pausas y cuánto deben durar?

      Pausas determinadas por la puntuación. La puntuación desempeña un papel importante en la escritura. Se usa, entre otras cosas, para señalar el fin de la oración y, en algunos idiomas, para delimitar las citas. Ciertos signos de puntuación indican cómo se relacionan las distintas partes de la oración. Cuando uno lee para sí mismo, ve tales signos, pero cuando lee para un público, su voz debe transmitir lo que representa la puntuación en el mensaje escrito. (Para más información, véase la lección 1, “Lectura precisa”.) Si el lector no hace las pausas que exige la puntuación, dificultará la comprensión del texto e incluso puede que distorsione su sentido.

      Para determinar dónde situar las pausas hay que tener en cuenta, aparte de la puntuación, el modo como se expresan las ideas en la oración. Un pianista famoso dijo una vez: “No es que yo toque las notas mejor que muchos. Pero las pausas entre las notas... ah, en eso estriba el arte”. Algo parecido sucede con el lenguaje hablado. Si, además de preparar bien su disertación o lectura, emplea con acierto las pausas, su forma de expresarse será más agradable y clara.

      Cuando se esté preparando para leer en público, puede resultarle útil hacer ciertas marcas en el texto impreso. Trace una pequeña línea vertical donde deba insertar una pausa breve, y dos líneas verticales contiguas donde la pausa deba ser más larga. Si nota que en cierta secuencia de palabras se detiene repetidamente en el lugar equivocado, una con lápiz todas las que deba pronunciar seguidas. Entonces lea la secuencia de principio a fin. Muchos oradores experimentados utilizan esta técnica.

      En el habla diaria por lo general no representa un problema hacer pausas, pues el hablante sabe qué ideas desea transmitir. Ahora bien, si usted tiene la costumbre de introducir pausas a intervalos fijos prescindiendo de si lo exige o no el sentido, su mensaje perderá fuerza y claridad. En la lección 4, “Fluidez”, se ofrecen sugerencias para mejorar al respecto.

      Pausas de transición. Al pasar de un punto principal al siguiente, una breve interrupción dará al auditorio la oportunidad de reflexionar en lo dicho, asimilarlo, captar el cambio de dirección y entender el siguiente punto con mayor claridad. Hacer una pausa entre dos ideas es tan importante como aflojar el paso al doblar la esquina para pasar de una calle a otra.

      Una razón por la que algunos oradores hablan precipitadamente, sin pausas entre las ideas, es que tratan de abarcar demasiada información. A veces es un reflejo de su habla cotidiana, o quizá toda la gente que los rodea se expresa de igual modo. Pero el apresuramiento impide enseñar con eficacia. Si usted cree que vale la pena que sus oyentes escuchen y recuerden las ideas que desea comunicarles, dedique suficiente tiempo a desarrollarlas de forma que se destaquen. Tenga en cuenta que, para transmitirlas con claridad, las pausas son imprescindibles.

      Si va a pronunciar un discurso valiéndose de un esquema, organice este de manera que sea obvio dónde introducir una pausa entre dos puntos principales. En el caso de un discurso leído, haga marcas en los lugares donde se produce el cambio de una idea central a otra.

      Las pausas de transición serán, por regla general, más prolongadas que las relacionadas con la puntuación, pero no tanto que el discurso se vuelva tedioso. Si las hace demasiado largas, dará la impresión de que no se ha preparado bien y no sabe cómo continuar.

      Pausas que comunican énfasis. Los silencios que preceden o siguen a una afirmación o pregunta pronunciada con mayor intensidad sirven para dar énfasis, a menudo de forma impactante. O bien le brindan al auditorio la oportunidad de reflexionar en lo que se acaba de decir, o bien crean expectación por lo que sigue. Determine cuál de los dos efectos desea lograr. Tenga presente, sin embargo, que tales pausas deben limitarse a las afirmaciones de verdadera importancia; de lo contrario, estas últimas perderán su valor.

      Cuando Jesús leyó en voz alta las Escrituras en la sinagoga de Nazaret, hizo una pausa muy efectiva. Empezó leyendo el pasaje del rollo del profeta Isaías que aludía a su comisión, pero antes de señalar el cumplimiento, enrolló el manuscrito, se lo devolvió al servidor y se sentó. Entonces, con los ojos de todos los presentes fijos en él, dijo: “Hoy se cumple esta escritura que acaban de oír” (Luc. 4:16-21).

      Pausas exigidas por las circunstancias. De vez en cuando se producen perturbaciones que obligan a interrumpir la exposición. En la predicación de casa en casa pudiera tratarse del ruido del tráfico o el llanto de un bebé. En una asamblea, si el ruido no es muy fuerte, puede elevar la voz y proseguir; pero si es intenso y prolongado, debe detenerse, ya que el auditorio no le prestaría atención de todas formas. Así pues, válgase de las pausas para ayudar a sus oyentes a obtener pleno provecho de la valiosa información que pretende transmitirles.

      Pausas que invitan a responder. Aunque la conferencia que esté pronunciando no incluya la participación de los asistentes, es importante que les dé tiempo para responder, no de forma audible, sino mental. Si formula preguntas que inducen a reflexionar pero no hace una pausa lo bastante larga a continuación, se perderá gran parte del valor de tales preguntas.

      Naturalmente, no solo hay que realizar pausas en los discursos, sino también cuando se da testimonio. Hay personas que parecen no detenerse ni un instante al hablar. Si es su caso, esfuércese por cultivar esta cualidad de la oratoria, pues así mejorará su comunicación con los demás y su eficacia en el ministerio del campo. Una pausa es un momento de silencio y, como bien se ha dicho, el silencio rompe la monotonía, da énfasis, atrae la atención y es agradable al oído.

      Para que haya conversación, es necesario que se intercambien ideas. Los demás se sentirán más inclinados a escucharlo si usted los escucha a ellos y se interesa por lo que dicen. Por eso, haga pausas de duración suficiente para que puedan expresarse.

      La predicación suele ser más efectiva cuando se presenta el mensaje a modo de conversación. A muchos Testigos les ha dado buen resultado saludar a la persona, plantearle el tema y hacerle una pregunta. Tras una pausa para que conteste, prosiguen teniendo en consideración su respuesta. Durante el diálogo, le ofrecen más oportunidades de dar su opinión. Tales hermanos saben que les será más fácil ayudar a la persona si conocen su parecer sobre el asunto en cuestión (Pro. 20:5).

      Claro está que no todo el mundo responde con agrado a las preguntas. Pero Jesús no dejó que eso le impidiera hacer pausas lo bastante largas para que sus interlocutores, aun sus enemigos, pudieran hablar (Mar. 3:1-5). Cuando se brinda a alguien la oportunidad de expresarse, se le estimula a pensar y quizá, como resultado, revele lo que hay en su corazón. De hecho, uno de los objetivos de nuestro ministerio es que la gente responda con sinceridad cuando le planteamos cuestiones fundamentales de la Palabra de Dios sobre las cuales hay que tomar una decisión (Heb. 4:12).

      El empleo adecuado de las pausas es todo un arte. Cuando se hace buen uso de ellas, las ideas se transmiten con mayor claridad y se recuerdan por más tiempo.

      CÓMO LOGRARLO

      • Al leer en voz alta, fíjese bien en la puntuación.

      • Escuche con atención a los buenos oradores y observe dónde sitúan las pausas y cuánto duran estas.

      • Cuando diga algo que desee que se recuerde, haga una pausa para que cale hondo en su auditorio.

      • Al conversar con otra persona, pídale su opinión y escuche su respuesta. Déjela terminar. No la interrumpa.

      EJERCICIO: Lea Marcos 9:1-13 en voz alta haciendo las pausas que exijan los signos de puntuación, pero sin prolongarlas demasiado. Cuando haya practicado, pida a alguien que lo escuche y le diga cómo puede mejorar su uso de las pausas.

  • Énfasis acertado
    Benefíciese de la Escuela del Ministerio Teocrático
    • LECCIÓN 6

      Énfasis acertado

      ¿Qué implica?

      Realzar con la voz palabras y expresiones de manera que los oyentes capten fácilmente las ideas comunicadas.

      ¿Por qué es importante?

      El empleo acertado del énfasis ayuda al orador a retener la atención del auditorio, además de convencerlo y motivarlo.

      CUANDO hable o lea en voz alta, no solo es importante que pronuncie cada vocablo con propiedad, sino también que recalque las palabras y expresiones clave de tal forma que transmita las ideas con claridad.

      Para que el énfasis sea acertado, no basta con destacar palabras, sean pocas o muchas; hay que destacar las adecuadas. Si se realzan los términos indebidos, puede que los oyentes no entiendan bien el mensaje y dejen de prestar atención. Aunque la información sea buena, si no se presenta con el énfasis pertinente, no los motivará tanto como cabría esperar.

      Existen diversos medios de dar énfasis, que a menudo se combinan: la elevación del volumen, una mayor carga afectiva, un ritmo más lento, la introducción de una pausa antes o después de una afirmación, y los ademanes y las expresiones faciales. En algunos idiomas también se comunica énfasis subiendo o bajando el tono. El tipo de información y las circunstancias determinarán cuál de los anteriores medios es el más conveniente.

      A la hora de decidir qué destacar, tenga en cuenta lo siguiente: 1) Las palabras que deben resaltarse están condicionadas no solo por el resto de la oración, sino también por el contexto. 2) El énfasis puede utilizarse para indicar el inicio o la conclusión de una idea o de un punto principal, así como cualquier cambio en el razonamiento. 3) También le sirve al orador para manifestar su sentir sobre determinado asunto. 4) Puede emplearse asimismo para subrayar los puntos principales de un discurso.

      A fin de comunicar énfasis siguiendo tales criterios, el orador o lector público debe entender claramente la información y desear de corazón que los presentes la asimilen. Nehemías 8:8 dice respecto a la enseñanza que en una ocasión se impartió en los días de Esdras: “Continuaron leyendo en voz alta del libro, de la ley del Dios verdadero, la cual se exponía, y había el ponerle significado; y continuaron dando entendimiento en la lectura”. Evidentemente, quienes leyeron y explicaron la Ley de Dios se daban cuenta de la importancia de que su auditorio captara el significado de lo que escuchaba, lo recordara y lo pusiera por obra.

      Posibles dificultades. La mayoría de la gente se hace entender sin problemas en sus conversaciones diarias. No obstante, cuando tienen que leer un texto escrito por otra persona, les resulta difícil determinar en qué palabras o expresiones hacer hincapié. La clave estriba en entender de forma clara la información, lo cual exige estudiarla a conciencia. Por consiguiente, si recibe una asignación de lectura para una reunión de congregación, prepárese con esmero.

      Algunas personas emplean lo que podría llamarse un “énfasis periódico”, es decir, destacan términos a intervalos más o menos fijos, sin importar si tiene sentido o no. Otras dan una relevancia exagerada a palabras de enlace, como las preposiciones y las conjunciones. Cuando el énfasis no contribuye a la claridad, se convierte fácilmente en una causa de distracción.

      Hay oradores que, en un intento de expresarse con énfasis, elevan tanto el volumen de la voz que parecen estar reprendiendo al auditorio. Como es obvio, con este método rara vez se obtienen buenos resultados. Si el énfasis no es natural, puede dar la impresión de que el conferenciante trata a sus oyentes con aires de superioridad. Sin duda, es mucho mejor exhortarlos con amor y ayudarles a entender que cuanto se dice tiene base bíblica y es razonable.

      Cómo mejorar. Es común que quienes no emplean el énfasis con acierto no se den cuenta de ello, por lo que se hace necesario que alguien se lo indique. Si usted debe mejorar en este aspecto, el superintendente de la escuela le brindará ayuda. Pero también siéntase libre de solicitarla a cualquier buen orador; pídale que lo escuche con atención mientras lee y habla, y que después le dé sugerencias al respecto.

      Para empezar, su consejero puede recomendarle que practique con un artículo de La Atalaya. Seguramente le dirá que analice las oraciones una por una con el fin de precisar qué palabras o expresiones deben subrayarse con la voz para que se capte enseguida el sentido. Tal vez le recuerde que destaque en especial ciertos términos escritos en cursiva o entrecomillados. Tenga presente que las palabras de la oración están interrelacionadas, de modo que con frecuencia ha de resaltarse un grupo de palabras, y no una sola. En el caso de idiomas en que los signos diacríticos afectan al énfasis, quizá se anime a los hablantes a fijarse más en tales signos.

      A continuación, su consejero lo instará a rebasar los límites de la oración y examinar el contexto. ¿Cuál es la idea principal del párrafo? ¿Cómo debería influir en los términos que opte por enfatizar en cada oración? Lea el título del artículo y el subtítulo en negrita bajo el cual aparece el párrafo. ¿De qué manera determinan estos la selección de expresiones que destacará? Deberá tomar en consideración todos los factores anteriores. Pero tenga cuidado de no poner mucho énfasis en demasiadas palabras.

      Tanto si va a leer cierta información como si va a expresarse con sus propias palabras, su consejero también lo exhortará a que tenga en cuenta el hilo argumental para decidir a qué vocablos dar énfasis. Ha de entender dónde termina un razonamiento o dónde se pasa de una idea principal a otra, y su auditorio agradecerá que lo haga patente. Con ese fin puede destacar expresiones tales como en primer lugar, por otra parte, finalmente o por consiguiente.

      El consejero le indicará asimismo qué ideas expresar con más sentimiento. Para ello pudiera recalcar con la voz expresiones como muy, por supuesto, de ningún modo, importante, siempre y nunca. Este recurso puede influir en la reacción de los oyentes a su razonamiento. En la lección 11, “Afecto y otros sentimientos”, se tratará más extensamente esta cuestión.

      Otro consejo que se le dará a fin de emplear mejor el énfasis es que tenga claros los conceptos clave que desea que el auditorio recuerde. En la lección 7, “Énfasis en las ideas principales”, se enfocará este asunto desde la perspectiva de la lectura pública, y en la lección 37, “Destacar los puntos principales”, desde la perspectiva de la oratoria.

      Si se está esforzando por mejorar en el ministerio del campo, fíjese bien en cómo lee los pasajes bíblicos. Tenga por norma preguntarse: “¿Por qué estoy leyendo este versículo?”. Para ser un buen maestro, no siempre basta con pronunciar correctamente, ni siquiera con leer la cita bíblica con sentimiento. En caso de que esté respondiendo a una pregunta o enseñando una verdad básica, conviene que resalte las palabras o expresiones que respaldan su argumentación; si no, la persona tal vez no entienda por qué le lee ese texto.

      Como el énfasis implica pronunciar con más fuerza ciertas palabras y expresiones, el orador inexperto a veces tiende a excederse. Algo parecido le sucede con las notas musicales a la persona que está iniciándose en el arte de tocar un instrumento. Sin embargo, con la práctica, las “notas” sueltas van combinándose armoniosamente hasta producir “música” placentera y expresiva.

      Una vez que haya aprendido las nociones básicas de este recurso, podrá beneficiarse del ejemplo de los oradores experimentados. Enseguida se dará cuenta de lo práctico que resulta variar la intensidad del énfasis y comunicarlo de distintas formas a fin de dejar clara la idea. Si logra emplearlo con acierto, su lectura y su oratoria serán mucho más eficaces.

      No se conforme con aprender lo justo sobre el uso del énfasis. Para ser un buen discursante, tiene que seguir mejorando en este aspecto de la oratoria hasta que lo domine y pueda utilizarlo con naturalidad.

      CÓMO LOGRARLO

      • Determine cuáles son las palabras y los grupos de palabras clave de las oraciones, sobre todo teniendo en cuenta el contexto.

      • Válgase del énfasis para: 1) indicar dónde se pasa de una idea a otra y 2) manifestar su sentir sobre lo que dice.

      • Acostúmbrese a leer los pasajes bíblicos destacando las palabras que se relacionan directamente con el tema que está exponiendo.

      EJERCICIOS: 1) Escoja dos textos bíblicos que utilice con frecuencia en el ministerio del campo. Determine qué pretende demostrar con cada uno de ellos. Léalos en voz alta de forma que enfatice las palabras o grupos de palabras que apoyen su argumento. 2) Analice Hebreos 1:1-14. ¿Por qué debe resaltar de manera especial las palabras “profetas” (v. 1), “Hijo” (v. 2) y “ángeles” (v v. 4, 5) para mostrar claramente cuál es el hilo argumental del capítulo? Practique la lectura en voz alta del pasaje completo valiéndose del énfasis para destacar dicho hilo argumental.

  • Énfasis en las ideas principales
    Benefíciese de la Escuela del Ministerio Teocrático
    • LECCIÓN 7

      Énfasis en las ideas principales

      ¿Qué implica?

      En la lectura en voz alta, destacar los conceptos clave de todo el escrito, y no solo determinadas palabras en las oraciones.

      ¿Por qué es importante?

      Cuando se enfatizan las ideas principales, resulta más fácil recordar el mensaje.

      EL BUEN lector ve más allá de la oración e incluso del párrafo. Tiene presentes las ideas principales de todo el escrito, y eso condiciona el énfasis que imprime a las frases.

      Si no se sigue este método, nada sobresaldrá con claridad en la lectura, y a su conclusión, posiblemente cueste recordar algún punto clave.

      Cuando las ideas principales reciben el énfasis debido, se confiere más expresividad a la lectura, sea de los relatos de las Escrituras o de los párrafos en un estudio bíblico o en una reunión de la congregación. Tal énfasis reviste especial importancia en los discursos leídos, que forman parte del programa de las asambleas de distrito.

      Cómo lograrlo. Si se le asigna leer un pasaje de la Biblia en la escuela, ¿qué destacará? En caso de que el contenido gire en torno a una idea central o un suceso relevante, sobre estos debería recaer el énfasis.

      Prescindiendo de que se trate de poesía o prosa, de proverbios o una narración, el auditorio se beneficiará de que lea bien (2 Tim. 3:16, 17). Para ello deberá tener en cuenta tanto el pasaje bíblico como al auditorio.

      Si va a leer en voz alta los párrafos de una publicación en un estudio bíblico o una reunión de la congregación, ¿cuáles son las ideas principales que ha de destacar? Las que sirven de respuesta a las preguntas impresas. Dé énfasis también a los pensamientos que guarden relación con el correspondiente subtítulo en negrita.

      Aunque en la congregación no es recomendable acostumbrarse a leer los discursos palabra por palabra, en las asambleas de distrito sí se leen algunos con el fin de que en todas ellas se presenten las mismas ideas de igual forma. Para enfatizar las ideas principales de los discursos leídos, el orador tiene que analizar primero toda la información cuidadosamente. ¿Cuáles son los puntos más relevantes? Debería ser capaz de localizarlos. No son los que a él le parecen interesantes, sino los que constituyen la base del discurso. A veces se expresan con una breve afirmación seguida de un relato o un argumento, pero es más común que aparezcan como la contundente conclusión de un razonamiento. Una vez localizados los puntos clave, que por lo general no pasan de cuatro o cinco, el conferenciante los marcará en el papel. A continuación debe practicar la lectura hasta lograr que tales puntos, que son la esencia del discurso, puedan reconocerse con facilidad. Si se lee el escrito con el debido énfasis, hay más probabilidades de que los oyentes los recuerden. Ese debería ser el objetivo de todo orador.

      Existen varios recursos para comunicar énfasis de modo que el auditorio capte las ideas principales: leer con más entusiasmo o sentimiento, cambiar de ritmo y hacer ademanes, por mencionar solo unos cuantos.

      PUNTOS QUE DEBE TENER PRESENTES

      • Analice la información buscando las ideas principales y, una vez localizadas, márquelas.

      • En el momento de leer en voz alta, destaque tales ideas imprimiéndoles más entusiasmo o sentimiento, o bien reduciendo el ritmo.

      EJERCICIO: Escoja cinco párrafos de un artículo de estudio de La Atalaya y subraye las contestaciones a las preguntas. Lea los párrafos en voz alta de forma que se distingan fácilmente las respuestas.

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