Guayana Francesa
La selva está por todas partes, como si fuera una enorme alfombra verde que se extiende desde los montes de Tumuc-Humac, en el sur, hasta el Atlántico, en el norte. Los ríos Maroní y Oyapock fluyen de sur a norte a través de esta densa selva tropical hasta desembocar en el mar. El territorio que queda entre ambos ríos es la Guayana Francesa.
Las lluvias caen durante más de la mitad del año, lo que explica la exuberancia del entorno. Pero no hay muchas personas que penetren en el interior del país. Hay pocas carreteras buenas lejos de la costa, y los rápidos dificultan los viajes por río. Los nombres de los rápidos indican el peligro que presentan: Saut Fracas (rápido Colisión), Gros Saut (rápido Grande), Saut Tambour (rápido Tambor), Saut Laissé Dédé (rápido Mortal), A Dieu Vat’ (Este es el fin).
La selva contiene más de mil especies de árboles, impresionantes orquídeas y otras plantas que prosperan en el clima húmedo y tropical. Es el hábitat de más de ciento setenta especies de mamíferos, setecientas veinte especies de aves y un sinnúmero de especies de insectos. Hay anacondas enormes, caimanes, jaguares y osos hormigueros, pero no se ven a menudo porque se esconden enseguida cuando detectan la presencia del hombre. Mariposas de color azul brillante revolotean con toda tranquilidad sobre los caminos y los ríos, y aves de vivas tonalidades vuelan velozmente de árbol en árbol.
Al igual que la flora y fauna, la gran diversidad de personas y culturas es muy pintoresca. Hay aldeas amerindias a lo largo de la costa y los ríos, habitadas por los pueblos galibí, arawak, palicur, wayana, emerillón, oyampi y otras tribus.
La mayor parte de la población de este pequeño país sudamericano vive en la zona costera y en la capital, Cayena. En la frontera con Surinam, a lo largo del río, hay comunidades de negros, descendientes de los esclavos que escaparon cuando fueron traídos de África para trabajar en las plantaciones, que hablan un lenguaje criollo llamado sranangtongo. Además, hace unos cien años llegaron inmigrantes asiáticos procedentes de Singapur, Vietnam y China, y en 1977 empezaron a llegar de Laos refugiados políticos de la tribu hmong. Los inmigrantes asiáticos, junto con los de Martinica, Guadalupe, Haití, Brasil, Surinam, República Dominicana, Santa Lucía, el Líbano, Perú y Francia, componen más de la mitad de la población de la Guayana Francesa, que supera los 150.000 habitantes.
Una vida difícil
Los primeros europeos llegaron a este país alrededor del año 1500, pero fracasaron en sus intentos iniciales de establecerse, pues el ambiente era muy inhóspito. No obstante, el territorio que actualmente constituye la Guayana Francesa se convirtió en colonia de Francia en el siglo XVII. Posteriormente, la metrópoli enviaba allí a los sentenciados a largas condenas para que hicieran trabajos forzados en los campos penitenciarios de Cayena, Kourou y Saint-Laurent, y a los presos políticos los deportaba a la isla del Diablo, de donde muy pocos sobrevivieron. Dichos campos penitenciarios se clausuraron hace tiempo. En la actualidad hay un centro europeo de lanzamiento de satélites en Kourou. Aunque la Guayana Francesa está a 7.100 kilómetros [4.400 millas] de Europa, aún es oficialmente un departamento francés de ultramar y, por consiguiente, forma parte de la Unión Europea.
En la segunda mitad del siglo XIX, casi trescientos años después de que sir Walter Raleigh habló de una leyenda concerniente a una ciudad de oro en aquella región, por fin se descubrió el preciado metal. En la década de 1920, impulsados por la fiebre del oro, unos diez mil hombres penetraron en lo más profundo de la selva tropical con la esperanza de hacerse ricos enseguida a pesar de los peligros que representaba tal aventura.
Después llegaron otras personas que también tuvieron el valor necesario para afrontar los rigores de la vida en la Guayana Francesa. Sin embargo, aquellos pioneros fueron allí para dar, no para recibir.
Se plantan las semillas de la verdad
Los valerosos pioneros, o precursores, llevaron las buenas nuevas de la Palabra de Dios. Hablaron a la gente sobre el propósito divino de acabar con la enfermedad y la muerte, de ayudar a personas de todas las naciones a vivir en unidad como hermanos y de convertir la Tierra en un paraíso (Isa. 2:3, 4; 25:8; 33:24; Rev. 7:9, 10). Efectuaron la obra que predijo Jesucristo cuando declaró que estas buenas nuevas del Reino de Dios se predicarían “en toda la tierra habitada para testimonio a todas las naciones” antes de que llegara el fin (Mat. 24:14). Esta importante evangelización empezó a llevarse a cabo en la Guayana Francesa en 1946. La mayoría de los primeros testigos de Jehová que llegaron al país eran de otros departamentos franceses de ultramar, como Guadalupe y Martinica, así como de la Guayana Holandesa (hoy Surinam), que está justo al oeste.
Las primeras semillas de la verdad las plantó el hermano Olga Laaland, un celoso ministro cristiano de Guadalupe. En diciembre de 1945 fue a visitar a su madre y a sus hermanos, que vivían cerca del río Mana, en el interior de la Guayana Francesa. Para llegar al pueblo, había que viajar varios días en canoa por el río. Cuando se detenían a pernoctar —en pequeños cobertizos abiertos con techo de hojas de palmera—, aprovechaba para predicar y distribuir publicaciones bíblicas. A su llegada al pueblo (Haut Souvenir), habló alegremente con su familia acerca de las buenas nuevas del Reino. Para su sorpresa y desilusión, lo llamaron “demonio”. En 1946, en medio de aquel ambiente hostil, conmemoró la muerte de Jesús acompañado solo de sus hermanos menores. Poco después, su madre, instigada por el sacerdote del pueblo, lo echó gritando: “¡Los demonios no pueden vivir en mi casa!”. Pero su actitud intolerante no apagó el celo del hermano Laaland.
En su viaje de regreso predicó cada vez que se detenían en las minas de oro y en los degrads, nombre que allí dan a los puestos de negocio. Una noche, todos los pasajeros estaban durmiendo en un cobertizo de la ribera cuando un aguacero tropical hizo que un enorme árbol cayera y produjera un gran estruendo. Asustado, Olga se zambulló en el río, sin saber que estaba infestado de pirañas. Al salir ileso, los que estaban a su alrededor pensaron que tenía poderes divinos y sintieron un gran respeto por él. Gracias a ese incidente fueron más receptivos a su mensaje.
El hermano Laaland por fin llegó a Mana, pueblo de 800 habitantes en la costa del Atlántico. Durante los primeros seis meses organizó reuniones y enseñó regularmente a diez personas las verdades bíblicas que traen libertad auténtica (Juan 8:32). La gente le puso el apodo de Père Paletot (el Padre de la Chaqueta) porque llevaba esa prenda, en contraste con el sacerdote del pueblo, a quien llamaban “el Padre del Vestido”. Aunque al hermano Laaland se le acabaron las publicaciones, pronunció discursos públicos y predicó con celo a cuantos lo escucharan. Se ganó la reputación de ser un discursante enérgico y no vacilaba en entablar animadas conversaciones con los clérigos locales.
Casi dos años después de haber visitado a su madre, el hermano Laaland regresó a Guadalupe. Nadie se había bautizado como resultado de su predicación, pero había plantado muchas semillas. El fruto se vería después.
Predicadores de diversos países
En 1956 la Sociedad Watch Tower pidió a Wim van Seijl, de la sucursal de Surinam, que fuera a la Guayana Francesa. Él relata: “Tomamos una avioneta de Saint-Laurent a Cayena y nos alojamos por unas tres semanas en un hotel pequeño. Abarcamos gran parte del territorio de Cayena con el libro La Vie Eternelle [Vida eterna] y distribuimos varios centenares de ejemplares. Sin duda alguna, había mucho interés en el mensaje, pero era difícil empezar estudios porque apenas sabíamos francés. Nuestra introducción de casa en casa era la siguiente: ‘Ayer llegamos a Cayena en avión para predicar las buenas nuevas’. Dos semanas después, aún empezábamos diciendo: ‘Ayer llegamos a Cayena’, pues era la única introducción que sabíamos en ese idioma. Mostramos la película La Sociedad del Nuevo Mundo en acción en un teatro viejo que ya no se utilizaba. Un señor tradujo la narración al patois, y de ahí una señora lo tradujo al francés”. Había mucho interés, pero ¿cómo se cultivaría?
Más Testigos de Surinam fueron a ayudar. Entre ellos estaban Paul Naarendorp y Cecyl y Nel Pinas. Un buen número de los que llegaron hablaban francés.
También se recibió ayuda de una fuente inesperada. Una familia de Dunkerque (Francia) había estudiado la Biblia. Pero solo Christian Bonecaze, el hijo de 16 años, siguió mostrando interés. Cuando la familia se mudó a Cayena, Christian habló a sus condiscípulos sobre lo que había aprendido de la Biblia. Uno de ellos se interesó, y también sus tres hermanas. Christian escribió a la Sociedad pidiendo ayuda.
Por aquel entonces, Xavier y Sara Noll habían regresado a Martinica tras graduarse de la Escuela de Galaad en 1958, y la Sociedad pidió al hermano Noll que fuera a la Guayana Francesa para ayudar al grupito que se estaba formando. Durante los diez días que duró el viaje, Xavier tuvo que dormir en la cubierta de la pequeña embarcación.
Cuando el hermano Noll llegó a Cayena, las personas interesadas lo recibieron hospitalariamente. Lo invitaron a comer con ellos durante su estancia y se encargaron de que se alojara en una agradable habitación de un hotel que administraba un ex presidiario. Todos los días, el hermano Noll dirigía estudios bíblicos y mantenía conversaciones espirituales con Christian y la hospitalaria familia, con lo que el conocimiento que tenían estas personas de las verdades bíblicas fue haciéndose cada vez más profundo. Al cabo de unas semanas, Christian expresó su deseo de bautizarse, y su amigo y dos de las hermanas de este hicieron lo mismo. Aunque un aguacero impidió que el hermano Noll pronunciara el discurso de bautismo en la playa como se había planeado, lo dio dentro del pequeño automóvil de la familia. Entonces procedieron a la inmersión, la primera que llevaron a cabo los testigos de Jehová en la Guayana Francesa.
El hermano Noll aprovechó bien el tiempo en el ministerio del campo mientras estuvo en el país. Distribuyó casi todas las publicaciones en una semana. Solo se quedó con una revista para mostrarla a las personas cuando ofrecía suscripciones. En menos de tres semanas consiguió 70 suscripciones, entre ellas, alrededor de una docena en chino. ¿Cómo logró explicarse en chino? Mostraba la fotografía de su clase de la Escuela de Galaad, señalaba a los estudiantes chinos y empleaba muchos ademanes. “Surtió efecto”, dice él. También dio testimonio a Michel Valard, que había estado buscando oro en el interior del país y cuyo hermano era sacerdote. Cuando el hermano Noll partió, Christian Bonecaze llevó la delantera en la obra que efectuaba el pequeño grupo de Cayena.
Poco después, en 1960, la sucursal de Guadalupe recibió la asignación de supervisar la predicación de las buenas nuevas en la Guayana Francesa. ¡Qué provechoso les resultó recibir ayuda con más regularidad! Ya se había colocado la base, y ahora podía edificarse progresivamente sobre ella. Con ese objetivo, en 1960 se envió allí como precursor especial a Octave Thélise, de Martinica, el cual visitó a quienes se habían suscrito a nuestras revistas y a los que habían aceptado otras publicaciones de la Sociedad Watch Tower. Ese mismo año, Théophanie Victor, también de Martinica, se trasladó a la Guayana Francesa para predicar, y en poco tiempo se la nombró precursora especial.
Unos años antes, en 1954, el señor Van Pardo y su esposa, naturales de Holanda y de Martinica respectivamente, se habían mudado a Paramaribo (Surinam), y los Testigos se pusieron en contacto con ella. Al año siguiente, el matrimonio se trasladó a Saint-Laurent, justo al otro lado del río Maroní, que separa Surinam de la Guayana Francesa. Durante cinco años, dos Testigos de Surinam, los hermanos Pinas y Libreto, cruzaron el río Maroní en canoa cada tres meses para ayudar a la pareja a obtener más conocimiento de Jehová y sus requisitos. En diciembre de 1960, el matrimonio Van Pardo y dos personas más de la Guayana Francesa se bautizaron en una asamblea celebrada en Paramaribo (Surinam) durante una visita de Milton Henschel, de la sede mundial de la Sociedad Watch Tower.
En mayo de 1961, Nicolas Brisart, superintendente de sucursal de Guadalupe, visitó el grupo de dieciséis publicadores de Cayena para participar en la primera asamblea de circuito que se celebraba en la ciudad. Además, presentó la película La felicidad de la Sociedad del Nuevo Mundo a un grupo de 250 personas. La buena reacción de los presentes lo impulsó a presentar otra película: La Sociedad del Nuevo Mundo en acción. En Saint-Laurent, la respuesta fue similar. El teniente de alcalde de Saint-Laurent quedó tan impresionado que dijo: “Es la primera vez en mi vida que veo algo así”. Mientras estrechaba la mano de los hermanos, preguntó: “¿Pidieron permiso al alcalde para pasar la película en el ayuntamiento? Hablaré con él mañana”. Se les otorgó el permiso, no solo para proyectar las películas, sino para pronunciar un discurso bíblico todas las noches. Más de quinientas personas vieron las películas de la Sociedad y escucharon los discursos bíblicos durante aquella inolvidable visita. El teniente de alcalde dijo: “Necesitamos a personas como ustedes: los testigos de Jehová”. Unos dos años más tarde, en marzo de 1963, se formó en Cayena la primera congregación de testigos de Jehová. Las reuniones se celebraban en una pequeña casa a las afueras de la ciudad, en un lugar llamado Petit Monaco.
Cómo les llegó la verdad
Entre los miembros de esa primera congregación estaban los hermanos Sylvestre, ambos originarios de Martinica. ¿Cómo se hicieron testigos de Jehová? En 1952, cuando la señora Sylvestre se dirigía a la tienda de comestibles, un ex recluso de la isla del Diablo la vio y le pidió que entregara unos libros a su esposo. Ella no sabía de dónde había conseguido los libros, pero eran de la Sociedad Watch Tower. Consciente de que a su marido le gustaba leerlos, los tomó. Ella recuerda: “Cuando los coloqué sobre la mesa, me llamó la atención el título ‘Sea Dios veraz’. Me interesé inmediatamente en aquel libro que hablaba de Dios. Cuando llegó a casa mi marido, le conté lo que había leído acerca del nombre de Dios, la adoración de ídolos y lo que el fruto prohibido realmente era. Jamás había oído semejantes enseñanzas. Inmediatamente quedé convencida de que aquello era la verdad y dejé de asistir a mis reuniones religiosas. Aunque nunca había hablado con los Testigos, empecé a contar a mis amigos lo que estaba aprendiendo mediante aquel libro, y animaba a todos a leerlo. Nueve años más tarde, una señora, Théophanie Victor, vino a mi casa y me ofreció dos revistas ¡Despertad! Cuando estaba a punto de marcharse, le pregunté a qué religión pertenecía. ‘A la Asociación de los Testigos de Jehová’, contestó. ‘¡Llevo nueve años esperándolos! —exclamé—. ¿Podemos hacer una cita?’”. Con el tiempo, tanto ella como su esposo se pusieron firmemente de parte de la adoración de Jehová.
Michel Valard, a quien Xavier Noll había dado testimonio en su lugar de empleo, fue otro de los que abrazaron la verdad en los días en que había pocos Testigos en el país. Cuando comenzó a asistir a las reuniones, se fue dando cuenta de que recibía respuestas satisfactorias a sus preguntas. La hermana Victor le ofreció un estudio bíblico, que él aceptó enseguida, pese a que su esposa, Jeanne, se molestó mucho. Por esa razón decidió estudiar fuera de casa, pero, convencido de que estaba aprendiendo la verdad, quería compartirla con Jeanne. De modo que seleccionaba artículos de las revistas que sabía que despertarían su curiosidad y las colocaba donde ella las vería fácilmente. Su esposa al fin concordó en estudiar la Biblia, y en 1963 ambos se bautizaron. Sus hijos también aceptaron la verdad, y uno de ellos, Jean-Daniel Michotte (hijo de Jeanne antes de que se casara con Michel Valard), es miembro del Comité de Sucursal.
Paul Chong Wing, un joven maestro de la Guayana Francesa, conoció a los Testigos mientras estudiaba en Francia. Estaba desilusionado por la situación mundial y la actitud de la gente. Había recurrido a la francmasonería, pero no encontró las respuestas a las preguntas que le intrigaban. Solía decirse a sí mismo que la verdad tenía que existir, y estaba resuelto a hallarla. Sus conversaciones con los testigos de Jehová lo convencieron de que la había encontrado. Cuando volvió a la Guayana Francesa se comunicó con Michel Valard, y sintió gran gozo cuando se enteró de que había un Salón del Reino muy cerca de su hogar. Se bautizó en 1964, y su esposa, al año siguiente. Progresó rápidamente, y había tanta necesidad de hombres capacitados y dispuestos a servir en la congregación, que tan solo un año después de su bautismo se le nombró siervo de congregación. Ayudó a formar varias congregaciones y actualmente es miembro del Comité de Sucursal.
Se apoya a los publicadores aislados
La congregación de Cayena estaba creciendo, y los publicadores no se limitaron a predicar en su territorio local. Periódicamente dedicaban fines de semana a visitar a los grupitos de publicadores aislados de Saint-Laurent, Mana e Iracoubo para animarlos. Aquellos viajes implicaban un horario muy apretado. Primero viajaban en automóvil a lo largo de la costa desde Cayena hasta Saint-Laurent, junto a la frontera con Surinam, donde se pronunciaba un discurso público y se hacía el Estudio de La Atalaya a las seis de la tarde del sábado. Pasaban la noche allí, y salían temprano hacia el norte hasta Mana para empezar la reunión a las ocho de la mañana. Después de almorzar por el camino de regreso a Cayena, se detenían en Iracoubo para presentar el mismo programa a las tres de la tarde. Entonces proseguían hacia Cayena.
Aquellos fines de semana eran maratonianos, pero quienes participaron en esa actividad guardan recuerdos inolvidables. Recorrían 250 kilómetros [150 millas] de ida y otros tantos de vuelta. Los caminos eran de tierra roja y tenían muchos hoyos. Tras caer una lluvia tropical, se inundaban, y a veces quedaban sumergidos bajo un metro de agua. Para seguir adelante, los hermanos tenían que esperar varias horas hasta que bajaran las aguas. Era necesario que viajaran cinco o seis vehículos en caravana porque los hoyos eran tan profundos que los automóviles a menudo se quedaban atascados. Cuando eso ocurría, los hermanos cortaban árboles pequeños del bosque y cubrían los hoyos con los troncos. Entonces todos empujaban el vehículo. El primer automóvil que pasaba sobre un hoyo grande ayudaba a tirar de los demás. También había demoras, pues en Kourou y en Mana tenían que esperar el transbordador. Aunque durante aquellas esperas los mosquitos atacaban a los hermanos, estos aprovechaban el tiempo para ofrecer revistas a los transeúntes.
Aquellas visitas fortalecieron mucho a los publicadores de los grupos aislados, y sus expresiones de agradecimiento eclipsaron cualquier dificultad que hubiera surgido en el viaje. Sin embargo, ellos no eran los únicos beneficiados. Los hermanos de Cayena también se sentían muy animados por la hospitalidad y el celo que mostraban el hermano Van Pardo y su esposa, y las hermanas Fantan, Barthebin y Defreitas. Después se dispuso que los hermanos Fléreau, de Guadalupe, sirvieran de precursores especiales en esa zona, y el matrimonio realizó un excelente trabajo cultivando el interés de la gente. En cumplimiento de la comisión que dio Jesús de “[hacer] discípulos de gente de todas las naciones”, los testigos de Jehová no han descuidado a los habitantes de la Guayana Francesa (Mat. 28:19).
El progreso era lento, pero seguro
En 1970 había 129 publicadores en la Congregación Cayena, y grupos aislados activos en Saint-Laurent y Kourou. Aunque eran pocos, los testigos de Jehová estaban llegando a ser muy conocidos en el país. No obstante, el progreso era lento. Pasaron otros diez años antes de que el número de proclamadores del Reino se duplicara.
Lo que impedía el progreso espiritual eran las dificultades que tenían algunos para aceptar el consejo bíblico sobre la expulsión y el arrepentimiento. Surgieron divisiones entre los publicadores. Unos apoyaban las decisiones del cuerpo de ancianos, y otros no. Superintendentes viajantes de Guadalupe fueron a la Guayana Francesa para repasar con los hermanos las instrucciones del Cuerpo Gobernante al respecto. Quienes aceptaron la dirección que venía mediante el conducto que Jehová utiliza prosperaron.
Otro factor que afectaba el espíritu de los publicadores era la actitud de la gente de Cayena hacia la predicación. La Iglesia Católica ejercía mucha influencia. El clero despreciaba a los Testigos y predisponía a sus rebaños en contra de ellos. Pero los hermanos no dejaron de predicar. De hecho, su celo causó revuelo en la comunidad. Cuando los amos de casa no abrían la puerta, los Testigos iban a la parte posterior de la vivienda para ver si los encontraban escondidos en el patio trasero. Algunos hermanos se enzarzaban en discusiones acaloradas sobre el sábado con los adventistas, y sobre el fuego del infierno y la inmortalidad del alma con los evangélicos. Tales discusiones duraban a veces desde la mañana hasta la noche.
David Moreau, quien viajaba desde Martinica para servir de superintendente de circuito, recuerda una de esas discusiones. “Mientras conversábamos con un joven, llegó el pastor de la Iglesia Adventista del Séptimo Día y nos interrumpió. Insistía en hablar del sábado. El hermano Virgo le explicó que su intención era hablar del Reino de Dios; sin embargo, terminamos hablando del sábado. El pastor dijo: ‘El sábado lo estableció Dios. Incluso en el Paraíso venidero seguiremos guardando el sábado’. Citó Isaías 66:23: ‘Sucederá que de novilunio en novilunio, y de sábado en sábado, vendrá toda carne para adorar delante de mí, dice Jehová’. Entonces el hermano Virgo le preguntó: ‘Teniendo presente este versículo, ¿qué fue el miércoles pasado?’. El pastor —sudando profusamente— dijo varias cosas, pero no veía la relación entre el miércoles pasado y el versículo. ‘¡Hubo novilunio, luna nueva, hombre! Así que usted, aunque observa el sábado, olvida la luna nueva; está quitando más que una jota de la Biblia.’” Más tarde, Virgo dijo a David: “Nunca salgo a predicar sin examinar primero el calendario para ver cuándo hay luna nueva, por si acaso hablo con un adventista”.
Aunque los hermanos se habían hecho diestros en defender sus creencias, algunos se centraban más en ganar discusiones que en buscar a las personas mansas como ovejas. Era necesario que se les enseñara a predicar eficazmente, y Jehová suministró esa ayuda.
Los misioneros empiezan a predicar en el interior
A finales de la década de 1970 empezaron a llegar a la Guayana Francesa misioneros que habían recibido formación en la Escuela de Galaad, así como precursores de Francia asignados directamente al servicio misional. Se inició la importante labor de preparación y fortalecimiento de las congregaciones. Se enseñó a los hermanos a dar testimonio con más tacto y eficiencia. Los misioneros también llevaron la delantera en predicar a las diversas comunidades lingüísticas del país. En poco tiempo, los hermanos locales imitaron su ejemplo y aprendieron inglés, portugués, sranangtongo y galibí (una lengua amerindia). Actualmente, la sucursal de la Guayana Francesa suministra publicaciones en dieciocho idiomas.
En abril de 1991, Jonadab Laaland y su esposa —ambos graduados de la Escuela de Galaad que servían en Nueva Caledonia— fueron asignados a la zona de Kourou con el objetivo de fortalecer a la congregación. El padre de Jonadab, Olga Laaland, había participado en plantar algunas de las primeras semillas de la verdad bíblica en la Guayana Francesa. Ahora hay más de doscientos ochenta publicadores que alaban a Jehová en Kourou.
Los misioneros también encabezaron la predicación de nuevos territorios, sobre todo en el interior, adonde no era fácil llegar. No los desanimó el hecho de que, a fin de acceder a los pueblos aislados, tenían que exponerse a enfermedades tropicales como el paludismo, encontrarse con serpientes, soportar enjambres de insectos, navegar por peligrosos ríos y rápidos, además de afrontar las lluvias torrenciales y el lodo.
Elie y Lucette Régalade hicieron una gran labor en Cayena y Saint-Laurent. También predicaron en territorio virgen en el curso alto del río Maroní, en la frontera occidental del país. Junto con un grupito de hermanos, hicieron una gira de predicación de tres semanas que abarcó todos los pueblos de la ribera desde Saint-Laurent hasta Maripasoula. La gira tuvo que suspenderse para que un miembro del grupo pudiera recibir tratamiento en Saint-Laurent contra un ataque grave de paludismo. Pero siguieron organizándose campañas para penetrar en el interior a fin de que la gente de esa zona oyera las buenas nuevas.
Para llegar a Saint-Élie, pueblo fundado por los exploradores del siglo XIX que buscaban oro, hay que viajar siete horas en canoa desde la costa por el río Sinnamary hacia el centro del país. Luego hay que caminar dos días —30 kilómetros [20 millas]— a través de la selva cargando una mochila pesada. Los que predican allí tienen que llevar suficiente comida para tres días y bastantes publicaciones. Por la noche han de mantener encendida una fogata para ahuyentar a los animales, y probablemente tengan que dormir en una hamaca. Pero qué placentero fue para Eric Couzinet y Michel Bouquet —dos misioneros de Francia— hacer ese viaje y dar un testimonio cabal a los 150 habitantes. Veinte personas asistieron al discurso con diapositivas que se presentó durante su estancia.
Allí fue donde los hermanos encontraron a Fanélie, que intentaba satisfacer su necesidad espiritual. Había sido católica y hacía poco que se había unido a los adventistas. Nadie de su religión la había visitado jamás en Saint-Élie. Anteriormente había solicitado cursos bíblicos por correspondencia, pero nunca recibió respuesta. Cuando habló con los Testigos, se dio cuenta de que solo ellos procuraban visitar a las personas en lugares remotos como Saint-Élie. Fanélie estudió con los hermanos todos los días de aquella semana. Poco después, se mudó a una ciudad más grande por seis meses, durante los cuales estudió tres veces a la semana. A su regreso al pueblo, ya era publicadora no bautizada. Fanélie atendía a su esposo no creyente y a cinco hijos pequeños, pero su celo por la verdad la impulsaba a dedicar más de cuarenta horas todos los meses a la predicación. También ayudó a organizar reuniones para los interesados. Cuando hizo los preparativos para la Conmemoración, asistieron cuarenta personas. Actualmente vive en la costa, sigue activa en el ministerio y está muy contenta de que una de sus hijas se bautizara y de que su marido ahora estudie la Biblia.
Kaw, Ouanary y Favar son comunidades de la parte oriental del país que oyeron las buenas nuevas por primera vez gracias a los misioneros. El hermano Couzinet recuerda bien su primera gira de predicación a esos lugares en 1987 junto con algunos Testigos locales. Tomaron un transbordador y luego viajaron 40 kilómetros [25 millas ] por un camino de tierra roja hasta llegar a un pantano. Cuando detuvieron el automóvil, oyeron unos rugidos aterradores. Él pensó que tenían que ser jaguares dispuestos a atacar. Pero los hermanos que lo acompañaban le aseguraron que solo eran unos monos aulladores que se molestaron con su llegada. En aquella gira encontraron a un matrimonio que buscaba la verdad. La pareja posteriormente se trasladó a Cayena, progresó, se bautizó y ahora sirve en el campo portugués de la Guayana Francesa.
Paulatinamente se visitaron muchos otros territorios aislados. Grand Santi, Papaïchton y Saül son algunos de los lugares que se beneficiaron de las visitas iniciales de los misioneros. La mayoría de los anteriores territorios vírgenes actualmente reciben visitas regulares de los publicadores del Reino.
Se predica en Maripasoula
Maripasoula —pueblo muy importante de la parte alta del río Maroní— recibió el mensaje del Reino en 1963. Adrien Jean-Marie, entonces estudiante de la Biblia, iba allí en viajes de negocios tres veces al año. Sentía tanto entusiasmo por la verdad, que aprovechaba aquellas oportunidades para dar un buen testimonio, y siempre dejaba muchas publicaciones bíblicas.
Aunque no era el único que predicaba en Maripasoula, resultaba difícil comunicarse con los habitantes que hablaban sranangtongo. Este idioma, conocido por la gente local como taki-taki, se basa en el inglés y toma elementos del holandés, el francés, el portugués y diversas lenguas de África y la India. La sucursal de Surinam envió a Maripasoula por períodos de tres a seis meses a precursores especiales que hablaban sranangtongo, pero la población no respondió favorablemente. Con el tiempo se echó a los hermanos del pueblo con el pretexto de que eran extranjeros procedentes de Surinam. Pero en realidad se les expulsó porque eran testigos de Jehová.
Cornélis y Hélène Linguet fueron enviados allí en calidad de precursores especiales en 1992. Su conocimiento del sranangtongo facilitó en gran manera su predicación, y como eran de nacionalidad francesa, las personas estuvieron más dispuestas a aceptarlos. Cada semana predicaban tres días en Maripasoula y tres en Papaïchton, un pueblo a una hora de viaje en canoa. Al principio celebraban reuniones en su casa, en Maripasoula. Después de predicar durante dos años, ocho personas asistieron a la Conmemoración. El matrimonio perseveró en aquel territorio aislado. El amor que sentían por la gente les ayudó a aguantar numerosos problemas. Finalmente su paciencia fue galardonada, pues se formaron dos congregaciones.
Uno de los que respondió al mensaje de la Biblia fue Antoine Tafanier, considerado un importante miembro de la comunidad porque es pariente cercano del Gran Man, la autoridad suprema de la comunidad animista. El señor Tafanier tenía dos concubinas, una costumbre muy común entre los que viven a lo largo del río. De modo que cuando se puso de parte de la verdad, tuvo que hacer cambios en su vida: o casarse con una de las dos mujeres, o permanecer soltero. Las dos mujeres, que vivían en casas separadas, se enzarzaron en una terrible pelea al saber que iba a escoger a una de ellas. Actualmente, Antoine Tafanier es un feliz Testigo bautizado que sirve a Jehová junto con su esposa. ¿Y la otra mujer? Con el tiempo, empezó a estudiar la Biblia y ahora es una sierva bautizada de Jehová.
El aprecio por los testigos de Jehová fue aumentando en la zona. Una asociación local les dejó utilizar gratuitamente un lugar de reunión por tres años. Cuando llegó el momento de construir un Salón del Reino, estos mismos simpatizantes donaron la mitad de las planchas galvanizadas. Otra asociación estaba encargada del canal de televisión local y presentó las cinco videocintas de la Sociedad Watch Tower que estaban disponibles en ese tiempo. Los residentes agradecieron, sobre todo, el vídeo Los testigos de Jehová... la organización tras el nombre.
Los Testigos finalmente se habían establecido en este territorio antes hostil. En 1993, tanto Maripasoula como Papaïchton tenían Salones del Reino, y las personas de esta zona a lo largo del río Maroní escuchaban con regularidad el mensaje del Reino.
A lo largo del río Oyapock
¿Qué se estaba logrando en la frontera oriental del país, donde el río Oyapock fluye entre la Guayana Francesa y Brasil? En 1973, Adrien Jean-Marie dio un buen testimonio en el pueblo de Saint Georges. Su primera visita duró tres días. Ese mismo año volvió dos veces y logró organizar una reunión pública a la que asistieron veinte personas. Se comenzaron unos cuantos estudios bíblicos por correspondencia, pero el programa no dio buenos resultados porque los estudiantes no estaban acostumbrados a escribir cartas. En Tampac —aldea de población negra en la ribera del mismo río—, el hermano Jean-Marie también encontró personas interesadas en el mensaje de la Biblia.
Diez años más tarde, en 1983, se envió a Etiennise Mandé y Jacqueline Lafiteau para dar más testimonio y ayudar a los interesados de esa región aislada. Cuando podían, algunos hermanos de Cayena volaban a Saint Georges para pasar un fin de semana participando en el ministerio del campo con las hermanas y pronunciando discursos públicos. Sin embargo, se requirió mucha paciencia antes de que se viera el fruto. La hermana Mandé recuerda: “Empecé varios estudios bíblicos. Pero, en poco tiempo, el sacerdote comenzó a oponerse a nuestra labor. Algunos admitían: ‘El sacerdote nos dijo que no prestáramos atención a los Testigos ni los recibiéramos en casa porque son agentes del Diablo’. Varios de mis estudiantes dejaron de estudiar”. No obstante, gracias a la persistencia, hubo buenos resultados.
Michel Bouquet, el misionero francés mencionado anteriormente, y Richard Rose, precursor especial, también cultivaron el interés en la verdad en aquella zona. Como ya se había predicado mucho en Saint Georges, a partir de 1989 se les asignó a concentrarse en las personas que vivían fuera de esa comunidad. Hace poco, el hermano Rose y su esposa tuvieron el privilegio de ser los primeros precursores de la Guayana Francesa en asistir a la Escuela de Galaad. Actualmente sirven en Haití.
Una vez que la verdad se afianzó en la ribera del río Oyapock correspondiente a la Guayana Francesa, se hicieron planes para predicar en un territorio pequeño de Brasil, al otro lado del río. El pueblo de Oiapoque tiene 10.000 habitantes y está a unos veinte minutos de Saint Georges en canoa. Los hermanos pronto se dieron cuenta de que había más personas interesadas allí que en Saint Georges, por lo que se concentraron en ese territorio. El hermano Moreau recuerda: “Solíamos pasar la noche en una trastienda. Las condiciones no eran fáciles, pero gracias a la amable señora que se llamaba a sí misma ‘hermana’, teníamos un lugar para dormir y un barril de agua para lavarnos. Los precursores jóvenes de la localidad que nos acompañaban se rieron cuando mi esposa, Marylène, se quejó del olor del agua. Todos nos lavamos en la oscuridad del traspatio y nos acostamos. Sin embargo, a la mañana siguiente descubrimos con horror que una enorme rata se había ahogado en el barril y estaba flotando en el agua”. Pero aquellas anécdotas no eclipsaron las buenas experiencias en el ministerio.
El hermano Bouquet tomó la iniciativa de comprar un terreno en Oiapoque, y entre él, el hermano Rose y otros precursores y hermanos de Cayena construyeron un Salón del Reino con asientos para 80 personas y un apartamento anexo.
En la década de 1990, los hermanos Da Costa, un matrimonio de precursores especiales, llegaron a Oiapoque para ayudar en la obra. Se aseguraron de visitar todas las escuelas para ofrecer a los directores el libro Lo que los jóvenes preguntan. Respuestas prácticas. También pidieron permiso para ofrecerlo a los alumnos, y se les concedió. Tras escuchar lo que contenía la publicación, todos los estudiantes y maestros solicitaron un ejemplar. Distribuyeron 250 libros.
El hermano Da Costa informa: “Tuvimos una excelente conversación con el comandante del campamento militar de la localidad, y le ofrecimos el libro El conocimiento que lleva a vida eterna. Lo aceptó y pidió ayuda para combatir la borrachera y la inmoralidad de sus hombres. Le dijimos que podíamos pronunciar un discurso sobre esos temas en el campamento. Le gustó la idea y prometió que reuniría a un pequeño grupo la semana siguiente. Cuando llegamos, encontramos 140 soldados esperándonos, y todos prestaron mucha atención. Distribuimos 70 revistas; no teníamos más porque no pensamos que habría tanta asistencia. Continuamos celebrando aquellas reuniones por varias semanas. En vista de que estos soldados no permanecen mucho tiempo en el mismo lugar, perdimos contacto con la mayoría de ellos”. Sin embargo, muchos respondieron favorablemente a la ayuda que se les brindó.
Una joven llamada Rosa había estudiado la Biblia con los Testigos en Brasil, pero no respondió de lleno a las buenas nuevas. Cuando se enteró de que se podía conseguir mucho dinero trabajando en las minas de oro de la Guayana Francesa, abandonó su apartamento y su estudio bíblico y se fue a Oiapoque con la intención de entrar ilegalmente en el país. Claro está, vivir entre hombres en una mina de oro en plena selva sería peligroso para una mujer. Antes de que partiera para las minas, una hermana de Oiapoque, preocupada, la ayudó a reconsiderar el asunto. El consejo bíblico de Mateo 6:25-34 la conmovió profundamente, y cambió de opinión. Rosa dedicó su vida a Jehová y regresó a casa. Después de haber estado separada de su esposo durante varios años, se reconcilió con él.
Actualmente hay una congregación de veinticinco publicadores en Oiapoque. Los esfuerzos de los cinco publicadores de Saint Georges también están produciendo fruto. El primer residente de Saint Georges que se puso de parte de la verdad fue Jean René Mathurin. Hoy es siervo ministerial, y su esposa, precursora regular.
Asambleas gozosas
En tiempos bíblicos, a los siervos de Jehová se les mandó que se reunieran regularmente para adorarlo (Deu. 16:1-17). Del mismo modo, las asambleas pequeñas y grandes han sido ocasiones muy especiales para los adoradores de Jehová de tiempos modernos en la Guayana Francesa. Aun cuando había pocos publicadores, los hermanos no rehuían la responsabilidad de organizar asambleas. Un hermano relata: “En la década de 1960, nuestras asambleas de distrito duraban ocho días. Se presentaban cuatro dramas bíblicos. Los actores tenían que aprender de memoria su papel, y el puñado de publicadores tenía que trabajar muy duro. Afortunadamente, bastantes hermanos de Martinica y Guadalupe solían venir para ayudarnos con las asambleas”. Los Testigos de la Guayana Francesa agradecían profundamente su presencia. Muchos aún recuerdan con cariño los días en los que la mayoría de los hermanos locales iban al aeropuerto para recibir a los asambleístas que llegaban de Martinica y Guadalupe.
Aquellas asambleas eran ocasiones verdaderamente alegres. Cada una de ellas constituía un banquete espiritual, y los hermanos se sentían como los israelitas a quienes Jehová dijo: “Tienen que regocijarse delante de Jehová su Dios” (Lev. 23:40).
Los más experimentados se mantenían muy ocupados. Se encargaban de organizar la asamblea, pronunciaban discursos y muchas veces participaban en varios dramas. No era raro que el mismo hermano tomara parte en tres dramas y diera cinco o seis discursos.
Además de todo este trabajo, había que preparar y servir comidas sustanciosas para el almuerzo. El menú a veces incluía cerdo, lagarto, agutí, tortuga y armadillo. En algunos casos, mientras estaban en la asamblea, los hermanos tenían que cazar o pescar la comida que se servía.
Siempre ha sido difícil encontrar lugares para celebrar las asambleas. Al principio se utilizaba el hogar de la familia Valard. Los hermanos construyeron un cobertizo en el patio, y cada año lo extendían para cubrir al creciente auditorio. Sin embargo, cuando empezaron a asistir más de doscientas personas, fue necesario buscar un lugar más grande. Los únicos sitios disponibles que podían alquilar eran canchas de baloncesto o de pelota a mano. Los hermanos construían la plataforma y pedían que los asambleístas trajeran su propia silla. No era fácil, pero los hermanos veían la situación de manera positiva. Los jóvenes nunca vacilaban en ceder sus asientos a los mayores, aunque tuvieran que permanecer de pie todo el día.
Posteriormente se alquilaron durante años salones de baile para celebrar las asambleas. Cuando terminaba la sesión del sábado, había que vaciar el salón enseguida porque llegaban los músicos para prepararse para el baile que duraba toda la noche. Al día siguiente, los hermanos llegaban temprano a fin de limpiar el salón y acondicionarlo para la sesión del domingo por la mañana. Por supuesto, no todas las personas veían apropiados esos lugares para celebrar reuniones religiosas. Cuando los Testigos se reunían en el Guyana Palace, el Au Soleil Levant y el Au Canari, la gente del territorio se burlaba de ellos. No obstante, con el paso del tiempo, ni aquellos lugares eran suficientemente grandes como para dar cabida al creciente número de personas que asistían a las asambleas.
Por fin, los hermanos decidieron edificar su propio Salón de Asambleas, siguiendo el modelo de los salones de Martinica y Guadalupe. La estructura era de metal, y el techo, de planchas galvanizadas. Acomodaba a unas mil personas; no obstante, se desmantelaba con facilidad. El siguiente paso era conseguir un terreno donde se pudiera erigir el Salón de Asambleas. Jean-Daniel Michotte ofreció parte de su propiedad para dicho fin. Este salón se usó varios años.
Una extraordinaria obra de construcción
Al aumentar el interés en la verdad, se vio necesario construir un Salón de Asambleas más grande. Los hermanos empezaron a buscar una propiedad donde pudieran edificar uno con cabida para 2.000 asientos. Tras buscar por varios años, encontraron un terreno de tres hectáreas en una ubicación estratégica y por un precio módico. Como los hermanos locales no tenían la experiencia necesaria en ingeniería y construcción, se pidió la ayuda de la sucursal de Francia. El proyecto de los edificios era verdaderamente extraordinario. La obra se llevó a cabo en 1993. Se edificó un Salón de Asambleas de 2.000 metros cuadrados [21.500 pies cuadrados], cinco Salones del Reino, tres apartamentos para precursores especiales y tres hogares misionales, todo ello en tan solo ocho semanas.
Francia envió, en 32 contenedores grandes, tractores, camiones, autobuses, bloques, planchas galvanizadas y otros materiales de construcción, así como muchos alimentos. Los Comités Regionales de Construcción de Francia que colaboraron en la obra trabajaron muy duro.
Durante aquellas semanas, aproximadamente ochocientos hermanos y hermanas llegaron de Francia a sus propias expensas para trabajar con los 500 Testigos locales en los cuatro diferentes lugares de construcción. El lugar más occidental estaba a 250 kilómetros [150 millas] del más oriental, por lo que se necesitaba buena comunicación. Los hermanos franceses llegaron por turnos durante un período de dos meses, pero en un momento dado hubo 500 hermanos de Francia trabajando con 422 Testigos locales. Fue un desafío proveer alojamiento para todos los voluntarios. Muchas familias de la zona alojaron a dos o tres trabajadores franceses, y nadie se quedó en un hotel. También fue necesario suministrarles transporte. Uno de los hermanos locales relata: “Me desviaba de mi ruta al trabajo seglar para llevar a algunos voluntarios al lugar de construcción y luego los recogía cuando salía de mi empleo. Hicimos cuanto pudimos por hacer que se sintieran a gusto”.
Aunque el grupo principal estaba en Matoury, donde se estaba construyendo el Salón de Asambleas —que también se concibió para tener un Salón del Reino—, otros hermanos estaban en Sinnamary levantando un Salón del Reino y un pequeño hogar misional. En Mana se estaba edificando otro Salón del Reino y un hogar misional. En la zona de Mana donde se habla sranangtongo, se estaba construyendo un Salón del Reino con un apartamento para los precursores especiales. En Saint-Laurent se edificaba un Salón del Reino con 330 asientos y un hogar misional para seis personas. Este enorme Salón del Reino lo utilizan dos congregaciones y también se emplea para celebrar las asambleas en sranangtongo, a las que a menudo asisten más de seiscientas personas.
Al terminar este enorme trabajo, algunos de los hermanos franceses decidieron permanecer en el país. Además de contribuir su experiencia en construcción, han sido una bendición para las congregaciones al servir de ancianos, siervos ministeriales y miembros de los comités de construcción. Posteriormente, algunos participaron en las obras de la nueva sucursal.
Se necesitaba una sucursal
La sucursal de la Guayana Francesa empezó a funcionar en 1990 en una casa alquilada de Montjoly, población cercana a la capital. David Moreau fue nombrado coordinador del Comité de Sucursal. Sirvió en Martinica desde que se graduó de la Escuela de Galaad en 1981, pero a menudo recibía asignaciones en la Guayana Francesa. Junto con él, Jean-Daniel Michotte, Paul Chong Wing y Eric Couzinet integraban el Comité de Sucursal. Más tarde, se nombró a Christian Belotti para servir en dicho comité. Las congregaciones agradecieron mucho recibir la dirección de hermanos maduros que estaban bien familiarizados con sus necesidades.
Cuando se formó la sucursal, había un promedio de un publicador del Reino por cada 173 personas del país. Entre los 660 publicadores había 14 misioneros asignados a diversas regiones. El crecimiento constante de publicadores —algunos años hubo hasta un 18% de aumento— hizo necesario que los hermanos buscaran instalaciones más adecuadas. En 1992 se trasladó la sucursal a Matoury, más cerca aún de Cayena. Luego, en 1995, el Cuerpo Gobernante dio permiso para construir un edificio más apropiado para nuestras necesidades. A los dos años, el nuevo edificio ya era una realidad. Fue una gran fuente de regocijo para los hermanos, y se dio un magnífico testimonio.
Desafíos en el ministerio
Predicar las buenas nuevas en este país exige mucho esfuerzo, abnegación y amor. Los estudiantes de la Biblia que son sinceros lo perciben. Una señora que estudia con una Testigo le dijo: “Puedo ver el amor y la devoción que usted me tiene. Durante meses, aunque lloviera, vino regularmente a impartirme conocimiento de las buenas nuevas. De modo que, a cambio de su esfuerzo, voy a ir todos los domingos a sus reuniones”. Eso fue lo que hizo, y hasta llevó a algunas amistades.
A veces, a fin de llegar al lugar donde se va a dirigir el estudio, los publicadores tienen que caminar sobre un tronco para cruzar las zanjas. Es más difícil hacerlo cuando parte del tronco está flotando en el agua. David Moreau, con los brazos extendidos para mantenerse en equilibrio, caminaba delante de una precursora cuando oyó un chapoteo detrás de él. La hermana valerosamente subió de nuevo al tronco, y cuando llegó a su destino, se lavó y condujo su estudio bíblico como si nada le hubiera ocurrido.
En otro lugar, el hermano Bouquet llegó en canoa a un pueblo cuando la marea del océano había bajado y la ribera estaba cubierta de un espeso lodo. Hundido en el fango hasta las rodillas, caminó unos 25 metros [80 pies] hasta llegar finalmente a tierra seca y proseguir su camino hacia el pueblo. Los amables lugareños le dieron agua para que se lavara las piernas, y enseguida empezó su ministerio.
Es más que la lejanía de los pueblos y los distintos idiomas lo que dificulta llegar a los amerindios con el mensaje. En un esfuerzo por proteger estos territorios de los avances de la civilización, el gobierno restringe el acceso del público a dichos pueblos y prohíbe en ellos la predicación sistemática. No obstante, cuando los amerindios van a las poblaciones cercanas para hacer la compra, los testigos de Jehová procuran hablarles de la maravillosa esperanza de un mundo libre de toda enfermedad, incluido el paludismo, que tantas personas padecen allí.
Para algunos, el cumplir con citas y asistir a las reuniones a una hora fija representa un cambio grande en su modo de pensar. Hace treinta años, los nativos nunca usaban relojes de pulsera, y nadie iba con prisa. Ser puntuales para las reuniones era un nuevo concepto. Una hermana estaba contenta de haber llegado durante la oración, hasta que descubrió que era la oración de conclusión. En otra ocasión, un misionero que predicaba en Saint Georges preguntó a un hombre si el pueblo de Régina estaba lejos. El hombre respondió: “No”. “¿A qué distancia está?” preguntó. “Solo tardará nueve días en llegar caminando.” Este punto de vista sobre el tiempo demuestra por qué algunos, aunque les gusta la verdad, posponen la decisión de servir a Dios.
Hay quienes han tenido que escoger entre las leyes tribales y los principios de la Biblia con respecto a la vida familiar. A veces, su decisión de andar en los caminos de Jehová ha resultado en que el jefe del pueblo desate su ira contra ellos. En un pueblo, el jefe sentenció a muerte al matrimonio de precursores especiales que servían en ese territorio. Para no ser ejecutados, tuvieron que huir del pueblo, y luego recibieron otra asignación a 300 kilómetros [180 millas] de distancia.
A pesar de estas dificultades, personas de todo antecedente y condición social están respondiendo a la invitación: “Cualquiera que desee, tome gratis el agua de la vida” (Rev. 22:17). El año pasado hubo un máximo de 1.500 publicadores de las buenas nuevas en la Guayana Francesa, y se condujeron un promedio de 2.288 estudios bíblicos. El 19 de abril, 5.293 personas asistieron a la Conmemoración de la muerte de Cristo. En nuestras oraciones pedimos con fervor que muchas personas más acepten la verdad y se conviertan en discípulos verdaderos de Jesucristo.
[Ilustraciones a toda plana de la página 224]
[Ilustración de la página 228]
Olga Laaland
[Ilustración de la página 230]
Christian Bonecaze a la izquierda y Xavier Noll a la derecha
[Ilustraciones de la página 234]
Michel y Jeanne Valard
[Ilustración de la página 237]
Constance y Edmogène Fléreau
[Ilustraciones de la página 238]
1. Una senda de tablones en la selva tropical. 2. Eric Couzinet y Michel Bouquet con suministros. 3. Un pueblo amerindio
[Ilustración de la página 241]
Elie y Lucette Régalade
[Ilustraciones de la página 251]
Una obra de construcción internacional que duró ocho semanas: 1. Salón de Asambleas de Matoury. Salones del Reino y viviendas 2, 3. en Mana, 4. en Saint-Laurent y 5. en Sinnamary. 6. Testigos de la Guayana Francesa colaboraron en la obra junto con centenares de hermanos de Francia
[Ilustraciones de las páginas 252 y 253]
Sucursal y Hogar Betel de la Guayana Francesa, con el Comité de Sucursal (de izquierda a derecha): Paul Chong Wing, David Moreau, Jean-Daniel Michotte, Eric Couzinet