Para servir al Señor como esclavos hay que persistir y tomar la iniciativa.
1 Se ayuda a un hombre sordo, ciego y mudo: En 1999, la congregación de lenguaje de señas de Kobe (Japón) se enteró de que en su territorio vivía un sordo llamado Hirofumi. Cuando un publicador fue a visitarlo, la madre no quiso que lo viera. Aun así, el hermano regresó varias veces y le rogó a la señora que le dejara hablar con su hijo, hasta que ella finalmente accedió. Hirofumi salió a la puerta, con el cabello y la barba largos y desaliñados. Su aspecto era el de un náufrago que llevaba décadas en una isla desierta, y su rostro carecía de expresión alguna. Aparte de sordo, también era ciego. Reponiéndose de su asombro, el hermano le tomó las manos y comenzó a hacerle señas táctiles, pero no hubo ningún tipo de respuesta. Hirofumi había vivido aislado de la gente y no se había comunicado con nadie en diez años, desde que perdió la vista a los 31.
2 Un par de días más tarde el hermano regresó, lo que sorprendió mucho a la madre, quien había dado por sentado que no volvería después de haber visto el estado de su hijo. Cuando el hermano le rogó de nuevo que le dejara ver a Hirofumi, ella lo trajo a la puerta. Al cabo de un mes de estar visitándolo sin que este mostrara ninguna reacción, la señora le dijo que ya no se molestara en volver. Pero el hermano no se dio por vencido. Les llevaba pasteles y hacía cuanto podía para demostrar su interés. Como pasaron otros dos meses sin que la situación cambiara, pensó que no estaba consiguiendo nada.
3 El hermano decidió hacerle una última visita, pero antes le pidió a Jehová que lo ayudara a ver si debía seguir insistiendo. Cuando llegó a la casa, tomó las manos de Hirofumi y, mediante señas táctiles, le dijo que hay un Dios llamado Jehová que lo observaba continuamente desde el cielo y que entendía sus sufrimientos mejor que nadie, que Jehová se interesaba por él y quería librarlo de su aflicción, y que por eso uno de sus Testigos había ido a su casa. Al principio, Hirofumi permaneció impasible; pero luego le dio al hermano un fuerte apretón de manos, al tiempo que una lágrima rodaba por su mejilla. Conmovido, el hermano lloró con él, y se inició un estudio bíblico.
4 “¡Llevo treinta años buscándolo!”. Agnes, una misionera en Indonesia, le predicaba a una mujer embarazada de mediana edad que vendía verduras en el mercado. A esta le encantaba leer nuestras revistas y hablar de temas bíblicos cuando no estaba muy ocupada. Cierto día, Agnes fue a verla al mercado pero no la encontró. Su esposo le dijo que acababa de dar a luz. Entonces, Agnes decidió ir a visitarla, y envolvió un ejemplar de Mi libro de historias bíblicas en papel de regalo. A la mujer le causó una grata sorpresa que hubiera ido a verla a ella y al bebé; pero mayor fue su sorpresa cuando vio que le traía un regalo. Al abrirlo, se quedó de una pieza. “¿Dónde conseguiste este libro? —le preguntó—. ¡Llevo treinta años buscándolo! He ido a todas las librerías y le he preguntado a todo el mundo. Nadie lo tiene, nadie lo conoce, y no hay otro libro que siquiera se le parezca.” Sucede que cuando era niña, su tío lo tenía y a ella le fascinaba leerlo. Ahora ha retomado la lectura, y a su hija mayor también le encanta. Las dos han empezado a estudiar la Biblia.
[Ilustración de la página 68]
Indonesia: Agnes con el libro que regaló.