Encontré la causa por la cual luchar
Según lo relató Laurier Saumur
EL AIRE invernal era frío, refrescante y diáfano. Los trineos crujían y los caballos resoplaban al moverse con paso mesurado por las serpenteantes veredas para el transporte de trozas entre el abeto y la picea. Aun mientras cortábamos los árboles y los tiros arrastraban los troncos, yo daba gracias al Dios que había hecho esta maravillosa Tierra.
Esos eran mis pensamientos de adolescente en un típico día invernal en la granja de mi padre en las ondulantes colinas Gatineau del oeste de Quebec. La vida era dura, pero saludable. Yo era uno de catorce hijos de una familia canadiense-francesa católica.
La Iglesia Católica dominaba la vida en nuestra pequeña comunidad de habla francesa, como lo hacía en otras partes de Quebec. Yo asistía con regularidad a misa, comunión y otras actividades católicas. Pero aunque deseaba servir a Dios, percibía que algo faltaba.
La educación seglar estaba entonces bajo el control de la Iglesia Católica, no del gobierno. Y la norma de la Iglesia era restringir la educación de la gente, y así hacer más fácil el que los sacerdotes la controlaran. Como resultado de esto, muchas personas eran analfabetas, entre ellas mi padre y dos de mis hermanos. Este enfoque negativo de la educación y la falta de libros y bibliotecas me dejaba descontento, con sed de conocimiento.
En 1939, a los dieciocho años de edad, fui a Montreal para adelantar mi educación. ¡Al fin, bibliotecas, libros para leer! A menudo leía casi toda la noche. Esto resultó en que yo aprendiera acerca de la horrible Inquisición católica. Empecé a ver a la Iglesia desde un punto de vista diferente.
No obstante, por medio de un primo me asocié con el movimiento de la Acción Católica. Este era un grupo político con inclinaciones fascistas y fuertes sentimientos antisemíticos. Se reunía en la iglesia católica bajo la guía de sacerdotes. El mensaje de la Acción Católica era sencillo: ‘Hitler no es tan malo. Son los judíos y los protestantes de habla inglesa los que nos están oprimiendo a nosotros los católicos franceses.’ El oír proposiciones de violencia me hizo sentir incómodo, y pronto me retiré de la Acción Católica.
LA ENCARCELACIÓN DE MI HERMANO ME AYUDA
En la primavera de 1943, en Montreal, un amigo me puso en la mano un artículo periodístico y me dijo: “Esto es acerca de un hombre que tiene el mismo apellido que tú. ¿Será pariente tuyo?”
Leí el relato. Atónito, dije: “¿Pariente?... seguro que sí, ¡es mi propio hermano, Héctor!” No había sabido de él por años. Según el periódico, él acababa de recibir una sentencia de tres meses en la prisión de Timmins, Ontario, por ser testigo de Jehová.
“¿Quiénes son los testigos de Jehová?” pregunté. “Nunca los había oído mentar.”
Mi amigo contestó: “Son un movimiento religioso que el gobierno ha proscrito.”a
Mi asombro aumentó. ¿Un grupo religioso? ¡Héctor era el miembro más irreligioso de la familia! Le escribí para saber qué sucedía.
En respuesta, Héctor me envió una Biblia y algunos folletos de los testigos de Jehová. Esta era la primera Biblia que yo había visto en mi vida. Los sacerdotes siempre decían: “¡No leas la Biblia... te va a volver loco!” A causa de esto, cándidamente le llevé mi Biblia a un sacerdote para averiguar si era un ejemplar auténtico. La tomó so pretexto de examinarla por mí, y después rehusó devolvérmela.
Sin embargo, los folletos me parecieron tan interesantes que conseguí otra Biblia en francés de una librería católica. Ávidamente empecé a leer. Dos veces durante el año siguiente leí toda la Biblia. Me parecieron especialmente fascinantes la vida de Jesús y la obra misional de los apóstoles.
Más tarde en 1943 me mudé de Montreal a Timmins a fin de saber más acerca de los testigos de Jehová, y también para aprender algún inglés. Allí estudié con los Testigos, pero también continué asistiendo a la Iglesia Católica. Consideré temas doctrinales como el infierno, la Trinidad y la inmortalidad del alma con el párroco y el obispo. Un día el obispo preguntó dónde conseguía yo los puntos que estaba recalcando. “De los testigos de Jehová,” contesté. Él respondió: “No tengo más tiempo para hablar contigo.”
Al siguiente domingo, siendo todavía católico respetuoso, estuve en la iglesia y oí al párroco desatar una maligna diatriba contra los Testigos. La dureza de sus comentarios y la falsedad de sus acusaciones me causaron disgusto. Bastaba con aquello; dejé la iglesia católica aquel mismo día, y no volví a ella jamás. Pronto tomé mi decisión. Había hallado la verdad de la Biblia, y resolví pasar mi vida luchando por defenderla, tal como lo habían hecho los seguidores primitivos de Cristo. El 1 de julio de 1944 fui sumergido en símbolo de mi dedicación para servir a Jehová Dios.
QUEBEC SE CONVIERTE EN CAMPO DE BATALLA
La dificultad se intensificaba en Quebec, y había arrestos y hostigamiento del pueblo de Jehová por la poderosa combinación de la Iglesia Católica y su aliado político, el primer ministro Maurice Duplessis. En junio de 1945 empecé a efectuar obra de predicación de tiempo cabal en Montreal, una ciudad principal de Quebec. La primera vez que fui a testificar de casa en casa allí, me arrestaron. Fue una indicación de cosas por venir.
La batalla de Quebec estaba en marcha, ¡y qué batalla! El primer ministro Duplessis prometió echar de la provincia a los testigos de Jehová; anunció “guerra sin cuartel contra los Testigos.” El Estado alistó toda su fuerza en orden de batalla contra nosotros. La provincia quedó sumergida en una corriente impetuosa de animosidad irrazonable. A mí personalmente me arrestaron más de cien veces.
Un prominente periódico canadiense llamó a la persecución el “retorno de la Inquisición,” y dijo: “La persecución de la secta religiosa que se conoce como testigos de Jehová, que ahora está en marcha en la provincia de Quebec con entusiástica sanción oficial y judicial, ha tomado un giro que sugiere que la Inquisición ha vuelto al Canadá francés.”—Globe & Mail de Toronto del 19 de diciembre de 1946.
Cuando hacía visitas para hablar acerca de la Biblia, muchas veces me recibían con una andanada, a gritos, de las más recientes acusaciones que el amo de casa había oído del párroco o había leído en los periódicos franceses. No era raro el que me arrestaran dos o tres veces al día, y había repetidas e interminables comparecencias en el tribunal. Estas eran especialmente dificultosas para hombres de familia que perdían muchos días de trabajo y, a veces, sus empleos. Pero si las autoridades no se habían enterado del aguante de los testigos de Jehová, estaban por tener prueba directa de éste.
Para evitar el arresto de hombres de familia, yo usaba tácticas de desviar la atención del enemigo. Cuando llegaba un auto de la policía, yo me le acercaba enseguida a la patrulla y entablaba una conversación con los agentes, dando así a los hombres de familia que trabajaban cerca una oportunidad de irse. Por supuesto, la cantidad de arrestos para mí siguió aumentando.
En septiembre de 1945 hubo dos terribles motines en Châteauguay, una población pequeña al oeste de Montreal. Chusmas católicas atacaron unas reuniones de los testigos de Jehová que se celebraban en propiedad particular, mientras la policía permanecía cerca sin hacer nada. A mí me patearon y golpearon con rencor. Uno de los miembros de la chusma resultó lastimado también... me golpeó tan duro por detrás en la cabeza que se rompió la muñeca. Quedé negro y morado en todas partes del cuerpo, y por unos días anduve con dificultad y dolor.
Luchábamos por hallar dinero para fianzas para no estar en la cárcel; luchábamos, a las puertas, por aguantar las andanadas de acusaciones falsas, con la esperanza de al fin hacer unos cuantos comentarios bondadosos y vencer el prejuicio; luchábamos por evitar las chusmas; luchábamos por proteger de arresto a los cabezas de familia; luchábamos por conservar el ánimo de nuestros hermanos y hermanas cristianos; luchábamos por alquilar lugares donde celebrar las reuniones... a los dueños de bienes les asustaba la ‘cacería de brujas’ que se efectuaba contra nosotros; luchábamos por impedir que se expulsara de la escuela a los niños; luchábamos por arreglar educación doméstica para los que eran expulsados; luchábamos por enterrar a nuestros muertos, ya que los sacerdotes, en algunos casos, trataban de impedir el entierro de testigos de Jehová.
El ser testigo de Jehová no era fácil en aquellos días, pero era fortalecedor para la fe. ¡Qué maravilloso espíritu de fe, amor y resolución desplegaron todos los Testigos! Su experiencia fue como la del apóstol Pablo, que dijo tocante a su hora de prueba: “El Señor . . . me infundió poder, para que por medio de mí la predicación se efectuara plenamente.”—2 Tim. 4:17.
Por cierto, recibimos ayuda y estímulo muchas veces, y de maneras inesperadas. Pronto tuve el refrigerio de estar conduciendo veintidós estudios bíblicos. Uno fue singular.
Una vez que me hallaba en la esquina de una calle ofreciendo La Atalaya y ¡Despertad!, me abordó una señora. Puesto que era analfabeta, las publicaciones no le servían, de modo que obtuve su dirección e hice arreglos para hacerle una visita. Inmediatamente inicié un estudio bíblico que conduje dos o tres veces a la semana. Ella no solo absorbió ansiosamente las verdades de la Biblia, sino que también aprendió a leer. Laura Chabot llegó a ser una valerosa testigo de Jehová a pesar del calor de la persecución, y ha seguido siéndolo por más de treinta años. A través de los años ha conducido estudios bíblicos con unas cuarenta y cinco personas que ahora son Testigos.
LA CIUDAD DE QUEBEC... UN NUEVO CAMPO
Entonces no había ninguna actividad organizada de los testigos de Jehová en la ciudad de Quebec, la capital de la provincia. Por consiguiente, hacia fines de 1945 cinco de nosotros fuimos asignados allí. El ambiente era muy diferente del que había en Montreal, que era cosmopolita.
En la ciudad de Quebec la Iglesia estaba en posición de dominación total; por todas partes había sacerdotes con sus sotanas. En el mismo aire parecía respirarse un palio de temor y opresión. Aquí vivían tanto el cardenal católico como el dictatorial Duplessis. ¿Hallaríamos oídos que escucharan en esta fortaleza del catolicismo?
Al principio la gente de la ciudad de Quebec fue muy amigable y acogió nuestras visitas de casa en casa. Mi compañero, John How, y yo colocamos más de cien ayudas para el estudio de la Biblia durante nuestro primer mes allí. Cuando hicimos arreglos para tener una reunión en la casa de una dama interesada, diez miembros de su familia estuvieron allí. La larga consideración que condujimos fue animada y muy franca. Aunque nominalmente aquellos individuos eran católicos, en realidad desplegaban antagonismo a la Iglesia. Antes de salir de allí, distribuí todo un maletín de literatura, incluso varios ejemplares del libro Enemigos. Alphonse Beaudet, hermano del ama de la casa, tomó uno.
Unos días después alguien me abordó en la calle. Era el mismo Alphonse Beaudet. “¿Podría ir con usted a visitar a alguien y considerar la Biblia?”
“Por supuesto, ¿por qué no?” contesté. En camino me contó su historia.
Después de la visita que le hice a su familia el domingo anterior por la noche, Alphonse se había ido a casa y había pasado toda la noche leyendo el libro Enemigos. Por tres días estuvo “devorando” su contenido. Cuando terminó de leerlo, juntó todas las imágenes, crucifijos y estatuas que tenía en casa y los destruyó afuera a plena vista de sus vecinos católicos. Pero eso no fue todo.
En seguida fue a ver al obispo y le pidió que borraran su nombre de los registros de la Iglesia Católica. Entonces vino a buscarme. Hoy, más de treinta años después, Alphonse todavía está enseñando la Biblia en la ciudad de Quebec, y su celo y devoción sobresalientes han ayudado,a una gran cantidad de personas a servir fielmente a Jehová Dios.
Muy pronto se formó una pequeña congregación en la ciudad de Quebec, y empezamos. a celebrar reuniones de congregación con regularidad. Pero la tranquilidad no duró. Pronto los sacerdotes empezaron a usar los púlpitos y la prensa católica para crear una tempestad de odio. Tras eso vino una serie de arrestos y fallos de culpabilidad.
El registrador (juez) local Jean Mercier anunció que la policía tenía instrucciones de “arresto inmediato de todo aquel de quien se conociera o sospechara que fuera Testigo.” Súbitamente, la persecución que se efectuaba en la vieja Quebec se hizo noticia conocida de costa a costa en el país. Esto hizo que el resto del Canadá reaccionara, escandalizado por el hecho de que un juez supuestamente imparcial fuese tan injusto.
Durante 1946 y 1947 hubo tantos fallos de culpabilidad, autos judiciales, apelaciones y procesos jurídicos en la ciudad de Quebec que la prensa llamó aquello “la batalla de los autos judiciales.” En total pasé cuatro meses en prisión bajo las acostumbradas acusaciones perjudiciales de “perturbar la paz,” “vender sin licencia,” etcétera.
Se me invitó a la clase novena de la Escuela Bíblica de Galaad, pero todavía estaba en la prisión cuando llegó el tiempo de matricularme en febrero de 1947. Agradezco el hecho de que fui puesto en libertad bajo fianza precisamente a tiempo para empezar a tomar el curso. Sin embargo, antes de que yo hubiera completado el curso el Tribunal Supremo del Canadá rechazó mi apelación y me cancelaron la fianza.
Con tristeza tuve que abandonar la maravillosa asociación cristiana en Galaad y regresar a la prisión en Quebec. El registrador de la Escuela me envió los exámenes a la cárcel, y allí contesté las preguntas y las devolví por correo para que fueran calificadas. Así se me hizo posible terminar el curso, aunque no estuve presente el día de graduación.
Aun en la prisión hubo compensaciones. En el patio para los ejercicios muchas veces pude dar un discurso bíblico hasta a veinte prisioneros. Uno de ellos más tarde llegó a ser testigo de Jehová.
UNA NUEVA ASIGNACIÓN
En el otoño de 1947 recibí una nueva asignación como representante viajante de los testigos de Jehová, lo cual se llama ahora superintendente de circuito. Serví en la provincia de Quebec, donde solo había un circuito con quizás una docena de congregaciones, en su mayor parte muy pequeñas.
Las reuniones se celebraban frecuentemente con grupos misionales y una o dos personas recién interesadas. Cuando se me enviaba a estimular a los precursores, como se les llama a los proclamadores del Reino de tiempo cabal, su constancia ante la oposición me fortalecía mucho. En 1949 me casé con Yvette Ouellette, precursora fiel en Montreal, y ella me acompañó en la obra de circuito.
El primer grupo que visité como superintendente de circuito fue el de Ste. Germaine Station en las colinas al sur de la ciudad de Quebec. Constaba de una familia, Aime Boucher, su esposa y tres hijos. Eran pobres, humildes y amorosos y vivían en una pequeña granja rocosa. Para recibirme en la estación, el hermano Boucher vino en una carreta alta de dos ruedas tirada por una yunta de bueyes. A pesar de las circunstancias difíciles, Aime Boucher era un hombre valeroso y un testigo muy eficaz a favor de la verdad.
VICTORIAS EN EL TRIBUNAL SUPREMO
El año de 1950 fue señalado por los primeros cinco fallos jurídicos que ganaron los testigos de Jehová en el Tribunal Supremo del Canadá. La primera victoria fue en el caso de Aime Boucher. El fallo favorable fue un logro principal contra la combinación opresiva de Iglesia y Estado que controlaba a Quebec.
Jehová entorpeció más el ataque del enemigo al hacer que uno de mis propios casos fuera ante el Tribunal Supremo del Canadá. El fallo favorable en este caso de prueba, en octubre de 1953, produjo la victoria en 1.100 casos más donde el mismo principio de libertad religiosa era el factor gobernante. Esto abrió una nueva era de edificar la adoración verdadera de Jehová en Quebec.
Aunque los fallos del tribunal mejoraron nuestra situación legal, todavía se necesitó mucho trabajo para vencer el temor y el prejuicio que se habían engendrado. Algunos dueños de salones todavía temían alquilar sus edificios a los testigos de Jehová. De modo que un bondadoso oficial de la policía me dio una carta con membrete de la policía en la que se declaraba que los testigos de Jehová eran una organización lícita y que nada impedía que los dueños de salones nos alquilaran sus locales. Después de eso, juntas escolares protestantes y católicas empezaron a poner a nuestra disposición sus edificios para nuestras asambleas de circuito.
EXCELENTE RESPUESTA A LA PREDICACIÓN DEL REINO
Después de doce años en Quebec, en 1957 se me pidió que sirviera en todo el este del Canadá como superintendente de distrito, un trabajo que consiste en visitar y rendir servicio a los circuitos de testigos de Jehová y pronunciar conferencias en sus asambleas de circuito. Luego, durante tres años serví en calidad de superintendente de distrito en Colombia Británica, en el oeste del Canadá.
Sin embargo, nunca perdí el amor que le tenía a Quebec. De hecho, tan activo estuve instando a los hermanos a ir a Quebec, donde había mayor necesidad de predicadores del Reino, que me pusieron el sobrenombre de “el flautista de Quebec.” Muchas personas a quienes hablé en el oeste sí se mudaron a Quebec, aprendieron francés, y están efectuando buen trabajo en la edificación de las congregaciones del pueblo de Jehová allí.
En 1969 Yvette y yo regresamos a Quebec, donde fui superintendente de distrito hasta 1972. En ese año, por responsabilidades de familia se nos hizo necesario establecernos en Montreal, donde hemos servido de precursores especiales por cuatro años ya. Durante este tiempo cuarenta y cuatro personas con quienes hemos conducido estudios bíblicos se han bautizado como testigos de Jehová.
En 1974 tuve el privilegio de ir a San Pedro y Miquelón, pequeñas islas francesas en el Atlántico septentrional, con la mira de dar comienzo a la obra de los testigos de Jehová allí. Los sacerdotes se enteraron de mi visita, y la anunciaron por radio para advertir a sus parroquianos. El anuncio resultó contraproducente. Muchos amos de casa me recibieron afectuosamente. “Ah, Sr. Saumur, hemos oído acerca de usted. Por favor, entre.”
En unas semanas empecé ocho estudios bíblicos y coloqué el cimiento para más actividad de los testigos de Jehová. Cuando salí, dos misioneros de Francia fueron asignados a aquel lugar para que continuaran esparciendo allí las buenas nuevas del reino de Dios.
Tropecé con una experiencia singular en 1975 cuando conocí a unos miembros influyentes de un pequeño grupo eclesiástico francés de aproximadamente 1.500 personas que se llamaba “La Mission de l’Esprit Saint” (La Misión del Espíritu Santo). Después de una prolongada conversación con uno de estos hombres, él me preguntó si él y otros amigos podrían venir a verme. “Por supuesto,” contesté. Unos días después llegó con otros miembros del grupo y sus esposas... ¡cuarenta en total!
Con el tiempo, clausuraron su iglesia, cerraron su escuela, y todos sus “siervos” renunciaron. Entonces les dijeron a los miembros de su grupo que empezaran a estudiar con los testigos de Jehová. ¡Súbitamente, mil personas querían estudios bíblicos!
En el transcurso de dos meses coloqué 1.300 ayudas para el estudio de la Biblia entre ellos. Muchos de los estudios cesaron después, pero cerca de cien personas de este anterior grupo eclesiástico se han bautizado como testigos de Jehová, y otras cuatrocientas personas están estudiando o asistiendo a las reuniones en los Salones del Reino. Se espera que en poco tiempo se bauticen más.
Tengo que decir que estos más de treinta años en la predicación de tiempo cabal han sido ricos y remuneradores. Ha habido problemas. Pero Jehová nos ha respaldado y nos ha ayudado a vencer todo obstáculo. La Biblia dice acertadamente tocante a los siervos de Dios: “Cualquiera que sea el arma que se forme contra ti no tendrá éxito.”—Isa. 54:17.
¡Cómo ha resultado cierto esto en Quebec! Allí, donde 356 personas proclamaban el reino de Dios en 1945, ahora lo hacen más de 8.000. De ocho congregaciones que había en Quebec en 1945, ha llegado a haber 149. El un solo circuito pequeño de 1947 se ha convertido en diez circuitos. Verdaderamente, ‘el desierto espiritual ha florecido como el azafrán.’ (Isa. 35:1) Al dar una mirada retrospectiva a estos años fascinantes, no los cambiaría por nada. Ha sido, y aún es, un privilegio el luchar por defender la adoración verdadera.
[Nota]
a Vea ¡Despertad! del 8 de septiembre de 1973.
[Ilustración de la página 307]
El escritor y su esposa en la actualidad
[Ilustración de la página 309]
Antes analfabeta, ahora ha enseñado a muchas personas las verdades de la Biblia